"La sustancia"
La web oficial.
El argumento: “Tú, pero mejor en todos los sentidos”. Esa es la promesa, un producto revolucionario basado en la división celular, que crea un alter ego más joven, más bello, más perfecto.
Conviene ver: "La sustancia" es uno de los títulos que marcan una temporada aspirando a ser película de culto en este salto sin red en forma de feroz y ácida crítica sobre una sociedad marcada por la dictadura de la imagen y hasta dónde sus víctimas (en el fondo todos) son capaces de llegar para alimentar su ego y una fachada de apariencia de juventud, frescura y belleza. Es lo que le ocurre a una famosa estrella de la televisión, Elisabeth Sparkle, que da clases de aerobic en directo pero a la que despiden porque los ejecutivos de la cadena consideran que ya ha dejado de ser atractiva y mantenerla sería por caridad pero no por patrones de audiencias y “ratings”. Ello le llevará a tomar la decisión de encargar una sustancia de efectos imprevisibles y oscurantista origen que promete sacar un alter ego perfecto basado en los cánones de la juventud y la belleza teniendo para ello no sólo que respetar un protocolo que enumera la enigmática empresa que le envía el paquete sino, sobre todo, tener que respetar los tempos de siete días entre una versión y otra de sí mismo porque, aunque ello pueda caer en el olvido, en realidad ambas versiones forman un todo. Algo que será difícil de respetar cuando te vuelves a sentir aceptado y ensalzado y que es el gancho de una cinta que muestra una adicción más que a sentirse bien con uno mismo a sentirse querido y deseado. Una cinta que reta, sorprende y remueve estimulando al espectador siendo una rareza con personalidad a reivindicar en un mundo de propuestas aborregadas y algorítmicas.
La sombra de algunos de los títulos más emblemáticos de Stanley Kubrick, David Lynch, David Cronenberg, Brian De Palma, Paul Verhoeven, Nicolas Winding Refn o Julia Ducournau (así como de un clásico como “Eva al desnudo” dando la mano a la simbología de "El retrato de Dorian Gray") está presente en una cinta que es capaz, a pesar de todo, de imprimir su propio sello en la que el mito de Fausto conecta con un mensaje feminista y posmoderno y que, sin renunciar al humor, ofrece un recital gore de violencia, sangre y vísceras de macabra creatividad en una propuesta que revuelve el estómago (ante su desquiciado delirio final) tras apostar en su inicio por un punto de “noir” y de humor negro que se plasman en arrebatos ingeniosos que van desde las referencias estéticas de “El resplandor” (Kubrick inunda visualmente la cinta) o las morales de “El crepúsculo de los dioses”, la deriva hacia ninguna parte de la protagonista buscando venganza y reafirmación aunque eso sea llevándola a la perdición, y cerrando el círculo de manera magistral con esa estrella de la fama en el paseo de Hollywood que en su inicio es pisoteada, manchada y vejada (pero de la que la protagonista no podrá dejar de querer quedar amparada por ella) en clara analogía al capricho de los directivos libidinosos, los estímulos rápidos que pide la sociedad de hoy en día y los volátiles focos que son capaces de realzar tu mejor lado pero también condenarte al olvido pasando del deseo al desprecio a ojos de lo impuesto por el hombre, aquí representado por un caricaturesco Dennis Quaid que no debe de ser casualidad que se llame Harvey.
Un festival gore de terror corporal con crítica social y punzadas grotescas en un delirio explícito que sólo pretende divertirse y favorecer la experiencia audiovisual en pantalla grande a la hora de hablar sobre el abismo al que nos lleva una sociedad que te dice que no encajas en el rol que se desea y la lucha por la autoestima personal que gana enteros a la entrega de dos actrices como Demi Moore (en un “comeback” que es todo un puñetazo en la mesa tras ser una de las estrellas de la década de los 90 bastándole la escena en la que se maquilla y desmaquilla en el espejo para encerrar con una visceralidad, insatisfacción y rabia llena de autenticidad todo lo que denuncia la cinta y ofrecer uno de sus trabajos con mayor hondura emocional) y Margaret Qualley (como una Sue que no está dispuesta a desaprovechar su oportunidad) que lo dan todo en un show desenfrenado dejándose llevar por la poderosa libertad creativa de su directora y guionista sacando partido a la fisicidad de unas interpretaciones en las que el miedo, la inseguridad y la vulnerabilidad es el caldo de cultivo que sustenta la razón de ser de la historia; la búsqueda desesperada de validación externa por parte de la generación de mujeres enganchadas a productos de belleza, tratamientos intensos e intervenciones quirúrgicas no sólo con el fin de recuperar un tiempo perdido sino de reafirmarse de una manera vacía anclada en la imagen que uno da a los demás sólo por el físico efímero y condicionante que entre por el ojo del otro y que colme o no sus expectativas. Todo en un montaje intenso en el que el sonido y los colores (con predominio del rojo y el azul) acuñan una estética que es también una declaración de intenciones para un ejercicio tan ingenioso y divertido como terrorífico y desolador.
Un clarividente, mordaz y escalofriante reflejo de una sociedad enferma y frágil por su condicionamiento a los otros que nace como respuesta del hartazgo de esas mujeres invisibilizadas en una época en la que las frustraciones y las quebraduras de la salud mental saltan a la palestra por el hecho de crear una imagen aspiracional para cada edad, siempre con su cuerpo como carta de presentación y elemento a cuestionar bien por exceso o por defecto, que sólo lleva a la frustración y al rechazo por aquellos que, aunque sólo sea por un tiempo, encajan en el modelo que te hace estar en el candelero no por tus méritos o tu personalidad sino por el hecho de ser capaz o no de calentar al personal desde un punto de vista primario y sexual en un ejercicio de violencia implícito, en este caso, tanto hacia la mente como hacia el cuerpo de una mujer que sufre sus estragos por ello desde la demoledora imagen de ese diáfano e impersonal baño lacado testigo de esa transposición entre lo que uno pretende volver a ser y lo que es de lo que no podrá escapar de ello por mucha dieta milagro o fórmula reparadora ya que lo que subyace por siempre es el hecho de no haber encontrado la felicidad desde el interior de uno mismo siendo capaz de todo hasta un duelo definitivo sobre la moqueta de un piso con cristaleras desde el que las vallas de una publicidad se regocija por lo que ha sido capaz de envilecer el alma humana dispuesta a destruirse a sí misma para que la otra versión no sea la que se alce vencedora.
Es lo que propone una Coralie Fargeat que si en “Revenge” (2017), su ópera prima, mostraba la sangrienta y violenta venganza de una mujer emergida de una aparente muerte frente a un violador que consideraba tener derecho a ello por la imagen hipersexualizada de la víctima, ahora va más allá en un ejercicio arriesgado en el que cada plano está pensado y que se desarrolla entre sangre, vísceras y huesos apuntando a una sociedad desagradecida y deshumanizada anclada en el hedonismo y el esteticismo más mezquino y perturbador que te encumbra primero, después te obliga a mantener una imagen al precio que sea para después, bien por el paso ineludible de la edad o bien por el exceso de bótox y operaciones, navegando entre depresiones y trastornos alimentarios, ridiculizarte y tirarte al sumidero. Un puñetazo al vampirismo de Hollywood en forma de demencial venganza en la que, aunque apenas queden fuerzas, se está dispuesto a arruinar una Nochevieja televisiva sólo con el fin de hacer consciente frente a las cámaras de los televidentes de que el monstruo que vemos en el espejo somos nosotros mismos (aunque no queramos mirarlo) por haber sido capaces de construir, sin miramientos ni escrúpulos, una sociedad tan mezquina, enjuiciadora y deshumanizada que, si bien por un lado habla de la prevención del suicidio y la lucha contra el acoso, por otro lado tira de memes y réplicas de gente ociosa en redes sociales para sentirse por encima de los demás llevando a la condena a las víctimas de una obsesión por el cuerpo avivada no por ellas mismas sino por el prisma del canon de éxito representada en la banalidad de valorar por medidas perfectas, sonrisas perennes y juventud despreocupada.
Conviene saber: Mejor guión en el Festival de Cannes 2024, en la sección Midnight Madness del Festival de Toronto 2024, en la sección Perlas del Festival de San Sebastián 2024 y en el Festival de Sitges 2024.
La crítica le da un SIETE