Querido Teo:
Cuando Usamérica entró en la I Guerra Mundial, no faltaron los reproches contra Chaplin por no alistarse. Fue una verdadera campaña, a la que consideró necesario responder en la prensa. Si no se alistaba, dijo, aparte de que no tenía las medidas reglamentarias, era precisamente porque pensaba que siguiendo con su trabajo podía “servir de un modo mejor”.
Su colaboración práctica se concretó en la primavera de 1918, cuando comenzó una gira por todo el país para vender bonos de guerra junto a Mary Pickford y Douglas Fairbanks, y a los que le acusaban de cobardía les respondió con
"Armas al hombro". A su regreso a Los Ángeles, tras una venta de bonos sin precedentes, le esperaba la prueba, más íntima pero no menos penosa, de iniciar su “carrera matrimonial”.
Unos meses antes, a la salida de una tarde de playa en la casa de Sam Goldwyn, el de la Metro Goldwyn Mayer, había acercado a casa a una chica, a la que dejó frente a su puerta con la sensación de que era algo tonta. Se llamaba Míldred Harris, hermosa y aspirante a actriz. Regresó a las habitaciones del club donde vivía y apenas pasados unos minutos sonó el teléfono. Era la chica, que se comportó con coquetería, y Chaplin aceptó el juego.
A sus 29 años reconocía un enamoramiento juvenil en Londres, y casi otro, de la que fue su primera actriz, Edna Purviance. Edna se había convertido en su “partenaire" desde
"Charlot trasnochador", y lo sería durante muchos años, y también la amiga más fiel y de mayor confianza que haya conocido.
Era fotogénica y se había dejado convencer de que abandonara su trabajo de secretaria de dirección para probar suerte. Se convirtieron en amantes tras unas vacaciones en Honolulu e inseparables durante los meses siguientes. Pero Charlie no se sentía comprometido hasta la fidelidad. En las fiestas a las que acudían, cada vez que él desaparecía con otra, Edna fingía desmayarse y luego reclamaba su presencia al recuperar el sentido. Hasta que un día al volver del desmayo llamó a un galán de la Paramount. Charlie sintió entonces la mordedura de los celos pero su orgullo herido le había impedido decidirse a proponerle el matrimonio que ella seguramente esperaba.
Tras conversar unos minutos al teléfono con aquella Míldred Harris recién conocida, salieron a cenar… ”Aunque aquella noche estaba bonita y se mostró encantadora, no sentía el entusiasmo y la atracción que la presencia de una chica guapa inspira generalmente. El único interés que podía sentir por mí era el sexual, y llegar a esto de un modo romántico, que era lo que me pareció que esperaba de mí, constituía un esfuerzo demasiado grande”. No volvió a pensar en ella hasta pasados dos o tres días, cuando su asistente le dijo que había llamado, añadiendo la observación de que el chofer le contó que había salido de casa de Sam Goldwyn con la chica más guapa que había visto en su vida. La vanidad le hizo devolver aquella llamada.
Pocos meses después Míldred quedaba embarazada y se produjo una conversación con su asistente Tom Harrington, que Chaplin detalla en sus recuerdos.
“Cuando una mañana, después de traerme el desayuno, le anuncié en tono indiferente que quería casarme, no pestañeó.
—¿Qué día? —me preguntó tranquilamente.
—¿A qué estamos hoy?
—A martes.
—Pongamos el viernes —dije, sin apartar la vista del periódico.
—Supongo que se trata de la señorita Harris.
—Sí.
Asintió con la cabeza, muy comprensivo.
—¿Tiene usted el anillo?
—No; convendría que comprases uno y que hicieses todos los arreglos preliminares, pero con discreción.
Asintió de nuevo y no se volvió a hablar del asunto hasta el día de la boda. Lo preparó todo”.
El día de su boda trabajó hasta última hora en el estudio. A las siete y media entró silenciosamente su asistente y le recordó que tenía una cita a las ocho... “Con una sensación de zozobra, me quité el maquillaje y me vestí. Harrington me ayudó. No cruzamos una sola palabra hasta que estuvimos en el coche. Entonces me explicó que me iba a reunir con la señorita Harris en casa del señor Sparks, que desempeñaba las funciones de juez local.
Cuando llegamos allí, Míldred estaba sentada en el vestíbulo. Sonrió, pensativa, al vernos entrar, y me sentí un poco triste por ella. Llevaba un vestido sencillo, gris oscuro, y estaba muy bonita. Harrington deslizó rápidamente un anillo en mi mano, cuando apareció un hombre alto y delgado, simpático y efusivo, que nos condujo a otra habitación. Era el señor Sparks.
—Bien, Charlie —me dijo—. Realmente tiene usted un secretario notable. No me he enterado de que era usted a quien iba a casar hasta hace media hora.
La ceremonia fue de una terrible simplicidad. Coloqué el anillo que Harrington había deslizado en mi mano en el dedo de Míldred. Ahora estábamos casados. La ceremonia había terminado. Cuando estábamos a punto de marchar la voz del señor Sparks dijo:
—No se olvide de besar a la novia, Charlie”.
Chaplin sintió emociones muy encontradas. Tenía la impresión de que le empujaban una serie de circunstancias estúpidas; que aquello era irreflexivo e inútil; que acababa de contraer una unión sin bases esenciales, y, sin embargo, siempre había deseado tener una esposa. Míldred era joven y bonita, no había cumplido aún los diecinueve años, y aunque él le llevaba diez años, quizá el matrimonio resultase bien. Sin estar enamorado, una vez casado quería estarlo y que fuera un éxito.
Para Míldred el matrimonio era una aventura emocionante y estaba en un estado de deslumbramiento continuo, pero no coincidían ni en gustos, ni en caracteres. Míldred Harris era demasiado joven y demasiado frívola para comprender a un marido que empezaba a sentir el precio de la fama, de humor cambiante y con crisis repentinas de misantropía y de soledad. Nació un niño. No vivió más que tres días. Roto aquel lazo, la vida se hizo imposible. Míldred Harris pidió el divorcio, publicando toda clase de calumnias. Chaplin no respondió nada. Recobró su soledad y volvió a ponerse al trabajo para rodar una de sus historias más intrascendentes, “Un día de juerga”, uno de esos días en los que las cosas se encargan de contrariar a los hombres. Chaplin tardaría cinco años en casarse de nuevo, para encontrarse con que su primer matrimonio fue apenas nada comparado con el infierno que le esperaba en el segundo, que estuvo muy cerca de terminar con él y con su carrera.
Carlos López-Tapia
haaaaa!!! esas mujeres solo querian fama nada mas y que mas facil que consegirla de manos de Chaplin.
Adoro a este genio con zapatos gigantes gorro pequeño y un viejo baston mis respetos hacia el