"Imprimir la leyenda. 500 anécdotas de cine"

"Imprimir la leyenda. 500 anécdotas de cine"

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Es una frase más manoseada que el pie de la estatua de San Pedro en El Vaticano, y para dejar lisos unos dedos de bronce ya hay que manosear. Pero en ambos casos se entiende el manoseo, detrás lo que hay es conversión y mucha fe. La frase aludida viene a decir que, en el Oeste, en un diario, cuando la realidad se deforma para alcanzar la leyenda, lo que se imprime es la leyenda. Se podría apostillar: "...y así nos va". Sería caer en un sesgo de confirmación, porque, aunque la susodicha frase pueda aplicarse filosóficamente a la gran historia en general, o a la más individual, no es cierta. Por mucho "fake" que se difunda, son más las realidades publicadas. Pero su esencia metafórica no ha perdido potencia y ha convencido a quien fuera necesario para titular este libro del cinéfilo César Bardés con esa referencia que contiene nada menos que 500 anécdotas.

Título: "Imprimir la leyenda. 500 anécdotas de cine"

Autor: César Bardés

Editorial: RBA

Bardés es un creyente, además confeso desde las primeras páginas. El anecdotario fue publicándose en la red durante la pandemia. El boca a boca impulsó el hilo y así nació este anecdotario que, en un primer chapuzón en el texto, podría también haberse titulado "Borrachos, ingratos, puñetazos y otra gente desalmada". Si se trata de imprimir la leyenda, y todo anecdotario está teñido de ellas, el resultado es un libro muy divertido y estimulante. "Tengo que volver a ver esta película", te dices.

Por supuesto también hallaréis amistad, amor o sinceridad, pero el cine popular, tanto las películas malas como las buenas, tienden al dramatismo... y si se aromatiza con heroísmo, patriotismo y demás "ismos" de la repisa de especias deformantes, mejor que mejor. Saldrán anécdotas. Quinientas en este caso.

No me alargo más, pero debo elegir una al menos. No es necesario complicarse. La primera no deja ya dudas sobre el estilo y lo que interesa al autor.

"¿Otra vez?

Durante el rodaje de Cara de ángel había una escena en la que Robert Mitchum debía abofetear a Jean Simmons. Howard Hughes, el productor y dueño de la RKO, quería ligarse a la actriz, pero sólo recibió calabazas, y ordenó a Otto Preminger, el director, que no tuviera contemplaciones con ella. Así que cuando llegó el momento de rodar la escena en cuestión, Preminger ordenó a Mitchum que la sacudiera bien, que era necesario para el realismo de la escena. Mitchum le preguntó:

—¿Seguro?

Preminger le aseguró que no tenía por qué preocuparse. Así que Preminger gritó:

—¡Acción!

Mitchum hizo lo que se le había ordenado. Desde su silla de director, Preminger dijo:

—No ha salido bien. Otra vez.

Mitchum, bastante escandalizado, protestó:

—¡Por Dios! No deberíamos...

Preminger, muy airado, bramó:

—¡El director soy yo! ¡He dicho que otra vez! ¡Acción!

Así que Mitchum la volvió a sacudir. Preminger, sin inmutarse, volvió a decir:

—¡Otra vez!

Mitchum volvió a protestar.

—¡Que lo hagas! —zanjó Preminger.

Mientras tanto, a Simmons ya le caían las lágrimas por la cara. Mitchum volvió a hacer la escena, y antes de que Preminger pudiera decir nada, se volvió hacia él y le asestó un puñetazo que lo tiró de la silla. El actor acercó su rostro al director y le susurró:

—¿Otra vez?"

Carlos López-Tapia

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