Acción en el Atlántico Norte (Action in the North Atlantic), 1943

 

 

ARGUMENTO

El teniente Joe Rossi y su capitán Steve Jarves son los comandantes de un barco de mercancías que es fletado para transportar material desde Halifax a Murmansk. Por desgracia, el convoy es atacado por el ejército nazi y el navío acaba siendo hundido en las aguas del Atlántico. Tras el desesperado regreso a su país a bordo de una chalupa, los super­vivientes planean repetir el viaje, un deseo que cumplen poco después, y esta vez con éxito.

 

COMENTARIO

Huelga decir que este largometraje de la Warner se adscribe sin miramientos al género bélico y propagandístico de la época, así que ostenta tanto las pocas vir­tudes del estilo como las numerosas impo­siciones, clichés y deslices técnicos del mismo. En todo caso, Acción en el

Atlántico Norte despunta sobre el resto de cintas análogas por plantear las secuencias de acción desde una perspec­tiva que desdeña las secuencias de archi­vo, optando por unos efectos especiales que los aficionados aseguran ser los mejo­res propuestos nunca por la Warner.

De este modo, si bien es verdad que los stock-shots se reducen a unos meros planos de unos delfines saltando sobre las olas, después de que un personaje exclame que el agua está tan revuelta que hasta los peces escapan, no menos cierto es que el primer torpedeo que sufre el buque protagonista se plasma con una coreografía de llamaradas y destrozos casi electrificante.

Por si fuera poco, una apuesta entre Humphrey Bogart y Raymond Massey desembocó en que los actores no utili­zaran dobles para interpretar las escenas más peligrosas, con lo que es evidente que estas ganaron en verosimilitud; el envite, sea dicho de paso, había partido de una discusión en la que los astros debatían cuál de ellos tenía el mejor stunt man y se produjo poco antes de filmar el acto en el que sus personajes abandonan el tanque achicharrado del barco.

En cuanto a la identidad del autor que organizó las estupendas secuencias de dis­paros y bombas, hay que poner en entre­dicho la información que apunta al propio Lloyd Bacon, pues el director afrontó el rodaje sin resolver un problema provoca­do por su situación contractual. Parece ser que el contrato de Bacon expiró en medio de las filmaciones y, por ello, el artista le preguntó a Jack L. Warner si tenía pen­sado renovárselo; la respuesta del directi­vo fue demasiado ambigua: Finaliza la película y ya hablaremos de ello, tanto que Bacon se negó a continuar su trabajo. Fue despedido y su puesto lo ocuparon Byron Haskin y Raoul Walsh, los cuales rema­taron la cinta sin ser acreditados.

Se puede afirmar que el filme está estructurado en tres partes que corres­ponden al viaje inicial, a la estancia de los protagonistas en tierra firme mien­tras no se bota la siguiente nave, y al segundo y triunfante periplo. Siendo un proyecto donde priman las labores de todos los implicados es lógico que el papel de Bogart como teniente Rossi no supere en importancia al resto de los papeles, y es el ambiente coral la sensa­ción que lidera. Se echa de menos que las relaciones entre los soldados no sean más profundas, y tampoco satisface, aquí por su falta de originalidad, la historia paralela que se centra en la vida cotidiana del teniente Rossi, una vida marcada por la proximidad del casamiento con su novia.

En pocas palabras, el largometraje es en cierta manera un clásico, pero den­tro de la filmografía de Bogart deber ser tachado como un trabajo menor con una interpretación insustancial.

 

(Tex Matthews).

 

Acción en el Atlántico Norte, cuya his­toria original redactada por Guy Gilpa-tric fue nominada al Oscar en 1944, no fue estrenada en España, acaso porque nuestro país estaba gobernado por un dic­tador contrario a la causa aliada.

 

 

AJEDREZ

 

Siempre se ha rumoreado que el pro­pio Bogart fue quien propuso a los guio­nistas de Casablanca la posibilidad de


añadirle a Rick un elemento distintivo que hablara sobre una empedernida afi­ción por el ajedrez. Y es que fuera de la pantalla, el actor alternaba los viajes en yate con reuniones donde se practicaba ese juego de mesa. Logró ser en poco tiempo un experto, dicen que casi un maestro del gambito. Además se sabe de buena mano que a Bogart le gustaba ir al Romanoff s (ver) porque admiraba la destreza exhibida por el dueño de este restaurante precisamente en el ajedrez.

 

 

ALBOROTADOR

 

Antes de formar pareja con Mayo Methot y deslumbrar a la opinión pública con sus peleas conyugales, Bogart ya se había labrado por sí solo una fama de alborotador nato. Parece ser, como atestigua por ejemplo John Huston, que en realidad al actor le gus­taba hacer “teatro” en su vida privada, como si le estuviese filmando siempre una cámara. Se puede explicar a partir de aquí que las peleas que provocaba tenían como misión el publicitar una imagen suya aprovechable para su carre­ra cinematográfica.

Además, la prensa exageraba el gra­do de las broncas y hasta a veces descri­bía otras que nunca habían ocurrido. Por ejemplo, una vez salió a la luz una noticia en la que se aseguraba que Bogart y un francés se habían apostado a ver cuál de los dos aguantaba más masti­cando cristales de un vaso roto. El actor lo negó con una sonrisa entristecida, ase­gurando que puede que esté loco, pero no creo que mi locura llegue hasta ese punto.


Otra anécdota relata que, en una fies­ta organizada en Hollywood, Bogart y Clifton Webb se enzarzaron en una bata­lla campal donde el físico de cada uno peligró de forma bastante palpable y donde los insultos intercambiados alcan­zaban un grado completamente inquie­tante. Después se supo, aunque parezca increíble, que todo estaba pactado entre ellos, pues eran viejos amigos y los dos consideraban que los saraos de la época estaban tan estancados que se necesita­ban estratagemas de este tipo para darles algo de salsa.

De hecho, Webb dijo en una entre­vista: Nunca he visto a Bogart hacer nin­guna de las cosas que dicen que hace en público, por lo menos cuando yo he esta­do presente. Nunca le he visto metido en una pelea de verdad… En este mundo del cine, la gente tiende a creer que eres como los personajes que interpretas en la panta­lla. Webb pasaba por alto el malhumor que caracterizaba a Bogart en los rodajes, sobre todo el que enfocaba a las nuevas estrellas; en este caso, en el rodaje de Sabrina, la inexperiencia de Audrey Hepburn le enojó tanto como para hacerle exclamar: La chica no está mal, si te gusta repetir la toma treinta y seis veces.

Bogart compartía con el actor Bro-derick Crawford un juego similar al idea­do con Webb. Por otro lado, Robert Morley aseguraba que la estrella era un ser amable y modesto, demasiado gentil para el mundo de la farándula en el que se movía, lo que en cierto modo volvía a desdecir esa opinión negra que el públi­co poseía sobre él.


Harina de otro costal es la relación de amor y odio que Bogart tuvo con sus jefes de la Warner. No era secreto para nadie que le irritaba el modo en el que el estudio estaba dirigiendo su carrera, pero al fin y al cabo esto era algo que le ocurría a casi todas las estrellas del momento. Cuando Bogart logró deshacerse del con­trato que le ataba a la Major no se le ocurrió otra cosa que comentar: Casi puedo decir que echo de menos las peleas… Es como cuando te pelas con tu mujer y obtienes el divorcio. Luego echas de menos las discusiones.

 

 

ALCOHOL

Aunque John Huston se mostró al respecto demasiado ambiguo, a veces pre­sumiendo de compartir largas noches con Bogart donde el alcohol fluía a rauda­les, asegurando otras que en realidad creo que nunca vi a Bogey borracho. Sus borra­cheras eran siempre medio fingidas, pero le encantaba montar el número, lo cierto es que el propio actor reconoció sin tapujos su amor por la bebida.

Seguramente, esta peligrosa pasión fue heredada de sus propios padres y comen­zó con ella en la época en la que intenta­ba triunfar en Broadway. Más tarde se defendería arguyendo: Si toda la gente del mundo se pudiera tomar tres tragos, nin­guno de nosotros tendría problemas.

Con Bill Brady Jr. formó un dúo de borrachos que dio la nota en los locales más prestigiosos de Manhattan y, más tarde, ya en soledad, Bogart mataba su frustración al perder una partida de aje­drez justamente sentado en una barra.

Por ejemplo, el hostelero Tony Soma, que era conocido por espaciar el pago del género a los clientes que él conside­raba amigos, permitía que Bogart bebie­se en su local hasta altas horas de la madrugada aunque el actor no dispu­siese de dinero en esos momentos.

El alcohol fue evidentemente una de las causas de su mal humor, marcándo­le como jaranero. Se dice que su famosa cicatriz (ver) fue fruto de una pelea con otro cliente provocada por el estado de embriaguez de ambos.

Sus gustos eran variados, desde el whisky a los martinis, pero sin olvidar la cerveza o el Jack Rose, licores que tam­bién degustaba en exceso con la compañía de Mary Phillips. Su esposa era otra bebe­dora empedernida y entre los dos mon­taban juergas realmente escalofriantes para celebrar los papeles que obtenía Bogart gracias a la ayuda de la mujer. Más tarde, aparecerían en su vida Mayo Methot y John Huston para rematar la jugada. El director Nunnally Johnson afirmó una vez: Bogart posee un termostato alcohólico. Y seguro que no mentía porque el hombre solía unirse al actor en sus jornadas etílicas.

En relación a su idilio con el alcohol existen muchas anécdotas que describen a un Bogart iracundo. Por ejemplo, mien­tras se encontraba entreteniendo a las tro­pas durante la Segunda Guerra Mundial, un oficial le encontró borracho y vesti­do con uniforme de soldado, y por ello le solicitó que se desvistiera, preguntán­dole primero el nombre y el rango. La respuesta fue la siguiente: ¡No tengo nom­bre. No tengo rango. No tengo número de serie. Y tú te puedes ir al infierno!


En otra ocasión se vio obligado a aga­char las orejas. Resulta que en un roda­je estaba tan borracho que se negaba a seguir filmando. El propio Jack Warner tuvo que acercarse al estudio y esta es la conversación que tuvieron:

–Bogart, ¿qué coño estás haciendo?

–Andar en mi bicicleta –respondió con cinismo la estrella.

–Es hora de ir a trabajar –el jefe se mos­tró inmutable.

–No tengo ganas de hacerlo.

–Mira. Hay mucha gente que te está esperando y que hoy tiene ganas de traba­jar, y además cobran menos de lo que tú te gastas en bebida.

Solo conocer a Lauren Bacall pareció domar un poco al borrachín, algo que dice mucho de la mítica actriz. Sin duda es difícil enamorarse de un hombre que es capaz de decir: No me gusta las personas que no beben, no me fío de ellas. La bebi­da es la única manera que existe para que desveles tus verdaderas intenciones.