"Quemar los días"
El prestigio de James Salter como escritor ha ido en aumento entre los lectores españoles de novela y relatos, así como el interés por este escritor y guionista de cine al que le llegó el reconocimiento cuando ya tenía 70 años. Su candidatura al premio Príncipe de Asturias este año ha amplificado su trabajo como escritor, pero tal vez sea su autobiografía la mejor manera de empezar a conocerle si todavía no lo has hecho.
Título: “Quemar los días”
Autor: James Salter
Editorial: Salamandra
Salter suele ser admirado y reconocido por su faceta como piloto de caza, participante en la guerra de Corea, pero el giro más interesante de su vida fue dejarlo al comprender que “los luchadores no luchan, matan”.
Entró en el mundo del cine manteniendo su capacidad crítica con los personajes que lo poblaban, de los que no sabía demasiado: “…una carga de conocimientos, casi ninguno práctico, acerca del cine y los directores europeos, en los inicios de sus carreras, que eran los ídolos del momento. Sabía que John Huston había sido boxeador y que, según se decía, había ordenado a su secretaria, cuando mecanografiaba el guión de El halcón maltés, que simplemente copiara los diálogos de la novela. La miscelánea daba seguridad”. Cuando el periodista Jacinto Antón lo entrevistó para el diario El País en Barcelona, sacó a relucir la película que hizo Dick Powell con Robert Mitchum de su libro “Pilotos de caza”, y todo lo que expresó Salter fue “una mueca de desdén”. La actitud habitual de muchos escritores al tropezar con las “necesidades” industriales del cine (Allapor1959.txt).
Salter se mueve por sus recuerdos con ligereza, le gusta usar la metáfora de que su biografía para el lector es como mirar una casa por las ventanas exteriores; ocurren cosas que puedes ver pero nunca por completo. Es sincero, o al menos eso declara en el prólogo, pero también tan recatado como para haber sustituido 16 nombres de personas con las que se cruzó y que no desea molestar. Europa y su cultura le marcaron: “Europa me dio la madurez o al menos una imagen de ella. No fue una cuestión de placer, sino algo más duradero: una ordenación de las cosas, cómo valorarlas. Lo que otros encontraron en África u Oriente, yo lo encontré allí. Europa no era únicamente un gran mundo sino también uno más pequeño, donde tan sólo vivía un puñado de compatriotas nuestros, a veces en forma de misteriosos exiliados. Los verdaderos habitantes no ocupaban espacio. Al final quizá acabaras conociendo a algunos, pero a menudo de manera imperfecta. Su lengua les pertenecía a ellos, y con ella una definición de la vida. Pero parte del mosaico siempre incompleto de uno, en mi caso una parte crucial, se encuentra en el extranjero. Al alcance de los dedos de mi memoria, por así decirlo, hay dos anchos ríos con pueblos y a veces ciudades en las orillas vírgenes; las catedrales antiguas; viejos hoteles con patios silenciosos donde se aparcan los coches, un camarero o dos en el comedor por la mañana muy temprano. «Vivir para la belleza», el sueño de Cyril Connolly. Según Kant, eran cuatro las preguntas que la filosofía debía contestar: ¿Qué puedo saber? ¿Qué puedo esperar? ¿Qué debo hacer? ¿Qué es el hombre? Todas ellas pude esclarecerlas con la ayuda de Europa (EnParis.txt). Es la cuna de una civilización veterana. Sus puntos fuertes son verticales, lo que significa que son profundos. En definitiva proporciona educación, no las lecciones del colegio, sino algo superior, una concepción de la existencia: cómo disfrutar del ocio, el amor, la comida y la conversación, cómo contemplar la desnudez, la arquitectura, las calles, todo nuevo y aspirando a ser considerado de una manera distinta. En Europa se proyecta sobre ti la sombra de la historia, y tú, como la desconoces, tomas de pronto conciencia de lo pequeño que eres”.
Tras acompañar a Salter por los cielos asiáticos e identificarme con su abandono de lo comprendido en la academia militar que lo condujo hasta la guerra, se entra en una vida llena de encuentros, alcohol, mujeres y viajes. Salter suscribiría el epitafio encontrado en una vieja tumba romana: “Me mató el placer, el vino y el sexo. Pero el placer, el vino y el sexo son la vida”. No son necesarias encuestas para saber que una inmensa mayoría de los que lo lean, envidiarán sanamente la vida de Salter.
Carlos López-Tapia