Conexión Oscar 2024: Martin Scorsese, el maestro infravalorado en materia de premios
Querido Teo:
A sus 80 años Martin Scorsese ya está por encima del bien y del mal. Nombres como Francis Ford Coppola (más allá de la amistad que mantienen) le nombran como el mejor director vivo, se permite cuestionar al cine de Marvel, se deja llevar por el espíritu TikTok como invitado especial de su hija Francesca y sigue teniendo el prestigio y la popularidad para que por un lado todo el mundo quiera rodar con él como el gran maestro que es pero que por otro también la gente vaya a las salas (su nombre sigue siendo un reclamo) y las plataformas (frente a los miramientos de los Estudios más tradicionales) hayan tirado de chequera (tanto Netflix primero como Apple TV+ después) para financiar sus proyectos, los cuales más que películas son verdaderas lecciones de cine y de Historia. Así es el caso de "Los asesinos de la luna", una particular expiación cinematográfica sobre uno de los episodios más vergonzosos de las gentes de un país que en sus propias tierras, con el petróleo como excusa y el poder y el dinero como motivación, llevaron a cabo todo un genocidio mientras unos miraban hacia otro lado y otros sencillamente se resignaban al deseo del hombre blanco.
Dese que se viera (y se reverenciara) en el Festival de Cannes 2023 “Los asesinos de la luna” ha jugado la baza de pretender ser todo un evento en salas. Sin pasar por los festivales de otoño, con el fin de mantener la expectación y esa aureola de acontecimiento, la cinta ha llegado a salas de la mano de Paramount Pictures ante la política de distribución de Apple TV+ de pretender favorecer la experiencia colectiva en cines, más teniendo en cuenta que precisamente no estamos ante la plataforma con más suscriptores por lo que un estreno exclusivo en la misma hubiera restado una enorme visibilidad a una cinta publicitada tanto en medios generalistas como marquesinas a pie de calle y que ha sido la primera cinta del realizador en la que ha podido contar conjuntamente con sus dos actores fetiche, Leonardo DiCaprio y Robert De Niro.
A pesar de todo ello a ninguno se nos tiene que escapar la relación de altibajos que ha mantenido Martin Scorsese con la Academia. Si bien Scorsese está a un paso de convertirse en el segundo director con más nominaciones al Oscar (10) desempatando con Spielberg y quedando sólo por detrás de William Wyler (12), lo cierto es que en su expediente la Academia sólo le ha reconocido por “Infiltrados” (2006) cuando ya era una deuda tan flagrante que propició que se orquestara prácticamente un homenaje más que una competición ese año cuando salieron a entregar el premio, en su rol de compañeros de generación y amigos, Francis Ford Coppola, George Lucas y Steven Spielberg.
“Los asesinos de la luna” sería una favorita de “facto” sobre el papel pero todos los que siguen la carrera son conscientes de que precisamente lo que hubieran sido sus bazas hace un par de décadas ahora suponen un hándicap. Una película rompedora en determinados enfoques pero clásica en su forma, así como ambiciosa, densa y larga no siendo todo ello lo más apetecible para una Academia que, además de juguetona, reivindicativa y queriendo romper records para favorecer una imagen de diversidad, ha solido reconocer propuestas que generan más simpatía que admiración, más complicidad que consistencia, más accesibilidad que rotundidad, lo que ha empañado el listado de ganadoras de los últimos años desde la irrupción del voto popular por consenso a la hora de elegir la ganadora a la mejor película.
Basada en el libro de no ficción de David Grann, “Los asesinos de la luna” es un thriller criminal ambientado en Fairfax, condado de Osage (Oklahoma), en la década de los 20 en plena ebullición, fervor y disputa por el petróleo lo que lleva a que se produzcan una serie de asesinatos de nativos (más de una treintena) que pondrán al FBI y a un prometedor J. Edgar Hoover en alerta ante lo que sería llamado "el reinado del terror" suponiendo además el surgimiento de la organización policial. Todo a través de la figura de Ernest Bukhart, el cual vuelve a Osage tras servir en la guerra y que es acogido por su tío para formar parte de sus negocios, los cuales se han sustentado en ganar dinero arrebatando sus tierras a la comunidad nativa de indios a la que pertenece el petróleo descubierto en la zona.
Una cinta tan elogiable como poco complaciente que pide al espectador paciencia y dejarse llevar por un estilo de cine propio de otra época, en el que cada fotograma está cuidado con un marchamo de magisterio clasicista que entronca esta cinta con propuestas de los grandes narradores del cine sobre la etapa fundacional de Estados Unidos como Erich Von Stroheim ("Avaricia"), Francis Ford Coppola ("El padrino"), Michael Cimino ("La puerta del cielo") o Paul Thomas Anderson ("Pozos de ambición").
Un país en construcción con sus luces y sus sombras, profundamente competitivo y que no duda en cumplir una máxima que ha hecho patente a lo largo de la historia, tanto en los negocios como en la guerra, la de cumplir su objetivo aunque ello suponga daños colaterales con vidas que se consideran “prescindibles” y que son arrojadas en el camino como un lastre del que desprenderse.
Martin Scorsese no puede renunciar en su película a presentar una historia clásica de mafiosos durante sus dos primeras horas, lo cual se palpa tanto en las conversaciones en intereses como en las relaciones de poder y dinámicas familiares, derivando en un thriller judicial que acaba elevando la cinta y haciendo que ésta tenga razón de ser, más con una guinda del pastel tan nostálgica como ensalzadora sobre el poder de contar historias que sólo está al alcance de un maestro con mucho vivido y mucho contado ya a sus espaldas. Un Scorsese que quizá fue demasiado rompedor en su día y que ahora es demasiado clásico para los gustos actuales pero el cual fue, es y siempre será imprescindible.
“Los asesinos de la luna” se presenta como una de las películas con mayor potencial en la carrera al Oscar de todas las que conforman la filmografía de Martin Scorsese. A tiro tiene superar las 11 nominaciones cosechadas por “El aviador” en 2005 (de momento el techo de Scorsese) pero vuelve a estar presente la sombra que le hizo irse de vacío (a pesar de contar con 10 nominaciones) tanto con “Gangs of New York” (2003) o “El irlandés” (2020), otros títulos que parecían las mejores opciones para un realizador que sólo pudo quitarse la amargura de sus continuas derrotas cuando menos se esperaba, con un remake de un thriller hongkonés que llevó a “Infiltrados” (2006) a ser la triunfadora de su año con 4 Oscar (película, dirección, guión adaptado y montaje).
Al igual que nombres como Steven Spielberg o Christopher Nolan, Martin Scorsese tuvo que esperar para poder conseguir su primera nominación al Oscar. “Malas calles” (1973), “Alicia ya no vive aquí” (1974), con Oscar para Ellen Burstyn, y la impecable "Taxi driver" (1976), que aspiró a 4 Oscar, incluyendo película y actor, no fueron trabajos merecedores, según la Academia, para que se reconociera el trabajo de Scorsese como director. Especialmente descarado el desaire de la omisión de “Taxi driver”, una de esas películas que han creado escuela, y por la que fue nominado al Bafta y al Gremio de Directores (DGA) sin olvidar la Palma de Oro del Festival de Cannes.
Un año en el que ganó el funcional John G. Avildsen por “Rocky” y fueron candidatos dos representantes de la llamada “generación de la TV” como Sidney Lumet por “Network, un mundo implacable” y Alan J. Pakula por “Todos los hombres del presidente”, así como dos figuras europeas como Ingmar Bergman por “Cara a cara” y Lina Wertmüller por “Pasqualino Siete Bellezas”, primera directora en ser candidata al Oscar. En todo caso no hubo espacio para Scorsese entre los nominados a la estatuilla por la que, quizá sea, la película más icónica y alabada de toda su carrera.
“Toro salvaje” (1980) supuso la primera nominación como mejor director para Martin Scorsese en una edición en la que sí que se certificaba su exitosa relación profesional con el actor Robert De Niro y la montadora Thelma Schoonmaker, ambos receptores de la estatuilla por la cinta sobre el auge hacia el pedestal y la caída en la lona del boxeador Jake Lamotta. En todo caso, un nuevo revés para un Scorsese que vio que como la más intrascendente “Gente corriente” le birlaba los premios de película y dirección en la que fue una noche de gloria para Robert Redford.
Nos tenemos que ir a “La última tentación de Cristo” (1988), donde el director pudo explorar el peso de la fe desde una perspectiva terrenal, para encontrar la segunda nominación de Martin Scorsese, la cual no había sido conseguida por “El club de la comedia” (1982), nominado al Bafta, “Jo, ¡qué noche!” (1985), mejor dirección en Cannes, o “El color del dinero” (1986), vehículo de lucimiento para Paul Newman y primera colaboración de Scorsese con el músico Robbie Robertson con el que repetiría en “El irlandés” y en “Los asesinos de la luna”, cinta esta última que podría valerle al músico una nominación póstuma al Oscar.
“Uno de los nuestros” (1990) es una de las películas definitorias de toda una filmografía, una cinta enérgica sobre el mundo de la mafia y los pobres diablos que acaban en ella aprisionados por sus códigos morales y corruptelas y quizá la película que muestra a un Scorsese más ágil, vigoroso y gozoso siendo capaz, desde entonces, de que su filmografía vaya por siempre aunada al imaginario de los mafiosos y gangsters. Los Bafta volvieron a demostrar su querencia por el director (5 premios incluido película y dirección) pero nuevamente un actor metido a director se puso en su camino. Fue el año en el que Kevin Costner arrasó con 7 Oscar gracias a "Bailando con lobos".
Una serie de problemas personales y una carrera errática conformaron una década de los 90 en la que parecía que la estela del director perdía brillo. Fue nominado al guión adaptado por “La edad de la inocencia” (1993) pero una sucesión de remakes (“El cabo del miedo”), reencuentros con la mafia (“Casino”), introspecciones en la fe (“Kundun”) y un intento nada disimulado de hacer un nuevo “Taxi driver” (“Al límite”) no quedaron a la altura de la calidad y la repercusión del nombre que había irrumpido con gran fuerza durante los 70 y 80.
En ese momento Scorsese estaba en un bache creativo lejos de sus mejores épocas y ya se había asentado la idea de que la Academia debía el Oscar a Scorsese (especialmente por lo ocurrido en los años de “Toro salvaje” y “Uno de los nuestros”) pero el que llegara una oportunidad más idónea para conseguir la estatuilla se hacía difícil. Miramax se puso manos a la obra con “Gangs of New York” (2002) pero alguien tan creativo y contundente como Martin Scorsese no podía tener al lado a alguien con tanto ego, ínfulas y tendencia a los montajes recortados como Harvey Weinstein. Esta alianza terminó saliendo mal.
A pesar del gran trabajo de Daniel Day-Lewis y ser el feliz encuentro con Leonardo DiCaprio (iniciándose una colaboración que nadie imaginaba que sería capaz de darnos tantos buenos momentos) el proyecto no terminó de fraguar y mientras la Academia se rendía a “Chicago” (en un año en el que se puso en boga el regreso del musical) se producía una nueva humillación para Scorsese marchándose de vacío ya que hasta Roman Polanski (siendo prófugo de la justicia) pudo comerle terreno y alzarse con el premio a mejor dirección por "El pianista" que, a la postre, fue la única alternativa real a la película de Rob Marshall.
Hubo una nueva oportunidad con "El aviador" (2004) en la que parecía que todo se ponía de cara con Scorsese sacando músculo como realizador y rindiendo homenaje a la figura del megalómano Howard Hughes así como a la industria del Hollywood clásico. A pesar que la noche partió bien con 5 premios técnicos se confirmó el hecho de que “Million dollar baby” de Clint Eastwood había sido capaz de virar la carrera a su favor en las semanas decisivas con la contundencia de todo un clásico moderno. Una película que no había necesitado de expectación o marketing para terminar calando y rindiéndose al considerado último gran director. Scorsese ya no podía más que ser diplomático y asumir desde el patio de butacas que cuando el destino es esquivo no se puede hacer otra cosa.
Scorsese volvió a tocar las puertas del Oscar y, seguramente cuando menos lo esperaba, es cuando éste cayó de su lado. No sólo por haber acrecentado hasta el infinito esa sensación de deuda histórica sino precisamente por haberse aprovechado de conectar con el público con un thriller modélico y rutilante que no sólo tenía visos comerciales sino que supo funcionar con la efectividad de un reloj. Sin sorprender ni pasar a los anales del cine pero sí demostrando que, como era el caso, el ser capaz de engrasar todos sus buenos mimbres convirtieron (casi sin pretenderlo) a “Infiltrados” (2006) en un caballo ganador. 4 Oscar en un año muy igualado y sin dueño que no se decidió hasta la última curva tras el Globo de Oro de “Babel” y el Gremio de Productores (PGA) y Gremio de Actores (SAG) para “Pequeña Miss Sunshine”.
Con la satisfacción del deber cumplido y el reconocimiento de la industria, esa presión autoimpuesta desapareció y permitió que viéramos a Scorsese explorando otros terrenos. “Shutter Island” (2010) fue incomprendida a pesar de ser un eficaz thriller psicológico con gran plantel consiguiendo con el tiempo una fiel corriente de fans mientras que acertó sobremanera con la evocadora fábula “La invención de Hugo” (2011) y la irreverente “El lobo de Wall Street” (2013).
Nuevas nominaciones a mejor dirección que no se repetirían con "Silencio" (2016), más que nada un proyecto personal que no quita que a pesar del fiasco fuera para Scorsese uno de los trabajos de los que está más orgulloso a la hora de hablar de uno de los temas que más le interesa, la conexión del hombre con el espíritu. Sólo fue nominada a mejor fotografía.
Seis de los ocho últimos largometrajes de Martin Scorsese le han valido la nominación al Oscar. “Shutter Island” y “Silencio” son la excepción y, a pesar de que en los últimos años no ha parado en la producción de documentales musicales y series como la reivindicable “Boardwalk Empire” (2010-2014) o “Vinyl” (2016), las dificultades para encontrar financiación ante unos Estudios con pocas ganas de arriesgar provocaron que Scorsese (tras su buena experiencia con HBO en las citadas series) llamara a la puerta del streaming.
Ese proyecto no fue otro que “El irlandés” (2019) centrándose en la figura de Frank Sheeran, un veterano de la II Guerra Mundial que trabajó como matón a sueldo de la mafia Pennsylvania, al que se le atribuyeron 25 asesinatos, entre ellos la muerte de Jimmy Hoffa, jefe del sindicato de camioneros durante los años 50 y 60, por orden del jefe mafioso Russell Bufalino. La película se basaba en el libro de Charles Brand, "I heard you paint houses", narrando los entresijos de las organizaciones criminales relacionadas con la mafia y siendo destacable las técnicas de ILM que se llevaron a cabo para rejuvenecer a los actores como lucían en los 70 al abarcar la historia más de tres décadas.
Un Scorsese rotundo con un tridente ganador en lo interpretativo (Robert De Niro, Al Pacino y Joe Pesci) que provoca que Netflix siempre se merezca nuestro respeto por permitir que saliera adelanta tan magna obra que contó con un equipo técnico de lujo (nuevamente con Thelma Schoonmaker como montadora) y llegando hasta las 10 nominaciones al Oscar. El recelo despertado por Netflix en el seno de la Academia y la corriente de fervor desatada por el fenómeno de “Parásitos” desbarataron cualquier opción de hacer algo en los Oscar y la cinta se fue de vacío pero con la ovación de la platea dirigida a Scorsese ante el momento de homenaje que le brindó el ganador de la noche, el realizador Bong Joon-ho.
“Los asesinos de la luna” es desde ya uno de los eventos de la temporada al margen de todo premio pero echando la vista atrás a la carrera de Scorsese en los Oscar no da pie a ser muy optimista con sus las opciones de la cinta. Quizá la última gran película de un maestro y como tal hay que saborearla más allá de lo que pase el 10 de marzo. Salga triunfadora (con la entronización definitiva de Scorsese) o con el zurrón vacío (algo a día de hoy muy probable) estamos ante un ejemplo más que, evadiéndonos de los sinsabores y particularidades de los premios, no hace más que redondear la que posiblemente sea la mejor filmografía atesorada por un director en las últimas décadas.
Así hay que disfrutarlo agradeciendo a la vida que nos permita coincidir muchos más años con Scorsese y que le siga dando energía, creatividad y sed para crear y preservar cine driblando a posibles retiradas, al inexorable paso del tiempo, a los sinsabores de las carreras de premios y a los caprichos de los algoritmos.
Nacho Gonzalo