El Padrino (1972)
Más de tres décadas después de su estreno, El Padrino
sigue siendo incontestablemente el mejor logro del cine americano desde...
bueno, ciertamente desde 1972 y quizás desde la II Guerra Mundial. Los
problemas de la producción están bien documentados: la Paramount quería una
película de serie B, y Francis Ford Coppola la convirtió en una gran épica, el
único blockbuster de más de cien millones de dólares con cerebro. Su primer
golpe maestro fue contratar a cuatro relativos desconocidos (Al Pacino, James
Caan, Robert Duvall, Diane Keaton) y un riesgo de sobras conocido (Marlon
Brando). Después supo mantener la calma bajo el fuego, convirtiendo la novela
pulp de Mario Puzo en arte, y mostrando que el capitalismo y el crimen van
siempre de la mano. Es escalofriante, romántica, tensa y amenazante, un
banquete de cinco platos que te deja pidiendo más.
Las grandes películas generalmente no están planeadas
como tales; suceden a través de una inusual confluencia de talentos y
cualidades. Y El Padrino no es una excepción. Francis Ford Coppola buscaba
simplemente redimir una carrera titubeante cuando empezó a rodar la popular
novela de Mario Puzo. Su talento le trajo suerte. Primero reunió a un
extraordinario plantel de grandes actores que hicieron interesante el cine
americano durante los años 70 y 80: Marlon Brando, James Caan, Al Pacino, Diane
Keaton, Robert Duvall. Después aliñó la mezcla con algunos competentes
característicos: John Marley, Al Lettieri, Sterling Hayden, y su propia
hermana, Talia Shire. Coppola también tuvo el eminente buen sentido -o buena
fortuna- de conseguir a Nino Rota para que escribiese su última gran partitura.
Recibió un magnífico guión de Puzo, y después trabajó obsesivamente para llevar
a todos los implicados hasta el límite de sus habilidades, y a veces más allá.
La novela de Puzo (que también resucitó una
trayectoria vacilante) proporcionó no uno, sino varios elementos míticos que
Coppola fue lo bastante inteligente para reforzar en la película. El Padrino es
una saga generacional; también es un film de acción; pero por encima de todo,
atrapa la imaginación del público porque sugiere que la carrera de un gángster
no es tan diferente de la de un hombre de negocios o un político. Esto tuvo una
importante resonancia para la generación de los primeros años 70.
La película es oscura (Coppola hizo que el director
de fotografía Gordon Willis atenuase deliberadamente la iluminación de cada
escena); el ambiente es oscuro; y el clímax, en el cual Michael Corleone se
permite una orgía de sangrienta venganza, podría resultar simplemente horrible,
de no ser por las irónicas melodías del score de Rota, que nos mantienen a una
apropiada distancia. Y este es el mayor logro de Coppola en El Padrino: nos
presenta simultaneamente dos visiones de la familia Corleone. Los observamos
desde dentro, simpatizando con los motivos y dilemas de estos individuos muy
reales, atractivos y carismáticos; y los vemos desde fuera, en un estado de
suspendida indignación ante un código moral que sólo conoce la codicia y la
sangre.
Todo empezó cuando Mario Puzo, como tantos otros
escritores, se cansó de no tener dinero. Hijo de italianos, Puzo había nacido
en 1920 en Hell’s Kitchen, el distrito de Nueva York cuyos destartalados
bloques de viviendas alojan a familias enteras de inmigrantes. La pobreza de la
que el pequeño Mario creció rodeado daría color a su literatura en el futuro.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Puzo empezó a abrirse
camino en el mundo editorial. Sus dos primeras novelas, “Dark Arena” y “Fortunate
Pilgrim”, fueron bien recibidas por la crítica, pero entre ambas sólo le
reportaron unos magros 6500 dólares. El escritor tenía una familia numerosa y
un serio problema de ludopatía; el dinero que ganaba con sus libros y su
trabajo como editor en revistas de relatos de aventuras no era suficiente para
mantener ambas parcelas de su vida. Cuando sus deudas ascendieron a 20.000
dólares, Puzo pensó que había llegado “la hora de madurar y venderse, como
aconsejaba Lenny Bruce”. Se propuso escribir una gran novela sobre una familia
dedicada al crimen organizado en Nueva York.
Su editorial, Atheneum, rechazó de plano la
propuesta. Otra casa, Putnam’s Sons, confió en una sinopsis de diez páginas de
la historia y le abonó un anticipo de 5.000 dólares, a cuenta de los derechos
de autor. Había un pequeño
inconveniente: Puzo no había conocido a un solo gángster en toda su vida, y
tampoco sabía nada sobre Hollywood (para las escenas ambientadas en el mundo
del cine, se documentó en una biografía del fundador de Columbia Pictures,
Harry Cohn). Pero por medio de una exhaustiva investigación, historias de su
juventud y libres dosis de cultura y colorido italiano, empezó a trabajar en
1965 en lo que sería un esfuerzo de tres años: crear un glorificado, romantico
y absorbente retrato de un personaje ficticio llamado Vito Corleone y su
familia en el submundo criminal de América. A su obra magna la llamó “Mafia”.
Putnam’s Sons no estaba sóla en su interés por
“Mafia”. El libro en desarrollo también había llamado la atención de Paramount
Pictures, mucho tiempo antes de llegar a las tiendas.
A finales de los 60, la Paramount ocupaba el noveno
lugar en el ranking de la industria, detrás de las otras seis grandes majors y
dos independientes, National General y Cinerama. En 1966, el estudio fue
comprado por Gulf+Western, un holding fundado y presidido por Charles Bluhdorn,
un ejecutivo sin experiencia en el mundo del cine pero muy interesado en
revivir el esplendor de una de sus más pequeñas y problemáticas subsidiarias.
Bludhorn puso el futuro de la Paramount en manos de tres treintañeros: el joven
veterano de Hollywood Stanley Jaffe, el experto en ventas y publicidad Frank
Yablans, y el antiguo actor y empresario textil Robert Evans. Jaffe, presidente
del estudio, parece en retrospectiva el miembro menos destacable del trío,
aunque en aquel momento era el nombre más familiar. De hecho, dimitió en 1971,
antes de tener la oportunidad de hacer gran cosa, dejando el camino libre a
Yablans, hasta entonces responsable de márketing.
Robert Evans fue nombrado jefe de producción de la
Paramount en 1967. Cuando Bluhdorn anunció formalmente su contratación, la
prensa especializada le crucífico, catalogando la decisión como “la locura de
Bluhdorn”. Pero Evans demostró que era el hombre perfecto para el trabajo; con
él a cargo de la producción, el estudio auspició dos veces casi consecutivas la
película más taquillera del año: Love Story en 1970 y El Padrino en 1972. Ambos
proyectos fueron originados y desarrollados por Evans.
El método del productor jefe para adquirir estas dos
grandes propiedades fue inusual y particularmente hábil. En el caso de “Love
Story”, anticipó 25.000 dólares a la editorial Harper&Row para ayudar a
financiar una primera tirada de 25.000 copias de la novela de Erich Segal; A
cambio, Evans recibió una opción sobre el libro antes de que se convirtiese en
un best seller. La Paramount produjo la versión cinematográfica de “Love
Story”, que recaudó más de 50 millones de dólares en Estados Unidos, casi un
tercio de los ingresos brutos de la compañía aquel año. El enorme éxito de Love
Story envió un claro mensaje al resto de la industria: una película podía por
sí misma salvar a un estudio.
Evans se movió igual de rápido para adquirir los
derechos de “Mafia”. En la primavera de 1968, Mario Puzo llevó sesenta páginas
del primer borrador de su novela a George Wieser, un editor de historias de la
Paramount. A Wieser le gustó lo que leyó, porque pensó que “parecía un best
seller de Harold Robbins”, y le llevó el material a Evans. Éste ofreció al
escritor un anticipo de 12.500 dólares por una opción sobre el libro y 50.000
más si el estudio finalmente ejercía los derechos cinematográficos. La agencia
de representación de Puzo, William Morris, le aconsejó que rechazase el trato.
“Eso era como decirle a alguien que está bajo el agua
que aspire hondo”, recordaba después el autor. “Necesitaba el dinero, y 12.500
dólares me parecían como Fort Knox. Pero nunca me quejé de que la Paramount se
llevase ‘El Padrino’ tan barata”.
En julio de 1968, después de tres años de trabajo,
Puzo terminó de escribir “Mafia”, por entonces ya rebautizada como “El
Padrino”. Putnam’s Sons no sólo estaba dispuesta a lanzar una masiva primera
edición, sino que el agente del novelista estaba negociando la venta de los
derechos en rústica a la editorial Fawcett, que finalmente le proporcionarían
410.000 dólares, el adelanto más alto para una tirada en formato de bolsillo en
toda la historia editorial.
Superficialmente, “El Padrino” era un pulp barato
sobre sexo, violencia y crimen en el submundo gangsteril de América. Pero en su
corazón latía una sólida narración y vívidos personajes. Puzo retaba a los
lectores a adentrarse en un universo imaginario lleno de temas reales,
corrupción y personalidades dinámicas.
Los críticos estaban entusiasmados. “Tan absorbente
como terrorífica, tan franca y gráfica como poderosa. Un libro que explota con
los disparos que describe”, dijo Literary Guild. “Este es el material del que
están hechos los best sellers”, aclamaba Publishers Weekly.
A los lectores también les encantó el libro, y lo
compraron a paletadas: para cuando se estrenó la película, “El Padrino” había
vendido un millón de ejemplares en tapa dura y 12 millones más en edición de
bolsillo. Eventualmente, la novela permaneció durante 67 semanas en la lista de
best sellers del New York Times. (1)
En enero de 1969, la Paramount pagó a Puzo 80.000
dólares a cambio de ejercer su opción para desarrollar la versión
cinematográfica de “El Padrino” (una claúsula en el contrato del escritor
supeditaba la cifra a cobrar a los ejemplares vendidos). Resultaría ser el
negocio del siglo en Hollywood. Por unos cuantos miles de dólares, el estudio
se encontró controlando los derechos de un libro que tenía muchos números para
ser el blockbuster de la década.
Paradójicamente, mientras el libro de Puzo seguía en
lo más alto de las listas de ventas, el interés de la Paramount en producir la
película empezó a desvanecerse con la misma rapidez. Por un lado, tenían un
público potencial de millones de lectores que querrían ver la adaptación a la
pantalla de su novela favorita. Pero por otro lado, tenían Mafia (1968), una
rara incursión del estudio en el género del crimen organizado. Dirigida por
Martin Ritt y protagonizada por Kirk Douglas, tenía todas las trazas de un
éxito; pero nadie fue a verla, lo que supuso otro fiasco financiero para la
compañía y un mal presagio en relación a acometer otra película sobre
gángsters.