"Los destellos"

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El argumento: La vida de Isabel da un inesperado giro el día en que su hija Madalen le pide que visite regularmente a Ramón, que se encuentra enfermo. Tras quince años alejada de su ex marido, un hombre al que ve como a un desconocido pese a que fueron familia durante años, en Isabel comienzan a reavivarse resentimientos que creía superados. Sin embargo, al acompañar a Ramón en su momento más vulnerable, Isabel conseguirá ver con otros ojos el fracaso que vivieron para centrarse en el presente de su propia vida.

Conviene ver: “Los destellos” habla de la muerte digna pero sobre todo de la comprensión, el acompañamiento y el apoyo dejando atrás sinsabores en un ejercicio de generosidad que dignifica y conmueve. Pilar Palomero sigue creciendo como realizadora y con su tercera película, mucho más medida y calculada que sus anteriores trabajos más espontáneos y en cierta manera primerizos, se asienta como una de las voces más importantes del cine español en los últimos años. Una película honesta e íntima llena de belleza cuando una mujer, ante la petición de su hija, se hace cargo de los cuidados del padre de ésta, su ex marido, un hombre que se encuentra en sus últimos días. Un reencuentro en el que no hay reproches sino el hecho de ayudar a los demás, no para recibir un aplauso fácil, sino por convencimiento y satisfacción personal porque hay momentos en los que uno tiene que demostrar quién es sin tener que esperar nada a cambio. Patricia López Arnaiz encarna con su sencillez y naturalidad habitual (al igual que enorme brillantez en la amplia gama de sentimientos que puede reflejar su rostro) un cúmulo de sensaciones contenidas y dudas en el papel de esa mujer que, a pesar de haber dado un nuevo rumbo a su vida, es capaz de regresar sobre sus pasos y volver al hombre que lo fue todo para ella y al que no ve desde hace 15 años en el momento que él más la necesita simplemente porque siente que es lo que tiene que hacer en una mezcla de sacrificio para que su hija no deje aparcados los estudios siempre que el padre tenga una recaída respiratoria y gratitud por los buenos momentos vividos, compartir una hija en común y convencimiento a la hora de hacer la vida un poco mejor a los demás. Todo ello sin olvidar la empatía generosa que desprende Julián López, la frescura desbordante de Marina Guerola y, sobre todo, un Antonio de la Torre que entre las sombras y luces que hace que su presencia corpórea vaya desarrollándose de manera gradual sorprende por su sutilidad, sobriedad y cambio físico y que, sin efectismos y con suma brillantez, tanto en su mirar, andar y respirar, ofrece uno de sus personajes más sentidos, complejos y humanos a la hora de asumir lo que está por venir como se verbaliza en una secuencia contundente, no reñida con la dureza y la naturalidad de gran hondura que desprende, con la que se aborda el momento de la escena de los médicos de paliativos (interpretados por ellos mismos haciendo que surja el hiperrealismo propio de la directora) que hace a todos conscientes de la situación con el fin no de morir bien sino vivir de la mejor manera el tiempo que queda.

Es por ello que la cinta, adaptación de la novela “Un corazón demasiado grande” de Eider Rodríguez, es más luminosa que oscura, a pesar de la sombra de la muerte inevitable, ya que en el enclave costero del Mediterráneo catalán (está rodada en de Horta de Sant Joan, en Tarragona, el pueblo de los abuelos de la directora en el que ella pasaba los veranos conectando con sus propias experiencias, sensaciones y pérdidas) vemos a unos personajes con sus aristas y contradicciones pero que son en el fondo y en la práctica buena gente por sus actos y sin plantearse nada más ya que les nace el hacer lo que toca quedándose con esos destellos que forman parte de los grandes momentos de una vida y que supuran unas heridas que permanecen pero de las que no se saca nada regodeándose en ellas. Una cinta de detalles y silencios, entre casas que rehabilita la protagonista, objetos con un valor simbólico que en su día cumplieron su cometido y ahora son reflejo de otro tiempo, o paisajes evocadores, que mece como una caricia más todavía en tiempos oscuros en los que la solidaridad cotiza a la baja frente a un mundo individualista que se jacta de estar hiperconectado pero que no va más allá de mensajes en grupos de WhatsApp o stories en Instagram. Un postureo hedonista aupado por la tecnología que ha dejado de lado algo tan analógico como necesario tal y como es una conversación cara a cara o un sentido abrazo. Una cinta que desprende ganas de saborear la vida al máximo, acompañado de los que quieres, cuidando y protegiendo, dejando atrás los malos rollos y contribuyendo a hacer más fácil la vida de los demás y especialmente la de aquellos que fueron o son tan importantes para nosotros. El duelo como una etapa de la vida a la que hay que enfrentarse no con miedo, con la muerte como algo implícito que hace que por ello la vida tenga sentido alejándose de transcendencias, pero sí sabiendo que es el momento que nos juzgará frente a nosotros y frente a los demás en un ejercicio evocador lleno de sensibilidad en el que la directora lleva a cabo un ejercicio de lucidez y madurez hablando de algo tan tenue e íntimo como universal e identificable adentrándose en muchos dolores enterrados por el hecho de no haber estado allí en el momento que más hacía falta o haber dicho más veces te quiero. Un alegato del acompañamiento silencioso pero reconfortante sin enjuiciamientos morales ni efectismos lacrimógenos que, quizá, pueda parecer demasiado amable y poco conflictiva para los más cínicos pero que encuentra su mayor virtud precisamente en apostar por la bondad y la generosidad en tiempos difíciles no como algo ilusorio o ingenuo sino enriquecedor y necesario. “Los destellos” parte con su elegancia sensorial del ocaso de la existencia para que la vida pueda coger impulso para ser enriquecedora tanto para los que se preparan para irse como para los que seguirán en el camino. Una lección de vida, una lección de ser mejor persona en un viaje iniciático, optimista y redentor a través de esos pequeños grandes gestos que son los que hacen que todavía se pueda confiar en la condición humana.

Conviene saber: Mejor interpretación protagonista en el Festival de San Sebastián 2024.

La crítica le da un OCHO

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