"Los que se quedan"

"Los que se quedan"

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El argumento: Paul Hunham, un profesor cascarrabias de un prestigioso colegio americano, se ve obligado a permanecer en el campus durante las vacaciones de Navidad para velar por un puñado de estudiantes que no tienen a dónde ir. Contra todo pronóstico, la convivencia le llevará a forjar un insólito vínculo con uno de ellos, un inteligente y problemático muchacho con sus propios traumas, y con la jefa de cocina de la escuela, que acaba de perder un hijo en Vietnam.

Conviene ver: "Los que se quedan" supone el 8º largometraje de Alexander Payne, uno de los realizadores imprescindibles del cine USA en los últimos 25 años que logra aquí su película más madura, reconfortante, tierna, emotiva y humanista abrazando el cine de la década de los 70 destilando la comedia amarga, terrenal y empática con tanta clase e inteligencia como patetismo y mordacidad. Hal Ashby, Ulu Grosbard, Mike Nichols o Frank Perry están presentes al igual que el cine de Frank Capra o el viaje emocional y de descubrimiento de los alumnos que seguían a su profesor, guía y capitán en “El club de los poetas muertos” (1989).

Una escuela preparatoria de Nueva Inglaterra, la Barton Academy, es el escenario en el que se desarrolla buena parte de la cinta que ya en la primera escena (con ese coro al que su director felicita por pronunciar correctamente la letra “t”) logra sumergirnos en una atmósfera navideña y de recogimiento con el frenesí de los preparativos por el fin del trimestre y la llegada de las vacaciones escolares que implican el regreso a casa para celebrar las fiestas en familia. Un centro que es un sinónimo de enseñanza de calidad pero también de elitismo lo que lleva a que para muchos padres pudientes el que sus hijos estén ahí es tanto una manera de perpetuar el privilegio de clase como de tenerlos aparcados y fuera de sus vidas, algo que que se evidencia cuando debido a las vacaciones escolares se tiene que producir el reencuentro trastocando la rutina de unos padres que acostumbran a saber de sus hijos sólo en periodo vacacional.

Paul Hunham, un impagable Paul Giamatti al que se nos presenta fumando en pipa y corrigiendo sarcásticamente exámenes mientras suena la música de Beethoven en su estancia de libros desordenados, es el profesor de Latín rígido, avinagrado y caustico que se quedará durante las dos semanas de vacaciones de Navidad como bastión del centro y del código de honor del mismo así como de vigilante y cuidador de los estudiantes que no regresan a casa. Un tipo que ha tirado la toalla ante el desinterés del alumnado en las guerras púnicas, la toma de Cartago, las teorías de Demócrito o los aforismos de Marco Aurelio apostando por un estilo de enseñanza caduco en el que es incapaz de transmitir esa pasión a sus estudiantes. Entre los cinco jóvenes está Angus Tully, un chico irascible y repetidor que verá como a última hora tiene que quedarse con el “ojopipa” (el apodo que recibe entre los alumnos ese amante de los latinajos, la disciplina marcial y las buenas costumbres) y con el resto de compañeros que, no obstante, encontrarán la vía para finalmente pasar la Navidad en otro lugar mucho más atractivo.

Mientras la nieve asola los alrededores de ese colegio de Nueva Inglaterra asistimos a la relación que se establece entre el profesor y el pupilo, de profundo odio y desprecio inicial que acaba derivando en descubrimiento, comprensión y complicidad. Dos personas muy distintas pero que, en el fondo, son más parecidos de lo que ellos creían al encerrar en ellos un dolor que tienen miedo a que emerja y les amilane lo que les hace adoptar una postura de autosuficiencia y cinismo frente a los demás con el fin de no ahondar en unas heridas que les acompañan durante su viaje existencial. Un sentimiento que también reside en el corazón de Mary Lamb (Da'Vine Joy Randolph), mujer negra encargada de cocina que pasa sus primeras Navidades sin su hijo fallecido en la Guerra de Vietnam y que pasa su luto entre la preparación de platos y concursos de televisión aceptando que el color de piel fue el que marcó el destino de su familia.

“Los que se quedan” adopta una estética pretendidamente añeja y vintage que más que sacarnos de la película lo que hace es meternos más en situación. Es realmente emocionante ver a tres personas que se resisten a querer a los demás y abrirse a ellos porque la pena que esconden es lo que para muchos les haría ser débiles en un entorno de competitividad y en el que el privilegio de clase hace que los sentimientos se desechen en pro del dinero y el estatus. Un viaje por el dolor de un país que envío a pobres y a negros a Vietnam mientras muchos, en una desoladora combinación de pijerío y tontuna, sólo estaban preocupados por acceder a la mejor universidad posible con el dinero de papá con el recorrido estudiantil como un peaje para ello pero sin ningún interés por el conocimiento, la cultura y valores como la dignidad y la inteligencia emocional.

Paul Giamatti ofrece una de las mejores interpretaciones de su carrera (quizá la más rotunda) como un tipo inteligente y tímido, tan patético y pragmático como estricto y soñador de un mundo que ya no existe, que es reflejo y testigo de una generación desesperanzada, que no encontró el amor y que lidia con un hecho del pasado que ha minado su reputación y su futuro haciéndole estar siempre alerta frente a los demás, especialmente aquellos que creen tener el dinero como condición “sine qua non” o el típico director de centro privado que prefiere mirar a otro lado para que el papá donante y benefactor no se enfade si su hijo hace una trastada o no llega al nivel necesario para poder aprobar el examen de turno. Un trabajo complejo, maduro, carismático y con soltura en el verbo tanto en las brillantes descalificaciones contra los demás como en las expresiones griegas y latinas que no duda en utilizar (aunque sea para desmitificar el mito de Papá Noel) conformando un hombre deslumbrante en lo académico y desesperante en lo metódico pero también acomplejado por su físico y su olor a pescado congénito que, encerrándose en sí mismo, ha potenciado más sus defectos que sus virtudes y se ha olvidado de vivir y de sentir la calidez humana además de haberse negado a ampliar sus horizontes más allá de ese colegio en el que, primero como estudiante y después como profesor, ha encontrado a la fuerza su hogar estando seguro a cobijo pero perdiéndose la excitante sensación de alzar las alas y volar.

En el otro lado un niño rico y malcriado pero desaprovechadamente inteligente (sorprendente Dominic Sessa en su primer trabajo en el cine manejando la rabia y la fragilidad que convive en su personaje hastiado de la vida y envuelto en traumas) que potencia ese comportamiento debido a la separación de sus padres, estando más preocupada su madre por pasar en Navidad una luna de miel con el que se ha convertido en su nuevo marido que en ver a su hijo en tan entrañables fiestas. Su deseo de ir a Boston para pasar las fiestas y cumplir una misión personal se contagiará a ese profesor y a esa cocinera que emprender juntos un viaje que más que anecdótico pasará a ser revelador y sanador comprendiendo todo lo que hay más allá de esas paredes; bien sea museos, librerías ambulantes, restaurantes, pistas de patinaje o cines (donde ven “Pequeño gran hombre” de Arthur Penn), así como el reencuentro con personas del pasado (un compañero de estudios petulante, una hermana embarazada o un padre ausente) que son un acicate para sanar heridas, pasar página y coger impulso.

El guión de David Hemingson, sobrio, inteligente y emotivo, es capaz de adoptar las dosis justas de drama, humor y sentimiento en una pieza tan melancólica como reparadora que va destinada a convertirse en un nuevo clásico para las fechas navideñas con una playlist que va desde villancicos de siempre a temas de Cat Stevens para ambientar la pequeña rebelión de los apartados de un sistema, aquellos que han sido víctimas de las fricciones de un país clasista, racista e imperialista en el que prima más el individualismo y la codicia que esos sentimientos puros que deberían mover el mundo y que se muestran en detalles pequeños como en el intento de adornar un árbol de navidad, una pequeña fiesta entre amigos o una tarta de cerezas jubileo pero siempre prevaleciendo la máxima de decir la verdad y mantener la cabeza alta porque es ahí donde estos marginados encuentran su fuerza frente a un sistema que se pudre moralmente y que les odia dando golpes frente al muro de contención de su pena encontrando sólo entre ellos un refugio en el que una mirada que pide ayuda, una sonrisa reconfortante en forma de guiño o una mano tendida de manera desinteresada son algunos de los pequeños detalles que enriquecen el fuste emocional de una historia clásica, sencilla y arrebatadora.

Alexander Payne sigue teniendo la habilidad, dominando el tiempo y cuidando los diálogos, de contar historias íntimas de profundo calado, viajes tanto físicos como emocionales de segundas oportunidades y de redención, historias de autodescubrimiento en el que todos (a pesar lo que el mundo haya pretendido hacer creer) tienen derecho a ser feliz y a creer en la igualdad, la cultura del esfuerzo y el respeto independientemente de la condición y la clase. Todo ello en una de esas historias anecdóticas y rutinarias que, en cambio, trascienden convirtiéndose en toda una lección vital. Unas Navidades de 1970 inolvidables en las que el espectador terminará implicado y abrazado a esa pequeña familia de afinidad que no de sangre (y sus aventuras que quedan “entre nous” fomentando todavía más ese ese arraigo con los espectadores) que tiende puentes de cariño y comprensión dejando atrás sus diferencias en un conjunto en el que el granulado estético (desde los títulos de crédito) rememora el cine de una época y una manera de contar historias que entretiene, emociona y conmueve a pesar de que el resto de personajes de la película se resuelven a grandes trazos y la consabida fórmula por la que nos lleva de manera evidente pero casi sin darnos cuenta y sin ser reacios en ello. Cine sereno, sencillo y delicado que frente al frío exterior y la amargura vital logra calentar el alma ante esta historia de reivindicación de los que fuero derrotados por una vida que no les ha dado lo que merecían.

“Los que se quedan” es un drama que no carga tintas así como una comedia que no cae en lo ligero y conforma una orfebrería humanista que habla con suma delicadeza y elegancia de la diferencia de clases y de esos valores tan puros como imperecederos (aunque parezcan en desuso) y que nos ayudan a mantenernos a flote ante el rechazo, el odio, la crispación o el duelo. Entrañable, ligera y sin efectismos, sabiendo coger el punto de lo que tiene que ser en cada momento gracias a la perfecta comunión de dirección, guión y trabajo actoral, la cinta emociona sin necesidad de meter el ojo en el lagrimal, de manera sutil y enriqueciéndose en las conversaciones, confidencias y revelaciones de una historia de personajes que suenan a auténticos precisamente por sus imperfecciones y que, sobre todo, temen mostrar sus sentimientos por si ello les convierte en seres débiles o inferiores hasta que terminen comprendiendo que es necesario liberarse y saber mirar al ojo correcto para encontrar ese nexo de confianza, fe y esperanza que nos ayude a conocer el pasado para entender el presente y poder afrontar juntos el futuro: "No hay nada nuevo en la experiencia humana. Cada generación cree que inventa el libertinaje, el sufrimiento o la rebelión (…) Si uno quiere entenderse en el presente, debe empezar por el pasado".

Sin efectismos ni moralinas, con la cadencia propia de unas cadenas condicionadas por su clase, raza, condición o tópico que les lleva a no expresar lo que de verdad sienten pero no pueden, lo cual no es otra cosa que pedir ayuda y algo de comprensión más que condescendencia o lástima buscando establecer vínculos sinceros, se asiste a un retrato sobre la soledad resignada que se esconde y justifica en la persecución de unas metas espirituales frente a las veleidades físicas y carnales pero que, en realidad, sólo necesita atisbos de compañía, confianza y complicidad para hacer salir todo lo bueno que una persona es capaz de ser y de dar a los demás.

Conviene saber: 3 nominaciones en los Globos de Oro 2024 y 8 nominaciones en los Critics’Choice 2024.

La crítica le da un NUEVE

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