"Mank"
La web oficial.
El argumento: Biopic sobre Herman J. Mankiewicz, guionista de "Ciudadano Kane", que repasa el proceso de rodaje de la obra maestra de Orson Welles dirigida y estrenada en 1941.
Conviene ver: "Mank" puede sufrir esa grandilocuencia que pretende fomentar el “click bait” de que periódicamente nos llega una obra maestra, o una de las mejores películas del siglo. David Fincher es uno de los directores más respetados de la actualidad y el preferido de una generación que tiene claro que "La red social" (2010) es de lo mejor que hemos visto en la última década. Y es que es una pena que hayamos tenido que esperar seis años, desde “Perdida” (2014), para ver lo nuevo de un director meticuloso, inteligente y siempre excelso. “Mank” no es la mejor película de Fincher (el tridente formado por "La red social", "Zodiac" y "Seven" sigue siendo imbatible), tampoco una obra maestra, pero desde luego no necesita serlo ya que siempre hay que ver el cine del director desde el reclinatorio al estar rodada con una primorosidad sublime este retrato enciclopédico sobre la hipocresía del sistema de Estudios, los juguetes rotos que deambulan como fantasmas por la industria del cine y toda una delicia para los aficionados al Hollywood clásico en el que cada proyecto tenía esa magia que merece una película aparte por todo lo que había de intereses de productores que miraban el negocio, directores con ego y aspirantes a luminarias. Todo en una apuesta, que ante su monumental marchamo técnico, es menos fría y más divertida de lo que podría parecer pero que, en verdad, está dirigida a un público adulto y cinéfilo casi como un tratado de Historia tan erudito como apasionante y exquisito para éstos.
“Mank” es el biopic de Herman J. Mankiewicz, guionista de "Ciudadano Kane", que repasa el proceso de rodaje de la obra maestra de Orson Welles dirigida y estrenada en 1941 y que les valió a ambos el Oscar al mejor guión original. La película se ha rodado en blanco y negro, tomando como base un guión escrito por Jack Fincher, padre de David Fincher, antes de morir en 2003 y que por su acidez, diálogos y brío bien podría haber sido obra de Sorkin. Fincher lleva tras este proyecto 20 años. De hecho, iba a rodarlo inmediatamente después de “The game” (1997), pero al final no se materializó. Es Gary Oldman el que da la vida a un guionista, considerado un bufón en la corte de Hollywood, erosionado por el alcohol y por una mordacidad que le hace ser siempre una presencia incómoda. Precisamente el haber caído tan en desgracia le hace ser el candidato idóneo para que Orson Welles, un joven de 24 años que viene de triunfar en la radio y que llega a Hollywood con muchas ínfulas para su ópera prima, cuente con él en un proyecto impulsado por RKO dándole sólo 60 días para que lleve a cabo el guión aprovechándose de la inmovilidad de Mank tras un aparatoso accidente de tráfico. Dos meses en los que tendrá que cumplir los plazos mientras se le agolpan los recuerdos difusos, su estilo anárquico a la hora de trabajar y contando con la única asistencia de una enfermera y una secretaria, Rita Alexander. Un proceso creativo en el que la figura de Welles, Mank y del propio Fincher se dan la mano por todo lo que tiene tanto de perfeccionismo como de obsesión.
No obstante la película, reflejándose en pantalla los flashbacks como si fueran las anotaciones de un guión mecanografiado, viaja hacia atrás para llevarnos a un Hollywood marcado también por la depresión económica y el crack de 1929. Unos Estudios que ven que la gente ha perdido el interés en ir al cine y que tienen que llevar a cabo recortes de salario en las plantillas, aprovechándose de ello ejecutivos como Louis B. Mayer, defensor del arte por el arte y tendente a manipular con las emociones tanto en la vida como en sus películas, con la máxima de que la Metro-Goldwyn-Mayer sea considerada una gran familia, en la que la única estrella en verdad es el león de la cabecera, y que en momentos difíciles todos tienen que echar una mano. Una hipocresía que no evitará que mientras intenta formarse de manera incipiente un sindicato con conatos de piquetes o huelgas, sigan los fastos, reuniones y tren de vida de unos tipos que buscan la emoción del espectador en la pantalla como vía para obtener más y más ingresos. Por allí también aparece Irving G. Thalberg que, a pesar de su precaria salud fue uno de los productores más poderosos siendo calificado por Mank de “manporrero” y responsable de los noticiarios falsos, la actriz y amante de Hearst, Marion Davies, el director y hermano de Mank que tuvo que sacrificarse para cumplir su propósito de ser director, Joseph. L. Mankiewicz, o el magnate de la prensa William Randolph Hearst, que realmente será la inspiración y el espejo megalómano que se muestra en “Ciudadano Kane” llenando los titulares el hecho de que el llamado "chico de oro de la radio" quiere plantar cara a Hearst, algo que tendrá consecuencias para todos aquellos que intenten ayudarlo (tal es el caso de Mank) por lo que el proyecto no deja de tener un carácter clandestino.
“Mank” es sobre todo interesante no por el proceso creativo, y las presiones de Welles en que esté terminado el guión y la posterior disputa por la autoría del mismo, sino por el reflejo de una década de los 30 que fue la del esplendor en Hollywood en la pantalla pero que, bajo sus faldas, mostraba un sinfín de debilidades, intereses y partidismos, algo representado por el desdén al Partido Demócrata, el hecho de que el avance de Hitler se veía como algo que quedaría en nada y sería parado por los propios alemanes al ser visto no más que como un lunático que al menos ayudará a frenar el comunismo, y por la preocupación del avance del socialismo y su vertiente más extrema, el comunismo, algo que parafraseando a Mank sólo tiene como diferencia entre ambas corrientes el compartir la riqueza o el compartir la pobreza. Una escena magistral en una de esas fiestas de alto boato, alcohol desinhibido y réplicas como aguijones que muestran las ideologías, temores, creencias y ambiciones de una época sonando incluso La Internacional al piano mientras Mayer tiene claro de que, a pesar de todo, "no podemos prescindir del mercado alemán".
“Mank” tiene momentos álgidos e inspirados como esa reunión de guionistas, en la que participa el propio Mank, intentando venderle un proyecto a David O. Selznick y a Josef Von Sternberg a pesar de que no tienen nada preparado, el hecho de apuntar que las películas de terror de Universal no tienen argumento o que, mientras se pide que la gente se apriete el cinturón, los Estudios hacen dispendios como que Warner compre más terrenos o que la MGM tenga más estrellas en nómina que nunca, pretendiendo que California siga siendo vista como un espejismo de prosperidad. Un sistema de Estudios que no sabía cómo vender esa narrativa cuando el propio Mank les echa en cara que en cambio sí que han sido capaces de hacer creer que King Kong puede escalar el Empire State de Nueva York o que Mary Pickford sigue siendo virgen a los 40 años. Todo era un engranaje en el que se iba fundamentando las bases de un capitalismo que todavía sigue extendido a todos los niveles a día de hoy.
Gary Oldman está muy bien, tan cínico como verborreico e íntegro, en una cinta en la que mide bien la ironía y punto excéntrico del personaje sin ser paródico o cargante. Estamos ante un tipo que encuentra en su nuevo guión la posibilidad de salvarse en "photo-finish" tras una vida llena de errores. Éste no es más que una bala perdida, un verso libre, que siente que ya no tiene nada que perder, y que sólo intenta evitar que su nuevo guión no sea un embrollo y su narrativa considerada un rollo de canela ante el hecho de que la vida de un hombre no se pueda resumir en dos horas y que la gente no vaya a pagar para ver un Macbeth demasiado elevado. Un momento en el que a Mank sólo se le pide la máxima de todo guionista; no divagar, cumplir el plazo, escribir mucho y apuntar bajo. Algo que tendrá que cumplir mientras él, como si fuera la composición de una ópera, intenta encontrar la música de la historia para que todo encaje. Estupendos también la panoplia de secundarios con Amanda Seyfried en la piel de Marion Davies, a la que Mankiewicz ve como una posible Dulcinea si Hollywood se hubiera atrevido a leer “El Quijote”, y que al final muestra ser más inteligente que la típica y frívola “chica florero” porque sabiéndose utilizada se aprovecha de ello, o Charles Dance como un William Randolph Hearst al que el actor imprime su habitual presencia siendo un visionario megalómano que coarta la libertad de prensa y que sabe que el cine sonoro es el futuro y que, cuando la depresión económica pase, el público necesitará mucho más allá que las películas de gangsters y las de la familia Marx.
“Ciudadano Kane” va surgiendo en la mente del personaje protagonista a través de ese resquemor con un Hollywood y un poder que le ha arrinconado, más preocupado por los noticiarios falsos y por manejar esa inercia informativa que lleva a que la verdad sea escrita interesadamente por los que tienen el poder o no quieren más que mantenerlo. Una simbología que recoge momentos que luego pasarían a ser icónicos en la película de Welles como esa bola de nieve cuyo cristal se hace añicos representada en la botella de alcohol (llena de somníferos) que cae al suelo mientras Mank está postrado en la cama. Un guión que como la propia Marion Davies le reconoce tras haberlo leído ésta espera que Mank le perdone en el caso de que nunca se ruede, ante todo lo que implica por sus analogías con la realidad reflejando incluso la soledad de la infancia de uno de esos hombres que con la fachada que da el poder y la madurez parecen tenerlo todo.
El guión es ingenioso e inteligente con unos diálogos brillantes y ágiles con frases que piden mármol como ese “Si no puedes decir nada bueno, mejor no decir nada” que le dice la mujer de Mank, llamada por el círculo del guionista “la pobre Laura”, que en la sombra le dirá que sigue con él porque, a pesar de que le desespera y exaspera, después de todo lo que ha dado no está dispuesta a saber lo que va ocurrir al final, o cómo en el momento de deletrear el nombre de su marido en un restaurante (“y sin venir a cuento una z al final”). Tan interesantes y definitorias como lo que son las primigenias “fake news” para el guionista: “Si dices una mentira muy gorda muchas veces termina convirtiéndose en verdad”, cuando los tentáculos del Partido Republicano, vertebrado por Hearst y llegando al seno de Hollywood, generan una campaña en contra del escritor Upton Sinclair al presentarse al puesto de Gobernador en 1934 defendiendo los derechos de los trabajadores y la corrupción de los magnates. No menos interesante el encuentro final con Welles en el que, paralelamente con la definitiva caída en desgracia de Mank en un banquete bañado de alcohol, desesperación, disfraces y simbolismos con la obra de Cervantes, éste le recalca que como director le ha brindado una oportunidad y que la autoría no puede ser suya por un peso de la responsabilidad que no está en condiciones de asumir al ser considerado un paria.
“Mank”, además de su alarde técnico con una fotografía en blanco y negro de Erik Messerschmidt que nos sumerge en el espíritu del cine de la RKO jugando con las mismas transiciones de fundido a negro y movimientos de cámara, casi como si estuviéramos ante un extenso making of salpicado del contexto social que marcó la producción de “Ciudadano Kane”, arroja un mensaje pertinente sobre el miedo al auge populista y el perder la posición en la zona de confort por parte de los poderosos, recurriendo a las tácticas más rastreras para ello como son esas “fake news”, noticiarios falsos que se viralizan y construyen la narrativa y la percepción social del momento aprovechándose de rostros y estrellas que pueden generar una influencia ante el espectador más ingenuo que se deje llevar más por la atracción del carisma que por la reflexión crítica. Una inmersión fascinante, tan cínica como nostálgica, en la que se muestra el triste patetismo de los abandonados a su suerte, condenados por la concentración de medios de comunicación y de un sistema de Estudios que actúan aprisionando las voces discordantes, y que aún intentan mantener su maltrecha dignidad y respeto, en un entorno tan evocador como corrupto y con la amargura que hay detrás del entretenimiento.
Una de esas películas en las que hay muchas capas y que permiten lecturas sobre las miserias de una condición humana y de un sistema de poder que es atemporal en sus defectos y mezquindades, algo que no impide que el ritmo no decaiga y que la cinta tampoco se pase de compleja o sesuda. Una excelente cinta que no sólo funciona como una disección del Hollywood clásico más adorado y embellecido por el paso del tiempo sino por cómo analiza con los ojos y la experiencia del presente una corrupción del poder, persistente en el tiempo, que tiende a aflorar cuando éste se concentra en unos pocos y se asienta en el sistema, siendo muchos los que terminan confluyendo en intereses perversos y dependencias que generan silencio y conformismo. Un Fincher crítico e impecable que, sin hacer su película más redonda, sí que deja claro su admirable sello, personalidad y rigurosidad de artesano en un fotograma cincelado al detalle y que por ello no se preocupa en llegar al público más allá del puramente cinéfilo, pecando a veces de onanista y más ensimismado en su oficio y en lo conceptual que en la emoción y el entretenimiento. Una historia sobre la que reflexionar con el fin de que las derrotas de unos supongan, al menos, el aprendizaje para los que estén por venir en el día de mañana.
Conviene saber: La película es una de las grandes bazas de la plataforma Netflix para la temporada de premios que desembocará en los Oscar 2021.
La crítica le da un OCHO