"La sociedad de la nieve"
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El argumento: En 1972, el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, fletado para llevar a un equipo de rugby a Chile, se estrella en un glaciar en el corazón de los Andes. Solo 29 de sus 45 pasajeros sobreviven al accidente. Atrapados en uno de los entornos más inaccesibles y hostiles del planeta, se ven obligados a recurrir a medidas extremas para mantenerse con vida.
Conviene ver: "La sociedad de la nieve" es la nueva incursión de Juan Antonio Bayona en el cine español (al cual regresa tras siete años de ausencia habiendo estado ocupado en Hollywood tanto en cine como televisión) con la que nos lleva a un hecho que ya encontró su hueco en la pantalla en 1993 y que llenó titulares ante la forma en la que Frank Marshall abordó la misma abrazando las concesiones de la industria usamericana pero embelleciendo el canibalismo que permitió que los supervivientes fueran tales y que se potenciara el hecho de que los protagonistas eran un equipo de rugby, el Old Christians Club de Montevideo, y que ello fue una de las causas para que algunos pudieran salir adelante por su fortaleza y espíritu colectivo. Bayona afronta la historia con madurez y contundencia por su capacidad de emocionar sin forzar alejándose formalmente y en guión de efectismos sensibleros.
Es por ello que sorprende, frente a otros trabajos, su sobriedad ante la épica y superación en el que sobresale la técnica y la música. En su contra queda que sea algo larga y que el drama colectivo se coma a los personajes ya que, ante la acumulación de nombres y rostros de esa tripulación, el suceso está por encima de la historia personal y motivaciones de cada uno de ellos, los cuales no son más que resueltos con meros esbozos sin saber apenas nada de sus personalidades y circunstancias así como de sus familias y motivaciones más allá de proceder de familias bien situadas, conservadoras y religiosas, en un contexto histórico convulso que servía de escenario a la juventud y ganas de vivir de los mismos no siendo casualidad la escena en la iglesia con una homilía que habla del peregrinaje de Jesús en el desierto o el posterior tumulto en la calle por las protestas estudiantiles. Es por ello que no podemos hablar de una cinta de personajes sino de la recreación de un hecho histórico, el que supuso el brutal accidente en 1972 del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, fletado para llevar a un equipo de rugby y sus acompañantes a Chile, falleciendo 29 de los 45 ocupantes (12 de ellos en el impacto y 17 durante los siguientes días y semanas) y su resiliencia y peregrinaje en un lugar bello pero inhóspito en el que su destino parecía marcado como una lenta y agónica cuenta atrás fruto de la inanición, las inclemencias y las infecciones y dados ya por muerto por unas autoridades que sólo esperaban recuperar los cuerpos cuando hubiera condiciones para reanudar la búsqueda.
"La sociedad de la nieve" no tarda en poner las piezas en el tablero. Vemos primero a unos jóvenes deportistas, en su mayoría veintañeros, que comparten vivencias propias de esa edad mientras hablan de fiestas, chicas y su pasión común, el deporte, dispuestos a emprender un viaje que será el último que muchos podrán compartir entre ellos al estar en ese momento de la vida en el que los caminos se separan por los estudios o las nuevas responsabilidades. Momentos de felicidad que serán recuperados como breves ráfagas de la memoria a lo largo de la película para conectar con esa vida de antes de la tragedia en la que parece que el cielo es el límite fruto de cierta inconsciencia juvenil. Ello les hace compartir equipo y viaje produciéndose un accidente recreado de manera sobresaliente en la cinta y que ya pasa a ser iconografía del cine de Bayona al nivel del tsunami de “Lo imposible”. Un shock apabullante en el que se siente la angustia, el dolor, el frío y los sonidos de los golpes de los cuerpos azotados dentro del fuselaje hasta llegar a una pantalla en negro que supone tomar aire y suspirar tras el impacto de lo visto.
Uno de los aciertos de la cinta es que Bayona antepone toda su pericia como realizador para dar vida y rendir tributo a los supervivientes (y también a los fallecidos) de una historia que podría ser poco novedosa pero que supuso uno de los mayores hitos de la resistencia humana frente a las inclemencias y adversidades. Es por ello que más que la acción y el dramatismo lo que manda son los dilemas morales que se genera siendo un tributo al compañerismo y un canto a la vida en el que los que se quedan por el camino no dejarán de dar fuerza a los que se quedan para que ellos sí puedan conseguirlo. No sólo la del accidente sino la escena de la avalancha, que podría haber sido el remate definitivo para los ya debilitados supervivientes, supone también un apabulle lo que acaba eclipsando los momentos de mayor intimismo en el que vemos a esos personajes desde intentar poner humor como válvula de escape (haciendo rimas o teniendo charlas triviales) hasta debatir sobre los límites de la fe y la ética a la hora de tomar la decisión de utilizar los cuerpos de sus compañeros muertos como alimento, en un dilema ético entre el consentimiento y el derecho de uno a hacer todo lo posible por vivir, en ese momento crucial en el que, ante la falta de comida, era la única vía para poder aguantar durante 72 días a 4.000 metros de altura y a 30 grados bajo cero cuando la esperanza de que llegarán los equipos de rescate se diluía en el tiempo ante la ya nula confianza de su propio país en encontrarlos con vida.
“La sociedad de la nieve” es un carrusel de emociones, que van de la frustración ante cada piedra en el camino con la que se encuentran a los momentos de alivio cuando se salta una valla más en esa carrera de fondo, pero sobre todo es un alarde de cine de espectáculo con el que Bayona no renuncia a su estilo y lo hace favoreciendo la experiencia en salas, volviendo a enfrentar a la condición humana en una prueba extrema, pero sin meter las cuerdas de los violines directamente en el lagrimal. A ello contribuye una voz en off (la de Numa Turcatti que se sitúa como narrador y guía mientras asistimos a su propio viaje de revelación y aceptación) que da fuerza y se sitúa en el punto de en medio entre supervivientes y fallecidos, rindiendo tributo a ambos y agolpados todos ante una situación límite y desconocida, y, sobre todo, a la estupenda banda sonora de Michael Giacchino que recuerda a su trabajo en “Perdidos” y que se aleja de la grandilocuencia que habitualmente han tenido las partituras del cine de Bayona para acompañar de manera medida e inmersiva más que apabullar con melodías que buscan la emoción arrebatada.
“La sociedad de la nieve” adapta el libro del uruguayo Pablo Vierci ("Viven" partía del libro del británico Piers Paul Read), el cual a pesar de ser amigo desde el colegio de buena parte de los ocupantes no formaba parte del equipo de rugby y, por ello, no vivió en carne propia el suceso. Una mirada en el punto justo entre la distancia y la cercanía para dar valor a la ardua empresa llevada a cabo por estos jóvenes que llevaron al límite las capacidades de sus cuerpos y sus mentes en el que cada uno se basó en la fe de diferente manera (bien fuera espiritual o humanísticamente) para poder salir de ese avión desvencijado golpeado por el frío y el viento aunque fuera también conviviendo con su sentimiento de culpa por ser ellos (y no los otros) los que finalmente vivieron siendo sólo ellos los capaces de conocer lo que allí vivieron creando un vínculo imperecedero.
"La sociedad de la nieve" pretende dar su propio punto de vista sabiendo que no es la primera cinta que ha tratado sobre el tema y ello le hace explorar el sacrificio del grupo por los demás y hablar del peso de la religión en determinadas decisiones, una conciencia moral más que de clase que les hace a los supervivientes esconder los restos humanos para evitar que sean vistos por el personal de rescate. Además de ello se potencia la experiencia inmersiva a lo que contribuye un diseño sonoro y una ambientación de primera magnitud que hace que el espectador sienta el frío y el agotamiento de un cuerpo minado por el hambre, la rutina, la desesperanza y el paso del tiempo en el que muchos parecen quedar resignados a su suerte rodeados de una montaña que cobra dimensión como escenario desalentador para acrecentar la agonía colectiva frente a cualquier atisbo de resistencia o esperanza.
Bayona quiere ser fiel a los hechos y calibra una emoción medida y no desaforada centrada en el drama humano y en el caldo de cultivo que se va generando, sin ninguna épica más allá de la puramente promovida por ese goteo de vidas apagadas en un ejercicio más de tensión asfixiante sobre el que la luz se abrirá ante la oscuridad cuando los personajes de Roberto Canessa y Nando Parrado, los que tienen mayor peso y dimensión en el film junto al de Numa, emprendan una expedición definitiva tanto para ellos como para los compañeros que se quedan entre los restos del avión o cuando el padre del personaje de Carlitos Paez (interpretado por el propio Carlitos) lea con oficialidad sobre el sentimiento y repitiéndolo por dos veces el nombre de los 16 supervivientes de una tragedia que impactó al mundo y que hasta hoy no había tenido una versión que equilibrara tanto lo que pasó con el sinfín de sensaciones que despierta el cine conectando más con el corazón de la historia que con la espectacularidad de lo sucedido. Un respeto que cobra una nueva dimensión sabiendo que varios de los supervivientes participan en la película en forma de cameos.
“Hoy mi voz suena con sus palabras. Todos fuimos fundamentales y esta es nuestra historia”. Una proeza, un milagro o un golpe afortunado del despido para 16 vidas que parecían truncadas y que se reencuentran con sus familiares después de que la empresa de Canessa y Parrado llegue a buen término (Antonio Vizintín volvió al avión con el fin de que éstos tuvieran más víveres y por tanto posibilidades para poder llegar). “¿Qué hace acá esta multitud? Los periódicos hablan de los héroes de los Andes”, dice el narrador frente la alegría desbordante y desorientada fruto del cansancio y del golpe de emociones, “pero ellos no se sienten héroes, porque estuvieron muertos como nosotros y sólo ellos regresaron”. Un canto a la vida que en su factura la marca de Bayona nos regala ese momento (que no está presente en la película de Marshall) de que los tripulantes conocen por radio la llegada de Canessa y Parrado y, por ello, se acicalan a la espera de que lleguen los ansiados helicópteros.
Un film en el que hay mucho de reivindicación del ser humano, más allá de cualquier límite, en el que incluso la figura del consentimiento está presente cuando esos que se ven morir no dudan en dar su cuerpo en señal de amor y amistad para que al menos el otro sí que pueda seguir adelante más allá de toda cerrazón religiosa o dogma de fe. Un trabajo de equipo más allá de los campos de rugby que trascendió todo lo imaginable y que convierte a la cinta en una epopeya tan impactante y emocional como edificante e inspiradora a pesar de un guión difuso, la desconexión emocional frente a la despersonalización de unos jóvenes resueltos a trazos y una duración que lastra el todavía mayor impacto que hubiera tenido la película aunque ello no le vaya a privar de convertirse en uno de los títulos de la temporada tanto a nivel de industria como de público al ser uno de esos films que con todo merecimiento reciben desde su alumbramiento la categoría de evento.
Conviene saber: Película de clausura en el Festival de Venecia 2023, Premio del Público en el Festival de San Sebastián 2023, maquillaje y peluquería y efectos visuales en los premios del cine europeo 2023, 13 nominaciones a los Goya 2024 y representante de España para el Oscar 2024 a la mejor película internacional.
La crítica le da un SEIS