Querido primo Teo:
Estamos a pocas semanas para cerrar el 2021 y lamentablemente no hay ninguna invitación a la esperanza. No podemos decir que hemos superado la pandemia porque el centro y este de Europa se han convertido en el nuevo epicentro del coronavirus (COVID-19) y el mundo comienza a notar los efectos del parón que hicimos en la primavera del 2020. Las materias primas escasean, el índice de precios se dispara, hay problemas de abastecimiento en casi todos los sectores y Europa está atravesando una crisis energética que podría tener unas fatales consecuencias. Mientras todo esto sucede se nos aconseja a la población que nos adaptemos a la vida moderna. En los medios de comunicación cercanos a los grupos de gobierno podemos leer artículos sobre las bondades de vivir como un ermitaño que se ducha con agua helada, estupenda para la circulación y energizante a no ser que te provoque un infarto, que se alimenta de insectos por sus valores nutricionales superiores a la carne roja, que se viste con un saco de patatas porque no explota a las comunidades más oprimidas del planeta, de paso recicla, y que no contamina porque no sale de su entorno. Una manera de prepararnos para el mundo que nos espera aunque la élite que se ha convertido en la chamana del activismo (la verdadera religión de este siglo XXI) se dedique a adoctrinar en todas las esferas y no a predicar con el ejemplo. Nadie del Foro de Davos ni ningún miembro del club Bilderberg se duchará con agua fría, ni comerá pienso, ni renunciará a vestirse con marcas de lujo y por supuesto que viajará por todo el mundo aunque no se vean a sí mismos como turistas sino como viajeros con una gran curiosidad. La vida moderna es un gran retraso.