San Sebastián 2021: Una abuela inquietante y la íntima soledad de una Diana que se rebela
Querido Teo:
La última jornada del Festival de San Sebastián nos dejó dos películas con algunas de las escenas que son difíciles que se vayan de nuestra cabeza este año. Cine que deja poso y que no es complaciente demostrando la vena de autor de sus realizadores que, sin renunciar a la taquilla o a la historia de un personaje que siempre tiene tirón, no dudan en enfocar sus historias desde un punto de vista artístico demostrando la potencia que tiene el cine como catalizador de imágenes.
“La abuela” (Paco Plaza), puro género con empaque y escenas potentes // Sección Oficial
“La abuela” de Paco Plaza era la representante de género de la cosecha de cine español este año intentando conseguir algo que es poco habitual como es el hecho de que el palmarés de un certamen de “clase A” se fije en una cinta de este tipo estando más enfocada al público que a la crítica más sesuda.
El nuevo trabajo de Paco Plaza se centra en una joven que trabaja en París como modelo y que vuelve a pleno centro de Madrid para hacerse cargo de su abuela, con la cual siempre ha tenido una conexión especial y que ahora sufre las consecuencias de la vejez y de un ataque cerebral que la tiene prácticamente inerte. Mientras busca la ayuda de alguien para que se haga cargo de su abuela, y así ella poder volver a recuperar su ritmo de vida, la convivencia esos días se irá haciendo cada vez más perturbadora jugando una gran importancia el espacio asfixiante que juega ese domicilio, una casa antigua en la que hay madera que cruje, muchos recuerdos y una oscuridad que no se queda en lo metafórico.
Almudena Amor (la becaria de “El buen patrón”) completa un año de revelación en una cinta en la que pasa del cinismo de la película de Fernando León de Aranoa a representar a esa joven que con mejor voluntad que otra cosa intentará hacer las cosas bien y que su abuela pueda estar cuidada en esa fase final de su vida. Una película rodada con eficacia, virtuosismo y en la que se nota no sólo la habilidad de Pablo Plaza para crear universos cotidianos y atrayentes sino la mano de un Carlos Vermut en el guión reservándose una escena en la que no se esconde el homenajea a una de las películas más reconocidas.
Entretenida, terrorífica y con algunas de las escenas más potentes del cine patrio reciente en un conjunto que alterna algunos sustos planificados y dosificados con una tensión latente que tira de costumbrismo pasando al drama de la vejez y de una desconexión generacional que lleva a ser una carga para los tuyos aunque no estén dispuesto a admitirlo. Todo con recursos mínimos y bien resueltos, dejando al espectador descolocado, derivando en el “giallo” y siendo efectiva jugando con el mito de la identidad a lo largo del tiempo y la belleza efímera. Una propuesta a fuego lento cercana sobre todo al cine de los 70 y que a pesar de sus bajones genera toda una experiencia durante el visionado mientras sientes un escalofrío en el espinazo que te impide apartar los ojos de la pantalla.
“Spencer” (Pablo Larraín), una princesa prisionera // Película sorpresa
“Spencer” de Pablo Larraín es uno de los grandes acontecimientos de la temporada cinéfila viniendo a rebufo del éxito de “The crown” en esta cinta protagonizado por Kristen Stewart aproximándose a la figura de Diana de Gales en el momento en el que decidió volar del nido y terminar con la farsa de su matrimonio con Carlos de Inglaterra (aquí presentado de una manera mucho menos empática y compleja que en la serie de Netflix). La cinta, escrita por Steven Knight, se desarrolla a lo largo de tres días durante las vacaciones de Navidad.
El debut en Hollywood de Pablo Larraín llegó con “Jackie” (2016) con una Natalie Portman excepcional en la piel de la viuda de John Fitzgerald Kennedy en el momento en que tenía que abandonar la Casa Blanca. Una cinta cuyo espíritu sobrevuela ésta por su complejidad psicológica y su mirada femenina al mostrar a una mujer de la que se espera mucho pero siempre que esté dispuesta a seguir el son de los que tocan la música, en la primera la opinión pública y en ésta una familia Windsor que desde el trono de la Casa Real asiste recelosa de la popularidad de Diana entre la gente y del hecho de que ella arrastre una lánguida imagen de víctima con sus ataques bulímicos y su anarquía protocolaria que le hace no respetar la puntualidad británica a la hora de bajar a la cena o tomarse una foto en familia acudiendo incluso más tarde que una reina a la que todos deben respeto y obediencia y, por supuesto, nunca hacer esperar.
La sombra de “The crown” amenazaba con ser alargada y poner en jaque a la película pero es a los dos minutos cuando gracias al trabajo de Kristen Stewart ya no ves a la actriz, ni echas de menos la encarnación de Emma Corrin en "The crown", sino que asistes a una creación sutil, auténtica y con enorme no sólo por dar vida a un personaje tan icónico de nuestro tiempo sino por enriquecer y sentir su aire meditabundo entre los que emergen determinados ataques de rabia.
La Diana de “Spencer” se mueve entre brumas neblinosas y un aire fantasmal representado en una fotografía blanquecina y envolvente, una música que crea una rica gama sonora casi como pensamientos que van botando y bullendo en la cabeza y el hecho de que esté más a gusto interactuando con criados (representados por unos estupendos Timothy Spall, Sally Hawkins o Sean Harris), y especialmente con sus hijos que es lo mejor que ha sacado de su experiencia real, que con un entorno del que ella no se siente parte siendo vista por ellos como una chica díscola que no ha hecho nada por adaptarse a su, en teoría, privilegiado rol.
Un retrato íntimo, conceptual y lirista en el que desde fuera nos parece estar en la mente de una joven arrinconada que se siente prisionera y que sólo puede confiar en unos hijos que son utilizados como arma arrojadiza y que montan a caballo y son entrenados para disparar a pesar de lo poco que convence la idea a Diana. “Spencer” juega en un sentido metafórico demostrando que la Historia es cíclica con una Diana que se siente representada por Anna Bolena, la cual se aparece en más de un momento reiterando la premisa de una cinta que no es otra que la poca adaptación de un espíritu libre ante el encorsetamiento de las normas y la incomprensión de los que las defienden a capa y espada. Una pieza fílmica bellísimamente planteada que incluso se permite un momento de liberación final como espejismo reconvertido en amargura cae en la cuenta de cómo terminó de verdad la historia.
“Spencer” es una historia triste bañada de imaginativa poética que va desde el traje de un espantapájaros, una familia real casi difuminada entre las sombras de una gris personalidad o un juego infantil en el que sólo se puede decir la verdad. Todo ello a pesar de desarrollarse casi por entero en ese palacio brillando sobre todo por un planteamiento sonoro magistral que envuelve a la película rematándose con el lazo de una Kristen Stewart en su mejor composición hasta la fecha, aprovechándose de fotogenia y siempre en el punto justo del personaje, creíble y sin pasarse de intensa, aislada emocionalmente pero en alerta sintiéndose siempre vigilada, intentando tomar oxígeno frente a unas normas que oprimen y que no aportan más que arrastrar el anquilosamiento de los tiempos.
Todo hasta que una Diana con ganas de vivir toma conciencia de que esa locura que algunos le achacan a la hora de saltarse las normas es precisamente lo que le hace seguir estando cuerda mientras los demás no disimulan en mostrar su desdén. Eso sí, salvo los que protagonizan esas escenas de recogimiento, en las que juega con sus hijos Enrique y Guillermo, o en la que puede confesarse con su más fiel y devota asistente. Toda una gozada que no sólo demuestra que el director chileno siempre supera el reto con nota sino que se podía contar más sobre Diana de Gales, una mujer atrapada en una torre de oro a pesar de tenerlo todo en apariencia, sin pecar de reiterativo y dándole un enfoque sobrio a la par que impecable en forma y fondo en un cuento de hadas que en tiempo presente se ancla en el pasado sin poder tener posibilidad de futuro.
Nacho Gonzalo