Rocco y sus estrellas: Confieso que hemos vivido
Querido Teo:
El título de la biografía de Neruda me viene a la cabeza no sólo porque es un gran libro o porque suena culto eso de citar a Neruda cuando uno está escribiendo sino porque es la primera idea que se me ocurre al ver a Francis (a veces Ford) Coppola. Su biografía no necesitaría ni título. Su foto ya dice que ha vivido. 70 años de director que vale su peso en oro. Y lo digo consciente de las carnes que se le afofan debajo de esa camisa amarilla hawaiana con la que el abuelo Coppola mantiene ahora una energía más jovial y hedonista que los espumarajos por la boca que le salían de enfado décadas antes. Porque lo otro que confiesa su persona es que Coppola tiene muchas ganas de vivir. Al hablar suena como un jubilado que nunca ha tenido tanta vida por delante. A sus espaldas están algunas de las mejores películas de la década de los 70, "El padrino" I y II, "Apocalypse Now" o “La conversación”, pero la vista de Coppola está puesta, literalmente, hacia delante. “Un poco de aventura, Estambul, Alejandría…”, dice soñador, sus manos palpando en el aire esos futuros lugares donde quiere rodar y sus ojos perdidos detrás de sus gafas de culo de vaso, ensimismados en su propia sonrisa de disfrute. Finalmente eso es lo que Coppola ha conseguido con su cine. Disfrutar. Él mismo.
Recorrerse el mundo con "Youth without youth" y ahora con "Tetro" en una mezcla de huída del sistema de Hollywood y en busca de aventura y algo nuevo que ofrecerse para el cuerpo. Por eso el ganador de cinco premios Oscar se llama amateur, “porque amateur significa que haces cine por amor, no por dinero”. Él se lo puede permitir y lo reconoce con risita de Lindo Pulgoso con esa millonada que le han dado sus vinos después de que el cine le arruinó una y otra vez. También es un amateur del vino y se nota el amor que siente por sus caldos cuando prueba el Coppola etiqueta azul que me ha servido o los macarrones con tomate (sin echarse ni una mancha) que han preparado a su gusto utilizando la pasta que lleva su nombre.
Conclusión, Coppola más que nunca es un “bon vivant”, alguien nacido en Detroit de familia italiana que ahora se ha vuelto más europeo que nadie. Algo que le viene muy bien porque por mucho que Coppola insista en que se autofinancia sus últimas películas tampoco es que sea como San Mel Gibson Bendito. Se parece más a un director europeo que depende de los organismos oficiales para recuperar la financiación de sus películas filmando las escenas de ballet en España, en Alicante, para cualificar para las ayudas y es de suponer que lo mismo con el reparto español. En este sentido Coppola tiene mucho que agradecer a los cuarentones y cincuentones que crecieron alimentados a base de cine-club, los culturetas enamorados de su cine, del de Woody Allen, del de Milos Forman, del de Jim Jarmusch, y que ahora están en posiciones de poder, al frente de productoras, televisiones o entidades públicas. Porque es el amor por el cine de esta generación (o el deseo de hacer Hollywood con “eñe”, que de nuevo en esta industria no hay santos que valgan) el que está facilitando desde Europa, desde España, la financiación de los Allen, los Forman, los Jarmusch o los Coppola. Una pena que el tiempo pasa para todos y por muy bien que se lo pasen nuestros cineastas dorados ya no son capaces de ofrecer un “Annie Hall”, un “Amadeus”, un “Extraños en el paraíso” o un “padrino” como lo hicieron hace un puñado de décadas. Títulos que forman ya parte de la vida que hemos vivido.
Rocío Ayuso (Los Ángeles)
Grande, Rocco, grande!!