Conexión Oscar 2025: "La sustancia", un fenómeno de culto para estimular y remover

Conexión Oscar 2025: "La sustancia", un fenómeno de culto para estimular y remover

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Querido Teo:

Envuelta en su aureola de nicho "La sustancia" es la muestra de que una película puede ser la sensación de la cartelera sin necesidad de que el público vaya en masa y es el que el concepto de éxito no puede ser más relativo. No lo necesita una película que desde que se proyectó en el Festival de Cannes 2024 (donde ganó el premio al mejor guión) se situó como uno de esos títulos que marcan una temporada favoreciendo la experiencia en salas como una sugerente y “destroyer” experiencia sonora y visual con mensaje ácido y pertinente en un salto sin red festivo, gore y grotesco que antes de llegar a salas dejó su reguero por certámenes como Toronto, San Sebastián y Sitges. A veces se confunden los deseos con la realidad pero con esta carta de presentación, y siendo en sí también un azote al mismísimo Hollywood, ¿puede “La sustancia” aspirar a llegar a los Oscar?

MUBI es la encargada de distribuir en USA la película de Coralie Fargeat que, en sus siete semanas de exhibición, lleva un recorrido sostenido rozando los 16 millones de dólares en suelo usamericano, no olvidando que es una cinta con calificación “R” de 141 minutos de duración y no apta para todas las sensibilidades. En España el efecto también se ha notado con casi 3 millones de euros recaudados y 465.000 espectadores. Una película que nos devuelve a Demi Moore pero de una manera muy distinta, y mucho más compleja y descarnada, que las cintas que la convirtieron en uno de los iconos de la primera mitad de los 90.

A sus 61 años la actriz ha salido de eso que se llama “zona de confort” en una cinta en la que muchos no han tardado en ver similitudes con el auge y caída de muchos nombres del espectáculo que comparten generación con Demi Moore y que, junto a ella, saborearon fama y gloria en su momento de fulgor juvenil y cúspide física para luego ser obligados a pasar por los dictámenes de los cánones de belleza (tirando de tratamientos u operaciones) para después reírse en su cara (y de su cara) por haber cruzado ese desfiladero y ser víctimas condenadas de la exposición y del culto a la imagen.

Elisabeth Sparkle es ya uno de los personajes icónicos de la temporada (el paso del tiempo lo certificará) representando a un buen número de mujeres condicionadas durante toda su vida por la mirada de poder y deseo impuesta por los hombres y los medios masivos deseosos de una cara bonita y un cuerpo deseable con el fin de estimular las percepciones más primarias de un espectador movido por lo más básico y primitivo.

Basta la escena en la que, preparándose para tener una cinta con un antiguo compañero de juventud que no hace más que repetirle que está igual que en aquellos años, se maquilla y desmaquilla en el espejo, comprobando que, indudablemente, el tiempo ha pasado por ella, para encerrar con una visceralidad, insatisfacción y rabia llena de autenticidad todo lo que pretende denunciar la cinta y, a su vez, terminar ofreciendo uno de los trabajos con mayor hondura emocional de la filmografía de la actriz.

Demi Moore es uno de esos nombres que conecta con el imaginario colectivo de una generación pero, a pesar de las grandilocuencias de las redes sociales, ello no tiene que implicar que se avive la sensación de que el mundo le deba un Oscar por mucho que a más de uno le gustaría ver a la actriz compitiendo a ese nivel.

En su etapa de gloria nunca sonó para la carrera de premios (lo máximo fue una nominación al Globo de Oro por “Ghost” en 1991 y las buenas críticas de "Algunos hombres buenos" en 1992) pero este valiente trabajo no tiene que hacernos perder de vista el hecho de que la cosificación no implica por sí misma que ello haya eclipsado un talento oculto sino que, para bien o para mal, fue ese físico el que también le dio a una actriz como Demi Moore una carrera en su momento.

Es más, la actriz fue más carne en su momento de premios de la MTV en el mejor de los casos (siempre tirando del estereotipo bien de objeto de deseo o bien de villana perturbada) y de Razzie en el peor (se llevó el galardón menos apreciado del mundo por “Striptease” y “Coacción a un jurado” en 1997, “La teniente O’Neil” en 1998 y “Los ángeles de Charlie: Al límite” en 2004). Formar parte de los repartos corales de “Bobby” (2007) y “Margin call” (2011) no le permitió lucirse frente a los demás ni sacar cabeza para poder volar más allá de esas películas.

“La sustancia” es una película que no duda en ir más allá e incluso regodearse en ello (para muestra su demencial media hora final) no siendo una buena opción para estómagos sensibles pero sí para espectadores deseosos de huir del aborregamiento de un cine marcado por el algoritmo. Un público que se quiere dejar llevar por nuevas voces que, bebiendo de nombres que abrieron camino en su momento, pretenden la vivencia en salas a otra dimensión sin necesidad de efectismos técnicos.

Es ahí donde radica la fuerza de una película que tiene una personalidad propia a pesar de su sinfín de referencias siendo la sombra de Stanley Kubrick la más evidente, la historia que contaba "El retrato de Dorian Gray" su mayor espíritu y la incomprensión y el rechazo de "El hombre elefante" su mayor dardo emocional. Eso sí, ¿es digna de valorarla en este punto para los Oscar 2025 o se están sobredimensionando sus opciones?

La cinta se encuentra en lo más alto de su “momentum” conversacional (coincidiendo con su reciente estreno), y dando por hecho de que Demi Moore va a estar recorriéndose todos los sitios en los que haya que hacer campaña siempre que haya alguna remota opción para la película, pero no conviene olvidar que el cine de terror no ha sido muy del gusto de la Academia. Hasta ahora sólo seis películas pertenecientes al género han sido nominadas al Oscar.

“El exorcista” (1973), “Tiburón” (1975), “El silencio de los corderos” (1991), “El sexto sentido” (1999), “Cisne negro” (2010) y “Déjame salir” (2017) son las únicas cintas de terror que han sido nominadas al Oscar a mejor película, representando todas ellas a un género marcado por el prejuicio y cierto esnobismo que le ha llevado a quedar relegado a circuitos minoritarios, especializados y con cierta pose friki.

Ni siquiera la nueva ola del llamado “cine de terror elevado” (para la rima ya están otros) ha propiciado (salvo en el caso de la película que le valió a Jordan Peele el Oscar al mejor guión original) que nombres como Ari Aster, Robert Eggers o Mike Flanagan hayan encontrado acomodo. Muchos todavía reivindican el trabajo de Toni Collette en “Hereditary” como uno de los más merecedores de nominación en los últimos años quedando, ¡oh, sorpresa!, fuera de los grandes premios.

Al margen de las opiniones de unos y otros (siempre sobredimensionadas para bien o para mal por unas redes más pendientes de migrar del yugo de Elon Musk que de abrazar de una vez la vida real) serán las Asociaciones de Críticos las que tendrán que dar oxígeno a la posibilidad de que veamos a “La sustancia” de alguna manera en la carrera de premios. Sin dicho respaldo es prácticamente imposible verla saltar directamente a los premios de la industria donde el consenso de amplios grupos de votación lleva a opciones mucho más accesibles y obvias que rompedoras y libres como es la cinta de Coralie Fargeat.

En todo caso “La sustancia” ya ha ganado, no sólo por los espectadores que han podido vivir la experiencia probando sus efectos tras ingerirla, sino especialmente por el hecho de haber aunado a su alrededor conversación social, algo cada vez más raro de ver, y por tanto meritorio para los que lo logran, en un tiempo en el que el cine ha perdido la fuerza que tenía antiguamente en el imaginario colectivo por lo que cada vez son más necesarios títulos como éste que nos espoleen, sorprendan y remuevan. Más todavía cuando “La sustancia” funciona, sobre todo, como gozosa experiencia colectiva en una sala de cine.

Nacho Gonzalo

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