"El ángel de la muerte", el mal oculto bajo un rostro de inocencia

"El ángel de la muerte", el mal oculto bajo un rostro de inocencia

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Querido Teo:

En plena era del boom del “true crime” tanto en plataformas visuales como sonoras tiene todo el sentido que haya llegado a Netflix (lugar que suele dar cabida a este tipo de propuestas) una historia como la de Charlie Cullen en "El ángel de la muerte", enfermero de apariencia afable que bajo la misma ocultaba a todo un asesino que se aprovechaba de su trabajo para dejar un reguero de muertes entre sus pacientes inyectándoles en los goteros sustancias como insulina lo que, ante el precario estado de salud de los mismos, provocaba el fallecimiento por sobredosis.

Una película protagonizada por Jessica Chastain y Eddie Redmayne y dirigida por Tobias Lindholm, guionista habitual de Thomas Vinterberg pero también realizador de "A war" (2015), dos capítulos de la serie "Mindhunter" (2017) o responsable de la adictiva "The investigation" (2020). “El ángel de la muerte” es un thriller que adapta el libro de Charles Graeber de 2013 basado en una historia real que cuenta con el guión de Krysty Wilson-Cairns, la producción de Darren Aronofsky a través de su empresa Protozoa y la distribución de Lionsgate.

Charlie Cullen es un joven enfermero, padre de dos niñas y separado, que recala en un hospital de Nueva Jersey entrando en contacto con Amy Loughren, enfermera que oculta a los demás sus problemas de corazón intentando alcanzar el año de contrato para poder acceder al seguro médico y que le puedan pagar la baja médica mientras se somete a la operación que necesita. Ella está a cargo de dos hijas pequeñas y el intento de llegar a fin de mes y equilibrar tanto su compromiso profesional como su responsabilidad familiar le hace encontrar en ese apocado y sensible Charlie un amigo y un confidente con el que sobrellevar los largos turnos nocturnos que comparten y el hecho de una realidad hospitalaria que pocas alegrías rodeada de enfermos.

La muerte repentina de una anciana que ha sufrido una intoxicación de medicamentos, pero que parece controlada, es la primera señal de alarma dejando de ser éste un caso aislado cuando también le ocurra lo mismo a una madre de familia. La proliferación de códigos de este tipo pone en alerta a Amy en paralelo a la investigación que están llevando dos detectives de Newark a los que el hospital no hace más que poner pegas con el fin de archivar el expediente lo antes posible ya que son los primeros que no les interesa que se airee lo que ha pasado allí realmente prefiriendo mirar hacia otro lado.

Ya la primera escena de la película marca claramente el tono de la cinta y la presentación del personaje. Un sociópata que, a pesar de pedir ayuda a sus compañeros, es incapaz de colaborar en ese momento de tensión en el que está a punto de irse la vida de un paciente. La cámara se fija en el perfil en primer plano de ese tipo que contempla rígido su obra y que después deambula por el pasillo hacia el horizonte, el siguiente hospital en el que seguir expandiendo su sello beneficiándose de que en ningún momento nadie le haya puesto freno.

Es ese uno de los aspectos más interesantes de “El ángel de la muerte”, más allá de la estupenda interpretación de dos ganadores del Oscar y el tono sobrio, sólido y nórdico que imprime el director, el hecho de la crítica a un sistema sanitario privatizado que no sólo es inasumible por muchos pacientes, ante las elevadas tasas que lleva a que un porcentaje de la población quede desprovisto del mismo, sino que, ante el temor a formar parte de un escándalo, se prefiere escurrir el bulto en vez de asumir que el hospital tener a un asesino en sus fijas prefiriendo quitárselo de encima con excusas peregrinas antes de entregarlo a la policía y que la noticia salte a los medios.

Todo ello llevó a que Charlie Cullen trabajara en nueve hospitales de Nueva Jersey y Pensilvania durante 16 años estimándose que pudo haber estado detrás de la muerte de más de 400 personas a las que inyectaba insulina y otras sustancias en los goteros provocándoles el fatal desenlace causándoles la muerte sin necesidad de ponerles una mano encima. Es por ello que, ante esta praxis, y el hecho de que muchos cuerpos fueran incinerados por sus familiares, sólo la llama de la sospecha y la alianza de Amy con esos detectives, trabajando por empeño, convicción y profesionalidad, contribuyeron a poner el cerco en la figura de Charlie a pesar de no contar con el respaldo de sus superiores.

La cinta no se adentra en las razones que le llevaron a ello, bien fuera un trauma, una perturbación congénita o un exceso de compasión mal entendida intentando terminar con el dolor sufrido por las víctimas, moviéndose en realidad entre la relación que se establece entre Charlie y Amy, más de complicidad que romántica, introduciéndose éste en la vida familiar de su nueva amiga lo que provoca que inicialmente para ella sea muy difícil asumir que su nuevo amigo puede ser el que los detectives sospechan que es.

Su conocimiento sobre el funcionamiento del hospital y la razón de ser de los medicamentos que se utilizan le hizo saber a Amy que no era normal que una de las víctimas tuviera en su cuerpo insulina frente a la inoperancia de una investigación interna que durante dos meses no sólo no extrajo ninguna conclusión oficial sino que tampoco se mostró colaboradora con los agentes de la ley.

Además de su acabado formal, que eleva cualquier lugar común del género gracias a una propuesta que combina elegancia e inquietud, son Jessica Chastain y Eddie Redmayne los que mantienen el interés de una cinta alejándose de cualquier efectismo (lo cual ha sido argumento para sus detractores en otros trabajos) desapareciendo en esta ocasión dentro de sus personajes abordándolos con técnica y energía superando el tono apagado por momentos de la propuesta.

Ella como una enfermera, tan frágil como determinada, de la que percibimos su agobio diario pero también el intento de hacer el mundo algo más feliz tanto a sus hijas (a las que tiene que dejar con una cuidadora sufriendo sus largas jornadas) como especialmente a unos pacientes a los que siempre dedica una sonrisa y una exquisita atención. Un personaje que saca fuerza de flaqueza cuando ve que el mal la rodea representada en un rostro de aparente inocencia y que sólo ella, gracias a los lazos que ha establecido con él mientras los demás lo ven como "un bicho raro", es la única que parece que puede ser capaz de pararlo. Aun así la sombra de la sospecha nubla su cabeza llegando a un momento tan vigoroso como aquel en el que se despierta conectada a la solución intravenosa entrando en pánico al igual que el espectador que ya sabe que es lo que está ocurriendo.

Es Eddie Redmayne el que realmente sale como absoluto triunfador de una cinta en la que puede lucir todo su potencial como actor. El intérprete británico, a sus 40 años, ofrece un trabajo medido y siniestro en el que tiene que saber captar la inocencia del novato que llega al hospital con toda la inquietante carga interior que le lleva a hacer esas acciones y que explota en dos escenas realmente memorables como son la desarrollada en la cafetería (en la que Amy equipada con un micrófono le ha convocado con el fin de hacerle confesar) como aquella en la sala de interrogatorios primero con los detectives y segundo con una Amy que es la única que puede entrar en lo más profundo no sólo de su mente sino también de su corazón.

La justicia logró condenarlo por 29 asesinatos, traduciéndose en 11 cadenas perpetuas que le hacen tener que estar en prisión hasta 2403, además de pagar 96 millones de dólares a 8 familias. Por su parte 5 hospitales llegaron a acuerdos con 22 familias por muerte por negligencia. Como nos dicen los títulos de crédito finales nunca se emprendió ninguna acción penal frente a unos hospitales que, dentro de su celo por tapar el asunto bajo la alfombra, incurrieron en una complicidad tácita para evitar perder su estatus al haber permitido este reguero de muertes con el fin de evitar salir en los medios por ello.

“El ángel de la muerte” es una modélica propuesta bien definida y ejecutada que inquieta por las consecuencias de ese terror cotidiano, el que puede brotar a nuestro lado en cualquier momento en forma de rostro amable acrecentado por un sistema que más que protegernos lo que hace es intentar salvarse a sí mismo lo que todavía permite que el mal pueda superar todas las barreras a su paso mientras el tiempo se va agotando con un corazón enfermo y un cerco que no termina de cerrarse sin cuerpo del delito ni tampoco apoyo de las instituciones.

Un mal que no da tregua tanto por acción (el asesino) como por la inacción de un sistema que muestra sus grietas cuando sus intereses no se dirigen al bien común sino a salvarse cada uno cuando puede. Un mensaje desolador a atajar por aquellos que sólo buscan justicia y verdad pero que sólo se tienen a ellos para abrir los ojos a los demás.

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Nacho Gonzalo

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