Sesión de cine-cebolla: “El sexto sentido”

Sesión de cine-cebolla: “El sexto sentido”

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Querido Teo:

Para evadirnos de la realidad es la ocasión ideal para hacer maratones de películas de miedo con amigos, revisitando clásicos o descubriendo las últimas novedades. Recuerdo aquellas programaciones especiales que preparaba el canal TCM para la noche/madrugada del 31 de Octubre al 1 de Noviembre, donde podías descubrir obras maestras de los monstruos de la Universal (“Frankenstein”, “Drácula”); también recuerdo alquilar en el videoclub mis primeros VHS de terror (“Scream”, “Se lo que hicisteis el último verano”, “The faculty”) o descubrir la comunión que se crea en una sala de cine entre los espectadores al acudir juntos a ver títulos de terror en pantalla grande (“Sleepy Hollow”, “El proyecto de la bruja de Blair”). Pero si hubo una película que me marcó a mí y a millones de espectadores de todo el mundo, ese fue “El sexto sentido”, la cinta que nos descubrió a M. Night Shyamalan.

Corría el año 1999, y se estaban viviendo momentos muy emocionantes, y no sólo por la proximidad del comienzo de un nuevo milenio, sino también en lo que al mundo del cine se refiere: "Shakespeare in love" y la campaña de marketing de Miramax y Harvey Weinstein eran capaces de arrebatarle a Spielberg el Oscar a la mejor película a "Salvar al soldado Ryan", la favorita de aquella noche; Roberto Benigni triunfaba en todo el planeta con una fábula ambientada en la II Guerra Mundial titulada "La vida es bella"; y las películas más taquilleras venían de galaxias muy muy lejanas avistadas en "Star Wars: La amenaza fantasma", o desde mundos virtuales como "Matrix", donde todo era posible. Pero el que también triunfó aquel año fue un director poco conocido, llamado M. Night Shyamalan, que con su segunda película, una historia de fantasmas donde nada es lo que parece, fue bautizado por la crítica como “el nuevo Steven Spielberg”.

La que se convirtió en la película de terror más taquillera de la Historia del cine, narra la historia de Malcom Crowe, un conocido psicólogo infantil que debe ayudar a Cole, un niño aterrorizado y confuso que dice recibir visitas de fantasmas atormentados. La razón más poderosa de por qué la película sigue siendo recordada en la actualidad, es por su impactante final, imitado en infinidad de ocasiones, pero sin conseguir jamás el mismo efecto. En España no supimos el desenlace del filme hasta el 20 de Enero del año 2000, es decir, cinco meses después de su estreno en USA. Por fortuna, aún no existían Twitter o Instagram, y pudimos evitar los spoilers.

Pero la clave que convierte a la película en magistral es que no se trata sólo de una cinta de terror. Su director siempre defendió que deseaba contar una historia de amor, y que los fantasmas son solo un MacGuffin que actúa como catalizador del relato. Podrían resumirse en tres historias de amor: Una historia de amor romántico, que está encarnada por la pareja de enamorados, interpretada por Bruce Willis y Olivia Williams, incapaces de comunicarse entre sí a causa de un terrible suceso; luego está la historia de amor entre una madre y su hijo, encarnados por Toni Collette y Haley Joel Osment, respectivamente, y que no pueden quererse ni entenderse del todo por culpa de sus miedos e inseguridades; y finalmente, una historia de amistad entre dos personas muy diferentes entre sí, que se ayudan mutuamente para superar obstáculos teóricamente insuperables. Tres tipos de amor en una misma película, en la que, además, cuentan una historia de fantasmas, con una final sorpresa como no se había visto antes.

¿El resultado? Pues un éxito rotundo en la taquilla mundial, recaudando cerca de 700 millones de dólares en todo el mundo, con un presupuesto de 40; y recibiendo 6 nominaciones a los premios Oscar, incluyendo el de mejor película, dos nominaciones a Shyamalan por la dirección y el guión, y a Osment y a Collette como actores de reparto.

Ahora bien, volviendo a su sorprendente final, y a la razón de por qué estamos escribiendo este nuevo artículo de cine-cebolla vamos a hablar sobre esos últimos minutos de película y, para ello, debemos entrar en el terreno de los ¡SPOILERS! Así que, si aún no has visto la película, y no conoces el final, te aconsejo que dejes de leer, a partir del párrafo siguiente.

Malcolm llega feliz a su casa, ya que ha conseguido que Cole (Osment) pueda superar el infierno que estaba sufriendo a causa de su don, así como poder reconciliarse con su madre. Sin embargo, le queda una tarea pendiente, que es arreglar su matrimonio con Anna (Williams). No entiende por qué su esposa no le habla, por qué no existe comunicación entre ellos, por qué Anna se ve con otro hombre, porqué nunca le espera para cenar juntos; por qué ella estaba tumbada en el sofá, viendo el vídeo de la boda, con la alianza de Malcolm en su mano. Efectivamente, nuestra protagonista es consciente de que ya no lleva su alianza de boda sobre su dedo. Es entonces cuando descubre la terrible verdad: no lleva consigo esa alianza porque él está muerto.

Lleva muerto la mayor parte de la película, y ni él ni los espectadores lo hemos sabido hasta ese momento. A través de una serie de flashbacks, Malcolm recuerda que no sobrevivió al disparo sufrido al comienzo de la película, cuando un antiguo paciente al que no pudo ayudar a superar su trauma, asaltó su casa, armado con un revolver. También recuerda las palabras de Cole cuando le confesó su terrible secreto, y hace que todas las piezas encajen. Pero aún queda algo importante. Malcolm debe tener unas últimas palabras con Anna, y esto es lo que ocurre:

- “Creo que puedo irme ya. Sólo necesitaba hacer un par de cosas. Tenía que ayudar a alguien. Creo que lo he hecho. Y necesito decirte algo: nunca te he relegado. Jamás. Te quiero. Ahora, duerme. Todo será diferente por la mañana.

- Adiós, Malcolm.

 - Adiós, cariño".

Esto no es simplemente una despedida, es toda una declaración de amor. Nuestro protagonista acaba de darse cuenta de que nunca más podrá estar con el amor de su vida, de que el matrimonio que quería arreglar ya no existe, y que nada volverá a ser como antes. El triunfalismo con el que llegó a su hogar minutos antes, desaparece al ser consciente de que nunca más podrá abrazar a Anna. Y entonces, Willis, el icono del cine de acción de la década de los 90, nos muestra su faceta más íntima, más humana y sensible, como la que nos encandiló en la serie "Luz de luna".

Todo es íntimo y sencillo en esta escena, y ahí es donde radica su magia. Willis se despide de su verdadero amor, sentado junto a ella, en el salón de su casa, donde una vez fueron muy felices. Todo ello acompañado por la maravillosa banda sonora de James Newton Howard. Él se despide de una manera breve pero, a su vez, bella. De manera casi susurrada, le dice que es feliz porque ha podido ayudar a alguien, pero que ella siempre ha sido lo primero en su vida. Por delante de su trabajo o pacientes. Que su felicidad siempre ha nacido de la relación que ambos mantenían. Y mientras le dice estas palabras, ella sonríe, como si en sueños, estuviera escuchando esta despedida, sintiendo así cada palabra pronunciada por él.

Por último, le asegura que “todo será diferente por la mañana”, es decir, que no esté triste, que continúe con su vida, y sea feliz, haga lo que haga. Que se merece ser feliz. Pocas acciones más generosas y románticas pueden haber. Por supuesto que Malcolm querría estar con ella para siempre, y compartir esa felicidad juntos, como tenían planeado. Pero las circunstancias son las que son, él las acepta, y le desea todo lo bueno que está por venir. Y ella, a través de sus sueños, ha captado el mensaje. Y se despiden.

Por si fuera poco, la última escena de la película es la imagen de Malcolm y Anna, el día de su boda, besándose. Lo duro de esa escena, es que sabemos que nunca más podrán vivir ese momento.

Podrás ver muchas películas de terror y suspense pero te aseguro que pocas te harán emocionarte como esta. Lo que interpreto que Shyalaman intenta decirnos es que da igual el tiempo que dure esa felicidad que nos proporciona el estar enamorados o encontrar a nuestro amor ideal o platónico, pero que hay que aprovechar cada segundo que puedas de esa felicidad, porque no es para siempre. Pero merecerá la pena. Siempre.

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Juan Carlos Deán

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