"The brutalist"

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El argumento: Huyendo de la Europa de la posguerra, el visionario arquitecto László Toth llega a Estados Unidos para reconstruir su vida, su obra y su matrimonio con su esposa Erzsébet tras verse obligados a separarse durante la guerra a causa de los cambios de fronteras y regímenes. Solo y en un nuevo país totalmente desconocido para él, László se establece en Pensilvania, donde el adinerado y prominente empresario industrial Harrison Lee Van Buren reconoce su talento para la arquitectura. Pero amasar poder y forjarse un legado tiene su precio...

Conviene ver: “The brutalist” es un paso de consagración para la carrera como director de Brady Corbet llevando a cabo una monumental obra sobre los claroscuros del sueño usamericano con ecos del pasado pero resonancias en el presente a través de la huida de una Europa en guerra hacia el Estados Unidos de las grandes oportunidades a través de la mirada, rostro, cuerpo y desventuras del arquitecto de origen húngaro László Toth. Filmada en 70 mm y rodada en VistaVision, un formato creado por Paramount en los años 50 para competir con la televisión y que fue utilizado en clásicos como "Vértigo" de Alfred Hitchcock, "Los diez mandamientos" de Cecil B. DeMille y "Centauros del desierto" de John Ford, "The brutalist" ofrece una experiencia cinematográfica de gran magnitud sostenida en planos cortos pero con la capacidad para mostrar la dimensión de esos edificios o las minas de Carrara que suponen la explotación de un recurso natural para esos fines ambiciosos por parte de los hombres. El formato ha estado en desuso desde los años 70, aunque se ha seguido utilizando para secuencias de efectos especiales.

La película sigue a László Toth, un arquitecto judío húngaro interpretado por Adrien Brody, superviviente de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, que abandona Europa y se establece en Estados Unidos, donde su carrera como arquitecto florece gracias a un encuentro con un millonario que, tras un airado desencuentro tras encargarse con su primo de la construcción de una biblioteca para su mansión, se convertirá en su mecenas. A lo largo de más de tres horas y media (intermedio de 15 minutos incluido), somos testigos de la explosión de la América moderna a través de los ojos de un hombre que lucha por adaptarse a su nuevo país, que tiene conflictos con su ambicioso y cruel protector y que incluso cae en el consumo de drogas con el fin de refugiarse de los traumas del pasado y de la presión y explotación que sufre en el presente en el que el privilegio de clase sigue instaurado a pesar de una fachada de afabilidad que no es tal por parte del empresario y de los que le rodean buscando sólo de ese pobre, al que no ven más que un limpiabotas, aprovecharse de su talento.

“The brutalist” es una obra mastodóntica sobre la amargura del sueño americano, en la que Corbet rinde homenaje a los arquitectos europeos que encontraron refugio en Estados Unidos huyendo de la Segunda Guerra Mundial, colaborando estrechamente con el francés Jean-Louis Cohen. Corbet ha estado una década involucrado en este proyecto, considerado demasiado arriesgado en un momento en que la asistencia a las salas de cine ya no es la primera opción de consumo, y mucho menos para propuestas con ambiciones artísticas.

Una epopeya en un portentoso despliegue visual que amortiza al máximo los seis millones de dólares de presupuesto, combinando formatos, fluyendo las imágenes con recursos musicales, y alternando la ficción con falsos noticieros de la época, en el que es un drama sobre la inmigración que parte de 1947 y de una historia que narra cuatro décadas en la vida de un visionario arquitecto judío de origen húngaro llamado László Toth y su esposa Erzsébet (a la espera junto a su sobrina de reencontrarse con su marido en el país de las barras y estrellas cuando el dinero y la burocracia lo permita) que huyen de los campos de concentración y de la Europa de posguerra para reconstruir su legado y presenciar el nacimiento de la América moderna. Sin embargo, sus vidas son cambiadas para siempre por un cliente misterioso y rico. Un empresario hecho a sí mismo, amago de filántropo, de esos que cimentaron las miserias de un país a través del poder del capitalismo y la deshumanización de la codicia pero incapaz de apreciar el arte más allá del mercantilismo y el ego.

Brady Corbet escribe el guión junto a su compañera Mona Fastvold pero lo que más se ha destacado de la cinta es una apabullante puesta en escena que deja sin aliento y que invoca a grandes clásicos como Elia Kazan, Francis Ford Coppola, Bernardo Bertolucci, Sergio Leone, Michael Cimino o Paul Thomas Anderson, especialmente a la hora de retratar la etapa fundacional de un país así como el asentamiento del capitalismo y las grietas que resquebrajan el llamado sueño americano. No obstante es “El manantial” (1949) de King Vidor o “El prestamista” (1964) de Sidney Lumet son la referencia más evidente de una obra inabarcable que no sin sus irregularidades, sobre todo en una segunda mitad en la que fuerza el descenso a los infiernos de los personajes, respira en todo momento empaque de gran cine imperecedero y magistral.

Una oscuridad germinada en la Europa del nazismo que de los campos de exterminio pasó al Estados Unidos de desenfrenada opulencia a cualquier precio y en el que la necesidad convierte en víctimas fáciles a aquellos que buscándose un futuro termina pactando con el diablo. Toda una enmienda al sueño americano embellecido por el cine y las historias de superación personal de hombres hechos a sí mismos pero sin los condicionantes en formas de peajes y sometimiento. Brady Corbet se alía no sólo con su indudable talento en la puesta en escena (tras dos trabajos previos en los que se lució tanto retratando el germen del nazismo como la fachada artística sobre la que hay el drama humano de una artista de éxito) sino un reparto equilibrado en el que destaca un portentoso Adrien Brody que brilla en la construcción del personaje protagonista, un perro herido y maltratado que es engañado, fascinado y víctima de los que mandan, al igual que unos más arquetípicos pero más que notables Felicity Jones y Guy Pearce.

Adrien Brody (cuyos padres y abuelos huyeron de Hungría en 1956 siendo primero refugiados en Viena antes de llegar a Estados Unidos) muestra en su rostro la ilusión y la determinación pero también la rabia y la desesperación en un recorrido lleno de riesgos y de resiliencia. Un papel que le podría llevar a su segundo Oscar como un hombre víctima de un país podrido y miserable en el que el esfuerzo no sirve de nada si no se pone la otra mejilla y se está dispuesto a transigir con el capitalismo más feroz. Todo ello mientras arrastra su propio trauma de desarraigo recomponiéndose del dolor vivido y que es lo que aprovecha el sistema para hacer con él lo que quiera y dejarlo a su merced. El trágico periplo de un artista visionario abrasado por el lado oscuro de una nación en construcción y por unas cicatrices del pasado que le condicionarán para siempre tanto a ojos de sí mismo como de los demás.

Una América que es vista como lugar de salvación pero que también puede derivar en purgatorio de condena. Un estilo heredero de otra época pero que no renuncia a cierto tono iconoclasta en su propuesta audiovisual partiendo de un inicio en el que la cámara gira y fluye, entre voces y sombras, hasta contemplar (desde un sinfín de ángulos) la simbólica Estatua de la Libertad vista más por la cámara como reflejo de la caída de un mito aspiracional en un título tan contundente como demoledor. La fotografía de Lol Crawley, el montaje de Dávid Jancsó y la música de Daniel Blumberg contribuyen a una textura visual y sonora de primera magnitud que se mueve entre lo majestuoso y lo malsano.

A través del pasado reciente de la Europa de posguerra y un Estados Unidos en reconstrucción aprovechándose de la mano de obra inmigrante, “The brutalist” presenta, haciéndose valer del poder que desprenden sus imágenes, la metáfora de la construcción de un edificio por parte del arquitecto protagonista que le lleva a explorar con pesadumbre política la decadencia de un sistema que no fomenta ese estado de bienestar que propugna y del que muchos han ido en su búsqueda dejando todo atrás tanto por una cuestión de supervivencia como de esperanza.

Una película presentada en formato de 70 mm, lo que acentúa su textura de cine de otra época, y calificada de portentosa, poseedora de secuencias propias de un genio pero en la que es imposible no tener que dejar reposar tras su visionado, para que coja su poso debido a su densidad y complejidad inherente que hace que el espectador no sólo se vea arrollado sino que también tenga la sensación de que su vista no es capaz de retener toda el detallismo que propone Corbet de manera lúgubre, melancólica y recargada sobre cómo el arte y la cultura es capaz de trascender cualquier época e ideología y ser lo que, de verdad, acabe permaneciendo por su belleza, simbolismo y pureza frente a la codicia y la vileza de los hombres.

Todo ello quedando ante la libertad del creador y el papel que éste juega en una sociedad en el que la política, la religión y la ideología atrapa y asfixia queda representada por un mecenas vampírico y faraónico de dudosa moralidad (apoyado por su séquito de acólitos familiar y empresarial) capaz de dar una palmada en la espalda, mostrando interés hacia un animal herido al que no hace más que convertir en más vulnerable por esa dependencia que genera, pero también al que no se priva de humillar y vejar para sustentar su poder sin saber que la obra termina trascendiendo al propio creador porque la misma a nadie pertenece y cobra vida propia generando trascendencia más allá del reino de los hombres y siendo testigo y símbolo del devenir de la propia Historia.

La historia de un hombre que, en una amalgama entre la determinación y la desesperación, cayendo en la rabia y frustración frente a una esperanza en la que cada vez es más difícil de creer, huyendo del fascismo cayó en el capitalismo y que no sirve más que para que resuene en el presente como Estados Unidos, y los grandes países, siguen tratando a los refugiados. Un viaje en busca de una libertad que derivó en explotación y marginación cuando el dinero pretende condicionar y subordinar la creatividad en un viaje de clasismo, prejuicio, intolerancia, adicciones y perversión.

Un hombre que durmiendo en albergues y evocando a esa mujer que ha dejado atrás en una Europa derruida, primero como trabajador en la empresa de muebles de su primo reconvertido al catolicismo en Pensilvania, más tarde como obrero de la construcción y después como arquitecto obnubilado por el mundo en el que le introduce un rico sin escrúpulos deseoso de impulsar una gran edificación dentro de sus terrenos, intenta reconstruir su identidad para ver como la misma volverá a ser demolida por el poder, la ambición, el dinero y la adicción al opio. Una caída en desgracia en el que la obra seguirá por siempre hablando por él y tal y como muestra un epílogo que termina ensalzando y también reparando tanto al protagonista como al espectador tras un viaje fílmico rotundo pero que deja exhausto.

“The brutalist” es uno de los acontecimientos cinematográficos de la temporada, generando expectación y hablando por sí misma ante sus indudables valores fílmicos, respirando hechuras de gran clásico. Toda una experiencia de imponente inmersión de esas que recupera el valor del visionado en salas para un título del que todo lo bueno que se hable no le terminará haciendo justicia por trascender cualquier comentario cinematográfico sobre una obra de esas que se quedan para siempre y que, insuflándose del espíritu de los grandes melodramas de la década de los 50 y 60, logra ya ser un título de referencia de los estrenados en el siglo XXI.

Conviene saber: Mejor dirección en el Festival de Venecia 2024, 3 Globos de Oro (película de drama, dirección y actor de drama), 9 nominaciones en los Critics’Choice, 1 nominación en el Gremio de Actores (SAG), 9 nominaciones en los Bafta y 10 nominaciones en los Oscar 2025.

La crítica le da un OCHO

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