"Los demonios del Reich"
El autor inserta a sus personajes en una trama histórica tan real como la que le dio a conocer en todo el mundo con "El ángel de Múnich". Para los aficionados a la novela negra ambientada en los años anteriores e inmediatos al nazismo podría decirse que Massimi confirma ser una alternativa nueva y original a Philip Kerr. Posee su misma capacidad para hacernos vivir un periodo terrible y fascinante.
Título: "Los demonios del Reich"
Autor: Fabiano Massimi
Editorial: Alfaguara
Cuando Fabiano Massimi incrustó en su primera novela, "El ángel de Múnich", la muerte real de una sobrina de Hitler que convivía con él, conquistó decenas de miles de lectores atraídos por una ficción que podría no serlo. La historia quedaba cerrada salvo porque dos de sus protagonistas se veían obligados a desaparecer.
En "Los demonios del Reich" el ex comisario Peter Rach, refugiado en Viena con otro nombre, ha de regresar a Berlín ante la desaparición de la mujer que ama, una resistente al nazismo comprometida por su causa. Mientras empiezan a aparecer cadáveres de mujeres sospechosamente parecidas a su compañera, se produce el incendio del Reichstag que, hoy, sigue siendo un suceso oscuro.
Massimi ha imaginado un escenario que explica el incendio. Lo hace según la primera regla de una buena novela histórica, respetar las fuentes, lo que sabemos, intentando ser verosímil y coherente en los inventos. Los demonios del Reich" son una legión, pero el ex comisario se verá bajo la influencia de Goebbels, Göring, Heydrich y Himmler, un cuarteto en el que todos quieren ser solistas y todos están dispuestos a eliminar competencia.
Massimi dedica "Los demonios del Reich" al joven injustamente condenado y ajusticiado, y luego olvidado, la única víctima real del incendio del Reichstag que la policía detuvo entre las llamas. Era un joven holandés recién llegado a Berlín llamado Marinus van der Lubbe. Como señala Massimi: "Poco sabemos de él, y ese poco se deriva de los documentos del juicio que tuvo que afrontar en los meses siguientes a su detención, junto a dos importantes exponentes del comunismo alemán e internacional. Estos últimos fueron finalmente absueltos, también gracias a sus conocimientos jurídicos, que los llevaron a triunfar sobre los acusadores en la vista. Marinus, en cambio, fue declarado culpable, y durante el proceso no mostró al mundo nada más que una alelada aceptación de su destino, aparentemente facilitada por la administración de una droga en sus comidas que lo volvía manso y cooperativo. Aunque las leyes de la época no establecían la pena de muerte por incendio provocado, y a pesar de que en su contra no había pruebas concluyentes —los peritos del juicio hicieron hincapié, por el contrario, en que un hombre solo, con el poco tiempo con que contaba, nunca habría podido provocar un incendio tan rápido y devastador—, Marinus van der Lubbe fue ejecutado tres días antes de cumplir veinticinco años, y su cuerpo nunca fue entregado a la familia".
La bibliografía incluida al final del libro explica el buen trabajo de ambientación, locales policiales tristemente famosos, los Ringvereine, las bandas mafiosas que regían el submundo del Berlín de la República de Weimar, con sus clubes y cabarets donde es posible conseguirlo todo. Los personajes protagonistas vienen del libro anterior, encabezados por Peter Rach, un nuevo policía que podría sentarse a tomar una cerveza con Bernie Gunther, Gereon Rath y Richard Oppenheimer para formar el cuarteto cínico, descreído pero íntegro, que oponer al nazismo triunfante.
Massimi incorpora a un nuevo personaje, la única mujer policía del cuerpo de detectives de Berlín, una chica adelantada a su tiempo, ya que sólo hubo una mujer en la policía de la época, una abogada que fue destituida apenas alcanzar Hitler el poder.
"Johanna Tegel siempre había querido trabajar en la policía, pero parecía reacia a contar nada más. Lo único que llegó a saber él era que había encontrado mucha resistencia, primero, en su familia de origen y, después, entre sus compañeros. La chica, no obstante, se sentía orgullosa, y difícilmente habría prestado oídos a quienes le desaconsejaban proseguir por un camino tan masculino".
La mujer nazi debía estar apegada a las tres k: kinder, kirche, küche (niños, iglesia, cocina). El propio Hitler afirmó que los derechos de las mujeres en el Tercer Reich consistirían en que toda mujer encontraría marido. El Ministro de Propaganda Goebbels señaló que “la mujer tiene el deber de ser hermosa y traer hijos al mundo, y esto no es tan vulgar y anticuado como a veces se cree. La hembra del pájaro se embellece para su compañero e incuba sus huevos para él”. Un pensamiento que contaba con la aprobación de muchas mujeres, pero desde luego no es el caso de Johanna.
La mañana siguiente del incendio del Reichstag, el anciano presidente Hindenburg firmó el llamado Decreto del Incendio del Reichstag que autorizaba al gobierno a limitar según su voluntad los derechos de libertad personal, de expresión, de prensa, de reunión, de confidencialidad y de propiedad de los ciudadanos corrientes. Gracias a ese Decreto, renovado varias veces a lo largo de los años y considerado la base jurídica de la Alemania de Hitler, los nazis pudieron detener a los dirigentes del poderoso Partido Comunista, acusado de haber organizado el atentado, y ganaron por escaso margen las elecciones del 5 de marzo.
El 24 de marzo, ni siquiera un mes después del incendio, Hitler había obtenido la dirección democrática del país. Presentó al Parlamento una ley conocida como decreto de «plenos poderes», que le permitiría legislar y firmar acuerdos internacionales sin el aval del Parlamento que, de hecho, quedaba privado de autoridad. La transición de la democracia a la dictadura se completó con una tercera ley «contra la reconstitución de los partidos», promulgada el 14 de julio, aniversario de la Revolución Francesa.
Así nació el Tercer Reich, el Imperio Ario que tenía entre los propósitos de su fundador conquistar el mundo entero y durar al menos un milenio. Cuando doce años más tarde el Ejército Rojo ocupó los escombros de Berlín, la bandera soviética que simbolizaba la victoria se izó sobre las ruinas del Reichstag.
Carlos López-Tapia