Greta Garbo continúa
recordando así aquella reunión, a partir de que un grupo de botones llamara a
la puerta de la suite de Stiller con cajas de ropa encargada por el director…
“desnúdate y no pienses
por el momento que voy a tocarte o hacerte nada parecido. -Me dio la espalda y empezó
a desgarrar las envolturas de los paquetes y a arrojarme piezas de ropa por
encima de su hombro-. Ponte primero esta ropa interior, porque estoy seguro de
que tendrás agujeros en los panties. ¿Qué
otra cosa podía hacer? Haciendo un esfuerzo por superar mis vacilaciones,
empecé a quitarme la ropa con gestos mecánicos. Él permaneció en la misma
posición, abriendo los paquetes y dejando que la ceniza de su cigarrillo cayera
por cualquier parte. Calculó perfectamente el tiempo que tardaría, a pesar de que,
desde su posición, yo sabía que no podía verme. Una vez que me hube desnudado y
me hube puesto unos panties nuevos, me arrojó unas hermosas bragas de encaje
rosado. A continuación, me puse un vestido de color naranja oscuro y me admiré
en el espejo. Para completar el vestido, exquisitamente diseñado, me arrojó
unos zapatos y un joyero. -Ponte todo esto, y luego díme cuándo puedo volverme
para contemplar a mi estúpida virgen-. Me pregunté qué estaba tratando de hacer
en realidad, obligándome a vestirme a espaldas suyas, cuando en la suite había
otras dos habitaciones a las que se habría podido retirar. Presumíblemente,
intentaba convencerme de que todo su interés por mí era genuinamente artístico.
Así me lo pareció, al menos, en aquel momento. Me ajusté con nerviosismo las
nuevas ropas y me sentí orgullosa de mi éxito con él. Pero cuando vi los viejos
panties en el suelo, observé que, en efecto, tenían un agujero. Recordé lo que
me había dicho, cuando aún no me los había quitado. ¿Cómo pudo haberlo sabido? No
podía tener ojos en los pies. Las manos me temblaron mientras recogía las ropas
viejas. Él seguía de pie, dándome la espalda, cuando yo abrí el joyero y vi un
collar. Era de oro e imitaba un estilo egipcio. También había un reloj suizo y
dos sortijas.-¿Has terminado ya de vestirte? -me preguntó con un tono de
irritación. -Sí, ya he terminado -contesté, reprimiendo la ensoñadora
admiración de las brillantes joyas. -Pues ahora ve al cuarto de baño y péinate
el cabello. No se movió de su sitio. Yo me dirigí al cuarto de baño, me lavé la
cara con agua fría y me peiné cuidadosamente. Al verme en el espejo, con el
vestido nuevo y las joyas, me gusté a mí misma como mujer por primera vez en la
vida. Al regresar, él se encontraba de pie en medio de la habitación. Su mirada
relució al tiempo que me estudiaba. -Ése es el aspecto que debe tener una gran
actriz -dijo-. Vestida con sencillez, pero con gran elegancia. Sin llevar
muchas joyas, simplemente las suficientes. -Me ordenó que caminara como una modelo,
que girara y regresara y caminara de nuevo, al mismo tiempo que decía-:
¡Perfecto!... ¡Perfecto! -Después de una pausa, añadió con orgullo-: Y ahora
podemos ir a almorzar… diciendo estas palabras, me tendió un abrigo y un
sombrero. Me los puse e inicié el camino de regreso al cuarto de baño para
verme en el espejo. Pero él me detuvo y sugirió: -Mírate en ese gran espejo que
hay en la puerta, a tu izquierda. Así te podrás ver mejor el abrigo.Como no
había observado hasta entonces la existencia de aquel espejo, me sentí profundamente
enojada. De pronto, me di cuenta de que él me había estado contemplando durante
todo el rato, mientras me desnudaba, a pesar de darme la espalda.
-¿Por qué me has
engañado? -le grité. Me miró sin la menor sombra de azoramiento en su
semblante. -Ya te dije que estaba interesado en todos y cada uno de tus
aspectos. Tenía que verte sin ropas para comprender cómo puedo resaltar tu
figura. Greta, si te hubiera pedido que te desnudaras delante de mí, habrías
pensado que deseaba seducirte. Y en esta fase inicial de nuestra relación, nada
hubiera podido convencerte de la pureza de mis intenciones. Al utilizar este
espejo, ambos nos hemos ahorrado mucho tiempo y yo he obtenido una información
que me será muy útil para configurar tu carrera. Me quedé inmóvil, sin saber
qué decir, pensando que, probablemente, aquél no era más que el primero de los
trucos de Stiller. ¿Cómo iba a poder soportarlo? Me tocó la espalda con un
dedo, a modo de señal para marcharnos, y me siguió hacia la puerta. -¿Sabes? Es
la primera vez que he visto a una mujer con un aspecto un mil por ciento mejor
desnuda que vestida. El Creador te ha concedido un gran don. Me maldije a mí
misma y a él, en silencio. Estaba a punto de insultarle abiertamente, de un
modo incontrolado, cuando una camarera apareció ante la puerta con sábanas
limpias. Bajé la cabeza, sin decir nada, y salí de la habitación”.