Mundo futuro: “Blade Runner” (1982), cine negro en formato de ciencia ficción
Querido Teo:
Es Noviembre de 2019 en "Blade Runner" y la Tierra está sumida en la decadencia medioambiental por culpa del cambio climático. Todo es oscuridad, lluvia y abandono, porque la gente emigra hacia las colonias exteriores y deja a su suerte las ciudades. Un ejemplo de ello es Los Ángeles, que es dibujada como una inquietante megaurbe distópica e inhabitable. En este futuro no tan lejano, la tecnología genética ha hecho posible la creación de humanos artificiales con vida limitada y recuerdos implantados, llamados replicantes, que son utilizados para trabajos duros fuera del planeta. En este marco se desarrolla la película, que tiene por protagonista a Rick Deckard, un ex Blade Runner, es decir, un policía especialista en “retirar” (entiéndase matar) a los replicantes díscolos, que con el tiempo han desarrollado sentimientos y autoconciencia, y, por tanto, deseos humanos, para bien y para mal. Deckard recibe el encargo de eliminar a cuatro de esos “pellejudos” que han escapado y vuelto a la Tierra, pero en su investigación policial acabará descubriendo secretos reveladores.
“Blade Runner” está construida como una gran película de cine negro con formato de ciencia ficción innovadora e influyente, y está plagada de metáforas morales y trascendentes, todo lo cual la convierte en una de las grandes obras de la Historia del séptimo arte. Desde el principio, Ridley Scott, que venía de consagrarse con “Alien, el octavo pasajero” (1979) y se estaba preparando para dirigir “Dune” (proyecto que finalmente desechó), dio, como buen perfeccionista, mucha importancia a la película, con la que pretendía ir mucho más allá de una mera cinta de ciencia ficción al uso. De hecho, llegó a despedir al guionista original, Hampton Fancher, a la sazón co-productor, y contrató a un más manejable David Peoples para demostrar su control total sobre el filme, que obviamente acabó sobrepasando el presupuesto inicial de 21,5 millones de dólares hasta los 28 millones definitivos.
El proyecto era ciertamente costoso porque, desde el punto de partida de la novela de Philip K. Dick, “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” (1968), mera referencia parcial y que preveía una película rodada básicamente en interiores, se había llegado hasta una compleja y profunda obra que conllevaba la construcción de todo un universo personal. Ahí está el entorno urbano futurista decadente que tanto debe a “Metrópolis” (Fritz Lang, 1927) y que se presentaba renovado por la influencia de dibujantes de cómic de la época como Moebius, para definitivamente convertirse en esencia de la estética cyberpunk. Por no hablar de los cuidadosos diseños de naves, calles, habitaciones, artefactos, etc..., obra en su mayor parte del artista Syd Mead. Y no nos olvidamos de la envolvente y maravillosa música de Vangelis.
Pero lo más valioso de “Blade Runner” es su capacidad de trascendencia partiendo de una historia policíaca futurista. El policía debe perseguir y matar replicantes, sí, pero, ¿son estos muy diferentes de los humanos? ¿Y quién es humano? ¿Sólo un mero test como el Voight-Kampff puede distinguirlos? La duda moral llega hasta tal punto que el protagonista, un gran Harrison Ford en uno de sus papeles más recordados, llega a enamorarse de una replicante, interpretada por Sean Young. Además, en una de las escenas más impactantes, el líder de los replicantes, Roy Batty, en el que probablemente es el mejor papel de Rutger Hauer, salva la vida al propio Deckard, consciente como es del dolor y de lo inevitable de la muerte. El propio Hauer se apuntó el tanto de añadir al guión original la famosa coletilla final de su monólogo: “todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia”. Poco antes, el propio Batty había llegado hasta su creador, el presidente de la Tyrell Corporation, para reclamarle la inmortalidad en un momento de extremo existencialismo e indudables resonancias de tragedia griega, en el que acaba matando al padre.
El posterior Director's Cut de Ridley Scott, entre otros cambios, suprimió la voz en off original y dejó un final mucho más abierto. Desde mi punto de vista, el narrador da mayor enjundia de cine negro y no resulta reiterativo. Sin embargo, prefiero evitar el final forzadamente feliz que no casaba con la idea general de la película. Sorprendentemente, en su estreno, “Blade Runner” obtuvo críticas tibias y una taquilla escasa, creando quizás el desconcierto de los adelantados a su tiempo, si bien se acabó convirtiendo en lo que es hoy, una película de culto y una absoluta obra maestra.
Paco Mota