"El triunfo"
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El argumento: Aunque esté en el paro con frecuencia, Étienne es un entrañable actor que dirige un taller de teatro en un centro penitenciario. Allí reúne a un grupo insólito de internos para representar la famosa obra de Samuel Beckett “Esperando a Godot”. Cuando consigue la autorización para realizar una gira fuera de la cárcel con su pintoresca troupe de actores, a Étienne se le presenta finalmente la ocasión de prosperar.
Conviene ver: “El triunfo” es una de esas cintas que en Francia hacen con aparente facilidad a la hora de reflejar la diferencia de clases o de orígenes para construir alegatos integradores llenos de tolerancia, buenos valores y camaradería. “El triunfo” se queda a medio camino entre el drama social y la clásica etiqueta de “comedia del año” ya que aquí el humor está muy tamizado siendo el equilibrio de una fórmula depurada lo que termina encumbrando a una película que se centra en un caso real, el de un profesor de teatro que logró formar con cinco presos una compañía de teatro que representó por varias ciudades del país “Esperando a Godot” de Samuel Beckett, todo un clásico de las tablas y del esperpento, una alegoría de la libertad que se inspira en el suceso ocurrido con unos presos en la Suecia de la década de los 80. Ahora se lleva a nuestros días mostrando esa Francia multicultural y todo el sistema que le rodea que, a pesar de ello, no impide que frente al recelo de muchos (las propias instituciones y organismos que ven a estas personas ya amortizadas) hay espacio para la conexión, el entendimiento, la camaradería, la ilusión y las ganas de vivir a través del arte. El teatro como vía para la reinserción y para hacer conscientes a sus personajes de que un mundo al margen de la delincuencia es posible
“Esperando a Godot” es una cumbre del existencialismo pretendiendo reflejar la monotonía pura de una vida, algo mucho más orgánico que el teatro y el cine que se basa en la acción y el enredo. La obra se divide en dos actos, y en ambos aparecen dos vagabundos llamados Vladimir y Estragon que esperan en vano junto a un camino a un tal Godot, con quien (quizás) tienen alguna cita. El público nunca llega a saber quién es Godot, o qué tipo de asunto han de tratar con él. En cada acto, aparecen el cruel Pozzo y su esclavo Lucky, seguidos de un muchacho que hace llegar el mensaje a Vladimir y Estragon de que Godot no vendrá hoy, "pero mañana seguro que sí". Un relato del absurdo que conecta con las vivencias de esos presos marcados por el hecho de aferrarse a una esperanza que no llega y que les sirve para abrirse, romper barreras y volver a creer en ellos mismos gracias al valor, refugio y oxígeno que supone para ellos la cultura.
Una premisa que permite un ejemplo de metaficción en una cinta que tiene todo lo que se puede esperar de ella en una especie de “Los chicos del coro” (2004) versión teatral y adulta, en un lado menos autoral y accesible que "César debe morir" (2012), ya que en este caso se pasa del descreimiento general, ante lo que puede sacar de sí este iluso y noble profesor de teatro de unos descarriados de la vida, que no dejan de ser unos criminales, mientras éstos encuentran una vía de escape a su particular espera de Godot representado en una libertad que nunca llega, al sentimiento común de trabajo en equipo y superación personal frente a los baches del camino como la falta de presupuesto, la poca disponibilidad dentro de la rutina de la cárcel y el hecho de conseguir que fuera de los muros de la prisión alguien se tome en serio la magia que ahí está surgiendo a base de talento y empeño. Unas prisiones en las que la cultura se arroja como esperanza frente a la imagen que ha solido llegar de unos escenarios que suelen ambientar historias más sórdidas que esperanzadoras dando el lugar que merece no a los criminales pero sí aquellos que han llegado allí no sólo por delinquir sino por un cúmulo de infortunios en los que la vida les ha dado la espalda.
Kad Merad, imprescindible de la comedia francesa reciente y protagonista de la serie política “Baron noir” (2016-2020), interpreta a Étienne, un actor sin éxito volcado en su oficio sin esperar nada a cambio más que contagiarles a estos tipos, un conjunto de intérpretes que destilan carisma y empatía en su papel de presos, la pasión por el teatro consiguiendo, quizás, el que sea su mayor hito logrando que su vida y su libertad vuelva a ser apreciada por ellos. Una profesión que es una carrera de fondo y en la que quizá este persistente y vocacional actor y profesor construye algo que provoca que les haga estar orgullos, encontrando en sus personajes teatrales reflejos de su propia personalidad y también la fuerza motivadora para salir de un círculo carcelario que les engulle y que esa ilusión les permita no regodearse en el hecho de estar ante un aparcamiento de parias más que un centro de reinserción. El teatro y la interpretación como vía para encontrar ese bien tan preciado que es la libertad y un sentido a querer seguir hacia adelante consiguiendo lo absurdo de que quizás, un sonoro fracaso, pueda suponer el más cálido aplauso por todo lo que durante el camino se ha conseguido.
Conviene saber: El director Emmanuel Courcol presenta una cinta seleccionada en el Festival de Cannes 2020, vista en el Festival de Toronto 2020 y nombrada mejor comedia en los premios del cine europeo 2020.
La crítica le da un SIETE