In Memoriam: Carlos Saura, el radiógrafo de la sociedad española
Querido primo Teo:
Con honores recibes en tu despensa a Carlos Saura. Aprovéchalo bien, de otra forma no se puede degustar a uno de los grandes ejemplares de pata negra de la cinematografía de nuestra piel de toro. A finales de la década de los 60 desafío a la censura franquista y logró posicionar a España en los certámenes cinematográficos más importantes, ganó el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes con “Cría cuervos” (1976) y el Oso de Oro en el Festival de Berlín con “Deprisa, deprisa” (1981), certamen en el que previamente fue nombrado la mejor dirección con "La caza" (1966) y “Peppermint Frappé” (1967). La muerte le ha pillado a la edad de 91 años y a la víspera de recibir el Goya de Honor de la Academia de cine español con el que se pretendía rendir tributo a un artista total que exploró con lucidez y contundencia la época del tardofranquismo que tuvo que vivir como persona y como cineasta.
Carlos Saura fue mucho más que un director, era un hombre que entendía el arte como algo integral y además fue un radiógrafo, describió como pocos lo que significa haber nacido en la España cainita del siglo XX y también ha sido uno de los mayores divulgadores de nuestra cultura. Su avanzada edad no le había retirado de la actividad, al contrario, el pasado fin de semana había estrenado su documental “Las paredes hablan”, en donde plasmaba su visión sobre el mundo del arte, y también había puesto en pie el espectáculo “Lorca por Saura” de inminente estreno en Madrid tras su paso por Sevilla, además se encontraba preparando una película sobre el compositor Johann Sebastian Bach.
En su trayectoria se encuentra más de medio centenar de películas, entre largometrajes de ficción y documentales, y entre su filmografía hallamos algunas de las obras maestras que han llevado a nuestro cine a otra liga. A pesar de su maestría siempre se consideró a sí mismo un aprendiz que encontraba en el cine una herramienta siempre por descubrir. Aunque será recordado por cineasta en realidad Carlos Saura encontró su vocación en la fotografía y su pasión en la música en su vertiente más amplia.
Carlos Saura nació en Huesca el 4 de Enero de 1932. Siempre quiso ser bailaor pero su afición a la fotografía, que comenzó durante su adolescencia, le llevó al mundo del cine. Abandonó sus estudios de Ingeniería Industrial para solicitar su ingreso en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid, en donde consiguió el diploma de Dirección Cinematográfica. Hasta el año 1964, desempeñó la cátedra de Dirección y Realización, pero en esa fecha las autoridades le retiraron de su cargo al considerar que sus ideas políticas eran contrarias al régimen.
En ese momento Carlos Saura ya había comenzado a desarrollar su carrera como cineasta, realizó dos mediometrajes, “La tarde del domingo” (1957) y “Cuenca” (1958) con el que fue premiado en el Festival de San Sebastián y con su primer largometraje, “Los golfos” (1960), participó a concurso en el Festival de Cannes.
En una primera fase de su carrera de claros ecos neorrealistas, y con la colaboración de Mario Camus en la citada "Los golfos" (1960) o "Llanto por un bandido" (1964), se consagró a nivel internacional con “La caza” (1966), su primera colaboración con el productor Elías Querejeta, y por la que ganó el premio a la mejor dirección en el Festival de Berlín. En este film realizó de manera contundente un análisis sobre las heridas provocadas por la Guerra Civil y fue un desafío para evitar los recortes de la censura franquista, algo habitual durante su carrera que le llevó a que su cine llegara íntegro y celebrado fuera de nuestras fronteras y no en una España que ponía cortapisas y que sentía vergüenza frente al espejo con el que Saura retrataba sus miserias.
El cine español estaba consagrado a una serie de producciones comerciales y que explotaban la españolidad pero a nivel internacional convenía no ser demasiado inquisidor con los representantes del “nuevo cine español” que podían dar una buena imagen y ser un sinónimo de prestigio. “La caza” fue un éxito internacional, se situó a la vanguardia de lo que se rodaba en Europa a mediados de la década de los 60 e influyó a cineastas como Sam Peckinpah. Con ella Carlos Saura mostraba a través de la metáfora un marcado carácter crítico sobre el régimen pero la censura se quedó en lo superficial como fue el hecho de prohibir que, debido a sus connotaciones sexuales, la cinta se llamara "La caza del conejo" como estaba previsto en un primer momento.
“La caza” inició la edad dorada del cine de Carlos Saura y es que parecía que el genio del cineasta aragonés parecía no tocar techo. Con “Peppermint Frappé” (además de dar una herramienta para que José Luis López Vázquez mostrara todo su potencial dramático) ganó nuevamente el Oso de Plata a la mejor dirección del Festival de Berlín en 1968 con una cinta en la que exploraba la obsesión y el deseo con guiños a Hitchcock y potenciando un mensaje feminista en un momento en el que éste no estaba tan presente en la conversación. Sería también la primera de sus siete colaboraciones con Geraldine Chaplin, su musa de la época con la que mantuvo una relación sentimental a lo largo de 13 años.
Durante los 70 (su mejor década) mantuvo un idilio con el Festival de Cannes (compitió en ocho ocasiones desde que debutara con "Los golfos" en 1960) presentando “Ana y los lobos” (1973), “La prima Angélica” (1974), premio del Jurado, “Cría cuervos (1976), Gran Premio del Jurado, o “Elisa, vida mía” (1977), mejor actor para Fernando Rey. En todas ellas exploraba la hipocresía de la clase burguesa, protegida por el sistema de poder pero también reprimida en sus instintos más íntimos ahogada por el machismo y el poder de la Iglesia. Cerró la década con el éxito de crítica y público de “Mamá cumple 100 años” (1979), premio especial del Jurado en el Festival de San Sebastián y nominada al Oscar a la mejor película en lengua no inglesa.
Tras la muerte del dictador Francisco Franco, Carlos Saura se convirtió en uno de los directores más destacados de la Transición, ya que siguió realizando una disección de la sociedad que estaba sufriendo las consecuencias de la Guerra Civil y del franquismo. Ni siquiera abandonó esa faceta cuando contribuyó al cine quinqui con “Deprisa, deprisa” (1981) hablando de la marginación juvenil y ganando el Oso de Oro a la mejor película en el Festival de Berlín.
A inicios de la década de los 80 comenzó a colaborar con el bailarín y coreógrafo Antonio Gades, en donde explotó su pasión por el flamenco y compensó a nivel cinematográfico su vocación frustrada de ser bailaor rindiendo también tributo con ello a la figura de Federico García Lorca. Con Gades afrontó la trilogía musical formada por “Bodas de sangre” (1981), “Carmen” (1983), premiada en Cannes, en los Bafta y siendo nominada al Oscar, y “El amor brujo” (1986).
Gracias a esa faceta musical el cine de Carlos Saura entró en otra dimensión y el género también, ya que se alejaba del molde anglosajón y en él podía deleitarse y deleitarnos con la música mexicana, el tango argentino, el folclore tradicional, el flamenco, la jota, el fado o la ópera. Era un terreno en el que el cineasta se sentía especialmente cómodo y era capaz de darle todas sus dimensiones a la expresión artística. De esa manera llegaron “Sevillanas” (1992), “Flamenco” (1995), “Tango” (1999), “Salomé” (2002), “Iberia” (2005), “Fados" (2007), “Sinfonía de Aragón” (2008), “Io, Don Giovanni” (2009), “Flamenco, Flamenco” (2010), “Zonda, folclore argentino” (2015) , “Jota de Saura” (2016) y “El rey de todo el mundo” (2021).
Su colaboración con Elías Querejeta finalizó con “Dulces horas” (1982). Tras él llegaron Emiliano Piedra y Andrés Vicente Gómez, que le produjo “El Dorado” (1988), una de las producciones más ambiciosas del cine español, un proyecto tan desafiante como la propia expedición de Lope de Aguirre, y que resultó un fiasco tanto a nivel de crítica como de público. Mejor le fue con “¡Ay, Carmela!” (1990), la adaptación de la obra de teatro de José Sanchís de Sinisterra, revisionista con la Guerra Civil y que le hizo arrasar en la quinta edición de los Goya con 13 premios (entre ellos a título personal para Saura los de dirección y guión adaptado) teniendo palabras en su discurso para los tres productores que marcaron su carrera.
Otras recreaciones históricas fueron “La noche oscura” (1989), “Goya en Burdeos” (1999) y “Buñuel y la mesa del rey Salomón” (2001). Volvió a ser nominado al Goya por la dirección de “El 7º día” (2005) (sólo lo había sido antes por la multipremiada "¡Ay, Carmela!") en donde trasladó a la gran pantalla los hechos que desembocaron en el crimen de Puerto Hurraco en 1990.
Se convertiría en su último trabajo de ficción antes de decantarse plenamente por proyectos más experimentales y personales asentando su vertiente más ecléctica entre el documental y el cortometraje, destacando en este último campo su visión de toda una vida como niño de la guerra en "Rosa Rosae" con la que se inauguró el Festival de San Sebastián 2021. Una infancia que también retrató en "Pajarico" (1997) basada en su propia autobiografía.
Saura también desarrolló su actividad en el mundo de la escena. Dirigió en varias ocasiones la ópera “Carmen” de Bizet y las obras de teatro “El gran teatro del mundo” de Calderón de la Barca, “El coronel no tiene quien le escriba” de Gabriel García Márquez y “La fiesta del Chivo” de Mario Vargas Llosa. También fue responsable del comentado doblaje en español de "El resplandor" (1980), experimentó en el mundo de la novela y realizó varias exposiciones fotográficas mientras la cámara y su labor como creador de imágenes plásticas y sensoriales seguía firme aunque ya fuera desde la reverencia que provocaba hacia los demás y alejado de los grandes proyectos de una industria que ya no pudo dar el peso que merecía a una figura tan personal, poliédrica e insobornable.
Retrató a Francisco de Goya, Lope de Aguirre, Luis Buñuel o San Juan de la Cruz (siendo el pintor y el cineasta sus mayores referencias) pero se lamentó de no poder rodar unas películas sobre Pablo Picasso o el rey Felipe II porque los productores ya no le confiaban grandes presupuestos. Sus últimas películas las llevó a cabo con su hija Anna con quien experimentó con el lenguaje cinematográfico puliendo su faceta divulgadora y demostrando su enorme curiosidad y vitalidad llena de fascinación por la cultura y el arte con su inseparable cámara de fotos colgada al cuello.
El cineasta, considerado el último gran clásico de nuestra industria siendo responsable de una cincuentena de títulos, sí pudo recibir el Goya de honor concedido por la Academia de Cine Español, un reconocimiento tardío a una de las figuras más emblemáticas de nuestro cine, alguien que indudablemente llevó a la modernidad al cine español prefiriendo siempre mirar hacia adelante de lo que estaba por venir que regodearse en su filmografía del pasado o en un formalismo caduco que le llevara a estar ajeno a las nuevas corrientes que se desarrollaban en el presente. La Academia del cine europeo le reconoció por su trayectoria en 2004. Entre los diferentes honores destaca el Premio Nacional de Cinematografía en 1980, la Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes concedido por el Ministerio de Cultura en el año 1991 o la Biznaga de Honor del Festival de Málaga 2022.
Celoso de su vida personal, centrado sobre todo en el trabajo, tuvo siete hijos con cuatro mujeres diferentes. Un último año aquejado de un declive rápido tras un ictus y una posterior caída el pasado verano (acelerando sus problemas respiratorios) han hecho entrar ya en el recuerdo de la leyenda a una figura sin la que no es posible entender tanto el cine español como el internacional en las últimas seis décadas.
Mary Carmen Rodríguez