John Ford, una huella impresa en la leyenda del cine

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Querido Teo:

El 31 de agosto de 2023 se han cumplido 50 años de la muerte de John Ford, una figura tan inabarcable y compleja como esquiva y enigmática. En todo caso es uno de los nombres impresos en la leyenda, no sólo en el género que hizo definitorio (el western) sino en el cine a nivel general siendo referencia ineludible para nombres como Steven Spielberg que siempre recuerda inspirarse en cada uno de sus trabajos en la obra de John Ford. Un director contradictorio, un hombre sensible con fachada de hombre de acción, tan generoso como tirano y tan ensalzador de los valores familiares como descuidado a la hora de ponerlo en práctica con la suya propia. Una figura compleja y un artista de los que hacen grande aquello a lo que se dedican.

John Ford era feliz rodando, alejándose entonces de su habitual espiral autodestructiva fruto de una personalidad tortuosa que se refugiaba en el alcohol y fijando una línea demasiado fina entre el aprecio y el maltrato. Siempre con su equipo habitual en el que hay que destacar verdaderas obras maestras del cine como "La diligencia" (1939), "Las uvas de la ira" (1940), "El hombre tranquilo" (1952), "Centauros del desierto" (1956) o “El hombre que mató a Liberty Valance” (1962). Un director que siempre antepuso su personalidad y su carácter frente a unos productores a los que tenía achantados y que no medraban en sus rodajes ya que era capaz de dar alimento a la industria pero sin renunciar a su sello.

John Ford siempre fue a su aire, no dudando en anteponerse delante de la cámara cuando decía “¡Corten!” para que así el montador no tuviera la tentación de alargar algo más la escena. También en lo personal ya que su característico parche fue propio de su impaciencia. Desde pequeño tenía muy mala vista y fue operado de cataratas. El quitarse el vendaje demasiado pronto le hizo perder la visión de un ojo lo cual muchas veces ocultaba detrás de sus gafas de sol. Más fingida se antoja una sordera acentuada con los años con la que él también lograba evadirse del mundo y seguir adelante sin injerencias externas.

Le llamaban “Toro” Feeney, “la apisonadora humana”, por ser ancho de espaldas y de rasgos duros cuando jugaba al fútbol en el instituto en los fangosos campos de Portland (Maine) y es que John Martin Aloysius Feeney medía 1,83 y pesaba 79 kilos, pero su estrabismo le daba una imagen desvalida subrayada por una franqueza distante y un carácter de soñador melancólico que sólo salía del letargo en las clases cuando tocaba hablar de la historia americana, fascinado por los héroes de la nación. Fue una manera de protegerse como americano hijo de inmigrantes irlandeses de primera generación en un Estados Unidos en el que las diferencias étnicas derivaban en enfrentamiento.

En Ford siempre anidó una profunda inseguridad sobre su masculinidad y sobre cómo su ternura era percibida por una sociedad que aún tenía tendencia a contemplar el talento artístico como algo “femenino”. A pesar de que solía considerársele como “un director de actores”, un sambenito que él siempre rechazó, la obra de Ford está dominada por unas preocupaciones que la sociedad de su tiempo consideraba femeninas: la familia, la tradición, la sincera expresión de las emociones. Eso convertía a sus personajes en seres humanos con sus sentimientos, alegrías y preocupaciones.

Todas esas preocupaciones son más bien “irlandesas” que “femeninas”, pero en cualquier caso resultaban algo ajenas a los modelos culturales imperantes en la América moderna teniendo que navegar Ford entre el hecho de seguir su tradición (de la cual renegaba) y adaptarse al rol que se esperaba del buen americano representado en esos vaqueros que poblaron su cine pero que no podían evitar mostrar sus sentimientos y su humanidad bien fueran encarnados por John Wayne, James Stewart o Henry Fonda. Un hecho que constataba su tendencia a rodar siempre con un equipo de confianza que se convirtió en habitual. Una familia de la que Ford era el sumo sacerdote.

Tras esa rudeza, socarronería y tendencia a los puros y al alcohol anidaba la esencia de su obra, una poesía congénita heredada de sus ancestros en la que destacaba el amor a la tierra, la familia, la amistad, la solidaridad o la resistencia del hombre frente a las adversidades. Rodó en grandes espacios (con escenas inolvidables como la de “La diligencia”) pero donde realmente emerge el talento de John Ford es en sus escenas más íntimas en las que además del director de cine está el poeta prefiriendo siempre rodar en una sola escena para captar la emoción de la primera vez. En caso contrario para él era un fracaso.

Una personalidad inescrutable e inclasificable. Calificado de ultraconservador por rodar propaganda para el gobierno estadounidense en tiempos de la II Guerra Mundial llevó a cabo uno de los alegatos de denuncia social más incendiarios y lúcidos en contra de la precariedad y la exploración de la clase obrera en “Las uvas de la ira” mientras que en lo personal se mostró del lado de los avances en los derechos civiles enarbolados por Kennedy y dejó claras sus simpatías en favor de la República en España.

Por otro lado su supuesta misoginia es desmontada en su filmografía cuando vemos a mujeres fuertes y decididas que rompían todos los arquetipos del conservadurismo siendo definidas como un río que se adapta mejor a los cambios de la vida frente a unos hombres que sólo se mueven a golpes.

Una figura en la que no casan las etiquetas y que demuestra la complejidad de una condición humana que duda, se equivoca y que es dueña de su propio destino con sus errores y aciertos lo que le llevaba a demostrar una enorme empatía por las personas humildes y anónimas que se levantan frente a la adversidad. Es por eso que frente a la preocupación por la cámara de las nuevas generaciones, y el peso de la acción, él siempre defendía a las personas y a lo que eran capaz de expresar con sus rostros.

John Ford bordaba lo sentimental y su baza para no caer en lo sensiblero era afrontarlo con honestidad y verdad. Nunca se equivocó y entre diálogos, canciones tradicionales, bailes, peleas y personajes robaescenas se metía al público en el bolsillo sin abandonar la acción pero siempre con el firme propósito no sólo de entretener sino de trascender con alguna enseñanza que hiciera que ese título valiera la pena. Hasta la más desconocida de sus películas tiene un porque y logra quedarse para siempre en el corazón de uno.

John Ford es la esencia del cine clásico americano y también alguien capaz de hacer poesía con las imágenes a pesar de su carácter autoritario y pendenciero. Nunca sabremos quién fue realmente porque, en realidad, si los hechos se convierten en leyenda no conviene imprimirlos. Mejor simplemente dejarse llevar por una de las filmografías más excelsas a la hora de definir al cine como arte y vehículo de emociones a lo largo del cine del siglo XX siendo todavía el único director capaz de ganar 4 Oscar ("El delator" en 1936, "Las uvas de la ira" en 1941, "¡Qué verde era mi valle!" en 1942 y "El hombre tranquilo" en 1953).

Él se definió como sólo un director de westerns pero eso, además de no ser cierto por haber rodado otros géneros, no hace justicia a la honda huella que ha dejado para siempre en el mundo del cine.

Nacho Gonzalo

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