“Los pequeños amores”

“Los pequeños amores”

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El argumento: Teresa cambia de planes de vacaciones para ayudar a su madre que ha sufrido un pequeño accidente. Madre e hija pasarán juntas un verano de lo más sofocante, en el que no conseguirán ponerse de acuerdo ni en las cosas más triviales. Sin embargo, la obligada convivencia removerá más de lo esperado y en las noches estivales Teresa vivirá momentos reveladores junto a su madre. 

Conviene ver: “Los pequeños amores” supone la segunda película de Celia Rico que nos sorprendió gratamente con “Viaje al cuarto de una madre” (2018) sobre la precariedad laboral juvenil narrada desde el punto de vista de una mujer que ve que su hija tiene que irse a trabajar fuera de España. Si aquella era más invernal y jugaba más con el espacio cerrado de la casa, en “Los pequeños amores” la directora sevillana se abre al exterior y a la luz y explora la complejidad de las relaciones maternofiliales a través de la historia de una hija independiente de 42 años, profesora y con vaivenes amorosos y existenciales que sigue añorando al padre perdido como atestiguan las grabaciones que sigue viendo en el móvil a escondidas, que regresa temporalmente a su casa familiar a raíz de un percance que ha dejado a su madre impedida, y se enfrenta a la inversión de roles con la enfermedad de una madre, autoritaria y controladora. Es una cinta que retrata el choque generacional, el sentimiento de culpa de una hija por no estar siempre presente, los reproches y las tensiones pasadas, los sentimientos encontrados hacia una madre y la importancia y cultura de los cuidados a nuestros seres queridos pero sin descuidar la propia salud mental y física de uno y, en definitiva, la necesidad de tener una vida propia que lleva a dejar expectativas sin cumplir en el que da miedo tanto esperar algo como no esperar nada. Todo en el escenario de una casa de verano bucólica y apartada que sirve como catalizador de ese momento de la vida de madre e hija pero también de la evocación de unas vacaciones luminosas y llenas de nostalgia que marcaron la infancia y la juventud pero en el que se impusieron unos roles que ahora la hija desmonta ante el diferente momento vital de un presente en en el que las reglas y la forma de verse el uno al otro ha cambiado.

Celia Rico, basándose en sus propias vivencias, logra alcanzar un tono íntimo a través de los detalles, gestos cotidianos, charlas, silencios y recreación de espacios a través de los cuerpos y de ese momento en el que una hija empieza a ser cuidadora también de una madre que todavía no está en esa fase pero se acerca a la vejez en un momento de inflexión, superados los 40 años, en el que ya se mira atrás y se hace balance tanto con frustración como con incertidumbres de una vida en la que hay anhelos enquistados, desilusiones acumuladas y cicatrices del pasado pero también heridas del presente. Ofrece momentos reveladores de verdadera intimidad, destacando las sobresalientes interpretaciones de María Vázquez y Adriana Ozores, ambas basadas en la naturalidad y la cercanía fomentando la identificación del espectador, en la que además se muestra el paso del tiempo a través de los cuerpos frente al espejo y también transcurren escenas cotidianas como hacer un gazpacho (sin que la madre se dé cuenta de que ya está preparado previamente) o tener que llamar a un albañil para hacer obras confrontándose el pragmatismo de la hija y la desconfianza de una madre que siempre piensan que le están tomando el pelo. Unos días de convivencia en el que demostrarán que, a pesar de su fachada de suficiencia, se siguen necesitando ya que si la madre se enfrenta a la soledad la otra sigue en su particular huida hacia ninguna parte siendo capaz de irse a un pueblecito de Massachussets. Entre ellas y un joven albañil chapuzas (que quiere ser actor y practica para ello) se establece un pequeño ecosistema reparador en el que se pone la vida en punto muerto huyendo de la vida vertiginosa y la alienante rutina para respirar, reflexionar y poder seguir el camino. Supone un retrato íntimo y emocionante del amor maternofilial, narrado con delicadeza y humanidad, y que mece al espectador como una brisa reparadora, sin prescindir en ningún momento del humor, explorando el amor como una mezcla de ternura y angustia pero también mostrando una incomunicación que erosiona y que impide ponerse en la piel de la otra hasta que la vida nos pone en una situación límite en la que sólo queda despojarse de la coraza para no ahogarse. 

Conviene saber: A competición en el Festival de Málaga 2024.

La crítica le da un SIETE

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