Cap12 Los hombres pequeños
Haciéndose acompañar por Juan Tébar, Pilar quiso conocer a la actriz Emma Cohen, recién llegada de París con la leyenda de haber participado activamente en las luchas callejeras de mayo del 68. Emma era joven y bonita, con aspecto de ponerse el mundo por montera y un aire de chica moderna poco frecuente entre las actrices españolas tradicionales. Pilar la había considerado para uno de los personajes de su próxima novela televisada, lo que la actriz aceptó de inmediato. Más tarde, durante la grabación, le explicó la razón del súbito capricho de contratarla. «Quería saber cómo eras, porque en una ocasión me quitaste un novio y me hiciste sufrir mucho.» Emma Cohen se quedó atónita. Ignoraba haber compartido novio alguno con aquella inescrutable directora, y aún le sorprendía más que una mujer de aspecto tan duro hubiera sufrido hasta las lágrimas por un desamor. Luego supo que Pilar amaba y sufría en cada caso con gran intensidad, incluso tiempo después de que el amor estuviera ya olvidado; y precisamente ése era el caso. Pilar le había ofrecido un papel sólo por la oportunidad de verse cara a cara con ella. La Cohen pensó que aquella mujer era realmente especial, y decidió ser amiga suya.
Los realizadores de TVE tenían libertad para contratar a los intérpretes que quisieran, y no era raro que optaran por sus propias parejas amorosas. Tanto es así que los directivos de la Casa lo prohibieron explícitamente aunque, naturalmente, ellos no podían estar siempre al tanto de la cambiante vida erótica de sus empleados, a pesar de que había inspectores que velaban por la salud moral interna de la tele, vigilando quiénes entraban y salían de los camerinos y cómo se vestía cada cual. Para curarse en salud, Pilar acordó con su compañero de trabajo José Luis Tafur un intercambio de parejas en los repartos: «Si tu contratas a Ramiro Oliveros, yo ficho a Fiorella Faltoyano…».Y así los dos amigos fueron esquivando la ordenanza, y pudieron seguir contratando a quienes querían en ese momento.
Los amores de Pilar eran febriles… y de escasa duración. Una vez estuvo empeñada en casarse y buscó un apartamento con tal fin: a última hora cambió de intención; en otras ocasiones intentó convencer a sus parejas de que anularan sus matrimonios y se quedaran a vivir con ella; otra vez tiró por la calle de en medio y envió una explosiva carta a su amado… que llegó a manos de la esposa, quien no dudó en dirigirse a Pilar: «He leído una carta que le has enviado a mi marido». La respuesta dejó de una pieza a la esposa ofendida: «No tengo por qué hablar contigo de mi vida privada…».
Durante un breve tiempo viajó cada fin de semana a Barcelona para verse con un actor al que amaba. Una de aquellas mañanas, temprano, sonó el teléfono en la habitación de hotel que compartían. Pilar descolgó con mal humor: «¿Quién llama a estas horas?», y dirigiéndose al hombre dormido, le espetó: «Es para ti, te llama tu mujer. Dile que no son horas de llamar». El actor, asustado, decidió romper la relación con su
amante. Pilar sólo lo supo a la semana siguiente, cuando llegó de nuevo a Barcelona. Adolfo Marsillach fue testigo de la ruptura. «Pilar era una extraordinaria encajadora y asumió la nueva situación sin mover un músculo», contó luego.* Como ella no había previsto otro alojamiento en la ciudad, Marsillach la acogió en su propia casa. «Una madrugada —recordaría él— nuestra amistad se convirtió en algo más», hasta que otra buena madrugada en que él llegó con una copa de más «ella se marchó dando un portazo».
Pilar consideraba que sus amores estaban condenados al fracaso: «Soy el amor imposible, verdadero o eterno de cuatrocientos señores.Y ninguno da un paso. Qué pequeños son todos. ¡Hay que fastidiarse!», escribió. «No quiero necesitar a nadie para que nadie me decepcione», se prometió a sí misma, pero jamás dejó pasar de largo a quienes se cruzaran en su vida provocándole un chispazo. Pocos se le resistieron.
Siguió viendo a Emma Cohen, especialmente en las tertulias de Jaime de Armiñán y Elena Santonja en el bonito jardín de su casa. Pilar solía presentarse de improviso, con su cara severa. Oteaba la reunión, y según quien hubiera en ella decidía quedarse o no. Jaime de Armiñán, escritor de éxito en televisión y cotizado autor de teatro, le parecía un hombre plácido y, afortunadamente para ambos, sin atractivo sexual para ella. Habían coincidido en el festival de Montecarlo, donde Pilar obtuvo una mención especial por su programa Una fecha señalada, escrito por Pedro Gil Paradela. Armiñán estaba allí acompañando a Chicho Ibáñez Serrador, para quien había escrito la polémica Historias de la frivolidad, que en Montecarlo ganó la Ninfa de Oro. Historias de la frivolidad era un diverti-mento musical contra la mojigatería y la censura que no cayó bien entre las autoridades. Fue emitido a regañadientes y a altas horas de la madrugada.
Las prohibiciones estaban a la orden del día.Y los escándalos. Por ejemplo, se levantó una buena polvareda en Murcia como reacción a unas frases de la obra Como las secas cañas del camino, de Martín Recuerda, que Pilar había dirigido para el espacio Estudio 1. El diario La Verdad resumía así el motivo del escándalo: «Aparecen unos individuos harapientos, ebrios, vagos, etc. En el diálogo que las protagonistas sostienen ante esa deprimente escena, se llega a decir, entre otras cosas: “¡Cuidado! Esos son de Murcia o del barrio chino de Barcelona. Son gente ruin, que viven en el camino. ¡Échalos!”».
El gobernador civil y la corporación municipal de Murcia enviaron sendas protestas a TVE y al Gobierno, llegaron a pedir «la entrega, para su destrucción, de la película original, por considerarla injuriosa y contraria a los fines culturales de la televisión, por cuanto su contenido y su forma suponen una lesión al buen gusto de los españoles». Se armó la marimorena. «Exigimos dimisión responsables insultos a Murcia. ¡Pilar Miró a la calle!», decía un telegrama. Pilar, en respuesta, se disculpó: «Afectadísima mala interpretación y acogida por parte de Murcia de la obra de Martín Recuerda. Lo lamento sinceramente», pero sus palabras caían en saco roto. Destapada la caja de los truenos, ella, más que el autor de la obra, estaba en el punto de mira de los ofendidos murcianos. Por su parte, Martín Recuerda se vio obligado a publicar una carta abierta en el diario Pueblo asegurando que era «ferviente admirador de la provincia de Murcia por tantas bellezas como encierra… Presento mis excusas al excelentísimo Ayuntamiento y a la provincia de Murcia, y retiro la frase urgentemente de mi obra». No estaban los tiempos para andarse con remilgos: si había que cortar, se cortaba.
El premio en Montecarlo por Una fecha señalada, que le entregó en mano la actriz francesa Michelle Morgan, no le sirvió de gran cosa. Adolfo Suárez le había advertido: «Que no se te suban los humos con el premio», y le dejó tres meses sin trabajo. «Qué pequeños son los hombres —se dijo a sí misma—: ¡Y pensar que éste me había gustado! Debo dejar televisión y hacer por fin una película.»
Lo urgente en aquel momento para ella era no perderse el festival de Cannes. Acreditada como periodista por Mundo Joven, Pilar Miró se presentaba cada año en la Croisette arrastrando una maleta sobre la que a veces se sentaba durante horas esperando que apareciera alguien conocido que la invitara a compartir su habitación. Alguna vez lo había tenido difícil y terminó alojándose por su cuenta en algún hotelito modesto. Pero lo principal era ir al cine. Desde temprano se encerraba en las salas de proyección a devorar película tras película, muchas de las cuales la censura no aprobaría en España.
Aquel año regresó a Madrid antes de que concluyese el festival. Eran las cinco de la mañana cuando llamó a su amigo José Antonio Páramo. Pilar sabía bien con qué lealtades contaba, a quién acudir en cada ocasión. Dado lo intempestivo de la hora, Páramo se asustó. «¿Te pasa algo?» «Prefiero contártelo en mi casa.» Y allí acudió el buen amigo: «Es que necesito ir a Italia, a una clínica de Bordighera, y había pensado que podríamos ir en tu coche». «¿Cuándo?» «Ahora mismo.» Salieron esa misma mañana. En España estaba prohibido el aborto.