In Memoriam: Norman Jewison, seguridad y eficacia
Querido Teo:
Norman Jewison es uno de esos nombres que atesora una carrera intachable a pesar de que pocas veces se le incluya dentro de la nómina de los grandes. Quizá no le hiciera falta ya que su mayor premio fue tener una filmografía variada y siempre interesante que supo conectar con el público sin renunciar a un sello de eficacia y calidad bien fuera en un musical, un thriller, un drama racial o una comedia romántica. Jewison fue capaz de todo siendo nominado tres veces al Oscar de mejor dirección (“En el calor de la noche” en 1968, “El violinista en el tejado” en 1972 y “Hechizo de luna” en 1988) de un total de 7 nominaciones. Nunca ganó la estatuilla pero en 1999 le fue concedido el premio honorífico Irving G. Thalberg. Ha muerto a los 97 años dejando un oficio y una clase poco habitual en el cine reciente.
Nacido en Toronto en 1927 su infancia estuvo marcada por la discriminación debido a que muchos pensaban, por su apellido, que era judío. Nada más lejos de la realidad (procedía de una familia cristiana) pero ello fue su primera toma de contacto con lo que es capaz la condición humana a la hora de rechazar al que considera inferior. Sus viajes de juventud por la Usamérica de la década de los 40 le llevaron a toparse de bruces con el racismo lo que plasmó en cintas como “En el calor de la noche” (1967), “Historia de un soldado” (1984) y “Huracán Carter” (1999).
Su primer trabajo para cine (tras varios años en incursiones televisivas) fue la comedia de enredo “Soltero en apuros” (1962), género que fue el primero que exploró en películas más o menos trascendentes como “No me mandes flores” (1964), “El arte de amar” (1965) o “El rey del juego” (1965), pero terminaría la década convertido en uno de los directores más interesantes de su generación.
Con “En el calor de la noche” (1967) dio todo un puñetazo en la mesa con una rotunda radiografía del racismo congénito a raíz de la investigación de un sheriff blanco y un oficial de policía negro sobre un asesinato en una pequeña población de Mississippi. Una película pertinente en unos años especialmente convulsos en la sociedad USA al respecto. La cinta consiguió 5 Oscar (de 7 nominaciones) aunque el premio al mejor director fue para Mike Nichols ("El graduado").
Se marcó un éxito con la comedia “¡Qué vienen los rusos! ¡Qué vienen los rusos!” (1966) y llenó de elegancia, clase e intriga “El caso de Thomas Crown” (1968) pero su polivalencia le hizo llevar al cine dos musicales en un momento en el que el género empezaba a palidecer, sin el esplendor de las tres décadas anteriores pero todavía con indudable tirón en taquilla. Fue el caso de “El violinista en el tejado” (1971) y “Jesucristo Superstar” (1973).
Algunos consideran que la ópera rock de Andrew Lloyd Weber fue perpetrada en su adaptación cinematográfica (potenciado su espíritu hippy y desaliñado sin la energía que era capaz de lograr esta pieza en el escenario y que le ha hecho perdurar a lo largo de la décadas) pero con “El violinista en el tejado” (y con la baza del carisma de Chaim Topol) fue capaz de extraer todo el ingenio de una obra ambientada en un pueblo judío de Ucrania durante la época zarista.
A continuación llegarían la distópica “Rollerball, ¿un futuro próximo?” (1975), el drama judicial “Justicia para todos” (1979), la simpática “Amigos muy íntimos” (1982) o la teatral “Agnes de Dios” (1985), portentoso retrato con estética bergmaniana en el que una monja asegura haber recibido la visita de Dios y haberse quedado embarazada lo que llevará a que una psiquiatra indague en el asunto.
A continuación se toparía con un éxito inusitado con “Hechizo de luna” (1987), una encantadora historia de amor que no se avergonzaba de ello logrando sostener una atmósfera mágica con la música de “La bohème” de Giacomo Puccini como leitmotiv evocando al mejor cine clásico y con un reparto entregado (Cher y Olympia Dukakis ganaron el Oscar). Por “Hechizo de luna” ganó el premio a la mejor dirección en el Festival de Berlín.
Un espíritu que volvió a rescatar en una comedia romántica que tampoco le andaba a la zaga, la estupenda “Sólo tú” (1994), con el destino y la Toscana jugando su papel en la cinta protagonizada por Marisa Tomei y Robert Downey Jr. que se reivindicaron como una de las parejas románticas del género durante la década de los 90 más allá de Meg Ryan, Julia Roberts o Sandra Bullock en un tiempo en el que este tipo de películas eran todo un fenómeno boca-oreja en la taquilla.
“Huracán Carter” (1999), con un estupendo Denzel Washington, demostró que la lucidez y el compromiso de Norman Jewison seguía intacto volviendo a competir en el Festival de Berlín y consiguiendo su tercera y última nominación al Globo de Oro como mejor director (las anteriores fueron por “En el calor de la noche” y “El violinista en el tejado”).
El telefilm “Cena entre amigos” (2001) y la película “La sentencia” (2003) fueron sus últimos trabajos echando de menos desde entonces que, durante estos años, al igual que en toda su carrera, no haya sido todo lo reivindicado que merecía. El Gremio de Directores (DGA), premio que nunca ganó tampoco a nivel competitivo en sus tres intentos, le brindó el premio honorífico en 2011.
Nacho Gonzalo
Ya solo por la estupenda "Hechizo de luna" merece ser recordado.