Jean-Pierre Terry tuvo la idea de escribir este libro. Pensaba que Stanley Kubrick era un personaje lógico sobre el que escribir, debido a que yo no dejaba de hablar nunca de El resplandor y La chaqueta metálica. Cuando lo dijo, comprendí que era obvio que escribiera la biografía de Kubrick, pero también me di cuenta de que era imposible. Sin duda la pasión de Kubrick por su intimidad, frecuente y sonoramente expresada, sería respetada por amigos y colegas. Una conversación casual con su cuñado y administrador, Jan Harlan, en una fiesta confirmó esta impresión. Nadie iba a hablarme de Stanley.
Pero la idea brillante empalidece cuando pasa por el tamiz de la reflexión. Pues investigar para escribir este libro fue menos una cuestión de buscar material que de restringir la avalancha. Entrevistas de diez minutos se convirtieron en monólogos de tres y cuatro horas durante los cuales la gente lloraba y reía –bueno, sobre todo lloraba– mientras contaban lo que había sido trabajar con Kubrick. Cuando ya se marchaban, se daban la vuelta para decir: «Escucha, ¿te conté lo de aquella vez que...?»
Al parecer todo el mundo tiene una historia que contar sobre Kubrick, pero mi agradecimiento particular se dirige a las siguientes personas que me contaron las suyas e hicieron de mi trabajo algo tan luminoso y placentero.
Ken Adam, Brian Aldiss,
Richard Anderson, Profesor Bob Anderson, Jean-Claude Barsacq, Louis Begley, Andrew Birkin,
Bernard Cohn, Adrienne Corri, Roger de Vito, Jules Feiffer, Jerry Goldsmith, Curtis Harrington, James B.
Harris, Michael Herr, Tana Hoban,
William Hootkins, Diane Johnson, Allen Jones, Alan
Kaufman, Gavin Lambert, Scott Martin de Shepperton
Studios, el difunto James Mason, John G. Morris,
Jerry y Janice Pam, David Perry, Sir David Puttnam,
Shane Rimmer, el difunto
Bob Shaw, Kerry Shale, Alexander Singer, David Slavitt,
Gordon Stainforth, Fred Stettner,
Erika Stoll, Bertrand Tavernier, Walter Trueman, Lisa
Tuttle, David Vaughn y Paul Vaughn, John Ward, Derek Ware, John Whitwell y
William Read Woodfield.
Denise Bethel me sugirió que me pusiese en contacto con el Centro Internacional de Fotografía de Nueva York, cuyo director, Miles Barth, puso a mi disposición fotos «perdidas» de Weegee de ¿Teléfono rojo?... Charles Silver, Ron Magliozzi y Mary Corliss, del Museo de Arte Moderno de Nueva York, fueron como de costumbre corteses y serviciales. Michael Neal exhibió sus conocimientos ilimitados de erotismo aclarando los más oscuros couloirs de Lolita y de la Olympia Press. El National Film Theatre de Londres me proporcionó amablemente una cinta de la conferencia que dio allí Paul Mazursky. Paolo Cherchi Usai y su equipo de la George Eastman House de Nueva York pusieron a mi disposición su rara copia de Fear and Desire y su documentación sobre la distribución de la película. Sin la ayuda de la Federación Americana de Ajedrez y la Fundación del Ajedrez nunca habría encontrado a Alan Kaufman y averiguado cosas sobre su juventud en Nueva York.
Arvard Kompanetz me llevó por el Bronx entre la ventisca a la búsqueda de los lugares frecuentados por Kubrick en su niñez. June Cullen, de la Griffin University de Queensland me condujo hasta Kevin Rockett, en Dublín, y al comandante Peter Young, del Archivo Nacional Militar de Irlanda, quienes me aclararon muchas cosas sobre la política que rodeó la producción de Barry Lyndon. Bill Warren me prestó libros, organizó entrevistas y me ayudó de diversas maneras a investigar. El profesor Matthew Bernstein me llamó la atención sobre una serie de artículos sobre Dalton Trumbo y su contribución a Espartaco. Mark Burman, de la BBC, sugirió fuentes adicionales procedentes de las investigaciones de su propio programa. Adrian Turner proporcionó entrevistas no publicadas, cartas y recortes y, junto con su esposa Andrea me llevó de excursión a Childwick Bury y a la tierra de Kubrick. Adrian también leyó el manuscrito e hizo unas cuantas sugerencias interesantes para mejorarlo, así como David Stratton, Bill Warren, Michel Ciment y David Thompson.
David Thompson también me proporcionó mucha documentación valiosa, como copias de las versiones completas de El resplandor, Making “The Shining” y El beso del asesino, y de los primeros documentales de Kubrick; y John Brosnan me permitió tener acceso a varias entrevistas difíciles de encontrar así como a todo el material grabado para sus libros Future Tense, “Movie Magicc” y The Primal Screen. Lee Hill puso a mi disposición fragmentos de su próxima biografía de Terry Southern y fue muy clara acerca de las espinosas relaciones entre Southern y Kubrick. Patick McGilligan también me permitió amablemente citar la entrevista de Lee con Southern que aparecerá en una próxima edición de su serie Backstory. Weinfeld & Nicolson me permitieron citar pasajes de Lolita de Vladimir Nabokov.
En París, Kirsti Jaas me ayudó en la búsqueda de documentos y entrevistas y Tuki Jancquel con las traducciones. Jackie y Patrick Morreau no se quejaron nunca cuando su casa se convirtió en una mezcla de oficina, contestador automático y hogar. Brian Troath buscó los libros más raros, y sin las infatigables investigaciones de Mary Troath, este libro no hubiera sido el mismo. Richard Johnson demostró una vez más ser el más comprensivo y diplomático de los editores. A todas estas personas y a todas las demás que me ayudaron, especialmente a mi esposa Marie-Dominique, mi más profunda gratitud.
John Baxter
París, 1997
No renuncio a nada de lo que es la Mente. Sólo quiero transportar mi mente a cualquier lugar con sus leyes y sus órganos. No me rindo al mecanismo sexual de la mente sino por el contrario trato de aislar esos descubrimientos que la razón lúcida no proporciona. Me rindo a la fiebre de los sueños, pero sólo para extraer de ellos nuevas leyes. Busco la multiplicación, la sutileza, el ojo intelectual en el delirio, no el irreflexivo vaticinio.
Hay un cuchillo que no olvido.
Antoni Artaud, Correspondance de la momie