JOHN
CLEESE: Dos de los sketches que escribí para
GRAHAM
CHAPMAN: Para complementar mi exigua beca de estudiante decidí hacer algún bolo
de cabaret. Rebosantes de confianzas, como ex Footlights que éramos, Tony
Hendra y yo nos presentamos a una audición en el Blue Angel. Escogimos el Blue
Angel porque era uno de los mejores clubs nocturnos para los espectáculos de
variedades y porque habíamos leído en la revista Stage –en un anuncio que fue como un
atisbo de luz al final del túnel– que David Frost había prorrogado allí sus
actuaciones durante «un segundo mes de gloria». El caso es que la audición fue
bien y al cabo de dos semanas encabezábamos el reparto del Blue Angel, lo que
viene a decir que nuestra actuación empezaba entre las dos y las dos y media de
la madrugada y yo no estaba de vuelta en el colegio mayor hasta las tres y
media. A las ocho y media de la mañana tenía que estar en pie para llegar a las
nueve al hospital. Al cabo de cinco semanas esta rutina se me hizo insoportable
y tuvimos que interrumpir las actuaciones en el Blue Angel. Nuestro sustituto
fue un prometedor recién llegado que respondía al nombre de Dave Allen.
JOHN
CLEESE: En
ERIC
IDLE: Yo estaba de vacaciones en Alemania cuando Humphrey Barclay, que había
dirigido el espectáculo A Clump of Plinths, me envió un telegrama que decía: «Vuelve inmediatamente.
Necesito que actúes en Edimburgo». Así que di las vacaciones por terminadas y
me fui directo a los ensayos para el festival de Edimburgo. El reparto lo
completaban Richard Eyre, Graeme Garden y Humphrey Barclay. El material era el
mismo que el de A Clump of Plinths, pero fue rebautizado Cambridge Circus. Yo interpreté casi todas las
canciones de Oddie y algunos sketches que había hecho en el Pembroke Smoker de
1963, como el de «BBC BC». El espectáculo nos salió redondo; el material era
buenísimo y los críticos nos pusieron por las nubes. La primera buena crítica
que leí decía: «Atraen la atención del público sin ningún esfuerzo, como el sol
atrae a las flores».
TERRY
JONES: Cuando acabé la universidad, la cadena de televisión ITV me pagó
doscientas libras por escribir una obra para la tele, titulada The
Present. Creo
recordar que se basaba en algo que habíamos escrito Miles y yo, pero decidí
adaptarlo para la tele yo solo, no sé muy bien por qué. Tal vez pensaba que la
mitad de doscientas libras no me darían para vivir. Después del espectáculo de
variedades, pasé una semana en Londres con Miles, que vivía en Addison Road con
su novia Nancy y disponía de una espaciosa habitación. Tenían una cama enorme
en un extremo y en el otro yo instalé mi saco de dormir. A lo largo de esa
semana escribimos tres programas de radio, uno para Max Bygraves y otros dos
para no sé quién. Los escribimos por si colaban, pero al final no colaron.
Luego, después de licenciarme, Miles me dijo que no quería escribir el guión de
The Love Show,
así que lo hice con Mike. Cuando acabó de presentar Now! le dije: «Oye, Mike, quieren
guiones de continuidad para The Billy Cotton Band Show. ¿Te apuntas?». Así fue como
empecé a escribir con él guiones de enlace para Kathy Kirby, The Billy Cotton Band Show y programas por el estilo.
MICHAEL
PALIN: Cuando salí de la universidad necesitaba dinero, especialmente si quería
vivir en Londres, y empecé a hacer algún encarguillo para mi hermana, que por
entonces trabajaba en
TERRY
JONES: En cuanto salió de Oxford, Mike se mudó al oeste de Inglaterra, a Gales,
para presentar Now! Fue
al volver de allí cuando decidió no seguir trabajando con Robert. En el tiempo
que él pasó en Gales yo había conseguido meterme en
MICHAEL
PALIN: En Now! hacía
sketches y presentaba a los grupos. Los había muy buenos –The Yardbirds, The
Animals, Them, John Mayall’s Bluesbreakers– y los había pésimos. De hecho, la
mayoría eran malísimos, pero gracias a ese programa pude gozar de cierta
tranquilidad financiera desde mediados de octubre de 1965 hasta mediados de
junio de 1966, tiempo que aproveché para trabajar con Terry una temporada,
escribir un par de ideas propias para
TERRY
GILLIAM: En mi segundo año de universidad dejé el trabajo que tenía en la
cadena de montaje de
«No
puede ser –pensé–, esto no me está pasando a mí.» Pero a Moss Hart le había
pasado y ¿por qué no habría de pasarme a mí? Fue muy extraño, un poco como
desear que algo ocurra, algo que uno sabe que puede ocurrir porque lo ha leído
en algún libro, probar suerte, y ver que el azar te lo pone en bandeja. Así
pues, me pasé tres años en Nueva York trabajando con Harvey en la edición de Help. Éramos Harvey, yo y un tipo
llamado Harry Chester, que se encargaba de la producción; tres personas, ese
era el equipo de redacción al completo. Help era un auténtico crisol de
talento, porque National Lampoon aún no existía y todos los grandes dibujantes de cómic
underground, Bob Crumb, Gilbert Shelton, Jay Lynch, todos trabajaban para Help. Yo los conocía, eran mis
colegas, y a menudo se quedaban en mi casa.
GRAHAM
CHAPMAN: Tras aprobar sus exámenes finales en Cambridge con una arrogante media
de sobresaliente, John Cleese necesitaba encontrar un lugar donde hospedarse en
Londres mientras escribía para BBC Radio cosas como Yule
Be Surprised, un
programa de Navidad presentado por Dick Emery. Yo me había hecho muy amigo del
estudiante encargado del colegio mayor, un tal Buzz Mangrove; había conseguido
una llave maestra de todas las habitaciones (comprada en el mercado negro) y
sabía que muchas de ellas estaban vacías. Le di a John la llave y le sugerí que
se instalara en la habitación de Nick Spratt, un tipo que estaba de viaje y que
volvió a Inglaterra mucho antes de lo que era de esperar, para encontrar su
habitación ocupada por un John Cleese durmiente. Pero Nick Spratt era un
caballero y lo único que dijo fue «Ejem, pero bue… ejem, perdón» antes de salir
de allí y echarse a dormir en el lavabo.4
ERIC
IDLE: La gente de Cambridge de nuestra generación se fue directa a la tele. That
Was The Week That Was se
emitía cuando íbamos a la universidad, y todos los que escribían para ese
programa, Frosty y compañía, habían salido de Cambridge. Todos aspirábamos a
meternos en algún programa cómico de madrugada de
TERRY
JONES: En aquella época yo vivía en Lambeth, escribía el guión para The
Love Show y hasta
tenía un representante en Londres que quería reunirse conmigo, pero yo era tan
tímido que la gente de The Love Show no quiso contratarme como actor. Todo surgió a raíz de una
foto mía que salió en el Observer junto a una reseña de Hang Down Your Head and Die escrita por Bamber Gascoigne. La
reseña hablaba maravillas del espectáculo y se extendía sobre lo buena que había
sido mi pantomima. El único problema es que se equivocó de nombre, porque no
había manera de saber quién era quién, y pensó que yo era otro actor del
reparto, de modo que al pie de mi foto, una foto enorme, se leía un nombre que
no era el mío. Corría el año 1965 y Willie Donaldson quería que el nuevo
programa, The Love Show,
siguiera la línea de Hang Down Your Head and Die, que había causado un gran
impacto. Willie no supo decirme nada más preciso y yo empecé a documentarme.
Era justo antes de que llegara la revolución sexual, así que leí a Alex Comfort
y cosas por el estilo, me compré el Informe Kinsey y decidí escribir algo sobre la
actitud de la gente hacia el sexo, recrear una especie de historia del sexo y
de los absurdos que pone de manifiesto. La idea era darle un enfoque bastante
iconoclasta y provocativo, tratar el tema sin tapujos, pero en cierto sentido
la propia revolución sexual nos tomó la delantera, porque para cuando acabé de
hacerlo, el discurso ya se había quedado anticuado.
MICHAEL PALIN: The Love Show fue idea
de Terry. Se le
ocurrió que podíamos hacer un documental escenificado sobre la actitud de la gente
hacia el sexo, con una técnica parecida a la que usamos en Hang Down
Your Head and Die. Terry
realizó una increíble labor de documentación sobre las actitudes hacia el sexo
a lo largo de la historia; sobre cómo en ciertas sociedades el sexo se había
asumido con naturalidad y en otras se había reprimido, y sobre cómo a los
mismos que en cierta época se les torturaba por libertinos en otra época se les
retribuía generosamente. Era un tema muy jugoso, pero no era fácil de llevar a
escena y hacer que funcionara narrativamente, y para trabajaren eso quiso
contar conmigo.
TERRY
JONES: Hacía ya algún tiempo que había terminado los estudios, pero mi novia,
una chica de Siam, seguía en Oxford y me las hacía pasar canutas cuando
hablábamos por teléfono. Yo cada vez andaba de peor humor, hasta que un día me
pareció que tocábamos fondo. Nuestras conversaciones telefónicas eran una verdadera
pesadilla y no me acuerdo sobre qué discutimos aquel día en particular, pero
cuando colgué el teléfono decidí que tenía que ir a ver a Oxford y pasar algún
tiempo con ella. Así que me puse en marcha y, cuando estaba cruzando el puente
de Lambeth, de repente, pensé: «¿Qué estoy haciendo? ¿Para qué ir a Oxford, a
ver a Oey, si no me quiere a su lado? Es como darme de cabezazos contra una
pared. Lo importante no es arreglar las cosas con ella. Primero tengo que
arreglar las cosas conmigo mismo». Fue uno de esos momentos vitales. Ahí me
quedé, mirando cómo el río fluía bajo mis pies, tratando de poner un poco de
orden en mis pensamientos. Al final, en vez de seguir hacia Oxford di la
vuelta, volví a casa y me puse a buscar trabajo, a llamar a gente. Los primeros
que picaron fueron los de Anglia Television.
La
entrevista la hice en Norwich. Les causó muy buena impresión el hecho de que el
Cambridge Circus hubiera
incluido «Custard Pie» en su espectáculo en Nueva York. Como el sketch lo había
escrito yo, me adjudiqué todo el mérito de la manera más descarada, y tuve una
buena crítica en el New York Times. «¿Quién es este Jones? La comedia le necesita», creo que
decía. El caso es que a la gente de Anglia Televisión les impresionó mucho, no
sabría decir por qué, y me ofrecieron un puesto de redactor publicitario en
Norwich. La idea de trabajar en publicidad me dejó un poco chafado, pero justo
cuando empezaba a hacerme a la idea llegó una llamada de la secretaria de Frank
Muir, que me pedía que fuera a Londres, a las oficinas de
Me
pusieron un despacho con dos máquinas de escribir y cuatro teléfonos –cosa que
al principio me confundió bastante– en el cuarto piso de las oficinas centrales
de la televisión. Compartía el despacho con John Law, que escribía los guiones
de los programas de Roy Hudd. John era una especie de guionista cómico de la
casa. En aquella época
JOHN
CLEESE: A esas alturas lo único que hacía era escribir sketches y enlaces para
un programa de entrevistas y variedades. Me pagaban treinta libras a la semana
y era inmensamente feliz. Lo pasaba en grande escribiendo guiones. Lo primero
que hice fue un especial navideño titulado Yule Be Surprised. Luego seguí escribiendo para
Dick Emery. Solíamos enviarle los guiones por correo. El tipo aparecía por los
ensayos con el sobre aún cerrado y lo abría allí mismo. Yo llevaba una vida
tranquila, Londres me gustaba y disponía de más dinero del que creía posible
con un sueldo de treinta libras a la semana. Podía comerme un plato al curry
cuando me venía en gana, o ir al Baker Street Classic Cinema y tragarme todas
las películas de los hermanos Marx. Fue una buena época. Lo más sorprendente es
que no me importaba en absoluto no tener que actuar. Es cierto que por aquella
época
JOHN
CHAPMAN: Mis padres habían hecho muchos esfuerzos para darle a Graham la
educación que tuvo, y se mostraban un poco reacios a que se aventurara
demasiado en el mundo del espectáculo. Por esa época Graham presidía la
asociación de estudiantes de Bart’s y dio la casualidad de que
Se
fue a Nueva Zelanda y allí hicieron una gira de ocho semanas, al término de las
cuales les ofrecieron una temporada en Nueva York, en un teatro de Broadway.
Para entonces mis padres empezaban a pensar: «Al fin y al cabo, puede que no
sea tan insensato. Tal vez no debiera dejar escapar la oportunidad. A estas
alturas de su carrera de Medicina no va a echarla por la borda y, si puede
retomarla más tarde, ¿por qué no aprovechar la ocasión?».
PAM
CHAPMAN: Recuerdo que cuando me enteré, pensé que se lo iba a pasar en grande,
pero que aquello probablemente no duraría. Dedicarse al teatro era una apuesta
arriesgada, porque no se consideraba una profesión decente, a no ser que uno
estudiara en
GRAHAM
CHAPMAN: Marzo de 1964. Su Majestad
JOHN
CLEESE: A principios de verano de aquel año alguien nos dijo: «Bueno, chicos,
¿qué os parecería dar una vuelta por Nueva Zelanda y luego tal vez pasar una
temporadita en Broadway?». No creo que ninguno de nosotros estuviera casado ni
hubiera pensado en casarse, y bueno, a esa edad lo único que a uno se le ocurre
es: “¿Por qué no? Suena divertido». Así que ensayamos un par de meses, nos
pasamos treinta y seis horas metidos en un avión con destino a Nueva Zelanda y
aterrizamos en un lugar que más bien parecía «Inglaterra, 1923,
GRAHAM
CHAPMAN: El desayuno se servía de ocho a nueve de la mañana en un comedor del
tamaño de un granero, de un granero húmedo. Todas las mañanas nos reuníamos en
torno a una mesa y venía un camarero a decirnos que no pensaban servirnos el
desayuno hasta que ocupáramos las mesas correspondientes a los números de
nuestras habitaciones, lo que significaba que los nueve teníamos que
levantarnos y sentarnos en mesas separadas, desperdigadas por el comedor.
Aparte de nosotros sólo había dos huéspedes. Nos pasábamos todo el desayuno
hablando a gritos de mesa en mesa, comentando que si las cosas no mejoraban
tendríamos que cambiarnos de hotel.
JOHN
CLEESE: No recuerdo haber pasado mucho tiempo con Gram. en Nueva York ni
mientras viajábamos por Nueva Zelanda. Durante una temporada me había hospedado
en Bart’s Hospital. Allí siempre había quien se iba de vacaciones, de modo que
no era muy complicado encontrar una cama libre. Cuando llegué a Londres por primera
vez para trabajar en
Cuando
GRAHAM
CHAPMAN: Aquel día John Cleese y yo decidimos almorzar en el hotel, pues
teníamos una actuación por la tarde y otra por la noche, y no era probable que
nos quedara tiempo para comer. Yo pedí una tortilla de tres huevos. La camarera
se quedó atónita y me dijo: «¿Qué?». «Una tortilla de tres huevos», repetí,
mientras señalaba uno de los platos de la carta, que decía: «Tortilla de tres
huevos». «¡Ah, una tortilla de trez güevoz!», exclamó. «Ezo mizmo», dije yo,
sin quitar el dedo de la carta. Al cabo de cinco minutos la camarera volvió y
me sirvió una tortilla enorme con tres huevos fritos encima. Hubo una ola de
vómitos que llegó a tres mesas a la redonda.
ERIC
IDLE: Al acabar la carrera John Cameron y yo pensábamos montar una actuación a
lo Peter and Gordon,
una especie de número cómico de rock’n’roll, pero todo quedó en agua de
borrajas y lo primero que hice después de licenciarme fue meterme en una
compañía de repertorio. Richard Eyre, un Footlight de mi hornada, estaba
dirigiendo Oh, What a Lovely War!, y me fui a Leicester para actuar
en la obra. Allí me di cuenta de que nunca llegaría a ser un buen actor y me
puse a escribir guiones, que enviaba al programa I’m Sorry, I’ll Read That Again. Luego llegó Frosty y me apresó
con sus largos tentáculos. En todo caso, en Oh, What a Lovely War! aprendí mucho, porque allí uno tenía
que hacer todo tipo de papeles, y además Richard me hizo escribir una de las
escenas. Nunca había escrito una escena para una verdadera obra de teatro, pero
él me dio la oportunidad, y fue una gran experiencia. Cuando terminó la obra me
quedé con la compañía de repertorio de Leicester para trabajar en One
for the Pot, una
farsa espantosa que me daba mil patadas. Lo hacía tan mal que la mayor parte del
tiempo lo pasaba entre bastidores, escribiendo sketches para I’m Sorry,
I’ll Read That Again.
Un día, mientras escribía un sketch, se produjo un silencio repentino y
descubrí que había un tipo detrás de mí. «Hola Eric –me dijo– ¿Cómo va todo?
¿Te diviertes?» «Sí» respondí. «¿Te importaría acompañarme al escenario?» Fue
entonces cuando comprendí que tenía más futuro como guionista que como actor.
El caso es que no había salido a escena cuando me tocaba, y el tipo se había
pasado un buen rato allí arriba hasta que se dio cuenta de quién faltaba. Luego
decidió tomárselo con mucha calma, vino a buscarme al camerino y se quedó allí
de pie, justo detrás de mí.
TERRY
GILLIAM: Me pasé toda la carrera pensando en hacer películas, pero no tenía ni
idea de cómo acceder al mundillo. Había crecido en Los Ángeles, y los padres de
muchos de mis amigos trabajaban en el cine, de guionistas, editores y cosas
así. Además, durante los veranos de mis últimos dos años en la universidad
trabajé en unos campamentos y algunos de los niños venían de Beverly Hills,
como la hija de Danny Kaye, el hijo de Heddy Lamarr o la hija de Burt
Lancaster. Estaba rodeado de esa gente, iba a su casa y me quedaba patitieso ante
las mansiones de Beverly Hills, pero no tenía la menor idea de cómo empezar a
hacer películas. Hallarme tan cerca de ese mundo me resultaba aún más
frustrante, porque de lo que estaba seguro era de que no quería empezar desde
abajo. No quería ser el chico de los recados. Eso era en parte por la promesa
que me había hecho a mí mismo de no volver a trabajar por dinero pero también
porque sólo quería trabajos sobre los que yo tuviera cierto control. Me impuse unas
normas y las cumplí a rajatabla. «Ésta es mi manera de enfocar la vida», me
dije. La revista Help me
pagaba dos dólares menos de lo que hubiera cobrado del paro, pero era un buen trabajo
y me lo pasaba en grande. Además, me permitía hacer otras cosas, como por ejemplo
apuntarme a una escuela nocturna de cine, en la que no duré más de un mes,
porque la encontré horrible. Luego conseguí trabajo en un estudio que hacía
animación con plastilina, paquetes de cigarrillos que bailaban y cosas por el
estilo. Trabajé sin cobrar ni un duro. Me dijeron que no podían pagarme, y les
rogué que de todas maneras me dejaran hacer algo, barrer el suelo o lo que
fuera, cualquier cosa. Era lo de menos, porque en aquel lugar había cámaras y
focos de verdad y era muchísimo mejor estar allí que en la escuela de cine
donde lo único que te ofrecían eran enormes pajas mentales. Yo nunca he
aprendido a hacer películas; me he limitado a verlas.
Al
cabo de un tiempo ahorré lo suficiente para comprarme me primera Bolex y una
grabadora. En el piso vivíamos tres amigos, y los fines de semana escribíamos
un guioncito y salíamos a filmarlo. Lo hacíamos sin pretensiones, por jugar a
hacer películas. Siempre andábamos robando rollos de película de las papeleras
para dibujar sobre ellos. Hacíamos animaciones sobre películas transparentes y
cosas así. En cierto modo revivíamos constantemente los principios de la
industria del cine. Nunca acabábamos nada, dejábamos todos los proyectos a
medias. A veces editábamos alguna película, pero el sonido era siempre el de la
grabadora.
ERIC
IDLE: Después de eso trabajé una temporada en un programa de madrugada titulado
Twice a Fortnight.
El título era de mi cosecha, y fue prácticamente lo único que escribí para el
programa. El responsable de Twice a Fortnight era Tony Palmer, un amigo mío de Cambridge, que también
produjo la versión de Jonathan Miller de Alicia en el país de las
maravillas y
JOHN
CHAPMAN: Graham siguió el ejemplo de mi padre y mío: fumar en pipa. Ambos
fumábamos muchísimo, más de la cuenta, y supongo que fue inevitable que Graham
también se aficionara.
JOHN
CLEESE:Muchos años después nos fuimos a filmar una secuencia en los páramos de
Yorkshire. Cuando uno está de rodaje se pasa un montón de tiempo simplemente
pululando por ahí, y había veces que casi enloquecía de aburrimiento. Uno no
puede sentarse a leer porqueno hay un solo sitio cómodo para sentarse, no se
puede hacer nada y uno acaba por inventar toda clase de jueguecitos. En uno de
esos momentos de abu rrimiento vi que Graham había dejado la pipa a su lado. Lo
que hice a continuación fue una tontería, pero en aquel momento yo no entendía
las implicaciones de lo que estaba a punto de hacer: cogí su pipa y me la metí
en el bolsillo, y cuando él se dio la vuelta y no la encontró se puso tan
nervioso que no tardé mucho en darme cuenta de que pasaba algo, algo que scapaba por completo a mi comprensión. Así que
se la devolví diciéndole que se la había quitado en broma y él, sin mediar
palabra, dio un paso hacia mí y me encajó un rodillazo en la entrepierna. Por
suerte no acertó a darme en los testículos. Me tocó en el hueso, que también me
hizo daño pero no tanto. «¿Qué cojones le pasa?», pensé. Sólo entonces me di
cuenta de que para Graham la pipa tenía un significado simbólico, de que para
él no se trataba tan solo de una pipa. Cuando llegó la hora de promocionar Los
caballeros de la mesa cuadrada tuve
que ausentarme una temporada y, al parecer, Graham contó a un periodista del Daily
Mirror una historia
que, como era de esperar, publicaron al día siguiente, acerca de cómo le había
quitado la pipa en un estudio de Londres y cómo él me había perseguido por todo
el estudio hasta que consiguió hacerme un placaje de rugby y sentarse sobre mi
cabeza. Cuando leí el artículo me di cuenta de que Graham había perdido todo
contacto con la realidad.
TERRY
JONES: Nunca supe en qué consistía mi trabajo era una especie de corrector de
guiones, consultor o vete a saber. Fuera lo que fuera, llevaría seis meses
haciéndolo cuando de nuevo apareció Frank Muir y me dijo: «¿Te apetece hacer un
curso de dirección?». Así que me apunté al curso, y me encantó. Lo mejor de
todo fueron las clases magistrales de David Attenborough, que entonces era
director de BBC2, y de Huw Weldon, director de BBC1, quienes nos explicaron el
funcionamiento de
MICHAEL
PALIN:Terry hacía un curso de dirección en
TERRY
JONES: Luego me trasladaron temporalmente a un puesto de asesor de comedia en
el programa de Lance Percival, el mismo que solía cantar calipsos en TW3. Para
ese programa yo rodaba alguna cosilla y empecé a familiarizarme con los
problemas del montaje Había unas secuencias de película envejecida que creo que
había escrito yo y a las que les quería añadir algún comentario tonto, pero el
montador tenía un pésimo sentido del ritmo y había de pasarme horas con él para
que hiciera los cortes adecuados. Al final el director me amonestó por
entrometerme en el trabajo del montador, que obviamente se había estado
quejando de mí. No fueron mis mejores tiempos.
MICHAEL
PALIN: Fue entonces cuando decidieron darle un toque más ligero y ponerle un
poco de humor a Late Night Line Up, un programa muy serio.
TERRY
JONES: Yo estaba muy descontento con mi trabajo de ayudante de dirección, y
llegó un punto en que el departamento de programas ligeros y yo llegamos a la
decisión conjunta de separar nuestros caminos, por así decirlo. Frank me dijo
entonces que Rowan Ayres, que llevaba un programa titulado Late
Night Line Up,
necesitaba a alguien para hacer una versión humorística del programa los
viernes por la noche, y me sugirió que fuera a verle. De nuevo acudí a Mike y
los dos nos pusimos a escribir alguna cosilla para el programa. No había público,
todo se rodaba en un estudio de producción minúsculo, y cuando hacíamos
nuestros sketches los únicos que se reían eran la gente de la sala de control.
Al cabo de seis semanas nos dimos cuenta de que ya nadie se reía y no supimos
muy bien a qué atribuirlo, hasta que llegó el día en que Michael Dean
entrevistó a Dennis Potter, y lo primero que éste dijo fue: «Mira, antes de
empezar con la entrevista quiero que sepas que no me he desplazado desde
Gloucestershire para venir a un programa que emite porquería como la que
acabamos de ver». Ése fue el fin de nuestra carrera en Late
Night Line Up,
aunque yo me quedé un poco más, aportando estribillos cómicos. Al final decidí
que aquello no me llevaba a ninguna parte y pensé: «Lo mejor va a ser que me
largue de
JOHN
CLEESE: Pasaron años hasta que descubrí que si Graham no trabajaba como debía
era fundamentalmente a causa de su inteligencia. Tenía una mente privilegiada.
Creo que paulatinamente me fui dando cuenta de lo desligado que se sentía de su
trabajo. Si no lo averigüé antes fue porque en aquellos tiempos yo tendía que
considerar las amistades masculinas como algo anticuado. Mi paradigma de
relación masculina era la que tienen los típicos hombres con zapatos de cuero y
chaquetas deportivas que se llaman por el apellido. Con Graham siempre nos
reíamos y a veces, mientras duraban las risas, había verdadero contacto entre
nosotros. Pero cuando la risa cedía tendíamos a replegarnos de nuevo.
TERRY
JONES: En aquella época (Mike y yo) empezamos a escribir codo con codo,
encerrados en una misma habitación, y ese hábito nos duró una buena temporada.
No sabría decir cuando dejamos de escribir así, pero recuerdo que hubo un
tiempo en que yo siempre cogía el coche, atravesaba Londres y me plantaba en su
casa de Belsize Park, nuestro lugar de trabajo habitual. Escribíamos secuencias
de enlace para The Billy Cotton Band Show, cosas del tipo «¡Vamos!
¡Despierta, dormilón!», «Menudo espectáculo el de hoy. Señoras y señores, con
ustedes ¡Russ Conway!», «Hola, Russ». Creo que Mike escribió una que decía: «¿Acabas
de volver de vacaciones? Bueno, y ¿adónde has ido?», «A
JOHN
CLEESE: Hacia el final de la gira por Nueva Zelanda [de Cambridge
Circus] nos dijeron
que íbamos a llevar el espectáculo a Nueva York. Volvimos a Inglaterra unos
tres o cuatro días, y desde allí volamos a Nueva York para empezar a ensayar.
Al principio cundió un poco el pánico, cuando nos dijeron que una parte no les
gustaba. «¿Y vamos a cambiar el espectáculo ahora, tres días antes del estreno
en Broadway?», pensamos. Pero estrenamos sin cambiar nada y las críticas del Post y del Tribune
fueron muy, muy
buenas. Sin embargo, la del New York Times la que realmente importaba fue mala y nos destrozó.
Estuvimos en cartel durante tres semanas, pero por alguna razón que entonces no
comprendíamos no la publicitaron. Más tarde me enteré de que los productores
querían saldar el espectáculo con una pérdida que pudieran desgravar.
Cuando
lo de Broadway tocaba a su fin aparecieron un par de tipos de un lugar de
Washington Square, una especie de club restaurante llamado Square East, y nos
propusieron montar el espectáculo allí. A mí el sitio me encantó porque era
mucho más tranquilo. Tenía un aforo de unas doscientas personas y la sala era
bastante recogida, de modo que no había que desgañitarse para que los del fondo
nos oyeran, como sucede en los grandes teatros, lo que permitía una
interpretación más natural que a mí me iba mucho mejor. Nos quedamos en el
Square East unos meses y luego montamos otro espectáculo, momento que
aprovecharon un par de actores del reparto para largarse. Graham fue uno de los
que se marcharon, porque pensó que ya era hora de retomar sus estudios de
Medicina. Una noche Tommy Steele fue a ver el espectáculo y me invitó a una
audición para Half a Sixpence, tras la cual, para mi sorpresa, me dieron el papel.
TERRY
GILLIAM: En algún momento empecé a hacer fumettis para la revista. Un fumetti
era como una
película, pero sin movimiento. Había que elegir los platós, los exteriores, los
actores, el vestuario y escribir el guión, y era yo quien me encargaba de todo.
Así tuve la oportunidad de conocer a toda clase de gente. Para uno de ellos
contamos con Henry Jaglom; para otro una amiga mía, que era cantante de folk,
me dijo si podía llamar a su novio, que resultó ser Woody Allen y, por
supuesto, lo fichamos al momento. Fue entonces cuando conocí a John Cleese, que
había ido con la gente del Cambridge Circus a Nueva York siguiendo los pasos de Beyond
the Fringe, sólo
que a ellos no les fue tan bien y acabaron actuando en el Village. Después
decidí irme a Europa y John fue a parar a Chicago, donde estuvo trabajando de
periodista para el Newsweek.
JOHN
CLEESE: Cuando terminé de actuar en Half a Sixpence pasé una breve temporada
como periodista en el semanario Newsweek, trabajo para el que no di la talla.
El editor en jefe me caía bien, y cuando me enteré de que pensaban echarme
firmé una carta de dimisión para ahorrarle el mal trago. El periodismo siempre
me ha interesado, incluso antes de trabajar para el Newsweek. Éste es un malentendido
habitual. Al conocer mi biografía, mucha gente se pregunta: «Pero este tipo es
Basil Fawlty, ¿a qué vienen de repente todas esas extrañas aficiones?». Pues
bien, todas esas extrañas aficiones han estado siempre ahí, desde que tenía
quince años. Recuerdo que cuando estudiaba Derecho lo único que me gustaba, lo
único que me gustaba de verdad, era el Derecho Internacional y
TERRY
GILLIAM: Así que crucé el charco, me pasé seis meses viajando en autostop y me
enamoré de Europa. Fue como romper el cascarón. De repente me sentí muy lejos
de la forma norteamericana de pensar. Lo más curioso es que yo era muy
antiamericano, estaba contra la guerra y dibujaba muchos cómics para revistas
de acción política y esas cosas, pero luego me puse a viajar por Europa y
cuando un tipo –creo que fue en España– empezó a meterse conmigo por ser
americano, monté en cólera y me puse a defender Estados Unidos a capa y espada.
Fue espantoso, por un momento me vi a mí mismo convertido en un ultraderechista
radical. Es como si me creyera el único con derecho a la crítica.
Trabajé
para Pilote, una
revista que editaba en París René Goscinny, el creador de Astérix
y Obélix, y
mientras viajaba también saqué algo de dinero de los dibujos que hacía para la
revista Esquire.
Recuerdo que cuando llegué a Londres fui directo a las oficinas de Private
Eye para ofrecerles
mis dibujos, pero no les interesaron. Son célebres las portadas de Private
Eye con las fotos y
los bocadillos de diálogo, pero esa idea se la robaron a Help; la revista Help las inventó.
Llegué
hasta Turquía, pero ahí se me acabó el dinero, de modo que volví a París y fui
a ver a René Goscinny, quien me dijo: «Puedo darte dos páginas. Dibuja algo con
muñecos de nieve». Con lo que me dieron por esas dos páginas pude comprar un
billete de vuelta a Nueva York y al llegar me instalé en el ático de Harvey
durante un par de meses.
Una
manera de evitar que te reclutaran era alistarse en
JOHN
CLEESE: Casi inmediatamente después de dejar Newsweek me vi catapultado, a través de
un amigo, a un espectáculo que recalaba en Chicago y en Washington. El
espectáculo llegaba del Establishment, el club londinense de Peter Cook, y uno
de los actores era Meter Bellwood, que había sido presidente de los Footlights
durante mi primer año. Así que Peter, yo y un par más nos pasamos unas cuantas
semanas de gira por Estados Unidos con nuestros sketches del Establishment. Era
un espectáculo muy bueno, divertidísimo. Los personajes que hacía yo eran muy
distintos a los que había hecho hasta entonces, lo cual me parecía perfecto
porque disponía de muchas semanas para hacerme a ellos. Cuando llegamos a
Chicago con el Establishment Show, nos propusieron publicitarla por la radio y cuando
llegamos al estudio para vender un poco el espectáculo, apareció casualmente
Jack Palance, que fue muy amable con nosotros y nos dio un par de entradas de
matinée para El cielo puede esperar, la obra en la que trabajaba en
aquel momento. Fuimos a verla, y cuando nos pasamos por el camerino a saludarle
me confesó que lo que más le gustaba era la comedia ligera, pero por desgracia
siempre le ofrecían papeles de villano, de cabecilla de bandidos mejicanos y
cosas así…
Después
de actuar en Nueva Cork el resto del reparto de Cambridge Circus volvió a
Inglaterra y montó para
Desde
que en 1964 empezó el programa I’m Sorry, I’ll Read That Again, hemos recibido muchas quejas
por parte de los oyentes. Se quejan porque no consiguen visualizar a los
jóvenes cómicos que integran el reparto del programa y nos han pedido que les
ayudemos. De modo que para la nueva temporada que empieza esta noche, me he
reunido con Angus Prune y entre los dos hemos preparado este revolucionario kit
recortable de auxilio visual para los oyentes de I.S.I.R.T.A. Con un atractivo diseño y fácil
de montar, el presente kit está especialmente ideado para acabar con el tedio
de la «escucha».
ERIC
IDLE: El programa lo hacía la gente del Cambridge Circus, que se había licenciado dos
años antes que yo. Al volver de Estados Unidos habían montado I’m
Sorry, I’ll Read That Again,
y necesitaban material, así que les mandábamos cualquier cosa. En Nueva York
habían incluido algún número de mi cosecha, como una parodia de los Beatles
titulada «I Want To Hold Your Handle», que ya habíamos hecho antes. Todo el
mundo necesitaba guiones. Humphrey Barclay, con quien estaba continuamente en
contacto, me decía: «Si tienes algo, mándanoslo. Necesitamos material porque
andamos metidos en un programa de radio. ¿Quieres venir a una grabación?
¿Quieres escribir algo para nosotros?». Me llevaba tres guineas por minuto de
guión, lo que no estaba nada mal.