"Los pasajeros de la noche"

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El argumento: París, 1981. Soplan vientos de cambio la noche de las elecciones y los franceses toman las calles, eufóricos. Pero a Élisabeth le cuesta compartir el ambiente general de optimismo. Su matrimonio está llegando a su fin y ahora tendrá que mantener a su familia. Está angustiada, y a su padre y a sus hijos adolescentes les preocupa que no consiga superar su pena. ¿Y si escuchar sus propias emociones le ayudara a llenar poco a poco esa página en blanco en la que se ha convertido su futuro?

Conviene ver: Hace cuatro años el director francés Mikhaël Hers tuvo un éxito considerable con “Mi vida con Amanda” (2018). Ahora presenta “Los pasajeros de la noche”, un film protagonizado por Charlotte Gainsbourg que encarna a una mujer sumergida en una depresión tras la ruptura de su matrimonio y que está buscando alicientes para comenzar de cero junto a sus hijos adolescentes ya que desde bien joven su vida ha estado supeditada a cuidar de su marido y la casa por lo que, con la nueva situación, no sabe que lugar jugar en el mundo. Un melodrama existencialista efectivo, a pesar de su premisa manida, gracias al cariño que tiene el director por sus personajes y por el trabajo hecho por Gainsbourg llegando incluso a enriquecer el papel. Ella es la razón de ser de un drama familiar sofisticado, muy francés, en la que sobre su personaje pivotan una serie de personas y las relaciones que establece con ellos, sus dos hijos en esa época de cambio vital hacia la edad adulta en la que tienen que tomar sus propias decisiones, una chica perdida a la que acoge o sus compañeros de la radio en la que encuentra trabajo (con Emmanuelle Béart como estrella de la noche con corbata y fumando puros) en el París de principios de los 80, época de cambio no sólo para esta familia sino también a nivel social en las que las calles y nuevas energías tomas el pulso. En la película confluyen una serie de temas en mayor o menor medida que, a pesar de su dramatismo siendo el caso de las drogas o la enfermedad, un aspecto que no esconde el director en sus películas, se tratan de manera reparadora y constructiva de manera más amable que aleccionadora dejando claro no sólo que somos imperfectos sino que se lidia con lo que viene como se puede ya que no hay reglas ni enseñanzas que a todos valgan por igual. Habla de mucho pero con poco, a base de sencillez y naturalidad, así como manifestar ternura sin sentimentalismos, residiendo en ello el mérito de la propuesta destacándose también los recursos de formato que aporta la fotografía de Sébastien Buchmann (que ayuda a sumergirnos en la década en la que se ambienta) y esa atmósfera de radio nocturna y de comunidad colectiva a través de las ondas que homenajea el director y que parece propia de una época bañada de nostalgia y ya poco común en la época actual con la proliferación de los podcast. Esos pasajeros de la noche en busca de nuevas ilusiones y que intentan mantenerse a flote a pesar de los bandazos que se presenten en una cinta que gracias a sus personajes logra tener encanto y residir en ella una sensibilidad y un halo poético que imprime el conjunto tanto desde el punto de vista del personaje de Charlotte Gainsbourg como el de su hijo, tropezando y levantándose en sus escarceos tanto con el primer amor como con sus inquietudes de poeta.

Conviene saber: A competición en el Festival de Berlín 2022 y mejor guión en el Festival de Valladolid 2022.

La crítica le da un SEIS