"La habitación de al lado"

"La habitación de al lado"

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El argumento: Ingrid y Martha fueron muy amigas en su juventud. Ambas trabajaban en la misma revista, pero Ingrid acabó convertida en novelista de autoficción y Martha en reportera de guerra. Las circunstancias de la vida las separaron y, después de muchos años sin tener contacto, vuelven a encontrarse en una situación extrema, pero extrañamente dulce.

Conviene ver: "La habitación de al lado" no es una película más en la carrera de Pedro Almodóvar. No es sólo su primer largometraje en inglés, su 23º largometraje o la película por la que al fin ha sido reconocido en un gran certamen internacional, sino que es la depuración del estilo de un Almodóvar maduro y profundo a la hora de hablar de temas como la soledad, el dolor, la enfermedad o la muerte. Una historia de amistad sin concesiones en el momento más importante, aquel en el que la llama de la vida se va apagando definitivamente y en un mundo de prisas es la compañía, una palabra de consuelo o tender la mano lo que realmente cuenta. Almodóvar aborda el tema de la muerte, especialmente el derecho a una muerte digna, de manera cercana y respetuosa, sin regodearse en la tragedia. Consciente de que se encuentra en el tramo final de su vida, Almodóvar ya no siente la necesidad de demostrar que es el más transgresor, limitándose a contemplar lo que tiene a su alrededor de manera sobria, intimista y esteticista dándole una patina de intelectualidad de autor al conjunto en el que su tono de melodrama más que impostado lleva a que todo esté tan calculado y medido, en un estimulante conjunto de subyugante fotografía (Eduard Grau), simbólico diseño de producción (Inbal Weinberg) y elegante y modélica música (Alberto Iglesias), que ello lleva a que, por momentos, la película deje de sentir pasándose de sobreexplicada (forzando un discurso en forma de alegato tan presente como forzado) a pesar del estupendo trabajo de Tilda Swinton (determinada, resiliente y compleja) y Julianne Moore (cálida, empática y afectiva) que no puede evitar arraigar cierta frialdad y superficialidad respecto algunos de los temas que aborda sobre un conjunto que, por otra parte, no cae en lágrimas fáciles y efectistas a la hora de plasmar la sobrecogedora historia de dos amigas que encaran un mundo que agoniza en un viaje existencial hacia los temas que de verdad importan. Dos mujeres que terminan fundiéndose en una sola, llegando a apreciar más la vida (la luz en la ventana, el canto de los pájaros, el olor del café, un beso en la mejilla, etc...) sobredimensionando los pequeños grandes placeres de la misma gracias al hecho de conocer y tomar conciencia de la llegada de la muerte.

Ingrid y Martha son dos mujeres maduras, inteligente y concienciadas que han vivido de manera autónoma y libre pero que, enarbolando la amistad femenina más auténtica frente a cualquier impulso amoroso o rivalidad malsana, tienen que demostrar en ese momento, el de afrontar la muerte de una de ellas sin dolor, quiénes son y el cariño y el respeto que se guardan por mucho que hayan pasado los años y los caminos les hayan separado. Algo que lleva a que esa escritora de éxito, en cuanto se entera de la situación, no esté dispuesta a dejar sola a su amiga cuando más lo necesita. Un elogio de los cuidados, los afectos y la amabilidad con el otro, sobre todo cuando ha significado algo para nosotros frente a un tiempo de individualismo en el que cada uno se encierra en sí mismo y el tiempo y la distancia hace mella en las relaciones. En una sofisticada casa en la montaña, como burbuja tan idílica como ajena al mundanal ruido, y con el simbolismo de una puerta como anuncio de lo inevitable pero a su vez asumido, encontramos a un Almodóvar algo impostado pero que no pierde la esperanza frente a un mundo de guerras, populismos y cambio climático, confiando en la fuerza de las personas y en honrar la vida a través de la dignidad de la muerte en un ejercicio de resiliencia y honestidad a la hora de encarar la vida de uno y el destino que uno marca para sí.

Pedro Almodóvar abraza el cine de Douglas Sirk, "Persona" de Ingmar Bergman o "Dublineses" de John Huston en una medida y crepuscular cinta en el que el desbordamiento y el frenesí de antaño ha derivado en un espíritu poético y en una gran contención emocional que destaca por su magisterio técnico en una propuesta visual fascinante y llena de detalles con gran carga poética (esa lluvia rosada que se observa desde el ventanal es sólo una muestra de que se den cita algunas de las mejores imágenes de toda su filmografía) que aporta luz frente a la oscuridad a partir de la relación de dos amigas y la complicidad, sacrificio y generosidad de un punto de inflexión en sus vidas alejadas de egos, caprichos o veleidades. Sólo basta el consuelo de la compañía, el estar ahí aunque sea sin hablar. Un estudio sobre el poder sanador de la palabra reparadora, la mirada amorosa y los pequeños gestos a través de un estilo depurado que no huele a canto del cisne sino en la forma de ver la vida de alguien con un gran universo creativo a sus espaldas que ya se puede permitir mirar la vida con el retrovisor con objetividad, conocimiento de causa y lucidez apostando más recientemente por la austeridad y la concreción a la hora de que sus historias (y lo que encierran desde el punto de vista sentimental) fluyan por sí mismas.

Mucho que decir todavía para un Almodóvar que ha logrado crear un sello universal porque lo que cuenta y cómo lo cuenta trasciende cualquier idioma pero siendo, a su vez, un universo enormemente reconocible y reparador habiéndose erigiendo como referencia para muchos directores que han venido después. Y es que, aunque no necesita para lo que es la historia de dos “flashbacks” que pretenden dimensionar aspectos de la juventud y trabajo del personaje de Tilda Swinton, sí que es capaz de encontrar en ellos el borrador de historias sobre salud mental o furtivos amores en tiempos revueltos de unos carmelitas que bien podrían ser el germen de otros estupendos títulos de un director que se encuentra en un momento de asentamiento, reconocimiento y febril actividad encarando el ocaso de una carrera que no mira con desdén o cinismo sino con valentía y personalidad apostando por un cine estiloso, comprometido y que trata temas importantes que nos atañen a todos dejando atrás el frenesí en forma de torbellino de sus trabajos de la década de los 80 y 90 permitiéndose llevar a cabo un ejercicio notable que, quizá no fluye ni arrebata como debiera, pero da esperanza a unos seres humanos que son capaces le llegar a la calma y la paz de poder entender lo que es la muerte pero alejándola de la rémora condicionante de la soledad para este canto de solidaridad en tiempos de odio.

Conviene saber: León de Oro a la mejor película en el Festival de Venecia 2024 y también proyectada en Toronto, San Sebastián y Nueva York.

La crítica le da un SIETE

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