San Sebastián 2023: La crisis de una masculinidad desbordada, una Rumanía decadente y el espíritu rebelde de una madre y su hijo
Querido Teo:
El Festival de San Sebastián ha encarado una jornada en la que ha sabido aunar en la competición una dramedia accesible y heredera del llamado cine "indie" USA con uno de esos trabajos que por definición reciben la calificación de "festivalero" por su densidad autoral que le lleva a ser bocado goloso para críticos sesudos y siempre tendentes a la introspección filosófica pero que supone todo un tormento para aquel acostumbrado más a cine evasivo y que concibe el cine como un rato de disfrute sin otras veleidades. En todo caso una jornada de las que definen a lo que tiene que aspirar un festival, ser un encuentro para todo tipo de público.
"Ex maridos" (Noah Pritzker) // Sección Oficial
Una película que ha reivindicando la comedia y el cine independiente usamericano en una competición que no suele abrazar este tipo de películas. Una cinta sostenida en personajes masculinos que se cuestionan, tropiezan con los obstáculos de la vida e intentan aprender de sus errores, transmitiendo la necesidad de agarrarse al otro como asidero. Lo que podría haber sido un “Resacón en Las Vegas”, al tener a una despedida de soltero en un paisaje exótico como leitmotiv, se queda en una sugerente cinta que, abrazando lugares comunes, no deja de arrojar un mensaje pertinente sobre una masculinidad desorientada que aprendió unos códigos que ya no sirven en la sociedad contemporánea y que llevan a la insatisfacción continua y a lo inestable de las relaciones en una cinta que, no obstante, reivindica el apoyo de la familia y que, en ningún momento, a pesar de lo desdibujado de los escasos personajes femeninos, cae en la misoginia o en la bravuconería llena de testosterona.
Noah Pritzker dirige una cinta que coloca en el papel protagonista a Griffin Dunne, un actor siempre infravalorado pero inolvidable en cintas como “Jo, ¡qué noche!” (1985) o “Un hombre lobo americano en Londres” (1988). Una figura polifacética, sobrino de Joan Didion a la que dedicó un documental que él mismo dirigió, y recuperado en los últimos años con su papel de tío Nicky en la serie “This is us” (2018-2022). Aquí es Peter, un dentista que recibe la noticia de que sus padres se separan (tras 65 años de matrimonio) cuando él también sufre la separación de su mujer (tras 35 años). Un momento de cambio y de desconcierto compartido intergeneracionalmente con sus propios hijos.
Nick y Mickey, los hijos, tienen su propia vida pero su independencia no es fruto de felicidad, algo que se evidencia en un viaje a Tulum en el que todos coinciden a colación de la despedida de soltero de Nick, organizada por su hermano y a la que termina asistiendo (aunque no estaba previsto) el propio Peter el cual intenta dar un nuevo rumbo a su vida encontrando motivaciones antes de que sea demasiado tarde y, de paso, reconectar con unos hijos que, aunque no le quieren, no pueden dejar de verlo como alguien que les recuerda a todas las circunstancias que les han llevado hasta ese momento de su vida en el que están mucho más lejos de lo que pensaban de la estabilidad y de sentirse bien con uno mismo.
Una cinta melancólica pero sostenida en el humor (típicamente judío) y en la ternura a la hora de hablar de relaciones humanas, con una sorprendente honestidad a la hora de introducirse en dolor enterrado que a poco que se hurga termina emergiendo y que coarta para seguir adelante entre borracheras con amigos y evasiones fortuitas que sólo calman en parte una existencia más gris de lo que se quiere admitir. Un trabajo sencillo y falto de pretensiones que con un tono meditabundo mira más hacia las heridas del pasado por lo que no pudo ser finalmente que por el desinhibido frenesí juvenil en un momento en el que todos los personajes ven como toca a la puerta un temido futuro de soledad, envejecimiento y enfermedad.
Una historia que se mueve entre bandazos, elipsis y momentos innecesarios pero también otros que encierran encanto, alma y ternura gracias al trabajo de Griffin Dunne, James Norton y Miles Heizer, todos ellos abrazables en una deriva en la que, si bien tienen que poner la sonrisa frente a los demás, no pueden ocultar estar arrollados por una vida que les ha hecho probar de sus amarguras al haber pensado que tanto la juventud como el amor iba a durar para siempre y que se tenía casi por derecho.
Una dramedia entrañable con las dosis necesarias de inocencia y patetismo, abordadas con sinceridad e inteligencia, a la hora de definir a unos personajes en crisis existencial que encontrarán en un viaje a México, y en estar juntos en vez de querer evitarse desde órbitas distintas en el frenesí de Nueva York, la posibilidad de descubrir que todavía tienen un lugar en el mundo aunque entre ellos tiren más de réplicas cínicas que de decirse lo importantes que son los unos para los otros.
Entretenida, agradable, accesible y con la baza de ver en el reparto a Rosanna Arquette y al veterano Richard Benjamin, como mujer y padre del personaje de un Griffin Dunne que sabe echarse la película a sus espaldas como ese hombre neoyorquino desbordado por las circunstancias pero que se resiste a naufragar porque aunque sea a través de un anillo o de unas cenizas uno no puede dejar pasar la misión que puede tener en la vida porque, sea con pareja o no, cumpliendo lo establecido socialmente o fracasando en el intento, uno no puede olvidarse de seguir cumpliendo. Una cinta que no trasciende debido a su superficialidad en algunos temas pero que cumple su objetivo de ser efectiva y terminar conquistando.
"MMXX" (Cristi Puiu) // Sección Oficial
“MMXX” es una película compleja y difícil pero no deja de tener su impacto dentro de esa ola de cine rumano que ha cimentado un cine sostenido en escenarios pequeños, personajes verborreicos y momentos tan espontáneos como cotidianos. Porque la vida son también esas cosas que ocurren sin más y alejadas de la épica que nos ha presentado el cine a la hora de abordar cualquier situación. Un fresco de cuatro historias interconectadas en personajes y en tiempo además de tener un nexo común, no siendo otro que ese 2020 pandémico que puso el mundo patas arriba. Cuatro historias irregulares que son frescos de una sociedad y de una Europa mucho más decadente de lo que podría aparentar.
No se puede negar el oficio estilístico de un Cristi Puiu que sabe generar tensión de la nada a través de conversaciones y situaciones tan propias del mundo contemporáneo que, en ocasiones, sorprenden por su capacidad para sonar auténticas y espontáneas. Larguísimos planos secuencias que atentan contra la paciencia del espectador (serán 160 minutos en total) pero que terminan teniendo su interés siendo incapaz de apartar la mirada aunque sea el tercer capítulo el más innecesario en el que vemos al marido de la terapeuta del primer y segundo episodio estar de cháchara (aunque él no hace más que mirar el móvil) durante el descanso de una guardia hospitalaria mientras su compañero le habla de un “affaire” con una mujer relacionada con la mafia.
Una cinta que juega con el humor (en un primer episodio en el que asistimos a una terapia en el diván con una cliente encantada de conocerse) pasando a la tensión que nos lleva a que la terapeuta, su marido y el hermano de ella estén en su casa a punto de celebrar un cumpleaños y sea una cena que termina quemándose y una conversación telefónica por una urgencia médica, la de una amiga embarazada, la que acabe acongojando con un manejo del suspense realmente quirúrgico, magistral al no pasar nada realmente, en el que si bien ella está desbordada tiene que sufrir las chorradas de su irritante hermano y el nulo interés de su chico encerrado en la habitación centrado en sus estudios y sin mostrar ningún interés por nada que no sea él mismo.
Universos esquivos y oscuros con las miserias bajo la alfombra de una Europa que mira a otro lado desembocando en un poderoso cuarto acto lleno de negrura, y que da sentido al devenir de la cinta, en el que la conversación de un investigador con una mujer, tan víctima como verdugo, pone en la palestra la explotación fruto de precariedad y la violencia con la trata de blancas, la prostitución infantil y el tráfico de órganos como vergüenza universal mientras resuenan las lágrimas y sonidos de un peregrinaje funerario.
Un ejercicio tan poderoso como exigente para el espectador a lo largo de estas cuatro historias que conectan entre sí con la cámara fija y con naturalismo en los diálogos que dan personalidad a una Rumania opresiva en la que son las mujeres las que siguen sufriendo y cargando sobre sus espaldas la realidad del día a día mientras la mayoría de los hombres siguen alienados en su “status quo”. Una radiografía descarnada y desesperanzada de la condición humana en un año en el que supone que íbamos a salir mejores y que nos ha hecho más insolidarios, insatisfechos y torturados.
“Blondi” (Dolores Fonzi) // Horizontes Latinos
“Blondi” es una ópera prima llena de frescura y personalidad a cargo de Dolores Fonzi, habitual actriz que también da vida a la mujer que da título a la película. Una madre que es un desastre y que comparte con su hijo más aficiones y tiempo del que debería entre conciertos, fiestas y porros. Un caos de vida que no está exento de emoción y corazón en tiempos de cambio para unos personajes rotos por la vida pero que encuentran un sentido a la vida porque se tienen entre sí entre conciertos y consumo de marihuana. Un film que Fonzi coescribe con Laura Paredes y que cuenta también en su reparto con unos estupendos Carla Peterson, Rita Cortese, Leonardo Sbaraglia y Santiago Rovito.
Una trama ligera sostenida en personajes tan disfuncionales como empáticos y en los que la banda sonora (suena The Velvet Underground como grupo más representativo de un estilo y de una forma de ver la vida) es un personaje más como combustible de esta madre y ese hijo por la singladura de la vida en la que no sólo tendrán que hacer caso omiso a las miradas y cuchicheos sino que tendrán que decidir entre afrontar lo que cada uno de ellos quiere e o seguir la inercia constante por no dejar desamparado al otro, tal y como ocurre cuando le surge al hijo de la protagonista la posibilidad de estudiar una carrera universitaria en Barcelona.
Una historia que se ve con una sonrisa a la hora de hablar del crecimiento personal de uno, del concepto de familia (la de sangre y la de afinidad) y sobre cómo encarar esos momentos tan tristes como necesarios como son los de separar los caminos para volar uno mismo con autonomía ante la irrefrenable necesidad de tener que madurar. Una mirada vitalista y contagiosa a la hora de hablar de nuevas maternidades y de, sobre todo, anteponer con dignidad los sueños, diferencias e imperfecciones de uno asumiendo ese papel en el momento que es necesario.
En apenas hora y media la cinta fluye con energía con gags chispeantes y momentos inspiradores entre conexiones intergeneracionales que presentan temas contemporáneos pero sin la intención de adoctrinar tal es el caso del aborto, cuando la protagonista confiesa a su hijo que se planteó hacerlo cuando quedó embarazada a los 15 años, o el derrumbe de un matrimonio previsible y opresivo del que intenta huir la hermana de la protagonista refugiándose en una comunidad “new age” como bálsamo para toda la mochila personal llena de responsabilidades que lleva a sus espaldas. Un film son sabor a cine “indie” que sin sensiblerías saca a la palestra las imperfecciones e impulsos de uno y reivindica el derecho a equivocarse.
Una road movie hacia el destino en una propuesta auténtica y sin pretensiones que logra aunar cierto clasicismo con un espíritu rebelde en el que la honestidad está por encima de cualquier veleidad de autor sin elementos forzados y sabiendo presentar gags divertidos pero también momentos de reflexión y de lirismo. Naturalidad sin solemnidad con un humor sin imposturas y con la empatía por bandera. El viaje cotidiano de esta encuestadora de barrio que, además de persona, es madre, hija y hermana, con sus luces y sus sombras, pero intentando hacerlo lo mejor de lo que es capaz.
Nacho Gonzalo