"Los hijos de otros"
La web oficial.
El argumento: Rachel tiene 40 años, no tiene hijos. Ella ama su vida: sus estudiantes de secundaria, sus amigos, sus ex, sus lecciones de guitarra. Al enamorarse de Ali, se encariña con Leila, su hija de 4 años. Ella la arropa y la ama como si fuera suya. Pero amar a los hijos de otras personas es un riesgo que vale la pena correr...
Conviene ver: La directora francesa Rebecca Zlotowski presenta “Los hijos de otros” en el que ya es su quinto trabajo tras "Belle épine" (2010), "Grand Central" (2013), "Planerarium" (2016) y "Una chica fácil" (2019). La película está protagonizada por la cada vez más en alza Virginie Efira que da vida a una mujer de 40 años, profesora de secundaria, que inicia una relación con un hombre (Roschdy Zem) que tiene una hija de 4 años con la que se encariña como si fuera propia, aunque es consciente de que eso puede tener su fin. Zlotowski habla de la maternidad desde el punto de vista de una mujer que no ha tenido hijos y que no se siente acomplejada por ello, irradiando luz y seguridad, en una propuesta que destaca porque está hecha desde la sinceridad, no cae en el postureo ni en el discurso fácil para hablar de las mujeres, y cuenta con una Virginie Efira haciendo, posiblemente, el mejor trabajo de su carrera en el papel de una mujer independiente pero que también necesita amar y disfrutar de su propia maternidad aunque no ésta no sea de manera oficial. Un proyecto encarado por la directora desde una faceta muy personal, no sólo porque ella también ha vivido esa misma experiencia sino por el hecho de contar con su propio padre dando vida al de la protagonista o incluso permitirse contar con el reputado documentalista Frederick Wiseman como ginecólogo. Una panoplia de personajes que suenan reales y nada arquetípicos como el caso de la ex mujer del hombre del que la protagonista se ha enamorado, una estupenda Chiara Mastroianni que destila humanidad y comprensión frente a la habitual pelea de gatas con la que se suele dibujar estas relaciones. Un ejemplo de sororidad ("Es él quien me ha hecho daño, no tú") que se destila también en momentos que se antojan sinceros como los encuentros de las distintas madres (una de ellas enferma de cáncer) a la salida del judo para recoger a las niñas o las conversaciones y debates académicos en el ámbito profesional de una protagonista que no para quieta intentando equilibrar todos los elementos que surgen en su vida siendo subrayados por elegante riqueza de la banda sonora de Rob Shostakovich.
Una cinta que desmonta los roles preestablecidos entre hombres y mujeres y se aleja de clichés en una sociedad contemporánea con muchos tipos de familia en el que también toma la voz la figura de esa madrastra habitualmente vejada en la cultura popular dando mucho más matices a una mujer que no es ni la mejor ni la peor pero que se mueve entre su sentido de independencia y la presión social del reloj biológico. Aquí es una profesora de mediana edad que vive una relación auténtica en la que hay afecto, deseo y también complicidad con su nueva pareja además de sentimientos que indagan en lo que es ser madre para una mujer (aunque no sea de manera biológica) que crea un triángulo familiar que es elegido y que logra ser orgánico así como el rodaje unas escenas que resuenan por su verosimilitud, bien sea en el baño o en el dormitorio que, sin ser polémicas o gratuitas, hablan de la conexión de unos cuerpos y de la evolución de los mismos en la relación de pareja en la que poco a poco se va ganando dependencia y más intuición conforme se se genera más confianza. Un salto para amar libremente pero con las cortapisas de las responsabilidades del otro que se traducen en los distintos ritmos que uno y otro puede imprimir a la relación difícil de conciliar con las mochilas cargadas y dinámicas creadas así como el hecho de compartir el tiempo tanto con madres o abuelos biológicos cuando surgen momentos señalados como un cumpleaños o unas vacaciones. Una cinta que basa su fuerza en el retrato de una mujer que quiere amar y ser madre pero no a cualquier precio y que genera una enorme empatía a la hora de entablar una complicidad con esa niña, la tierna y protectora relación que mantiene con su padre y su hermana, o intentando poner en el buen camino a un alumno descarriado al que todo el mundo da por perdido. Un trabajo sensible y profundo y en el que la cámara muestra el detalle exacto capaz de emocionar por una naturalidad que abruma. Una cinta luminosa que se eleva por su intimismo y que es capaz de combinar una ligereza clásica con una sutil profundidad a la hora de mostrar una realidad que en el cine se ha solido parodiar o dramatizar de manera forzada y que aquí respira autenticidad.
Conviene saber: A competición en el Festival de Venecia 2022.
La crítica le da un SIETE