"Sonny Boy"

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"El cine era un lugar donde mi madre podía refugiarse en la oscuridad y no tener que compartir su Sonny Boy con nadie más. Este fue el apodo que me dio, fue la primera, antes de que todo el mundo empezara a llamarme así también. Lo había tomado de las películas, había oído a Al Johnson cantarlo en una canción muy popular. Le quedó grabada en la mente durante doce años, y cuando yo nací, en 1940, todavía tenía la canción tan presente que me la cantaba. Mi padre sólo tenía dieciocho años cuando nací, y mi madre era unos años mayor. Suficiente para decir que eran jóvenes, incluso para la época. Probablemente no tenía ni dos años cuando se separaron".

Título: "Sonny Boy"

Autor: Al Pacino

Editorial: Cúpula

Al Pacino sabe que con este libro se despide. De hecho, nos cuenta al final el momento en que su corazón se paró durante la pandemia, como fue recuperado "in extremis" por los médicos y los pensamientos que el roce con la muerte le provocaron.

Partiendo de los recuerdos de su madre y su abuelo, con origen en Corleone, Sicilia, recorre con trazos breves y directos, la humildad de su origen llegando a rozar la pobreza; su adolescencia pandillera con amigos que no sobrevivieron a la violencia y la droga; y por fin el esfuerzo por alcanzar el escenario de un teatro que en los años 50 y 60 conducían al cine que define su vida adulta.

Al Pacino está entre la docena de actores que marcan muchas buenas películas en medio siglo de cine. En estas memorias, que no son las primeras, repasa algunas de las cosas que vio y sintió. Comparte algo común en las estrellas de la pantalla: tienen que sobrevivir a la fama y a sí mismos. Pacino es consciente de su edad y de que ya poco le importa contar historias o analizar sus sentimientos.

Los actores ingleses suelen reírse de sus colegas americanos seguidores de las técnicas de "inmersión" que practican. Pacino es un ejemplo de ese tratamiento que Lee Strasberg daba a sus alumnos, y el trabajo de inmersión salpica una y otra vez sus recuerdos. Pacino trata de exponer sus debilidades y excluye todo detalle escabroso en beneficio de su filmografía y las circunstancias que la rodearon. El primer resultado es que despierta un gran apetito por volver a ver las mejores de sus películas. Volver a disfrutar por ejemplo del alegato final de "Justicia para todos" (1979).

No oculta su adolescencia de gamberro pandillero en el Bronx de Nueva York, aceptada como parte ineludible de la época, el lugar y una familia inmigrante. Si pasa por alto en cambio los ritos de paso de la sexualidad que suelen desvelarse en casi todas las memorias de las estrellas. El sexo en su conjunto no existe en estos recuerdos del actor, aunque si el amor y su actitud reacia al matrimonio, que terminó superando hasta el extremo de tener su cuarto hijo con 84 años, lo que definió como "mini milagro".

Su madre comenzó a llevarlo al cine con tres o cuatro años y un par de años más tarde solía interpretar una escena del filme "Días sin huella" (1945) en reuniones familiares.

"Era tan bueno en esta pequeña rutina que lo hacía a petición de mis parientes. Se reían a carcajadas. Supongo que les parecía gracioso ver a un chico de cinco años rebuscando en una cocina imaginaria con esta intensidad de vida o muerte. Era una energía dentro de mí que estaba descubriendo que podía canalizar. Ya con cinco años pensaba: «¿De qué se ríen? Ese hombre está luchando por su vida». Mi madre tenía sensibilidad para esas cosas. Creo que es por eso por lo que le atraían este tipo de películas".

A los 17 años toda su familia se muda de ciudad y queda solo en Nueva York, para comenzar su verdadera formación como actor, aprendiendo baile o las técnicas sensoriales de Lee Strasberg. Durante este periodo, frecuentemente se encontraba desempleado y sin hogar y, en ocasiones, llegó a dormir en la calle, en teatros o en casas de amigos.

Tenía 22 años cuando murieron su madre y su abuelo, sus dos referencias más importantes. Su peor época recuerda hoy, y junto a ser rechazado por el ejército para ir a Vietnam, se deprimió hasta lanzarse a la automedicación de relajantes. Pacino asegura que jamás ha tocado la cocaína, y su droga es el alcohol que lo hizo dependiente y cliente destacado de psiquiatras y terapias.

Hacia mediados de los 60, probó suerte como director y comenzó a escribir "revues" cómicas que interpretaba con un amigo en cafeterías de Greenwich Village, y llegó a probar sus habilidades como comediante en vivo en el Café La MaMa, que sobrevive aún.

¿Su primer papel protagonista en el cine? Pacino recurre al productor del filme, Dominick Dunne, porque la lista de candidatos para protagonizar "The panic in Needle Park", se acortó a "dos desconocidos": Al Pacino y Robert De Niro, y recoge que el segundo «se arrodilló en el suelo, se arrodilló realmente» mientras le rogaba que no le diera el papel a Pacino. La distribuidora 20th Century Fox tampoco lo quería para el papel al considerarlo «demasiado étnico».

Es de sobra conocido el rechazo de todos, excepto Coppola y Diane Keaton, a su participación en "El padrino" (1972) que fue lo que le lanzó a la fama y lo convirtió en estrella, pero al echar la vista atrás, considera su mejor película "El precio del poder" (1983).

Pacino logró un Óscar en su octava nominación y recuerda su sensación y agradecimiento, pero la imagen que selecciona para aquella noche es otra. "Algunas personas ganan el Oscar y se pasan el resto de la noche de fiesta, de una celebración a otra. Por supuesto yo también me sentía así, pero no me dejaron. Tenía un avión privado esperándome, porque al día siguiente tenía que estar en Nueva York para rodar Atrapado por su pasado. Así que tuve que marcharme directamente de la ceremonia de los Oscar para coger el avión. Nada de esa sensación de bienestar que esperaba. Pero estaba solo en ese gran avión, yo solo con mi Óscar, y podía gestionar esa soledad. Era como en los viejos tiempos, arrastrando ese carrito rojo lleno de periódicos Show Business, por la Séptima Avenida bajo la lluvia, cantando Chianti a pleno pulmón.

Pero en ese momento en el avión, me invadió una sensación. Era equivalente a lo que había experimentado justo cuando entré en el Actors Studio de joven. Estaba de pie en el andén del metro, me subí al tren que llegaba y me giré para ver cómo se cerraban las puertas. Vi mi reflejo en la ventana del convoy y pensé, soy un actor. Soy un miembro del Actors Studio. Allí, sentado en el avión, me embargó una sensación de determinación. Era un regalo profundo, difícil de expresar en palabras porque tenías muchos sentimientos".

Como espectadores de muchas de sus películas, se encuentran momentos compartidos desde la butaca del cine, ampliados y detallados desde la memoria de quien lo hizo. Con la ayuda de un editor que recibe su agradecimiento, han logrado hacer un libro ameno, directo y que se lee con placer.

Carlos López-Tapia

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