"Paul Newman. La biografía"
Unos días antes de su fallecimiento, sentado en el jardín de su casa junto a sus hijas, pronunció las últimas palabras de las que ha quedado constancia sobre lo que sentía respecto a su propia vida: «Ha sido un privilegio estar aquí». En efecto, la lectura de su biografía produce la sensación de estar ante uno de lo que los clásicos llamaban "elegido de Fortuna".
Título: "Paul Newman. La biografía"
Autor: Shawn Levy
Editorial: Lumen
Nota de la Redacción: «Después de haber recibido una buena educación, mi intención es graduarme en administración de empresas para dedicarme al comercio minorista y ocupar un cargo ejecutivo en unos grandes almacenes». En otras palabras, el Newman dispuesto para enfrentarse con la vida pensaba dedicarse al negocio familiar de venta de artículos deportivos. No es de extrañar porque no parecía valer para gran cosa. El autor de esta completa y amena biografía nos lleva por una niñez poco conflictiva, una adolescencia empapada en cerveza, una participación en la guerra que sólo sobresaldría por picaresca e incompetente, y una escasa capacidad para el estudio junto a una estatura y complexión poco adecuada para destacar en el deporte universitario. Ni siquiera como actor Newman puede ser situado entre los mejores jóvenes de su generación, él lo supo y el libro lo refleja sobradamente cuando le vemos descalar con esfuerzo y cometer errores. «Una de las grandes angustias de mi vida fue que mi padre no llegara a verme triunfar. Siempre pensó que yo era un fracasado.»
El mundo de la interpretación es un refugio habitual para muchos jóvenes norteamericanos que fracasan en estudios y deportes, y lo fue de Newman que, iniciados estudios dramáticos en la universidad de Yale, sólo podía disponer de una presencia física llamativa, reducida por un estilo declamatorio pasado de moda. A su favor tenía su carácter y el momento. En una ciudad como Nueva York, ser blanco, norteamericano, tener apenas veinticinco años y una buena educación, equivalía a ser un rey o, como poco, un príncipe. La urbe se había convertido en la metrópoli de oro donde se reunían las elites, el hogar de los campeones del comercio, de la geopolítica, de los deportes y, seguramente por encima de cualquier otro campo, de las artes.
Newman llegó al Actor´s Studio cuando una conocida le pidió que sustituyera al actor con quien había hecho su primera audición para ingresar. Era lo bastante valiente para aceptar, pero a pesar de que no se jugaba nada se sintió muy nervioso, aunque solo fuera porque se hallaba actuando ante los mejores maestros del mundo. O quizá se debiera a que no actuaba en absoluto. «Creo que se equivocaron e interpretaron mi sincero espanto como una actuación sincera», recordaría posteriormente. El caso es que sobrevivió y, después de la audición, se produjo una confusión: la actriz que se presentaba no fue admitida, pero Newman, que no era candidato en la audición, recibió por correo al cabo de unos días la notificación de que había sido aceptado. Era el comienzo de la famosa «suerte Newman» y se convirtió en la influencia que más marcó su trabajo durante el resto de su vida. «El Actor´s Studio, guste o no, es el responsable para bien o para mal de lo que he sido como actor —dijo en repetidas ocasiones—. Todo lo que he aprendido sobre actuar e interpretar lo aprendí en el Actor´s Studio.»
A partir de aquí asistimos a la recreación amena y documentada de un hombre que triunfará continuadamente hasta más allá de lo imaginado por cualquiera. Después de una presentación habitual en los actos públicos a los que asistía ya maduro, diciendo que era padre de seis hijos, una quinceañera del público lo interrumpió gritándole: «¡Paul, adóptame!». Cuando visitó una fábrica de General Motors, una multitud de mujeres se abalanzó sobre su coche, y un día que tiró una lata de cerveza, una chica la recogió del suelo y la besó. Sobrevivió a los efectos secundarios del simbolismo sexual más duradero de su siglo, a un accidente de coche circulando a mas de doscientos kilómetros por hora, conservó su matrimonio en buen estado durante cincuenta años, donó más de 200 millones de dólares a proyectos de ayuda social, acertó en la elección de papeles con una regularidad constante, ganó carreras automovilísticas profesionales hasta los setenta años, influyó políticamente en la opinión de su país, y todo combinándolo con un récord mundial no confirmable del mayor bebedor de cerveza, hasta llegar a incluir en un contrato publicitario un lote semanal vitalicio de diez cajas de Budweiser.
La lectura de esta biografía no carece de momentos dramáticos, ya que unos hijos marcados por el síndrome de “padre famoso” le hicieron vivir la infelicidad y el dolor profundo, tal vez la amargura de una cierta incapacidad para cumplir como padre tanto como lo había hecho pilotando o actuando. Newman está entre los inmortales de celuloide y la gran primera biografía tras su muerte le hace justicia sin necesidad de ser un cinéfilo.
Como ejemplo del estilo y la forma de acercar al personaje, la editorial nos permite seleccionar un fragmento y hemos elegido lo que Shawn Levy elige para hablarnos de uno de sus éxitos…
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