"Cerrar los ojos"
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El argumento: Un célebre actor español, Julio Arenas, desaparece durante el rodaje de una película. Aunque nunca se llega a encontrar su cadáver, la policía concluye que ha sufrido un accidente al borde del mar. Muchos años después, esta suerte de misterio vuelve a la actualidad a raíz de un programa de televisión que pretende evocar la figura del actor, ofreciendo como primicia imágenes de las últimas escenas en que participó, rodadas por el que fue su íntimo amigo, el director Miguel Garay.
Conviene ver: “Cerrar los ojos” nos atrevemos a decir que supone todo un acontecimiento de autor para un cine español que ha vuelto a recibir, cuando nadie ya lo esperaba, a uno de esos maestros que precisamente han logrado que gracias al enigma que les rodea, y una carrera tan brillante como exigua, nadie discuta su estatus. Un trabajo nostálgico y testamentario sobre la memoria, el paso del tiempo y la capacidad del cine para hacer vivir y recordar que supone la cuarta cinta de la filmografía de un director que hace 50 años creó toda una obra de referencia en el cine español, "El espíritu de la colmena".
Es realmente elogiable que un director que llevaba tres décadas retirado, y a sus 83 años, haya tenido ganas de regresar sin perder su maestría y lograr una película tan lúcida, medida y reparadora a pesar de una indisoluble amargura. Una cinta sobre la amistad en un ejercicio de cine dentro del cine en el que Erice parte en la ficción del rodaje de una película llamada “La mirada del adiós” que quedó inacabada y que en realidad no esconde las referencias con su proyecto irrealizado de “El embrujo de Shanghai”, la adaptación de la novela de Juan Marsé que no pudo rodar Erice tras cancelarse el proyecto en su momento hasta que años después lo recuperó (fallidamente) Fernando Trueba. Una larga escena marcada por lo literario y lo teatral deriva en el gran misterio de la cinta, la desaparición inexplicable de Julio Arenas, protagonista de la película en esos primeros años 90 y amigo personal del director de la cinta, Miguel Garay.
Es precisamente cuando éste es convocado para un programa de televisión, “Casos sin resolver”, que intenta adentrarse en lo que rodea a esa desaparición tirando de conjeturas, sensacionalismo y morbo, siendo ahí cuando el director inicia un camino casi arrastrado por el destino desde su retiro (realizando traducciones, guiones y novelas de poca monta desde un pueblo costero de la Alpujarra granadina entre mercadillos e invernaderos) dándose la mano el recuerdo, las bobinas de ese rodaje y las preguntas todavía abiertas desde entonces. Una película que brilla en su contención, en el uso de la palabra y en todo lo que subyace, elevándose ante los evidentes paralelismos de esta historia con la carrera del propio Víctor Erice, con sabor añejo pero no caduco y prevaleciendo el diálogo y la emoción frente a cualquier tipo de acción sin olvidar cierto tono de crítica social propia de nuestro tiempo como la precariedad laboral, la lucha frente al fascismo o el principio del fin para el reinado del ahora emérito con su “lo siento mucho, no lo volveré a hacer”.
El cine como canal de sentimientos y vía de recuerdos desde esa mirada del adiós, la de la película dentro de la película, en la que Levy (un imperial y teatral José María Pou) pide a Franch (cuyo actor que le da vida después descubriremos que encaró allí su última escena antes de desaparecer) que viaje hasta Shanghai para traer de vuelta a su hija para que, al menos por última vez, le mire como nunca nadie más lo ha hecho. A partir de ahí, entre tangos y el valor de la memoria, encontramos a ese alter-ego del propio Erice, Miguel Garay, un sobrio y sólido Manolo Solo, que sabe que tiene algo pendiente en su vida cuando se decide a completar su proyecto inacabado, el cual no es otro que ir tras las huellas de su amigo desaparecido.
“Cerrar los ojos” se va abocando a ese fundido a negro final sin que antes intente hacer emerger el brillo de la memoria, el de la añoranza, el de los fotogramas conservados y mimados, a través de una serie de imágenes poderosas que cargan la pantalla de simbolismo y de evocación bien sea a ritmo de tango (con las continuas referencias a Carlos Gardel) o con la emocionante interpretación del My rifle, pony, and me de “Río bravo” que vuelve a enarbolar la capacidad del cine para generar una sensación colectiva de cobijo y de transcendencia emocional.
Impagables las conversaciones del protagonista frente a la mirada perdida de Jose Coronado, la belleza serena de Soledad Villamil, la pasión vocacional por el celuloide de Mario Pardo, la ternura de Petra Martínez y Juan Margallo, la personalidad decidida de María León o el simbolismo de Ana Torrent la cual cierra el círculo con un “Soy Ana, soy Ana” que nos lleva cinco décadas atrás cuando de niña la actriz se convirtió en la mirada del cine español con la ópera prima de Víctor Erice.
El guion de Michel Gaztambide, la fotografía de Valentín Álvarez o la música de Federico Jusid contribuyen a ese halo de misticismo de reclinatorio, de cine clásico y parsimonioso que se resiste a morir porque todavía tiene capacidad de hacer sentir. Un director que se pone en paz consigo mismo y con su arte volviendo a dignificar el oficio de contar historias en un soplo de autoría, elegancia y exquisitez para una industria como la española tan acostumbrada a tirar a la gente de su pedestal pero que aquí se encuentra con una "rara avis" que ha ofrecido sorbos intermitentes pero inolvidables que entran en la historia de toda una cinematografía.
Con maestría y sabiduría, así como con densidad narrativa pero contundencia emocional, Víctor Erice no empaña su prestigio con su regreso sino que engrandece su leyenda con un cine que emana vida, evocación, recuerdo y revelación. Una estrella fugaz cara de ver pero que ilumina todo el firmamento de lo que entendemos como cine que sí que se equivoca en una cosa, en el hecho de decir que el cine desde Dreyer no hace milagros. Éste es uno de ellos con los sentimientos a flor de piel en ese final que sólo puede producirse entre las sombras, la magia y la fascinación de una sala de cine como escenario imperecedero de amor, recuerdo y vida tanto de nuestra historia como la de los que nos rodean.
Conviene saber: En la sección Cannes Première del Festival de Cannes 2023 y proyectada en Toronto 2023, Nueva York 2023 y San Sebastián 2023.
La crítica le da un OCHO