Cine en serie: "Adolescencia", el contundente impacto dirigido hacia una sociedad sin respuestas
Querido Teo:
Es verdad que Netflix no tiene la aureola de reverencia de otras plataformas (debido a su tan amplio como irregular fondo de armario) pero bajo su manto han llegado series que han sabido estar en la conversación además de ganarse el favor de la crítica. Fue el caso de "Así nos ven", "Creedme", "Unorthodox", "Califato", "Gambito de dama", "Bronca" o "Mi reno de peluche" por sólo decir unas cuantas. Se une a ellas “Adolescencia”, la mirada al reverso oscuro de una edad a partir de la acusación dirigida hacía un crío de 13 años de haber asesinado a una compañera del colegio. Una serie de 4 capítulos tan adictiva como descorazonadora que intriga, hace reflexionar sobre el mundo del que formamos parte, conmueve y remueve el estomago opositando ya para ser una de las series que encabece los tops del 2025 y que también esté muy presente en la próxima temporada de premios.
“Adolescencia”, que parte de una problemáticamente lamentablemente en auge en el Reino Unido, es la nueva creación de Jack Thorne para Netflix (ya estuvo detrás de "The Eddy") aprovechándose de la alianza entre Philip Barantini y el actor Stephen Graham que derivó en “Boiling point”, primero película en 2021 y después serie limitada en 2023 sobre el estrés entre fogones en una cocina en la que se dan cita egos, ambiciones, problemas personales y la presión para atender a los pedidos de un restaurante de lujo.
Barantini se pone detrás de las cámaras y Stephen Graham, que comparte tareas de productor, guionista y actor, es el principal reclamo de uno de esos títulos de los que poco se sabe a priori y que el boca-oreja convierten en fenómeno. Un título que golpea pero nunca lo hace desde el efectismo, el recurso facilón o la información mascada dando la impresión de que sólo un visionado se queda corto para entender y percibir todo lo que allí se está contando.
En este caso vuelven a estar presentes dos ingredientes característicos; la tensión y el uso del plano secuencia que aquí se eleva a elemento narrativo siguiendo la cámara en todo momento los movimientos y rostros de los personajes que transitan entre la contención y la desesperación fruto de una amalgama de dolor, confusión, rabia y culpa sobrevolando temas relevantes de nuestro tiempo como la educación familiar, el bullying, la masculinidad tóxica, el narcisismo misógino, la relación de los jóvenes con el sexo, o las cloacas que terminan siendo las redes sociales.
La serie empieza en el momento en el que un destacamento policial irrumpe en una casa cualquiera en un barrio residencial con el fin de detener al sospechoso de un asesinato. El mismo es un crío de 13 años, Jamie Miller, el cual forma parte de una familia normal y obrera formada por un padre que tiene su propia empresa de fontanería, una madre y su hermana mayor. Jamie es acusado de haber asesinado mediante puñaladas a Katie, una compañera del colegio, debido a que las cámaras de seguridad le sitúan cerca de la escena del crimen.
La estupefacción e impotencia de unos padres en shock que parecen estar viviendo una pesadilla kafkiana y la incomprensión de un Jamie que no sabe de verdad a lo que se enfrenta y que niega los hechos mientras es arrollado por la situación, son el anclaje emocional que lleva al espectador a vivir una pesadilla llena de incredulidad, vulnerabilidad y preguntas.
El primer episodio nos lleva a los protocolos que se llevan a cabo en una comisaría cuando el chico es detenido y llevado allí en furgón policial. Desde la recogida de datos, el examen médico, la designación de un abogado de oficio o la elección de un adulto responsable debido al hecho de que Jamie sea menor de edad. La rutina policial frente a la desesperación e incredulidad de unos padres y la vulnerabilidad de un Jamie frente a las pruebas que estrechan el cerco hacia él en un interrogatorio en el que la confianza, la cordura y la razón puede desmoronarse como un castillo de naipes. Una impotencia que se refleja en el momento en el que, tras ver el vídeo aclaratorio, el padre no sabe si dejar de mirar a su hijo y reprocharle por lo sucedido o abrazarle para darle consuelo.
En el segundo episodio es el colegio, el entorno social por antonomasia en esas edades, el que toma el protagonismo y al cual acuden los dos investigadores del caso, encabezados por el inspector Bascombe, intentando encontrar respuestas frente a un caldo de cultivo de ruido, malos olores y descontrol absoluto que lleva a que la vida en las aulas, lejos de ser un remanso de paz, sea una selva desbordada en el que la mala hierba amenaza con enredarlo todo, entre cotilleos, abusones y juegos de poder, en un lugar en el que, en lugar de educar contribuyendo a construir un futuro, se está más preocupado por sobrevivir (tanto alumnos como profesores) y no caer en el lado de los marginados ya que todo el mundo busca el bonus de la popularidad que le haga, al menos, pasar a la siguiente pantalla.
La popularidad que dictaminan las redes sociales y unos profesores entre hastiados y desbordados en un entorno esquizofrénico golpeado por la tragedia y que intenta sobrellevarla, unos verdaderamente afectados y en su mayoría insensibles a lo ocurrido, siendo el caos del día a día el que lo engulla todo. De ello será testigo el propio inspector, abordado por Ashley Walters, que ve cómo su propio hijo deambula en esa jungla en el que los más débiles, o los que tienen la desdicha de ser etiquetados como tal desde un punto de vista físico, psicológico o sexual, quedan marcados para siempre siendo el germen de lo que se convertirán en el día de mañana. Un sistema educativo que está concebido como aparcahijos mientras los padres trabajan a destajo por un salario precario y descuidan a sus hijos sin saber ni quiénes son ni qué les preocupa.
Tras ese peregrinaje entre matones de colegio, alumnos burlones, amigas que han quedado desamparadas al perder a su único apoyo y profesores que se escaquean en cuanto pueden ejerciendo más de carceleros que de educadores, quizá este inspector frente a la desolación de su alrededor haya al menos podido aprender que todavía pueda estar a tiempo de reconducir lo andado, al contrario de los que ya han llegado tarde, como muestra el final del capítulo con el inteligente detalle de ver a Bascombe reservándose unas horas para estar junto a su hijo (después de que éste le haga abrir los ojos tras ir dando palos de ciego sin entender el lenguaje y las claves actuales entre la gente joven) mientras, tras una prodigiosa toma aérea a ojo de dron que supone una de las pericias técnicas de la serie que le hacen trascender de cualquier catalogación teatral, el padre de Jamie coloca unas flores en el lugar en el que fue encontrada Katie.
El tercer episodio es todo un prodigio introduciéndonos en la ambigüedad moral de un joven y la pretendida lucha de poder sobre la que emerge su misoginia, su frustración y una rabia mal encauzada que ya le ha convertido en un juguete roto de difícil arreglo teniendo en cuenta que sólo tiene 13 años. Una hora de una conversación concebida como una partida de ajedrez en el que la dosificación de la información y el estado anímico es el detalle que marcará la diferencia para intentar encontrar algo de luz de cara a aportar una visión lo más cercana posible a la realidad de cara a la vista judicial. La habilidad de la puesta en escena para generar claustrofobia (las cuatro paredes de la sala en la que tiene lugar ese encuentro) e incomodidad (ya en la trivial conversación de la psicóloga con el policía).
Es lo que pretende extraer Briony Ariston, la psicóloga al cargo de su evaluación, partiendo de una conversación trivial y derivando en un duelo teatral desarrollado en una sala en el que ambos intérpretes salen airosos tanto por la frialdad del joven Owen Cooper (capaz de transmitir primero simpatía, después compasión y finalmente terror) como en el estoicismo en contrapunto de una Erin Doherty que tiene que intentar mantener su objetividad y el control de la situación frente a la imprevisibilidad de las reacciones de un chico que le pondrá continuamente a prueba y que se aprovechará de cualquier paso en falso o señal de fragilidad por parte de una joven que todavía está en ese momento de la vida en el que le apasiona su trabajo antes de que la acumulación de casos le rompa de manera definitiva.
Es de elogiar que sea una serie no fagocitada por el algoritmo tal y como se muestra en ese tercer episodio en el que el desarrollo va fluyendo a fuego lento centrándose en el poder de la palabra, las miradas y los silencios de dos personajes en una misma sala que mueven ficha buscando la reacción del otro (ella lo que ha sustentado ese crimen, él buscando la reacción contraria cuando se autodefine como feo). Una nueva generación que se forja buscando la aceptación y validación en un mundo de proliferación de pantallas que suponen un refugio, una válvula de escape y en un arma en las que el ruido, el insulto o el acoso campan a sus anchas. Algo que ha llegado para quedarse arramblando con todo desde el ordenador o desde el móvil y que se ha beneficiado de la desorientación de nuestro tiempo, un entorno social cada vez más exigente y unos padres demasiado ocupados incapaces de conectar con sus hijos.
Un pulso intelectual en el que se pretende ir más allá de un atisbo de implicación emocional para dejar al descubierto si en realidad estamos ante una víctima de un sistema fallido o de un delincuente manipulador que, a pesar de que se camufla en la inocencia de la edad, ya ha cruzado la línea del mal sin posibilidad de retorno ni de arrepentimiento tirando su vida por la borda así como dejando un permanente e irreparable reguero de desolación para los que lo quieren.
Cuando afrontamos el cuarto capítulo podemos pensar que quedan muchos flancos abiertos pero es que no estamos ante una serie que pretenda darnos una solución definitiva a nada y tras su visionado el cierre no puede ser más redondo. “Adolescencia” busca aportar una visión a lo que se puede hacer desde la sociedad en su conjunto para evitar generaciones pervertidas por el egoísmo y la falta de referentes que llevan a refugiarse en la toxicidad de las redes (encontrando ahí un peligroso sistema de validación) y en unas dinámicas sociales construidas en la superficialidad y la frustración.
Es por eso que ese capítulo se concibe como un largo epílogo necesario y contundente. Otros hubieran hecho un quinto capítulo para llevarnos al juicio pero no estamos ante esa serie. "Adolescente" se cierra con la devastación de unos padres que, tras el paso de los meses, lidian con su dolor interior y con la frustración de no haber hecho lo que tocaba. Tener una hija modélica a su lado, que les acompaña y consuela, no es suficiente para unos padres en permanente sensación de haber fallado. Especialmente en el caso de un padre que echa la vista atrás para ver como sus episodios de ira, el haber apuntado a su hijo a un equipo de fútbol cuando a éste no le gustaba el deporte y su pasión era el dibujo, o dejarle demasiadas horas delante de su ordenador pensando que en su habitación estaba a salvo sin tener en cuenta el angosto universo al que podía acceder, han contribuido a llegar a este punto de no retorno.
Un día que empieza con alegría por ser el 50º cumpleaños del padre, representado por un desayuno inglés, el recuerdo en la furgoneta de la canción que supuso el inicio de la relación con su mujer, o un plan familiar para ir al cine, se ve volteado por el dibujo enviado por Jamie, una pintada en la furgoneta del padre, las miradas indiscretas de los vecinos, las acusaciones de unos jóvenes en bici no mucho mayores que su hijo, o una llamada definitoria que le hacen recordar en todo momento el calvario que está viviendo sintiendo el acoso, los cuchicheos y el ninguneo de los demás intentando sobrellevarlo como se puede e incluso planteándose mudarse a Liverpool para empezar de cero.
Stephen Graham demuestra porque no sólo es uno de los mejores actores del mundo (esta interpretación debería cambiar la tendencia de uno de los actores más infravalorados a nivel de premios) siendo el rostro de un padre baqueteado y derrotado que siempre pensará que podría haberlo hecho mejor aunque como le dice su mujer (una también estupenda Christine Temarco) con Jamie simplemente lo hicieron igual que con su hija. Su última escena en la habitación de su hijo, sentado en su cama y arropando a un oso de peluche entre lagrimas, supone un prodigio interpretativo que en todo momento va unido por la solidez narrativa y por el acompañamiento de una cámara que convierte en una afinada coreografía a todo el conjunto.
En esta ocasión no estamos ante falsos planos secuencias (recurso visto en películas como “Birdman” o “1917”) sino que el reto se abordó de manera quirúrgica con dos operadores de cámara, dos semanas de ensayo por cada episodio y rodándose en una única toma cada uno de los mismos dos veces al día a lo largo de una semana. En el set hubo presencia de coordinadores de intimidad (al haber menores implicados) y esa precisión se une a un enfoque novedoso como es el centrarse en el entorno del criminal y no en el de la víctima, adentrándose en las consecuencias de esos actos y en cómo el sistema es capaz de afrontar lo ocurrido y poder hacer justicia, así cómo una familia normal se adentra en la pesadilla no de perder a un hijo sino de hasta qué punto sentirse partícipes de haber criado a un monstruo.
“Adolescencia” nace de la preocupación de sus creadores por el mundo que estamos construyendo en el que la falta de comunicación, los valores en desuso y la toxicidad de las redes sociales está pervirtiendo los roles y posicionamientos de las generaciones del mañana. Es por ello que la serie no se adentra en el hecho en sí sino en las circunstancias que han podido llevar allí y en el hecho de que sea una familia de apariencia normal (y no desestructurada o afectada por violencia o adicciones) la que viva esta pesadilla. ¿Tiene que ver algo la genética o el entorno? ¿Se podría haber evitado si los padres o educadores pudieran haber visto determinadas alertas? ¿En qué se está fallando como sociedad? ¿Cuánta culpa tienen las redes sociales y auge de los mensajes de extrema derecha entre los más jóvenes?
Preguntas que interpelan y cuyas respuestas quizá sean demasiado duras pero que contribuyen a lo que tiene que pretender el audiovisual. Ayudarnos a entender el mundo que estamos viviendo poniéndonos frente al espejo. Un entorno de confusión en el que, a pesar de que hay más herramientas y recursos que nunca, proliferan desatados episodios de violencia, delitos de odio y una crispación imperante en una sociedad infantilizada, hedonista y supeditada a la imagen que no entiende de sacrificio y que lleva mal la frustración.
“Adolescencia” no va sólo de padres e hijos sino que lanza un dardo directo hacia la sociedad que pretenderíamos ser antes de que sea demasiado tarde. Una pieza de primer nivel que rezuma talento en todo momento y que impacta, remueve, conmociona y hace despertar sin renunciar a la compasión hacia unos padres, profesores, orientadores o policías que, aún intentando hacerlo de la mejor manera, no pueden evitar tener sentimiento de culpa ante un abismo generacional que no hace más que avivar la sensación de desconexión y desamparo.
Un dolor que emana de los ojos de los personajes y que es procesado al mismo tiempo y de la mano del propio espectador en el que es un ejercicio de rigor, sensibilidad y solidez sin ningún atisbo de morbo o manipulación y sí con un propósito firme de conciencia, interpelación y reflexión en un mundo en el que cada vez es más difícil encontrar respuestas para unos jóvenes que se dirigen hacia un mundo sin expectativas forjándose, en verdad, a pesar de los intentos de padres y educadores, más en las calles y en internet que en la casa o en la escuela fruto de una brecha generacional irreversible.
“Adolescencia”, que tiene a Brad Pitt en su grupo de productores, es dura pero resuena por su importancia como tratado sociológico de nuestro tiempo, y como herramienta de conversación tanto en casa como en la escuela, poniendo el foco en ese momento de la vida que marca lo que uno será en el día de mañana tanto como padre, como hijo o como persona.
Nacho Gonzalo
Gran serie, el alarde del plano secuencia añade sin distraer. Lo principal, las actuaciones y el guion.