In Memoriam: Harry Belafonte, una voz que abre barreras
Querido Teo:
A los 96 años ha fallecido el actor, cantante y activista Harry Belafonte, todo un símbolo en la cultura popular USA especialmente desde el punto de vista de la lucha de por los derechos civiles y por cómo algunos de sus temas musicales traspasaron fronteras siendo apodado “el rey del calipso”, género procedente de Trinidad y Tobago que posteriormente viajó a Venezuela expandiéndose por la costa caribeña. En 2015 recibió el premio humanitario Jean Hersholt de la Academia de Hollywood considerándose activista antes que artista y señalando la rabia como su principal combustible frente a las injusticias. Obtuvo también 2 Grammy (y uno más honorífico), 1 Emmy y 1 Tony.
Belafonte nació el 1 de Marzo de 1927 en Harlem, hijo de una madre jamaicana y un padre de Martinica, pasando por la Marina durante la II Guerra Mundial. Trabajó como conserje en un edificio de apartamentos y como tramoyista en el American Negro Theater. En una visita puntual al teatro se quedó embelesado por el escenario y alternó estudios de interpretación, con nombres como Sidney Poitier o Marlon Brando, con sus progresos en el mundo de la música explotando ese estilo de música caribeña que partía tanto del origen africano como del europeo aunando en sus temas tanto ritmo como reivindicación tal y como mostró en Banana boat (Day-O), Jump in the line o Jamaica farewell, volviendo a tener una inusitada popularidad cuando sus temas formaron parte de la banda sonora de “Bitelchús” (1988) según se rumorea por un precio alrededor de unos 300 dólares ante lo encantado que estaba Belafonte con que sus temas sonaran en dos escenas clave de la cinta.
Inició su carrera como cantante, aunque sin mucha fortuna al principio, actuando en pequeños clubes de la costa este de Estados Unidos. Abrió un restaurante en el Greenwich Village de Nueva York, que cerró luego para dedicarse definitivamente a cantar, la cual sería su faceta más significativa junto a su empeño y valentía en ir de la mano de nombres como Martin Luther King en la lucha por combatir el racismo en una década trascendental como fue la de los 60, muestra de la violencia congénita propia del país pero también la convicción de que otro futuro era posible. También fue el impulsor en 1985 del tema We are the world conformando la reunión más icónica de artistas nunca antes vista unidos por la lucha frente a la pobreza, especialmente en ese caso por la hambruna en Etiopía.
Su tercer álbum, “Calypso” de 1956, se convirtió en el primero de un intérprete en vender más de un millón de ejemplares. Fue el cénit de una carrera musical que viró del sonido cristalino, jovial y transparente al susurro reflexivo cuando una operación de nódulos en las cuerdas vocales en la década de los 60 viró su trayectoria hacia nuevos fines.
Su voz no tenía la fuerza de antes pero sí la potencia en su mensaje para clamar contra la Guerra de Irak (dijo que George W. Bush era el mayor terrorista del mundo), reclamar a Barack Obama la ampliación de ayudas sociales o realizar una importante labor como Embajador de Unicef desde 1987 llevando a cabo acciones para mejorar la salud de la infancia en Sudáfrica e iniciativas para erradicar el sida en los lugares más pobres del mundo.
Una veintena de títulos jalonan su trayectoria en la pantalla destacando especialmente dos películas. Uno de ellos fue “Carmen Jones” (1954) de Otto Preminger, todo un hito y una declaración de intenciones al extrapolar el mito de la gitana Carmen a una fábrica de paracaídas en Carolina del Norte y al universo afroamericano al ser todos los actores de la misma negros. Dorothy Dandridge fue la primera negra candidata al Oscar como actriz protagonista pero tanto ella como el propio Belafonte (¡quién lo hubiera dicho!) fueron doblados en las canciones por Marni Nixon y LeVern Hutcherson, respectivamente.
Después vendría “La isla del sol” (1957) de Robert Rossen en la que interpretaba a un político negro en una isla ficticia convirtiéndose en el amante de una mujer adinerada y blanca a la que daba vida Joan Fontaine. Todo un escándalo para la época al mostrar un romance interracial de manera tan explícita provocando numerosas revueltas, entre ellas prohibiciones en algunos estados y actuaciones del Ku Klux Klan.
“Apuestas contra el mañana” (1959) de Robert Wise pretendía ser un canto de tolerancia ante la improbable unión de un cantante negro adicto al juego y un ex presidiario racista que no tiene donde caerse muerto preparando ambos un golpe dirigido al banco de Nueva York aunque, a pesar de ese objetivo común, sufrirán las fricciones propias del prejuicio y el rechazo. Otros títulos fueron “El mundo, la carne y el diablo” (1959), “El ángel Levine” (1970) o “Uptown Saturday Night” (1974).
Por su parte “Buck y el farsante” (1972) fue toda una declaración de intenciones como un western, el género usamericano por antonomasia, protagonizado por dos simpáticos caraduras como Sidney Poitier y el propio Harry Belafonte. Una cinta que creó referencia para futuros cineastas negros ante la muestra de que también para ellos era posible abrirse un camino en la industria y la cultura popular más allá del cliché. No es casualidad que un poster de la película aparezca en “Nop” (2022) de Jordan Peele.
Robert Altman hizo que se interpretara a sí mismo en “El juego de Hollywood” (1992) y “Pret-a-porter” (1994) y también contó con él en “Kansas City” (1996) donde daba vida a un gangster cuando Belafonte había dejado atrás hace años sus incursiones en el cine debido a sólo interesarse en proyectos con compromiso político.
Su figura con enorme predicamento tuvo también su tributo en la coral "Bobby" (2006) y especialmente en “Infiltrado en el KKKlan” (2018), su despedida del cine, en la que Spike Lee le brindaba el protagonismo en la escena más impactante de la cinta ante su presencia patriarcal y muy simbólica sobre lo que ha sido la lucha de la raza negra a lo largo de las décadas y de la que él fue no sólo rostro sino una parte activa sin cuyo papel el devenir en este fin no hubiera sido el mismo contribuyendo a hacer un mundo mejor para aquellos que parecían destinados a no tener voz y esperanza.
Nacho Gonzalo