"El viejo roble"
La web oficial.
El argumento: El futuro del último pub que queda, The Old Oak, en un pueblo del noreste de Inglaterra, donde la gente está abandonando la tierra a medida que se cierran las minas. Las casas son baratas y están disponibles, por lo que es un lugar ideal para los refugiados sirios.
Conviene ver: “El viejo roble” podría ser la despedida del cine de Ken Loach con una cinta en la que, a pesar de que ya no tiene nada que demostrar, se reafirma como la lúcida conciencia social que retrata como nadie el mundo obrero tan desamparado pero vertebrado a través de brochazos de solidaridad y de cercana empatía. El punto neurálgico para ello es en esta ocasión todo lo que rodea a un pub y a su dueño en un pueblo del noreste de Inglaterra en 2016, lugar que la gente está abandonando conforme se cierran las minas quedando las casas baratas para que puedan ser asumidas por los refugiados sirios que se asientan en la zona, lo que provocará el recelo de más de uno que no esconde su racismo y su intransigencia por ver a los que consideran indiferentes intentar también labrarse un futuro en un entorno en el que cada vez existen menos oportunidades y, precisamente por ello, se compiten más por ellas.
“El viejo roble” es una de esas cintas que no esconde su mensaje integrador y que tienen alma basándose en una sencillez que desarma. La llegada de un autobús de refugiados sirios hace sembrar el desconcierto ante lo desconocido por parte de unos lugareños que miran con rechazo la llegada de estos extranjeros a esta comunidad minera que desde el cierre de las mismas ya no tiene un modo de vida sólo quedando la opción de irse o de quedarse resignado nadando en la amargura ante la falta de inversiones en unos barrios que han quedado abandonados desde que los años de Margaret Thatcher y el auge del neocapitalismo les hirieran de muerte.
Frente a todo ello un entrañable TJ Ballantyne, dueño del destartalado pub de la zona que es el único que tiende la mano a los recién llegados y que quizá comprende (porque él también es un animal herido que ha potenciado su generosidad por ello en vez de lanzar su bilis a los demás) que son personas necesitadas y que necesitan ayuda entrando en contacto con una joven llamada Yara que tiene interés en convertirse en fotógrafa y estableciendo entre ambos una alianza que puede tender puentes y romper prejuicios entre ambas comunidades a través de un comedor social.
“El viejo roble” apuesta por la honestidad de seguir la conciencia de uno, especialmente cuando al protagonista le hacen formar parte de una encrucijada entre los deseos de su clientela fiel (que no quiere ni siquiera compartir bar con los sirios deseando que vuelvan por dónde vinieron tirando sobre ellos su frustración por haberlo perdido todo) y lo que uno siente que es lo correcto. Ken Loach ni innova ni sorprende pero lo que cuenta lo hace muy bien sabiendo llevar la historia por unos cauces honestos que no necesitan de ninguna carga ideológica y moralizante para interpelar al espectador sobre lo que está dispuesto a hacer por los demás desde su lugar en el mundo con un Ken Loach que muestra que nadamos más en el conformismo que en la rabia.
Un canto de unión efectivo pero también un llamamiento poco matizado en el que Loach lo que busca es, a través de esa iniciativa del comedor social que se acoge en el pub, hacernos abrir los ojos sobre que es la propia clase obrera la que tiene que ayudarse entre sí (independientemente de su origen) porque en su fragmentación está su fracaso y la incapacidad de poder salir a flote en vez de unirse ante el mismo problema ya que si bien los que llegan han tenido que huir de sus países en busca de un futuro mejor los que son de ahí no pueden llegar a fin de mes. Y es que el problema no es la precariedad sino aquellos que, pudiendo ayudar, prefieren mirar a otro lado por un interés propio bien sustentado en no ver perjudicado su estatus o por el mero convencimiento de que los de fuera no merecen las mismas oportunidades que los de dentro.
“El viejo roble” se mueve en el nivel medio de las propuestas de Loach, sin ser de las especialmente brillantes sí que logra mantener en alto el compromiso y la necesidad de mantener el espíritu de lucha. Es un trabajo previsible y tirando a melodramático, didáctico y maniqueo en el guión (ojo a todo lo relacionado con el perro del protagonista o el padre de la chica siria), poco inspirado en su puesta en escena, discreto a nivel interpretativo (donde se potencia el carácter no profesional de la mayoría de los intervinientes) y torpe y lánguido en su ejecución pero reparador en parte por su intento de insuflar esperanza a través de los pequeños grandes gestos a disposición de las personas a pie de calle y que son el antídoto frente a la indiferencia reinante.
Una historia que, aun así, encierra optimismo si todavía no se está dispuesto a bajar los brazos en un canto a la convivencia potenciando más lo que nos une que lo que nos diferencia al juntarse dos comunidades de orígenes diferentes pero que están igual de perdidas sólo separadas por el hecho de anclarse en el sufrimiento, la rabia y el miedo o intentar encontrar un nuevo futuro abriéndose a los demás porque saben que ya no pueden volver a lo que han dejado atrás y que sólo la fuerza de la unión de los desfavorecidos les puede hacer salir adelante. Dignidad, humanismo y resistencia frente al odio, la incomprensión y la miseria porque, en definitiva, ante la anestesia general a la hora de ver la pobreza reflejada en pantalla lo que Ken Loach deja patente con su lúcida militancia y entregada convicción es que querer es poder a la hora de que la solidaridad (y no la caridad) como gran valor de la comunidad se imponga al odio, el racismo y el extremismo.
Conviene saber: A competición en el Festival de Cannes 2023 y mejor actor y Premio del Público en el Festival de Valladolid 2023.
La crítica le da un SIETE