Paul Newman, el centenario de la mirada cristalina

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Querido primo Teo:

En el Hollywood de la década de los cincuenta Paul Newman estaba destinado a ser una réplica de fenómenos como Marlon Brando y James Dean, un cachorro más salido del taller de Lee Strasberg que le pusiera rostro a una generación desorientada tras la Segunda Guerra Mundial. A lo largo de medio siglo de carrera, Newman logró algo más sólido ya que le dio dignidad al "star system". Gracias a su tesón demostró que era mucho más que un físico. Paul Newman era guapo hasta el insulto, un tipo perfectamente esculpido que mantuvo su atractivo hasta el final y cuya mirada competía con la de Elizabeth Taylor como la más hermosa que jamás haya sido captada por una cámara, pero su capacidad para profundizar en el alma de sus personajes y su querencia por los perdedores le convirtieron  en un actor de carácter.

Fue un "sex symbol" pero junto a Joanne Woodward encarnó a una pareja ejemplar que pudo disfrutar de la normalidad al margen de las extravagancias de la siempre pacífica comunidad de Tinseltown. Indudablemente, Newman fue uno de esos casos cumplidos del sueño americano y mostró su gratitud con la sociedad a través de su compromiso con las causas civiles y filantrópicas.

Cuando Paul Newman falleció en el año 2008, Hollywood ya había iniciado su transición a una nueva era que nos ha traído a una generación de estrellas explotadas en las redes sociales, pero que se ven forzadas a estar ligadas a una franquicia para garantizar el consumo. Al cumplirse los 100 años de su nacimiento, Paul Newman sigue siendo el espejo en el que se mira cualquier estrella de Hollywood.

Nacido en Cleveland Heights (Ohio) el 26 de enero de 1925. Paul Newman era el segundo de los hijos de Arthur Newman y Theresa Gard, un matrimonio de origen húngaro que regentaba una tienda de artículos deportivos, y no quería resignarse a seguir con el negocio familiar.

Lo suyo era la interpretación, descubrió lo mucho que le gustaba en la típica representación escolar y ayudó como vendedor a sus padres para costearse su formación en las universidades de Ohio y Yale. Sus estudios se vieron interrumpidos por la Segunda Guerra Mundial. Newman estuvo destinado en el Pacífico, formando parte de la Marina aunque su daltonismo, esa mirada tan cristalina era daltónica, le apartó del programa de formación de pilotos. 

Cuando era un aspirante a actor conoció a una joven modelo llamada Jackie Witte, una chica rubia, guapísima y sumamente elegante pero con una personalidad claramente marcada. Lo último fue lo que sedujo a Newman que no tardó en pedirle matrimonio. Se casaron en 1949, él tenía 24 años, ella 19 y tuvieron tres hijos, Scott, Susan y Stephanie. El matrimonio se mudó a Nueva York donde Paul ingresaría en el Actors Studio mientras ella se convirtió en su principal apoyo, ayudando a la economía con su trabajo como modelo mientras él servía como camarero.

Aunque la hija menor del matrimonio nació en 1954, la relación quedó sentenciada un año antes, cuando Paul Newman conoció a Joanne Woodward durante los preparativos de la obra de teatro “Picnic”. En un inicio lo de Paul y Joanne fue puramente platónico pero detrás de esa complicidad había algo mucho más profundo. Paul Newman y Jackie Witte se divorciaron en 1958, inmediatamente después él formalizó su situación con Joanne Woodward, y Jackie, que podría haber explotado su papel de mujer abandonada, optó por la discreción y dedicarse a sus hijos. 

Su entrada en el Actors Studio se produjo en el año 1952. Era un lugar para la élite interpretativa desde el éxito de “Un tranvía llamado Deseo” (1951) de Tennessee Williams bajo la batuta de Elia Kazan y que había catapultado a Marlon Brando, además otros dos de sus alumnos como Karl Malden y Kim Hunter fueron galardonados con el Oscar. El acceso a una plaza en sus talleres de trabajo no estaba al alcance de cualquiera; si el Estudio no descubría a un diamante en bruto y le invitaba a formar parte de su alumnado, los aspirantes tenían que pasar dos audiciones.

Newman se presentó acompañando a una amiga interpretando una escena de una obra de Tennessee Williams. Su amiga, que se había preparado a conciencia para aquel día, no pasó la prueba y Newman, que se mostró mucho más inseguro, sí fue admitido. Los formadores vieron en él esa autenticidad que se busca con el método de Stanislavski. El período de formación de Newman bajo la tutela de Lee Strasberg fue muy difícil, debido al alto nivel de exigencia, pero no tardó en darse cuenta de lo privilegiado que era por formar parte de aquello.

Su debut como actor profesional en el teatro fue haciendo un pequeño papel en la obra “Picnic” de William Inge, estrenada en 1953. Paralelamente se fue curtiendo en la televisión, participando en los habituales espacios de teatro grabados para la pequeña pantalla. Su primer trabajo en el cine llegaría un año después con “El cáliz de plata” (1954), un péplum que fue recibido con pésimas críticas y que Newman aborreció, hasta el punto de disculparse públicamente cuando la película fue emitida en televisión con el paso de los años. 

Tuvo un golpe de suerte cuando cayó en sus manos la oportunidad de interpretar al boxeador Rocky Graziano en “Marcado por el odio” (1956) de Robert Wise, un proyecto destinado al lucimiento de James Dean que en 1955 falleció en un accidente de tráfico. Dean era junto a Marlon Brando el cachorro más notorio del Actors Studio y el biopic de Graziano se perfilaba como su consagración como intérprete por ser el viaje de redención de alguien que estaba al margen de la sociedad.

Newman se preparó a fondo para interpretar a un personaje complejo, con una vida marcada por los abusos, la pobreza y la rebeldía. Adoptó el acento neoyorquino, estudió sus movimientos y personalidad para ofrecer una interpretación auténtica. Su actuación fue elogiada, especialmente por combinar la vulnerabilidad emocional con la dureza física, algo que terminaría siendo una de sus señas interpretativas.

“Marcado por el odio” fue un gran éxito de crítica y público y ganó 2 Oscar en los apartados de fotografía y dirección artística en blanco y negro pero Newman se quedó fuera de la candidatura al premio al mejor actor. Eso sí, se convirtió en el chico de moda en Hollywood. 

1958 fue un año fundamental en la historia de Paul Newman. A nivel profesional comenzaba a ver los frutos de su empeño por desmontar lo que sostenía alguno de sus formadores en el Actors Studio “un tipo demasiado guapo pero sin futuro”. Ganó el premio al mejor actor en el Festival de Cannes por “El largo y cálido verano” (1958) de Martin Ritt, adaptación de la obra de William Faulkner, un drama sureño que tocaba temas como el clasismo, la represión o los prejuicios y que convertía a Newman en un forastero perseguido por la acusación de pirómano que se enamora de la hija del cacique del pueblo, un hombre que le odia pero que no puede dejar de verse reflejado en él.

Martin Ritt fue de los directores que supieron sacar lo mejor de Newman, al igual que Richard Brooks quien le emparejó con Elizabeth Taylor en la adaptación cinematográfica de Tennessee Williams “La gata sobre el tejado de zinc” (1958), una traslación suavizada aunque dejaba muy patente todo ese clima de represión sexual, deseo y culpabilidad. El actor, impecable en la piel del torturado Brick que se ahoga en el alcohol para poder soportar el suicidio de su mejor amigo, enamorado de él, logró su primera candidatura al Oscar. 

En el plano personal, Newman logró divorciarse de Jackie Witte, madre de sus tres hijos mayores, y se casó con Joanne Woodward. Se conocieron en el despacho de un agente pero fue cuando coincidieron en el Actors Studio el momento en el que surgió la magia.

Newman se había enamorado de Joanne Woodward, quien se había convertido en su mejor amiga desde que comenzaron a prepararse para la obra de teatro “Picnic”, y era un sentimiento mutuo pero por respeto a la situación familiar no se fue más allá. De hecho, Joanne Woodward se emparejó con otros hombres, aunque fueron maniobras para llamar la atención porque uno de ellos era su compañero de piso Gore Vidal, que nunca negó su homosexualidad.

Newman y Woodward se reencontraron durante el rodaje de “El largo y cálido verano” y las chispas entre ellos eran notorias tanto delante como detrás de las cámaras. Ese fue el momento en el que el actor se atrevió a pedirle el divorcio a su mujer y formalizar su relación con Joanne Woodward de la que nacieron tres hijas; Nell, Melissa y Claire.

En 1958 Joanne Woodward también ganó el Oscar a la mejor actriz por “Las tres caras de Eva” y tomó la decisión de dedicarse a su familia y trabajar principalmente con Paul Newman. Rodaron más de una docena de películas que en su mayoría se dedicaban a explotar su magnetismo en la gran pantalla, aunque también hay que destacar que la actriz se convirtió en la principal musa en la faceta como director de Paul Newman, adelantándose al tándem formado por John Cassavetes y Gena Rowland a la hora de retratar personajes femeninos muy poderosos.

Paul Newman era una estrella y tuvo una carrera acorde a su estatus en Hollywood pero él era consciente de que jamás tendría la excelencia de Joanne Woodward. Su manera de honrar el talento de su mujer fue regalarle “Raquel, Raquel” (1968) y “El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas” (1972), papeles que no solamente le hicieron ganar premios, entre ellos una candidatura al Oscar y el reconocimiento del Festival de Cannes, sino que la convirtieron en una figura referencial para futuras generaciones de actrices. 

En la década de los 60 Paul Newman escaló a la cima de Hollywood, alcanzando un estatus que no estaba a la altura de cualquiera. Newman era mucho más que una estrella que se pone de moda durante unos años, había conseguido demostrar que era capaz de encarnar personajes complejos, retándose como intérprete, asumiendo también papeles de antihéroe, y con eso, y rodeándose de los mejores directores de la industria llevaba a los espectadores a las salas.

"Éxodo” (1960), “El buscavidas” (1961), “Dulce pájaro de juventud” (1962) y “Hud: El más salvaje entre mil” (1963) no hicieron más que cimentar su posición como uno de los mejores intérpretes de su generación. Newman poseía talento y era muy carismático pero también estaba comprometido en cuerpo y alma con su oficio. 

A finales de esa década Hollywood abrazó una nueva era. El sistema de Estudios había muerto, la censura del Código Hays ya estaba en desuso y surgió con fuerza una nueva generación de directores y actores dispuestos a modernizar la industria, tal y como estaba sucediendo en Europa con la Nouvelle Vague y el Free Cinema.

Algunas estrellas como Cary Grant se retiraron mientras que otros encontraron su refugio en la televisión o en Europa. Paul Newman, que ya había cumplido los 40, estaba en medio y ante el temor de ser relevado por un nutrido grupo de luminarias optó por adaptarse a los nuevos tiempos. Fue la decisión más inteligente porque su posición no hizo más que crecer.

Fue lo que sucedió con “Dos hombres y un destino” (1969) de George Roy Hill donde Newman se enfrentaba a Robert Redford, quien estaba en una situación aventajada en el nuevo Hollywood. Newman congenió enseguida con Redford, ambos entendieron que estaban en el mismo bando y Hill se aprovechó de esa química natural para explotar la camaradería de los dos.

“Dos hombres y un destino” fue un western sobre dos emblemáticos forajidos, Butch Cassidy y Sundance Kid, que conectaba con las nuevas inquietudes y se convirtió en un enorme éxito de crítica y público, consagrándose con cuatro premios Oscar entre ellos el de mejor guión original para William Goldman.

Cuatro años después se repitió la hazaña con “El golpe” (1973), con Newman y Redford encarnando a dos estafadores de los años 30 que quieren vengar la muerte de un amigo. “El golpe” fue otro éxito incontestable que se tradujo con 7 premios Oscar, entre ellos los de mejor película y dirección. Aunque Newman y Redford solamente trabajaron juntos en dos películas, el impacto cultural y artístico de su unión marcó una era.  

Newman rodó “500 millas” (1969) de James Goldstone, uno de sus trabajos habituales con Joanne Woodward, y ahí encarnaba a un piloto de carreras que antepone la adrenalina de la competición a su vida personal. Ese proyecto le sirvió para descubrir el automovilismo y meterse de lleno en él y no solamente por la excusa de prepararse para un papel, llegando a competir como profesional.

Se hizo las 24 horas de Le Mans con 54 años, cofundó un equipo y estuvo en activo como conductor hasta meses antes de su muerte en septiembre del 2008 por un cáncer de pulmón. Newman encontró en las carreras una vía de escape, que eso de ser una estrella de Hollywood supone mucha presión, y confesó que estar detrás del volante le ofrecía una sensación de libertad que no hallaba en ninguna parte. 

Paul Newman seguía en lo más alto, gozaba del éxito en la taquilla con “El coloso en llamas” (1974), era respetado en la industria y era mirado con aprecio por la sociedad porque estaba en las antípodas de Hollywood. Newman no era como Elizabeth Taylor ni Marlon Brando que habían hecho de sus vidas un escándalo sino que era un hombre consagrado a su familia que se ganaba la vida como estrella de cine.

Pero no todo estaba bien en la vida de Paul Newman. Su primogénito, Scott, no pudo superar ser el hijo de Paul Newman. Había heredado la genética pero eso no fue suficiente para que pudiera convertirse en actor. Trabajó como especialista, por ejemplo estuvo en “El coloso en llamas”, y no pasó de ahí. La frustración le llevó al alcohol y las drogas, falleciendo con tan solo 28 años por una sobredosis.

Newman, destrozado por la tragedia, admitió que no pudo darse cuenta de la realidad porque estaba inmerso en su trabajo y cuando estaba en casa desconectaba del mundo con varios packs de cervezas. La estrella canalizó su dolor creando una fundación destinada a la educación sobre los peligros del abuso de drogas y alcohol, especialmente entre los más jóvenes.

El nuevo Hollywood acabó con el fracaso de “La puerta del cielo” (1980) de Michael Cimino. Corrieron nuevos tiempos en la industria, más preocupada en ganar dinero con el blockbuster que en dar libertad creativa a los autores. Paul Newman no estaba en su mejor momento durante la transición a una nueva era, buscaba desesperadamente tener un éxito en la taquilla que consolidara su estatus de icono para seguir siendo un referente para las nuevas generaciones.

Tanto “Buffalo Bill y los indios” (1975) de Robert Altman como “El castañazo” (1977) de George Roy Hill tuvieron mal rendimiento y “Distrito Apache: El Bronx” (1981) tuvo tanta mala prensa por su incorrección política que fue un rotundo fracaso.

Afortunadamente para Newman la situación fue transitoria ya que esos personajes complejos que tanto buscó en el pasado seguían esperando por él y su nombre todavía era una garantía de calidad para cualquier proyecto adulto. Con “Ausencia de malicia” (1981) de Sydney Pollack, una crítica a la poca ejemplaridad de determinados medios de comunicación, y “Veredicto final” (1982) de Sidney Lumet, donde consiguió una de las interpretaciones más aclamadas de su carrera como abogado alcohólico que busca su redención encargándose del caso relacionado con un escándalo médico, no solamente volvió a ser candidato al Oscar sino que consolidaron su estatus de leyenda de Hollywood.

En 1986 la Academia concedió el Oscar honorífico a Paul Newman porque era una vergüenza que uno de los actores más representativos de Hollywood no tuviera su estatuilla. Había sido candidato en seis ocasiones (“La gata sobre el tejado de zinc” en 1959, “El buscavidas” en 1962, “Hud: El más salvaje entre mil” en 1964, “La leyenda del indomable” en 1968, “Ausencia de malicia” en 1982 y “Veredicto final” en 1983).

Curiosamente no acudió a recoger su Oscar honorífico porque estaba rodando “El color del dinero” (1986) de Martin Scorsese donde retomaba uno de los papeles más icónicos de su carrera, el de Eddie Felson, el protagonista de “El buscavidas”, quien encuentra en un joven jugador de billar, encarnado por Tom Cruise, un motivo para volver a la acción.

Su relación con los Oscar fue compleja, no los despreciaba pero sí que fueron dolorosas las derrotas. En 1987 fue candidato por “El color del dinero” que fue un éxito clamoroso y le resultó una experiencia muy gratificante trabajar con Martin Scorsese y Tom Cruise, con quiénes tuvo una gran complicidad.

Estuvo tan nervioso que más que acudir a la ceremonia de los Oscar se metió en el bar del Dorothy Chandler y ahí se enteró de que por fin había ganado el premio de la Academia de manera competitiva, en su nombre lo recogió Robert Wise, presidente en aquel momento de la institución, quien fue el director que le convirtió en una estrella con “Marcado por el odio”. 

Los reconocimientos de la Academia habiendo alcanzado los sesenta años más que tomárselo como un aviso para ir adelantando la jubilación fueron para él un estímulo para seguir trabajando. Fue selectivo, más que de costumbre, y se puso a las órdenes de directores de prestigio como Ron Shelton en “El escándalo Blaze” (1989), Roland Joffé en “Creadores de sombras” (1989), James Ivory en “Esperando a Mr. Bridge” (1990) y los hermanos Coen en “El gran salto” (1994).

Fue candidato al Oscar por la comedia de Robert Benton “Ni un pelo de tonto” (1994), que le reportó el Oso de Plata en el Festival de Berlín, y con el mismo director trabajó en “Al caer el sol” (1998) donde Newman volvía a meterse en la piel de un detective privado que tan bien se le dio en “Harper, investigador privado”.

Dejando a un lado su aportación al doblaje de “Cars”, el canto del cisne a nivel cinematográfico llegó con “Camino a la perdición” (2002) de Sam Mendes, su última candidatura al Oscar como actor de reparto, donde Newman está sencillamente colosal encarnando John Rooney un jefe de la mafia irlandesa dividido entre el poder y el afecto que siente por uno de sus hombres, más unido a él que a su propio hijo, pero a quien tiene que sacrificar.

Su trabajo en esta película fue un cierre casi simbólico a su carrera cinematográfica, con un personaje que reflejó los temas habituales en su trayectoria como la lucha interna, la búsqueda de la redención y el precio por las decisiones morales. Del teatro se despidió con la obra “Our town”, curiosamente uno de sus trabajos en el teatro grabado para la televisión de sus comienzos, por la que fue nominado al Tony, y la miniserie “Empire falls” (2005) con la que ganó el Emmy como mejor actor de reparto. 

Tan importante como su carrera como actor, su relación con Joanne Woodward, e incluso las carreras de coches fue su labor humanitaria. Podría decirse que más porque el entusiasmo que no mostraba por asistir a las entregas de premios desapareció cuando en 1994 fue reconocido con el Jean Hersholt de la Academia. Newman siempre estuvo interesado en las causas civiles, participó en las marchas celebradas durante la década de los 60, pero la muerte de su hijo Scott fue determinante para dar un paso y hallar de alguna manera la redención o un propósito para seguir adelante.

Además de una fundación en honor a su hijo, dedicada a la prevención del consumo de drogas y alcohol entre los jóvenes, creó la marca “Newman’s own”, centrada inicialmente en su famoso aderezo para ensaladas, con el objetivo de donar el 100% de sus ganancias a organizaciones benéficas, más de 600 millones de dólares han llegado a recaudarse desde 1982, y también fundó en Connecticut, donde vivía, un campamento diseñado para niños con enfermedades graves. Realizó importantes donaciones a bancos de alimentos, concedió becas y fondos a estudiantes de bajos recursos y también estuvo implicado en la causa medioambiental.

No le gustaba presumir de sus acciones ya que estaba más preocupado en obtener grandes resultados que en aparecer ante los focos. Aunque ser la estrella “Paul Newman” no le resultaba tan estimulante, sí que se sintió enormemente agradecido por haber sido bendecido con el éxito y por eso tuvo claro que tenía que compartir lo recibido con la sociedad que le convirtió en una de sus luminarias preferidas

Mary Carmen Rodríguez 

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