"Las dos caras de Enero"
En Febrero de 1960 hacía poco que Patricia Highsmith había regresado de un viaje por Europa y se puso a trabajar en una novela ambientada en Grecia con un trío de personajes algo sospechosos. La construyó a partir de la sensación de haber sido «ligeramente estafada por un hombre de mediana edad» con «un rostro sumamente aristocrático pero débil» durante su viaje europeo. Una visita al palacio de Knossos y «un hotel viejo y rancio» en Atenas fueron otras fuentes de inspiración para la historia que acaba de convertirse en cine.
Título: “Las dos caras de Enero”
Autor: Patricia Highsmith
Editorial: Anagrama
Viggo Mortensen, Kirsten Dunst y Oscar Isaac encarnan la especialidad de la autora, los personajes con moral ambigua y aspectos perturbadores. Los hombres forman un dúo unido por una relación un tanto turbia; el joven «trotamundos» americano en cuya descripción la autora insiste en que «no se trataba de un beatnik», y un estafador de mediana edad que al primero le recuerda a su padre. La mujer del estafador está ahí poco más o menos que para actuar de víctima.
El primer título de “Las dos caras de Enero” fue “The power of negative thinking (El poder del pensamiento negativo)”, un título que ofrecía una pista de cuál era el estado de ánimo de la autora y la respuesta de su editora a la primera versión de la novela no se lo levantó. Le pareció que sólo tenía sentido con una relación homosexual entre los dos hombres, que no podía simpatizar con ninguno de los personajes. Días después de recibir aquella opinión hizo una anotación en su cuaderno: «A la mierda con la identificación del lector en el sentido convencional o con un personaje que despierte simpatía».
La novela acabó siendo publicada por Doubleday en Nueva York y por Heinemann en Londres, donde ganó la Daga de Plata de la Asociación de Escritores de Literatura Policiaca de 1965, lo que añadió una nueva arma blanca a la colección de la escritora. Highsmith decía que usaba la daga que le procuró “Las dos caras de Enero” para abrir todas sus cartas.
Releída en la distancia de medio siglo no ha perdido profundidad, y añade la forma y los ritmos de un tipo de vida ya pasada, pero lo bastante reciente para disfrutar de su reconocimiento.
Carlos López-Tapia