Sesión de cine-cebolla: “Ladrón de bicicletas”
Querido primo Teo:
Era cuestión de tiempo que el neorrealismo italiano hiciera acto de aparición en sesión de cine-cebolla. El movimiento nacido después de la Segunda Guerra Mundial fue extraordinariamente prolífico en escenas dignas de ocupar estas líneas. Encontramos varias muestras de ello en las filmografías de los dos grandes exponentes de esta corriente: Roberto Rossellini (autor de películas tan desgarradoras como "Alemania, año cero" o "Roma, ciudad abierta") y, sobre todo, Vittorio De Sica, director de "El limpiabotas", "Umberto D." o de la película que nos ocupa, "Ladrón de bicicletas" (1948). Estos dos cineastas son considerados los padrinos de un cine muy reconocible (estilo documental, rodaje en exteriores, actores no profesionales...) nacido como consecuencia no sólo de cuestiones logísticas (los estudios Cinecittà estuvieron cerrados varios años por culpa de la guerra), sino también de la necesidad de realizar un cine comprometido socialmente que se acercara a los problemas de la clase más humilde.
Para la realización de "Ladrón de bicicletas", De Sica contó con un presupuesto ínfimo. Nadie quiso financiar un guión tan carente de interés (en apariencia), a pesar de que De Sica no era precisamente un desconocido. Fue actor de éxito antes que director, y detrás de las cámaras ya había dado muestras de su talento con, por ejemplo, "El limpiabotas" (Oscar honorífico a la mejor película de habla no inglesa). Tal era la fama de De Sica, que el poderoso David O. Selznick se ofreció a producir "Ladrón de bicicletas" con la condición de que el protagonista fuera Cary Grant, pero De Sica tenía claro que esa no era la película que quería hacer. Cuando finalmente la película llegó a los cines, se inició una ola de halagos que llega hasta nuestros días. Bafta, Globos, NBR, Oscar... todos los premios sintieron la necesidad de galardonar a una película que despertó admiración allá por donde pasó.
"Ladrón de bicicletas" cuenta una historia extremadamente sencilla pero narrada con absoluta maestría. Antonio Ricci es un obrero en paro que consigue un trabajo pegando carteles (el personaje está interpretado por Lamberto Maggiorani, un obrero parado en la vida real que no tenía ninguna experiencia en el cine). Para que Antonio pueda desempeñar su nuevo trabajo, su bicicleta es esencial. Por ese motivo, cuando se la roban, removerá cielo y tierra para encontrarla. Antonio, con su hijo Bruno de la mano, recorre las calles de Roma con el objetivo de recuperar la bicicleta. De Sica consigue dotar a la historia de una extraordinaria verosimilitud que hace que el espectador conecte de forma irremediable con los desdichados protagonistas.
En la última escena de la película, un Antonio desesperado por no haber recuperado la bicicleta opta por una solución drástica. Le da dinero a su hijo para que se vaya en el tranvía, y roba una bicicleta que se encuentra en la calle. Pero su huida no llegará muy lejos. Bruno presencia como su padre es interceptado por un grupo de viandantes y acude en su ayuda. Finalmente, el dueño de la bicicleta se compadecerá de Antonio cuando vea a su hijo llorando desconsoladamente y decide no entregarle a la policía. La película finaliza con un potentísimo plano de padre e hijo cogidos de la mano, de espaldas a la cámara, caminando hacia un futuro incierto (o esperanzador, según la voz en off añadida en el doblaje español).
Tu primo.
Janaji
[...] y siempre ameno, Lo que yo te diga se acuerdan de una de las cumbres del neorrealismo italiano, ‘El ladrón de bicicletas’ (‘Ladri di biciclette’, Vittorio De Sica, 1948), película a la que el paso del [...]
Obra maestra incontestable.