Querido Teo:
En
una anterior misiva intentaba demostrarte que nuestra física actual no se opone, al menos en la teoría, a la posibilidad de realizar viajes en el tiempo. Pero también te adelantaba que, mientras los viajes al futuro no ofrecen “excesivos” problemas conceptuales, la posibilidad de un hipotético viaje al pasado produce toda una suerte de paradojas que han llevado a más de un físico, y a algún que otro director de cine, a sufrir auténticos dolores de cabeza.
El problema es que para la física clásica el tiempo es como en una película, una sucesión de fotogramas donde cada uno precede al posterior; el pasado precede al futuro y todo efecto tiene una causa anterior. Así pues, cambiar el pasado implica forzosamente (desde el punto de vista de la física clásica) cambiar el futuro. Basta recordar el destrozo temporal que provocan los turistas cazadores de dinosaurios de “El sonido del trueno” (basada en un magnifico cuento de Bradbury). De hecho, ésta es la premisa en la que se basa Skynet para enviar sus Terminators al pasado a eliminar al molesto (en el futuro) John Connor, o en su defecto a la madre que lo parió.
Pero, ¿qué ocurre cuándo cambiar el pasado entra en conflicto directo con el presente?. Seguro que has oído hablar de la paradoja del abuelo, es decir, si uno viaja al pasado y mata a su abuelo (por evitar matar a la madre que es más violento aunque con un efecto parecido) antes de que éste se case con su abuela, nuestro viajero jamás habría nacido, luego ¿cómo diablos está allí matando a su abuelo?. El viaje al pasado puede dar un juego de paradojas tan retorcido como la que se ve envuelto, Philip J. Fry, el protagonista de
"Futurama", que termina siendo ¡su propio abuelo! (aunque en este caso mejor no entrar en detalles).
Pero esta no es la única paradoja temporal que aparece en la saga de los robots asesinos. En “Terminator II” se muestra que el origen de Skynet se encuentra en uno de los chips futuristas encontrado en los restos del primer Terminator (esta idea argumental la eliminan en la tercera parte, al igual que la calidad de la serie), es decir, un Terminator que fue construido ¡por el propio Skynet!. Esta es la llamada paradoja del conocimiento, o lo que es lo mismo: el conocimiento que se necesita para ingeniar un artefacto (en este caso el chip base de Skynet) ¡surge del propio artefacto!.
Llegado este punto, ¿se pueden evitar de alguna manera estas paradojas?. Sea cual sea su naturaleza, todas ellas aparecen en el instante en el que el viajero del futuro interfiere con el pasado de tal manera que el futuro se ve comprometido. Por tanto, una opción para evitarlas es que la naturaleza, de alguna manera, impidiera que nuestro turista temporal actuara sobre lo que le rodea. Pero, ¿cómo lograr esto?, ¿se quedaría mágicamente paralizado cada vez que intentara hacer algo?, ¿surgiría un Terminator de la nada para fulminar a todo aquel que pretendiera interferir en el pasado?. Cualquiera de estas posibilidades va en contra de algunos principios fundamentales de la física, y de paso aniquilaría nuestra idea de libre albedrío.Quizá los viajes al pasado plantean tales problemas que la propia naturaleza se oponga a ellos denodadamente. Esto es lo que Stephen Hawking denomina la “conjetura de protección cronológica”.
Pero no está todo perdido. Aún hay una posibilidad de seguir metiendo a Sarah Connors en problemas y sin temor a ir en contra de la física, gracias a un genial matemático llamado Hugh Everett III y a su interpretación de la física cuántica, la llamada interpretación “de los muchos mundos” o de los “mundos paralelos”.
Las paradojas temporales surgen de considerar el tiempo bajo la óptica de la física clásica, pero sabemos que esta física, aunque permite volar a los aviones y explica porque gira la Tierra alrededor del Sol, no es la mejor representación de la naturaleza, y menos de la parte microscópica de ésta. En este reino de lo más pequeño gobierna la física cuántica, y lo hace con unas leyes aparentemente muy diferentes a las que rigen nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, para la física cuántica toda partícula (un electrón, un protón, etc.) se halla en una superposición de muchos estados posibles, cada uno con una probabilidad diferente. Es decir, la posición de la partícula en el espacio, su velocidad, su tiempo de desintegración, o cualquier otro parámetro observable puede a priori tener cualquier valor posible, cada uno acompañado de una probabilidad característica. Para la física cuántica, el mundo microscópico es como una baraja de cartas, cada carta representa un estado posible pero no todas tienen igual probabilidad de salir. Cuando en un laboratorio se mide alguna de estos parámetros se obtiene un valor y solo uno de toda la plétora de valores posibles. Pero, ¿por qué uno y no otro?.
Pareciera que el observador al medir se quedara con una sola carta de la baraja y el resto se desvaneciera extrañamente. Esta cuestión atrajo multitud de interpretaciones de toda índole pero la más revolucionara fue la que compuso la tesis doctoral de Hugh Everett. Everett se atrevió a lanzar una idea tachada por muchos de ciencia ficción: siguiendo con la analogía de la baraja ¿y si cada carta de la baraja representara una realidad diferente de la del resto?, es más, y si cada una de estas realidades tuviera su propia copia del observador. En este caso, dependiendo del universo o realidad en la que se encontrara cada observador a la hora de medir solo obtendría el resultado propio de su universo, es decir, solo sacaría la carta de su realidad. Así pues, según esta interpretación existen infinidad de universos muy similares o muy diferentes entre si, con diferentes copias de John Connors, Skynets y Terminators, o incluso vacío de todos ellos. Una suerte de
"mundos de Coraline" donde cada universo se embarca en su propio futuro independientemente del resto. Bajo esta visión de la realidad viajar en el tiempo, ya sea al pasado o al futuro, implica pasar a otro universo paralelo y cualquier paradoja se desvanece. Si en un viaje al pasado mato a mi propio abuelo, no corro peligro alguno porque en dicho universo ¡nunca he nacido en el futuro!.
Tras una sufrida y muy atacada tesis, Hugh Everett abandonó sus ideas y se embarcó en lides mas bélicas, ya que paso a formar parte del Pentágono en plena época nuclear. Lo curioso es que en 1971 construyó un prototipo de máquina bayesiana, una suerte de maquina que “aprendía” de la experiencia y que podía tomar decisiones, y que fue utilizada por el Pentágono para su desarrollo de misiles balísticos, vamos, una suerte de pre-Skynet, paradójico, ¿no?. A pesar de que terminó alcohólico, fumador empedernido, y una suerte de autista social, las ideas de Everett fueron creciendo hasta el punto de que hoy día son base para disciplinas científicas tan “reales” como la computación cuántica. Quién sabe si estas mismas ideas nos permitirán viajar al pasado... en el futuro.
Emilio J. García Gómez-Caro (Astrónomo)
Date cuenta que Hugh Everett pone sobre la mesa la confirmación de que la realidad existe para un solo individuo y que todo lo que le rodea no tiene ningún valor salvo el que éste sea capaz de darle. Inquietante, sin duda.