Sitges 2023: El vistazo general a toda una edición de cine
Querido Teo:
Este ha sido mi segundo Sitges, algo más caótico que el anterior a pesar de que he podido ver muchas menos películas que el año pasado, pero los fríos espacios del Auditori y la Sala Tramuntana chocando con los calores de un Sitges poco habitual para octubre, han pasado factura en este humilde servidor, por lo que vengo con un resumen general de lo que ha supuesto para mí este Festival de Sitges 2023, con pocos nombres conocidos pero con muchas sorpresas inesperadas dentro de un catálogo, como siempre inabarcable, y que se terminan perdiendo un montón de propuestas, dando la sensación que cada espectador está viviendo un festival diferente.
Comenzamos con el cortometraje de apertura “Ahora vuelvo”, dirigido por Gabe Ibáñez y Lucas Paulino y protagonizado por Belén Cuesta, un ejercicio de estilo de los que se siente que uno no sabe realmente cuál es el propósito del corto más allá de mover un poco la cámara e intentar dar cuatro sustos. Hay una reflexión detrás de todos estos cortos que sólo pretenden ser una forma muy concreta y no contar prácticamente nada, cuando hay tantos proyectos que no salen a la luz pretendiendo mucho más, se siente que hay un privilegio desaprovechado y realmente, es una pena.
El cortometraje acompañaba a la película de inauguración, “Hermana muerte”, la nueva película de Paco Plaza. En cierta forma, la precuela de “Verónica” se siente como una película de encargo, una película que no pretende ir mucho más allá en el fondo y que su lucimiento viene a partir del talento en la dirección de Plaza. El director valenciano construye una especie de “tren de la bruja”, donde la trama avanza a partir de secuencias de terror individuales construidas para asustar y crear atmósfera, convirtiéndose en un disfrute lúdico que realmente no va mucho más allá, pero que quizá tampoco lo pretende.
Los recursos cinematográficos de Plaza son variados, y lo suficientes para que no termine quedándose todo en algo plano, y es que a partir del montaje y de diferentes movimientos y encuadres con la cámara consigue que cada situación se convierta en única, y muy disfrutable a todos los que nos encantan las formas. No hay aquí la rotundidad ni impacto emocional que sí que había en otras propuestas del director como en “Quien a hierro mata” o incluso “La abuela” pero, a partir del entretenimiento, Paco Plaza vuelve a demostrar con madurez y solidez por qué es uno de los mejores directores ya no sólo del género, si no de la actualidad.
Ese mismo día también veíamos “Sleep”, parte de la sección oficial, dirigida por Jason Yu, cineasta surcoreano que debutó con su primera película, que se proyectó en la Semana de la Crítica de Cannes con una recepción excelente. La película trata sobre una pareja que se tiene que enfrentar al sonambulismo del personaje interpretado por Lee Sun-kyun (“Parásitos”), donde éste se levanta por las noches y lo que en un inicio parece que sólo realiza diferentes travesuras, se va convirtiendo en un auténtico infierno.
Como bien saben los surcoreanos, la película ni se centra en el terror ni en el drama, si no en ambos, incluyendo la comedia, porque cada vez da más la sensación de que son los mejores mezclando géneros, que no tienen reparo alguno en tirarse a la piscina con ello y que todas las emociones son asequibles en prácticamente cualquier historia. En este caso, la película vira más adelante a lo que será un terror más extremo, pero nunca dejando de lado esa ironía y el gag visual primando por encima de todo lo demás.
Al día siguiente veía “My animal”, la película dirigida por Jacqueline Castel que estuvo en Sundance 2023, y que en Sitges se encontraba en la sección de Noves Visions. Una película sobre una joven que esconde el secreto de ser una mujer lobo, al igual que toda su familia. Aislada desde pequeña, saldrá de su costumbre cuando conozca al personaje interpretado por una Amandla Sternberg (“El odio que das”) que es todo carisma, personaje que le hará no sólo salir de la monotonía si no también de otros lugares que la protagonista desconocía.
Personalmente disfruto más de “My animal” cuando abraza su lado más experimental, dejando más de lado ese drama adolescente que hemos visto infinidad de veces, y hace que suenen unos sintetizadores a todo trapo creando una atmósfera muy interesante, priorizando la emoción, la imagen abstracta y sin estructura, ante la tradicionalidad del "coming of age".
“Vive dentro”, la película del director Bishal Dutta, llamó mi atención cuando NEON, la gran distribuidora independiente estadounidense, compró la película. Un filme sobre una joven indioamericana que tiene que enfrentarse a una leyenda/criatura de la mitología india que la acecha desde la invisibilidad y oscuridad del alma. Hay un ejercicio de dirección muy interesante con el uso del fuera de campo, a nivel visual y sonoro, y como la cámara oculta a la criatura acechando a la protagonista.
A partir de ello, el director propone un juego del escondite continuo con la criatura (impresionante mezcla de FX y VFX, por cierto) hasta que tienen que enfrentarse a ella, convirtiéndose en un relato que hemos visto muchas veces pero que, como hablábamos previamente con la película de Paco Plaza, hay un deleite lúdico e interesante a partir de la forma que hace que la película se deje ver, a pesar de quizá una falta de poso en el mensaje.
Uno de los grandes hits del festival fue cuando pudimos recuperar “Club Zero”, la nueva película de Jessica Hausner (“Little Joe”), que ya estuvo en competición oficial en Cannes este año. Una película que muestra a una profesora en una escuela de élite que les enseña clases de “nutrición consciente”, con todo lo que eso conlleva hasta límites insospechados. Hay un posicionamiento claro por parte de Hausner al ser ricachones jóvenes los que se enfrentan a aprender esta nueva “consciencia” de comer mejor para cuidar el planeta. Una torta con la mano abierta a esa supuesta izquierda privilegiada que realmente no busca ni cuidar el planeta ni acabar con el sistema al que ellos beneficia; sólo hay un objetivo y es el de sentirse mejor consigo mismo.
La película es una sátira divertidísima, que está dispuesta a cruzar todas las líneas con el objetivo de atizar a todo el que se le ponga por delante, honrando su lugar en Sitges con algunas de las secuencias que más han hecho escandalizar a la audiencia del Festival. Aún así, Hausner se mueve constantemente entre la ironía y el horror, debido a que muchas de las situaciones son tan extremas que por momentos, aunque odies a los personajes, no sabes si reírte o compadecerte de ellos. Hay una línea fina interesante ahí que Hausner explora y explota, convirtiéndose en un desafío para el espectador. Hausner tiene claro que, a pesar de la clase social (hay una consciencia de clase tremenda), la idea es el parásito actual más resistente, una idea es capaz de derruirnos como personas, y no hay reflexión más pertinente en estos tiempos confusos en los que vivimos. “Club Zero” puede dividir debido a sus extremos, pero es sin duda una de las películas más interesantes y estimulantes de los últimos años.
El director Aritz Moreno nos volaba un poquito la cabeza cuando en 2019 estrenó “Ventajas de viajar en tren”, una película surrealista y extrema dentro de su comedia que desbordada originalidad tanto a nivel visual como narrativo. Vuelve ahora, a la espera de si se estrena o no en España debido a que es producción original de ViX (servicio de streaming latinoamericano) a pesar de que cuenta con gran cantidad de equipo técnico nacional, con “Moscas”, protagonizada por Ernesto Alterio, una película rodada en Argentina sobre las desventuras y descenso a los infiernos de un rico empresario.
La película te deja claro desde el primer momento que va a ser una comedia extremadamente ácida, negrísima, donde la sátira está a la orden del día pero que sobre todo lo que importa es acompañar a un Alterio desatado, incluso sobreactuado pero excelente por ello, en una puesta en escena controladísima (se habla poco de la solidez y la claridad de Moreno como director) que hace viajar al espectador por los terrenos más pantanosos. Para un servidor fue quizá la película con la que más carcajadas soltó, en una primera sesión en la sala Tramuntana en la que el público de Sitges, como es habitual, no falló en sus estallidos de risa y aplausos. Gags visuales e incluso de "slapstick" que recordaban al mejor Shane Black o Martin McDonagh, con un comentario social y conciencia de clase lo suficientemente pertinentes para que la película no quede en mero divertimento, convirtiendo a “Moscas” en una de esas películas que hay que ver y que establecen a Aritz Moreno como uno de los directores actuales más interesantes.
Ciertamente la racha de películas era exquisita hasta que me encontré con “Hay algo en el granero”, dirigida por Magnus Martens y que muestra la historia de una familia americana que se muda a Noruega a vivir en una casa de campo. Lo que no podrán esperar es que en ella habita un gnomo de jardín, al que deberán cuidar de una manera muy concreta si no quieren que se vuelva problemático. Sobre el papel, una película de gnomos de jardín asesinos sonaba genial para un pase en el Auditori, pero la película se ensimisma consigo misma con chistes absurdos, con gags salvables contados sobre el choque cultural entre Estados Unidos y Europa, aunque ya los hayamos visto mil veces.
Cierto es que la película en algún momento se vuelve más gamberra, con un gore un poco “light” pero lo suficiente para arrancar unos aplausos, pero realmente nunca va más allá, quedándose incluso ni en un mero divertimento ya que sus 100 minutos de duración se terminan haciendo largos. A veces uno piensa en que estaría mejor abrazar lo bizarro, lo extremo, aunque quizá estando Sony detrás habrán preferido quedarse en un lugar medio, obligando a la película a estancarse ahí.
Llegamos a la que ha sido para mí la mejor película del Festival. “Robot dreams” de Pablo Berger (“Blancanieves”, “Torremolinos 73”). Después de triunfar en el Festival de Annecy, y proyectarse en Toronto y Cannes, se estrenaba nacionalmente la película del director vasco en Sitges y, al menos a mí, rompiéndome el corazón de todas las formas posibles. La película cuenta la historia en un mundo donde en vez de humanos habitan animales, y en la que seguimos a un perro solitario que busca una conexión con algo o alguien. Es entonces cuando compra un robot, con el que establecerá cierta amistad.
Berger cuenta esta historia sin diálogos, únicamente a partir de las imágenes y la música, y nos recuerda de una forma algo primigenia en el cine, que no hace falta ningún tipo de diálogo para narrar o emocionar. La película es increíblemente accesible, recordando en tono y ritmo a los primeros cortometrajes de Pixar, con un lenguaje narrativo y visual simple pero efectivo. A partir del mismo vemos cómo se desarrolla la relación del perro y el robot, como el primero se apoya en el segundo para salir de una vida de monotonía y soledad, descubriendo no sólo nuevas emociones si no también a sí mismo. Berger no sólo se quiere centrar en las emociones más optimistas, si no que explora diferentes signos de pérdida, anhelo, dependencia emocional, etc… Hay unas lecturas emocionales muy adultas en “Robot dreams”.
Sin querer contar más de la cuenta, cómo Berger plasma las inquietudes del título en pantalla es tremendamente estimulante, utilizando diferentes referentes cinematográficos para entender el cine como forma de soñar, el cine como manera de entender qué es lo que uno anhela, el cine como plasmación de unos sueños que a veces no podemos alcanzar. Hay una traslación de la emoción a la pantalla compleja pero tremendamente terrenal, en la que Berger continuamente humaniza tanto a robot como a perro y planta unas emociones complejas pero sencillas de entender, que se sienten como si te estuvieran arrancando parte del alma. Todo desde una madurez que te obliga a reflexionar sobre qué queremos y con quién, aunque priorizando sobre todo con nosotros mismos, porque por mucho que soñemos siempre tendremos que convivir con nuestros sueños y pensamientos, y que seguir adelante es una tarea inevitable, demoledora pero preciosa. Nunca volveremos a escuchar September de Earth, Wind & Fire igual. Avisados quedáis.
Después de este torrente de emociones, se vio el cortometraje “Fishmonger” antes de proyectarse una de las sorpresas del Festival de la que hablaré ahora. El cortometraje, rodado en analógico y con una estética que recordaba a “El faro”, arrancó furiosos aplausos y risas con su humor escatológico pero que, a pesar de ello, estaba rodado de manera impresionante, navegando entre la mitología irlandesa y una historia de amor entre un solitario pescador y una criatura de los mares. Altamente recomendable.
La película en cuestión es “El último late night”, dirigida por Cameron y Colin Cairnes, en la que vemos lo que fue (en la ficción) el último programa rodado de un "late night" en los años 70. Podemos ver los clips del mismo (con una excepcionalidad en los “anuncios” del programa donde los directores se saltan sus normas pero el espectador se lo permite) rodados como tal, como si de un "mockumentary" se tratara, con el estilo visual y los
zooms pertinentes del estilo de rodaje de aquella época. De esa manera, la película consigue una forma realmente estimulante y distintiva, muy poco vista, y se adentra en lo que fue dicho programa, desde el espiritismo hasta el contacto con un demonio.
A través de toda esta vorágine de terror, en medio de todo, encontramos al personaje interpretado por David Dastmalchian, actor al que siempre le hemos visto en roles secundarios y anecdóticos, desde “El caballero oscuro”, pasando por “Dune”, “Oppenheimer”, “Blade Runner 2049”, “Prisioneros”, “El Escuadrón Suicida”, etc... El currículum de este actor es inmenso pero prácticamente nunca habíamos podido ver una película donde él mismo fuese el vehículo de lucimiento de ese talento que tiene: “El último late night” es esa película.
Presentador del programa, Dastmalchian controla y deja apoyarse la película en sus hombros, desde la sutileza y creciendo a medida que el ritmo de la película lo hace, ya que hay un "in crescendo" constante de tensión en el ambiente casi imperceptible, que se te mete entre los huesos. Creo que esto requiere un ejercicio de dirección casi maestro, porque consigue mantenerte en un vilo constante los 92 minutos que dura; también ser inteligente y consciente de tu material en montaje para conseguirlo de manera poco notoria y efectiva. En definitiva, una de esas películas que parece complicado que encuentren recorrido más allá, pero que es una de esas joyas que el tiempo reivindicará y que es nuestra responsabilidad ponerlas encima de la mesa.
Otro de los platos fuertes de este Sitges era la presentación del León de Oro, la nueva película de Yorgos Lanthimos, “Pobres criaturas”. El director griego se junta de nuevo con, al parecer, su nueva actriz fetiche, Emma Stone, para lanzar no sólo el asentamiento de una de las mejores actrices de su generación sino la película que quizás confirme a Lanthimos, por encima de “La favorita”, a nivel internacional. “Pobres criaturas” es la película más accesible del director, a pesar de sus 141 minutos de duración y su apariencia bizarra, ya que es súper entretenida y probablemente la más divertida de su filmografía. Lanthimos abraza un ritmo menos histérico que en su anterior film, y controla un ritmo que va de menos a más, siguiendo de cerca la evolución de su protagonista, Bella Baxter, una especie de criatura de Frankenstein moderno donde el fondo cambia por completo. Escribe el guion Tony McNamara adaptando la obra homónima de Alasdair Gray; pero aquí se nota que Emma Stone está acreditada como productora por algo.
La película se aprovecha del crecimiento y empoderamiento de Baxter para hablar de cómo un personaje se pasa por el forro todos los estatus sociales predeterminados y establecidos por el patriarcado, y cómo ella decide que no va a someterse; al principio, por pura ignorancia e instinto; más adelante, por una cuestión ética e ideológica. Se muestra de forma absurda por momentos (con ese personaje que es un todoterreno de la comedia como es el de Mark Ruffalo, instintivo en la interpretación y con un timing cómico tremendo que debería ganar el Oscar a mejor actor secundario) cómo realmente el patriarcado está cimentado en la necesidad de los hombres de imponerse bajo sus continuas debilidades, y cómo Lanthimos y Stone se mofan de ello mientras en el camino muestran cómo sería un futuro diferente y, probablemente, mejor del que tenemos.
Es redundante pero lo que hace Emma Stone es absolutamente demencial. No caigamos tampoco en resaltar siempre las interpretaciones más vistosas, pero es cierto que no es la constante de toda la película una casi sobreactuación de Stone, absolutamente desatada, histriónica, pero graciosa y consecuente con el papel. Realmente cuando se hace grande es cuando en el tercer acto, su personaje evoluciona por completo y asistimos a una clase de madurez en la interpretación de la que Stone no hubiese sido capaz hace unos años; es ahí donde realmente su "acting" consigue la relevancia y el elogio que merece, con esos mínimos gestos, con esa imponencia ante la cámara que la convierte en lo que el tiempo decida, pero probablemente la mejor interpretación de su carrera. A sus pies.
Otra de las grandes sorpresas del Festival fue “El reino animal”, la nueva película de Thomas Cailley. Protagonizada por Romain Duris y Paul Kircher, nos muestra un mundo a partir del “high-concept” de que algunos humanos, de forma aleatoria, se empiezan a convertir, lentamente, en animales. Los que se convierten son perseguidos y capturados por el Gobierno para su posterior investigación, pero de mientras toda la sociedad les repele y les marginaliza. Seguimos pues a Duris y Kircher, padre e hijo, y todo se torcerá cuando el hijo empiece a dar señales de que se está convirtiendo. La película parece que va a tomar los derroteros de lecturas sociales que tengan que ver
con la actualidad, pero rápidamente se distancia de eso (que no por ello es malo, si no que es un terreno más conocido) para centrarse en la emoción pura, en la historia de un padre y un hijo, recomponiéndose y rehaciéndose.
Es realmente interesante contemplar la dinámica de ambos, a partir de una emoción descarnada, debido a un trauma que pasaron juntos y la compleja situación actual; y sin caer en clichés, el padre en todo momento escucha, entiende, respeta y apoya a su hijo, mientras éste intenta entender su cuerpo y a él mismo. La interpretación de ambos es física, apoyada en la gestualidad de ambos: la mirada dolorosa pero orgullosa de Duris, el grito crudo y liberador de Kircher. La película es ahí donde gana músculo y se convierte en algo altamente reivindicable, más allá de las ideas que pueda tener a nivel de forma. Que además, creo que es digno de mencionar sin entrar demasiado en detalles, que los diseños de las criaturas, a partir de un trabajo delicadísimo y trabajadísimo de la mezcla perfecta entre FX (efectos prácticos, animatrónicos, etc…), maquillaje y VFX; quedando un resultado espectacular para el tipo de producción que es, que nada debería de envidiar a las grandes producciones de Hollywood.
“Deep sea. Viaje a las profundidades” partía como una de las propuestas más interesantes porque ya habíamos podido ver algún trozo del estilo de animación que proponía esta película china dirigida por Tian Xiao Peng. Un 3D sobrecargadísimo de referencias artísticas, texturas y colores, que a primera vista lucía realmente espectacular. El problema está cuando en un largometraje no sabes compensarlo de manera adecuada y termina saturando el cerebro, sobrecargando las imágenes continuamente durante sus 105 minutos de duración. Un buen ejemplo de compensación y control de estímulos son las películas de “Spiderverse”, que saben controlar el montaje y a nivel de guion hay una estructuración para que al espectador no le termine explotando la cabeza.
Esto no sucede en “Deep sea. Viaje a las profundidades” ya que el guion es algo redundante, y no para de introducir secuencias que mueven constantemente la cámara y lanzan estímulos visuales sin parar. Los estímulos, por separado, son realmente espectaculares, a nivel técnico la animación requiere de una complicación y control de elementos tremenda que en ese sentido, es una película que se debería de recordar. Es una pena porque no entrar emocionalmente en la historia te frustra cuando llega ese último acto espectacular, no tan ensimismado en sus formas y directo a la rabia y emoción del personaje protagonista, y que consigue calar mucho más hondo que el resto de la película. Deja entonces la reflexión de si realmente ésta película hubiera funcionado de manera excelsa como un cortometraje de 20 minutos, donde la historia y la propia pericia visual hubiesen estado más contenidas y quizá hubiese funcionado mejor esa mezcla entre la forma y el fondo.
El mismo día disfrutamos en uno de los pases del maratón la película “Kill”, una película india dirigida por Nikhil Nagesh Bhat, en la que un militar se infiltra en un tren para encontrarse con su amada; lo que no esperará es que un grupo terrorista invadirá el tren. Seamos sinceros, aquí la trama es totalmente indiferente, se vendió como una película de indios que se reparten tortas en un tren, y es lo que es. Cierto es que al inicio de la película la violencia es muy contenida para lo que esperábamos, cosa que nos hizo arquear la ceja a más de uno, pero es cuando el director se saca su as de la manga y a la hora de película, sucede un evento que no desvelaré, pero que de repente aparece la careta con el título de la película (más de esto, por favor) y a continuación el film se convierte en un festival de la violencia más gore, sanguinaria y bestia que el cine Prado no pudo contenerse y limitarse a aplaudir constantemente durante los 46 minutos que quedaban de película. Sumas a eso una autoconsciencia por la comedia y el ridículo dentro de esa historia de amor telenovelesca que resulta totalmente hilarante, y tienes un cóctel que es todo un festín en Sitges; curiosidad de si levantará cierto culto fuera del festival.
El director Un Tae-hwa presentaba “Concrete utopia”, la película surcoreana en la que un enorme terremoto asola todo el planeta y, en este caso viendo únicamente a la sociedad de Seúl, cómo debe rehacerse para poder vivir en alguna parte. Lo que en primera instancia podría parecer un thriller post-apocalíptico más, el director le da una vuelta y la convierte en algo cómico, oscuro y reflexivo, sobre si es el sistema económico el que nos corrompe o la propia naturaleza humana. Todo gira en torno a que, con la excusa del terremoto, los supervivientes se organizan para cómo convivir, estructurando una cadena de comando que da qué pensar que realmente el terremoto no ha cambiado nada. Cómo se pregunta hasta qué punto tenemos la cabeza contaminada es realmente interesante, y lo muestra con esa mezcla de géneros de la que hablábamos de la película de Jason Yu, donde no hay un miedo a cruzar líneas.
Se explora la oscuridad más profunda del alma humana a través del personaje de Lee Byung-hun, leyenda interpretativa absoluta en Corea del Sur (“Encontré al diablo”, “A bittersweet life”, “El juego del calamar”) que aquí vuelve a demostrar un rango increíble, navegando en todos esos géneros para mostrar todo lo que Tae-hwa quiere mostrar de la sociedad, y cómo lanza esa reflexión al espectador donde el terremoto termina siendo lo de menos, obligándonos a pensar si debemos revelarnos contra el sistema o contra nosotros mismos.
Otra de las enormes sorpresas de este Festival fue “Las habitaciones rojas”, película dirigida por Pascal Plante en la que dos groupies de un asesino seguirán el juicio en el que se le juzga a éste. Poco más hace falta decir sabiendo desde un inicio que la posición del espectador estará durante toda la película en un lugar tremendamente incómodo, donde Plante te coloca entre la espalda y la pared, creándote dudas, en qué es realidad y qué no. Por momentos lo dudas como espectador, aunque la verdad está bien clara, ya que lo que termina importando es cómo te hace partícipe de una sociedad fundamentada en el morbo y la banalización de la violencia. Plante dirige con maestría, creando una atmósfera tensa, fundamentada en el uso de primeros planos, un sonido que cada sonido mundano suena como una bomba atómica, y un uso del fuera de campo terrorífico, donde nunca presenciamos ningún tipo de violencia, pero donde nuestra imaginación y el sonido hacen el resto. Es ahí donde Plante quiere colocarnos, absorber de alguna manera ese sufrimiento como lo hace la protagonista, un personaje complejo y que nunca realmente adivinamos su propósito, simplemente le acompañamos en el dolor que ella mismo quiere sentir.
“Las habitaciones rojas” tiene algunas de las secuencias más inquietantes del año, de estas que te dejan pegado al asiento sin querer levantarte aún recomponiéndote de los golpes que Plante te lanza, un poco al estilo del mejor Carlos Vermut, recordando no en el tema, pero sí quizá en el posicionamiento a “Mantícora”. Plante no pretende nunca crear morbo ni polémica, el director canadiense no se posiciona en ese sentido, ya que son los propios actos los que hacen juzgar al espectador depende de su moral, y donde queda la duda de si, aún siendo partícipes de una sociedad tan morbosa, aún tenemos capacidad de reacción para arreglar. O preferimos vivir aquí por mucho que después arreglemos. Es una película idónea para debatir, tremendamente complicada de explicar lo que supone a nivel emocional sin desvelar sus más que continuas capas de trama, convirtiéndose en una de las revelaciones no sólo del festival sino del año. Y qué banda sonora, recordando a los sonidos de Jim Williams en “Titane” o “Crudo”, y con el grito más terrorífico que he escuchado nunca en una composición. Recomendadísima.
Una de las películas más esperadas de este Sitges era “The toxic avenger”, la nueva película de Macon Blair (“Ya no me siento a gusto en este mundo”) basada en la película homónima de 1984, en la que por motivos desconocidos, se creó un misticismo y misterio alrededor de ella, con muy pocas imágenes de promoción, y en la que la distribuidora decidió hacer un único pase en el Auditori. El cast es realmente espectacular: Peter Dinklage, Jacob Tremblay, Kevin Bacon, Elijah Wood, Taylour Paige… ¿Está la película a la altura? Lo que esperábamos después de su pase en el Fantastic Fest del que se habló de fiesta gore continua de aplausos era el cielo absoluto, y lo que nos encontramos fue un gag alargado sin demasiada gracia. El público del Auditori lo dio todo, pero no había demasiado a lo que rascar en esta comedia que buscaba continuamente ser más gamberra de lo que realmente es, quedándose corta en comedia, violencia y realmente todo lo que pretendía.
Por algún motivo, Macon Blair busca por momentos ahondar en el drama entre padre e hijo de Dinklage y Tremblay, cuando es un tema que absolutamente nadie busca en este tipo de película, y realmente por ello le cuesta demasiado arrancar, perdiendo a más de uno por el camino. Cierto es que el gore es divertido (quizá más por el exceso de aplausos del Auditori, quizá con más ganas de disfrutar la película de lo que realmente la está disfrutando) pero por momentos se siente incluso forzado, dejando de impresionar y sintiéndose como algo ya visto. ¿Es una película recomendable? Pues quizá para lo que se busca no pretende nada más, y nos han pasado por encima unas expectativas quizá injustas para la película creadas por la propia distribuidora. Mucho más recomendable la primera película del director, para qué mentir.
Terminamos ya con “Dream scenario”, la película de clausura de este Sitges 2023 dirigida por Kristoffer Borgli (“Sick of myself”) y protagonizada por Nicolas Cage. Película de A24 para finalizar, nada podía salir mal, y con un high-concept divertidísimo: prácticamente a todo el mundo le empieza a aparecer en sueños el personaje de Cage. A partir de ahí, una alegoría y reflexión original sobre la percepción de la fama y la cultura de la cancelación, sobre la irrelevancia y cómo nos enfrentamos a ella, sobre qué es lo que buscamos y nos llena en esta vida. Hay una balanza entre la comedia y el drama genial, todo apoyado en quién si no, un Nicolas Cage monumental, descomunal, falto de adjetivos porque controla tan bien ambos espectros que es realmente impresionante.
Después de habernos sorprendido con “Pig” (para mí quizá la mejor interpretación de su carrera) vuelve con una madurez más allá de todas las películas parodia que está haciendo, y se toma más en serio este personaje anclado en lo ridículo pero con una humanidad y una mirada realmente enternecedoras. Borgli deja que, a pesar que el mensaje sea potente y nunca se encuentre de lado, sea Cage el que lleve la película a cuestas, dejando que el espectador ría, se emocione y se apiade de él, dejando una reflexión en si la película hubiera funcionado tanto con otro actor, ya que Cage tiene un misticismo con el que pocos actores cuentan, y que ya propiamente la idea original de la película hace que gane enteros ya sólo por quién la protagoniza. Es cierto que quizá el poso que deja no es tanto, y se queda en un visionado estimulante y lúdico, pero sólo por contemplar a nuestro querido Nicolas vale la pena.
Y esto es todo, hasta el año que viene si los dioses catalanes y King Kong quieren. Ha sido como siempre un enormérrimo placer.
Iker González Urresti