"Bird"
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El argumento: Bailey, de 12 años, vive con su padre soltero Bug y su hermano Hunter en una casa ocupada del norte de Kent. Bug no tiene mucho tiempo para sus hijos y Bailey, que se acerca a la pubertad, busca atención y aventuras por su cuenta.
Conviene ver: "Bird" es la consabida mirada de Andrea Arnold a los marginados de la sociedad, un cine que la directora británica ya ha hecho definitorio en la cinematografía contemporánea sabiendo aunar ese tono de rebeldía, libertad, desesperanza y frenesí musical que atesora la propia juventud, esa enfermedad que se cura con el tiempo y a la que Andrea Arnold retrata siempre con cariño y lucidez en su explosión de “carpe diem” aunque la violencia o la precariedad pongan el mundo cuesta arriba.
Un viaje alegórico y sensorial en el que la joven Bailey, que malvive en una casa ocupada junto a su joven padre (a punto de casarse y de tener otro hijo) y su hermanastro pandillero más dejados a su suerte que otra cosa, conoce a la persona que da nombre al título de la cinta; un adulto en busca de la familia de la que se le separó cuando sólo era un niño. Un recorrido lleno de baches pero en el que también habrá luz y comprensión, así como la evocación de la fantasía para escapar de una realidad abrupta que no ha dado tregua. Un elemento que partiendo del realismo, aunando lo social con lo mágico, se agarra a un escapismo ilusorio frente a la precariedad y el dolor.
Nykiya Adams es el espíritu de la cinta, una preadolescente sola e incomprendida, marcada desde el origen tanto por su imagen, condición de clase y los vaivenes de una familia desestructurada (la madre de ésta vive con el resto de sus hijos y una pareja violenta en otra casa), que reacciona con una temprana madurez como vía de supervivencia cogiendo el testigo de las protagonistas habituales del cine de Andrea Arnold, las cuales miran al mundo que está ahí fuera con una mezcla de ingenuidad, descaro, irascibilidad y ganas de abrazarlo intensamente pero todos los parabienes se los llevan Franz Rogowski como esa figura con una conexión especial con los pájaros y Barry Keoghan, padre acostumbrado al trapicheo desbordado marcado como tal desde la adolescencia que, aunque está más preocupado del traje y la canción de su boda que del estado de sus hijos, no es un mal tipo pero, que sin saber cómo asumir sus responsabilidades propias de un eterno adolescente no preparado para las mismas, intenta hacerlo lo mejor posible y tirar de corazón en una vida caótica en la que parece haber encontrado una nueva ilusión con una boda que poco motiva a su hija ante una deriva que todavía añade más caos a su entorno.
Andrea Arnold no juzga a sus personajes y, frente al drama, apuesta, con cámara en mano y movimientos nerviosos de cámara, por una naturalidad cotidiana que no esconde momentos de luminosidad mientras éstos lidian con las irresponsabilidades de adultos disfuncionales con sus parejas intermitentes y niños descarriados o un sistema que les expulsa porque no representan el esplendor británico. Unas rémoras que en el cine de Andrea Arnold encuentran su lugar de existencia y también su derecho a soñar aunque sólo sea por un momento. La directora pone el foco donde otros no quieren mirar pero no puede evitar dar algo de luz para que merezca la pena seguir viviendo anteponiendo a un realismo áspero a ese personaje que observando y protegiendo desde los tejados, casi de la manera que lo hacía Mary Poppins con la familia Banks, y deambulando por las calles del norte de Kent, es el asidero para poder encontrarse a sí misma y dar el salto con incertidumbre pero sin miedo a la edad adulta.
Un remolino de emociones entre el drama de la realidad y la proyección fabulada, el desencanto obrero y la poesía existencial sin artificios, al que contribuye una estupenda playlist de éxitos de los 90 y los 2000 con The Universal de Blur o Yellow de Coldplay a la cabeza pero también con Oasis y The Verve en el que termina siendo un conmovedor y tierno film sobre la adolescencia femenina que no quieren dejar de resignarse a jugar su papel en un mundo poco acogedor sobre el que quiere abrirse paso algo de esperanza, fantasía e ilusión. Todo en una película honesta con precisión verista apoyada en la mirada y silencios de personajes que no tienen nada, y que tampoco encuentran espacio en un lugar que no les quiere, pero que tienen en común la convicción del derecho a ser feliz sin querer resignarse a un mundo gris y sin futuro, conectando con ellos mismos a través de los elementos del entorno y de la naturaleza, tirando de arrojo y determinación ante la desesperanza.
Conviene saber: A competición en el Festival de Cannes 2024, vista en Toronto, Telluride y San Sebastián, nominada a 7 premios BIFA 2024 del cine independiente británico y 2 nominaciones en los premios del cine europeo 2024.
La crítica le da un SIETE