Mr. Pinkerton y sus andanzas reales

Mr. Pinkerton y sus andanzas reales

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¡Hola muchacho!

Ya me he enterado que has llegado a un acuerdo con la alcaldesa: un día de piscina gratis a cambio de limpiar las instalaciones del Anatómico Forense… Yo he tenido unas semanas sumamente ajetreadas. Me encontraba siguiendo a un diputado cuando, de repente, noto unos leves golpecitos en mi hombro. Me di la vuelta, y era un señor encorbatado con aires de escolta real. Me hizo subir en un coche negro y protocolario sin más explicaciones que los empujones que recibí, y ni él ni el chófer abrieron la boca hasta que llegamos al Palacio de la Zarzuela. Me llevaron a una especie de salita, y allí estuve solo durante dos horas. Se abre una puerta por detrás de mí y una voz familiar me dice: “Hombreee, Pinkerton… No me digas que te han dejado aquí solo y ni siquiera te han ofrecido un refrigerio”. Me di la vuelta y, efectivamente, muchacho, ¡era el mismísimo Rey Juan Carlos!. “Majestaaaad”, le dije yo. “Llámame Juanqui… aunque sólo por unos días”. Me llevó a otro sala de estar, y me explicó por qué me hizo llevar a palacio. “Pinkerton… tengo previsto pasar un par de días en Botsuana… pero, ya sabes, así en plan de incógnito. Y como no quiero que me pillen, pues tengo que dejar a mi escolta aquí y sacar al doble”. Sí, muchacho, ¡el Rey tiene un doble!. Como en “El cielo puede esperar” y “Dave, presidente por un día”…

Una hora después, salimos de palacio en un coche discreto, y el Rey en la parte trasera con una careta de señora mayor, y nos dirigimos al aeropuerto de Cuatro Vientos, nos montamos en un jet privado y… ¡a Botsuana!. El vuelo, que fue bastante largo, dio para mucho: jugamos a la pocha, vimos “El rey león”, hicimos un concurso de pulsos entre el Rey, el piloto, un acompañante y yo, dormimos… y por fin llegamos al lejano país africano… A todo esto que aún ignoraba el motivo del viaje… no quería resultarle indiscreto al Jefe del Estado. Al bajar del avión, nos recogieron en un enorme jeep, y pasamos dos horas en carretera hasta llegar a las instalaciones donde íbamos a pasar estos días. Aquella enorme cabaña me recordaba a la de “Hatari!”, con ese gran salón, su mesa comedor y un piano.

Escuchando la conversación del Rey con sus acompañantes, me percaté de que aquella aventura africana tenía como objetivo la caza de un elefante. Así es, muchacho, su majestad al más puro estilo Clint Eastwood en “Cazador blanco, corazón negro”. No quise entrar en la moralidad de dicho divertimento… eso requeriría horas de eterna discusión, así que simplemente me dejé llevar y, sobre todo, sin olvidar que tenía un cometido: vigilar al Rey… O sea, a ver, vigilar que nadie hiciese daño al Rey.

El primer día fue de relax. Vinieron unos señores y nos explicaron cómo sería la cacería del día siguiente. La verdad es que no parecía que tuviese mucho mérito la cosa. El elefante ya estaba seleccionado, y hombre, correr no es que corran mucho. Más mérito hay en darle a una liebre en movimiento que a un elefante de 4 metros en plena siesta… Aunque claro, muchacho, el Rey, con sus males en la pierna, no está para muchos trotes. Como decía, el día de hoy era para relajarse, así que pasamos la tarde tranquilos, bebiendo Martinis, y hablando de nuestras vidas mientras uno de los amigos del Rey cantaba canciones antiguas acompañado del piano. En una de ellas, incluso acabamos los dos formando un trío con el pianista, y acabamos abrazados y juntando nuestras copas de Martinis en aras de un futuro mejor. Debo decirte, muchacho, que el Rey, como compañero de fiestas caseras, es un fenómeno. Viéndolo en ese caserón africano, me recordó al personaje de Audrey Hepburn en “Vacaciones en Roma”, con esas ganas de vivir algo alejado de su papel de monarca, sin fotógrafos, y sin tener que acabar con dolor de muñeca de tanto saludar a la gente con la mano… No estaba subido a una Vespa, pero sus sensaciones eran las mismas, con la salvedad de que no se enamoró de nadie…

Al día siguiente nos despertamos temprano, desayunamos tortitas con salsa de cacahuete y nos subimos a los jeeps, camino del elefante que estaba destinado a pasar a mejor vida esa tarde. La experiencia no fue del todo agradable. Una vez que tuvo el elefante a tiro, necesitó siete disparos para acabar con él. Muchacho, lo raro es que el animal no huyera tras el primero, pero así pasó. El caso es que yo pensaba que la aventura africana del Rey acabaría con la caza de ese día… pero no, por lo visto teníamos que quedarnos varios días más, porque dos de sus acompañantes también iban a liquidar a sus respectivos paquidermos, y seguramente era de mala educación no esperar a que todos lograran su objetivo.

Aproveché esos días para intentar conocer más a nuestro Rey. Ocasiones así, sin duda, no iba a tener muchas. Tuvimos varias oportunidades para charlar de tu a tu. Su fama de cachondo mental está sin duda justificada. Con él te echas unas risas de las de dolor de tripa, de esas que acabas con arcadas. Y fue muy emocionante ese momento en el que, tras la cena del tercer día, Don Juan Carlos nos narró los acontecimientos relativos al Golpe de Estado de Tejero… He leído mucho sobre el tema, y hasta vi la peli y la serie que hicieron sobre el tema, pero nada como escuchar la historia de la voz del protagonista principal. Muchacho, aunque sólo entendí el 80% de lo que dijo, te puedo asegurar que consiguió ponerme la carne de gallina…

Y entonces llegó el momento fatídico: la famosa caída. Yo no pude hacer nada, muchacho, porque aquello ocurrió de noche, cuando todos dormíamos. Se levantó para orinar, no vio un escalón y… ¡zas!. Rotura de cadera. Menos mal que el Rey tiene recursos; rápidamente llamó a su médico de huesos, se preparó el avión privado y al cabo de unas horas ya estábamos aterrizando en Madrid. Y bueno, muchacho, nuestro inagotable Rey fue operado y, a día de hoy, ya ves en los noticieros que sigue en la brecha. A ver, no está para darse un baile y emular a Yul Brynner en “El Rey y yo”, pero sí para presidir desfiles y reuniones de alto nivel.

¡Un saludo!

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