Hollywood canalla: La revolución del cine sonoro
Querido primo Teo:
En la actualidad Hollywood está sumido en una de las crisis más profundas de su historia y que afecta a su identidad. El siglo XXI ha adentrado a la industria en un cambio de era. El formato físico ha desaparecido y la implantación del streaming ha modificado los hábitos de consumo del espectador. Las salas de cine han quedado relegadas a los grandes eventos cinematográficos que se dedican a sobreexplotar lo conocido, mientras que esos proyectos de gran enjundia están condenados al fracaso (el caso más reciente ha sido “Babylon” de Damien Chazelle) y las plataformas se han convertido en lo más parecido a la cocina fantasma de un servicio de comida rápida en donde de manera excepcional se realizan incursiones en la gastronomía de autor para buscar desesperadamente el prestigio.
El nuevo Hollywood está lleno de luminarias, muchas de ellas con Oscar, que generan más activos gracias a las redes sociales que como intérpretes porque sus millones de seguidores no son consumidores de sus trabajos sino de sus andanzas en el ciberespacio y eso no compensa a la industria. Las estrellas de este siglo XXI han dejado de tener entidad y se han tenido que hipotecar a los universos de Marvel/DC/Star Wars para poder acceder al público, con la honrosa excepción de Tom Cruise que es consciente de que es su propia marca y que con “Top Gun: Maverick” (2022) hizo que eso de ver una película en salas fuera un acontecimiento.
Cruise lidera un grupo minúsculo de estrellas que garantizan el negocio sin exprimir una marca, pero lo malo es que todas surgieron antes del cambio de siglo. Por último, en lo que llevamos de centuria, el cine se ha visto superado por la televisión a quien ha mirado con recelo y también por encima del hombro desde su creación. Se ha producido una fuga de talentos hacia la caja tonta ya que ahí por imperativo se está apostando por los productos desafiantes porque ahora mismo es lo que demanda el espectador de las operadoras por cable.
No sabemos si Quentin Tarantino se queda corto o no en calificar este momento como el peor de la historia del cine pero sí que podemos aventurarnos a decir que no es exagerado comparar la crisis que está viviendo el Hollywood de nuestros días con lo experimentado en la siempre pacífica comunidad de Tinseltown con la llegada del cine sonoro.
A mediados de la segunda década del siglo XX el cine notaba la competencia de la radio. Algunos fueron los intentos para integrar plenamente el sonido a las películas, más allá de la música y los efectos, pero la industria no terminaba de apostar por ello porque resultaba muy caro, se tenía que renovar la cadena de producción y las salas de proyección. Pese a las reticencias de las compañías era algo inevitable porque a nivel comercial el cine se estaba estancando.
Quien se alzó con la victoria al integrar perfectamente el sonido a la imagen fue la Warner Bros. con “El cantor de jazz” (1927) de Alan Crosland. La película alterna los intertítulos con el sonido y es, ante todo, una película que introduce números musicales vocales con sonido, y se pudo realizar gracias al Vitaphone, un sistema que permitía la grabación del sonido en disco que se sincronizaba a la imagen durante la proyección a través del gramófono. La primera proyección de “El cantor de jazz” se realizó en Nueva York el 6 de Octubre de 1927 y ese “esperen un momento, aún no han escuchado nada” dejó al público noqueado. Ese día Hollywood cambió para siempre.
El sonido había llegado para quedarse pero la industria no estaba preparada para ello y se necesitaba una fortísima inversión económica para adaptarse a las nuevas exigencias tecnológicas. Se tenían que insonorizar los estudios, utilizar un nuevo equipo, contratar a expertos en grabación y sonidistas. Frank Capra se inició en el cine mudo en la compañía de Mack Sennett pero él era ingeniero químico y se aprovechó de su formación para innovar todavía más con la tecnología para que el proceso del rodaje y grabación de una película no resultara ninguna odisea. Las compañías tuvieron que pedir dinero a los bancos que vieron que el cine era una buena vía para rentabilizar sus inversiones, ni siquiera el crack bursátil de 1929 lo detuvo.
El sonido no solamente cambió la técnica sino que también estimuló a los cineastas para innovar en la narrativa. Cuando el cine sonoro terminó siendo la norma en Hollywood se encontraron con que fuera de los Estados Unidos y de los países de habla inglesa no se podían comercializar las películas. Se barajaron varias opciones y todas fracasaron. Los subtítulos no funcionaron inicialmente porque el público no estaba acostumbrado a leer tanto texto en la pantalla y todavía existía un altísimo porcentaje de analfabetismo. Tampoco funcionaron las versiones realizadas en los otros idiomas de las películas de Hollywood porque suponía un coste elevado. Así que lo más barato fue el doblaje.
Donde fue realmente dramática la transición del cine mudo al sonoro se produjo en el campo de la actuación. Las cámaras se tenían que pegar a los actores para que se pudiera captar el sonido, pero eso fue "pecata minuta" en comparación con lo que emitían las estrellas de cine. En el cine mudo solamente se buscaba un rostro fotogénico y, sobre todo, expresivo, pero en el sonoro se requería además que fueran capaces de hablar y que tuvieran una voz lo suficientemente atractiva para conquistar a la audiencia.
La sueca Greta Garbo era una de las principales estrellas del cine mudo y una de las reinas de la Metro-Goldwyn-Mayer gracias a una presencia majestuosa y un rostro especialmente dotado para la tragedia. El público deseaba escuchar la voz de aquella mujer de origen nórdico y tuvo que esperar al estreno de “Anna Christie” (1930). La expectación generada fue tan grande que la Metro-Goldwyn-Mayer promovió la película con el eslogan de “Garbo habla”.
La Garbo tardó casi dos años en dar el salto al sonoro porque había miedo por la recepción del público que de alguna manera había rechazado las voces de Mary Pickford y Gloria Swanson. Greta Garbo poseía una voz grave y su acento sueco estaba muy marcado y, a diferencia de lo que sucedió con Pola Negri, incapaz de hablar con soltura en inglés, y con un buen ramillete de divas del mudo, a los espectadores les encantó la voz de la Garbo porque les resultaba exótica y muy sofisticada y muy acorde a la imagen que proyectaba.
Como bien apuntó Kenneth Anger en su obra maestra, el díptico “Hollywood Babilonia”, la llegada al sonoro fue la excusa que tuvo la siempre pacífica comunidad de Tinseltown para realizar la primera gran purga de su historia y quitarse de encima a quienes generaban conflictos porque Hollywood tenía que vender excelencia ya que el cine estaba siendo amenazado por los escándalos constantes. Greta Garbo cayó de pie pero lamentablemente quien fue su pareja estelar en la Metro-Goldwyn-Mayer, John Gilbert, no tuvo la misma suerte.
El actor era uno de los reyes de Hollywood durante el cine mudo y el mejor pagado de la Metro-Goldwyn-Mayer, se llevaba más de un millón y medio de dólares anuales lo cual era una barbaridad para la época. Su éxito era incontestable. Alguien con madera de estrella ya que, además de poseer presencia y carisma, era alguien preocupado por la calidad de sus películas que desarrolló su carrera también como guionista, productor y director. Ese último aspecto le hizo ganar al mayor enemigo que se podía conseguir en Hollywood: Louis B. Mayer, el jefazo de la Metro-Goldwyn-Mayer. Sus disputas eran archiconocidas y John Gilbert sabía que las férreas condiciones de su contrato hacían imposible los deseos de Mayer de quitárselo de encima.
En el otoño de 1929 se dictó la sentencia de muerte de John Gilbert cuando se descubrió el sonido de su voz en “His glorious night” dirigida por el actor Lionel Barrymore. El público no se podía creer que su estrella preferida forzara tanto su declamación y que su voz sonara como metálica. Cuando finalizó la proyección la prensa declaró que la carrera de Gilbert había muerto. Cuatro semanas después de esta catástrofe llegó algo todavía peor ya que el actor perdió todos sus ahorros debido al crack bursátil. La leyenda sobre la caída en desgracia de Gilbert apunta a su archienemigo en Hollywood, el todopoderoso jefe de su Estudio, que presionó a los ingenieros de sonido para que la voz del actor resultara muchísimo más aflautada.
Gilbert trató de reflotar su carrera, demostrando incluso que poseía una voz mucho más potente, pero el daño ya estaba hecho y el Estudio terminó relegándolo a proyectos menores. Su amiga y ex amante Greta Garbo le rescató para coprotagonizar “La reina Cristina de Suecia” (1933) pero el éxito no pudo ayudar a alguien que ya se estaba ahogando en la bebida. John Gilbert murió de un ataque al corazón en 1936, con tan solo 38 años, y siendo un vago recuerdo de lo que fue.
La caída de John Gilbert fue la más notoria pero no fue la única. Charles Chaplin se negó a hacer su transición al sonido porque aseguraba que el cine mudo era un lenguaje universal y que la voz mataría a Charlot. Eso lo pudo alargar durante casi una década y el público pudo escuchar por primera vez al icónico personaje en “Tiempos modernos” (1936). Buster Keaton y Harold Lloyd comenzaron a perder el favor del público una vez iniciado el cine sonoro porque los espectadores encontraron un aliciente en las comedias verborreicas y dejaron de lado al humor físico.
Otras estrellas tuvieron peor fortuna. Clara Bow era la representación de la picardía y una de las estrellas preferidas de la audiencia, pero su voz de pito y su acento de Brooklyn tan marcado hicieron inviable su transición al sonoro, además sus escándalos de alcoba hicieron de ella un elemento incómodo de cara a los defensores de la moral, la Paramount rescindió su contrato y su carrera finalizó mucho antes de cumplir los 30.
Louise Brooks, que era una de las chicas más atractivas de Hollywood, una vampiresa icónica gracias a “La caja de Pandora” (1929), y con una imagen que todavía hoy sigue siendo imitada, tampoco encontró un hueco en el Hollywood sonoro porque su carácter independiente resultaba demasiado molesto, desapareció de la industria y décadas después terminaría siendo dama de compañía aunque muchos de sus adinerados clientes eran antiguos admiradores que querían contemplar si quedaba algo de ella.
Mary Carmen Rodríguez