"Alcarràs"
La web oficial.
El argumento: El abuelo ha dejado de hablar, pero nadie de la extensa familia Solé sabe por qué. Como cada verano, en Alcarràs, una pequeña localidad rural de Cataluña, la familia cultiva una gran extensión de melocotoneros. Después de ochenta años cultivando la misma tierra, la familia Solé se reúne para realizar juntos su última cosecha.
Conviene ver: En “Alcarràs” Carla Simón ha querido reivindicar el mundo rural a través de la historia de una familia de agricultores que han estado dedicándose al cultivo de melocotoneros en unas tierras cuyo propietario cederá para la instalación de placas de energía solar. Carla Simón sufrió los embistes de la pandemia durante el proceso de producción de esta película que se ha rodado con un equipo de actores no profesionales y que viven en Alcarràs en la provincia catalana de Lérida. Esta propuesta ha sabido convencer a la crítica por la autenticidad que hay en el relato, no cayendo en los clichés propios de quien no conoce el mundo del que habla. En forma de documental familiar, y sacando naturalidad y espontaneidad de un grupo de actores no profesionales, Carla Simón se consagra como una de las directoras imprescindibles de la cinematografía reciente de nuestro país, la cual cada vez en su vena de autor ha abrazado más tanto la experimentación en el formato, el acogimiento de nuevas voces y el respeto y puesta en valor de lo rural, un mundo que se extingue y que es una reliquia de tiempos pasados llevado a cabo por personas que se mueven por la vocación, la tradición y por el hecho de haber dedicado toda su vida a más que un oficio, una pasión convertida en servicio público aunque ello no sea valorado por los demás. El futuro de las placas frente a la tradición del campo, la aceptación y la adaptación frente a la lucha y la reivindicación. Todo en un ecosistema de juegos, calor, una cosecha siempre en peligro por las amenazas del entorno y la evocación de la luz. Un mensaje y un estilo que queda claro desde la primera escena, la de unos niños simulando una nave espacial en una furgoneta abandonada retirada después por una grúa, todo desembocando hacía esa última cosecha y la mirada al horizonte de una familia conocedora y testigo de que una época se acaba para siempre encerrando en ello un gran simbolismo humanista y pictórico.
El intimismo y la minuciosidad con la que está rodada la cinta desde el punto de vista desde la dirección desarma y, siendo sólo su segunda película, Carla Simón sabe hablar con poco de cosas tan importantes como la familia, la maternidad, el duelo, la incertidumbre y el desarraigo, con una clarividencia y un sentido poético dentro de la naturalidad que le entronca con uno de esos símbolos rodeados de aureola de nuestro cine, Víctor Erice. También hay mucho del estilo neorrealista de cintas como "El árbol de los zuecos" (1978) de Ermanno Olmi, además de pinceladas de western como vaqueros resilientes frente la amenaza de un cambio de ciclo y de una amenaza que transforma el orden de las cosas, y de la mirada de Agnès Varda desnudando con la cámara la historia de esos héroes anónimos y cotidianos que desde su posición, desde la siembra, contribuyen a que el mundo siga girando aunque los que se benefician de ella no les tiendan la mano cuando más lo necesitan y veamos a esta familia teniendo que resignarse más que asumir ya que la lucha está perdida de antemano con un mundo cambiante en el que la solidaridad sólo es de boquilla. El valor de la tierra frente a los intereses corporativistas en una España heredera del contraste entre caciques y sembradores de antaño (auspiciado por la Guerra Civil) con pactos de palabra que han quedado en papel mojado, algo no muy lejano al poder que marcan las grandes corporaciones y los que se aprovechan del trabajo de otros con condiciones irrisorias. Un trabajo de guión, dirección y montaje medido que lleva a que cada uno de los personajes (abuelos, padres, hijos y nietos) tenga su momento y contribuya dentro del fresco narrativo implicándose con ellos respirando verdad en las relaciones e interacciones de unas personas que asumen cada uno de ellos un rol dentro de la familia en la que confluyen la sensación de fracaso, la nostalgia por un tiempo que no volverá y la preocupación por lo que será de esas nuevas generaciones que están perdidos al finalizar el amparo de aquello que se sentía como cierto y que pasaría de generación a generación.
Carla Simón muestra, no se posiciona, pero sí que habla de un mundo que conoce bien, de unas personas inasequibles al desaliento y de cómo asisten al mismo escenario distintas generaciones. Los abuelos que confiaban en dar algo mejor a los suyos, los padres que han seguido la tradición y que de sus decisiones dependerá el futuro, los adolescentes desorientados y en rebeldía y unos niños ajenos a los problemas reales en su burbuja de canciones, juegos, teatrillos y fantasía en el que, no obstante, ese entorno les marcará para siempre. Ese último verano en el que, además de las rutinas y anécdotas habituales, surgirán también las fricciones a la hora de ver ese cambio de ciclo y el reposicionamiento necesario ante el futuro frente al conformismo resignado de unos y la indignación indomable de otros que se han dejado la piel en la tierra y que ahora se quedan sin nada no sólo para ellos sino para los suyos. Una naturalidad que inunda la película, a lo que contribuye el trabajo con los actores, las experiencias familiares de la propia directora y el respeto al dialecto de la zona, lo que lleva a que una historia sobre melocotoneros en la zona rural de Cataluña sea capaz de conectar con emociones profundas reconocibles y universales, tanto por ser vividas, sentidas o, simplemente, añoradas por esos veranos de convivencia y de recuerdos bañados de aprendizaje y nostalgia.
Conviene saber: Oso de Oro a la mejor película en el Festival de Berlín 2022.
La crítica le da un OCHO