Cannes 2023: La tierna fábula romántica de Aki Kaurismäki y el club no alimenticio de Jessica Hausner
Querido Teo:
Aki Kaurismäki y Jessica Hausner han sido los protagonistas de la 7ª jornada de un Festival de Cannes que deja atrás los nombres mediáticos para ir sacando a la palestra a las películas contendientes a la Palma de Oro y destinadas a marcar la temporada de cine. Una pena que haya quedado arrinconada en secciones paralelas “Cerrar los ojos” de Víctor Erice, la cinta que le ha devuelto al cine y que está envuelta en polémica por el hecho de los criterios de selección de un Cannes que evidencia el propio director en una carta abierta en El País rebatida posteriormente por un certamen que ha mostrado su sorpresa ante esas declaraciones con las que el director ha justificado su ausencia.
"The breaking ice" (Anthony Chen) // Una cierta mirada
“The breaking ice” es una de las cintas que mejores credenciales tenía dentro de la sección Una cierta mirada. Un “Jules y Jim” contemporáneo rodeado de hielo, onirismo y un triángulo amoroso que se forma durante un viaje en el que tres veinteañeros (dos chicos y una chica) encontrarán revelaciones y una huida a unas vidas marcadas por cierta crisis existencial. Ella es guía turística y ellos llevan uno un restaurante de origen coreano y el otro es un financiero en Shanghai. Una película llena de belleza desde el punto de vista estético que se desarrolla en el invierno de Yanji, ciudad fronteriza en el que confluyen tanto chinos como coreanos.
Espiritual, sensible, elegante y combinando elementos del folklore local pero recayendo en un buen número de lugares comunes que no termina de provocar que la película no sólo no arrebate sino que tampoco interese. Para corazones deseosos de sentirse arrapados por su energía, reflexión y simbolismo pero ofreciendo poco más en el regreso del director de “Retratos de familia” (2013) o “Wet sesason” (2019).
“Fallen leaves” (Aki Kaurismäki) // Sección Oficial
Aki Kaurismäki intenta de nuevo ir a por la Palma de Oro con ese cine vintage, aguardentoso, melancólico y reparador. El director finlandés presenta una delicia con “Fallen leaves”, cinta que muestra la relación analógica y tímida entre un chico con problemas con el alcohol y una chica que parece haber aceptado que no está destinada a ser amada. Dos solitarios que se encuentran fortuitamente en un karaoke y que, entre miradas, canciones y reflejos pictóricos, nutren su relación desde la distancia al perder él el numero de teléfono de ella y navegar entre el anhelo porque el destino les vuelva a juntar y la desesperación por quizá por haber perdido una de esas oportunidades que da la vida.
Una película cadenciosa y que arropa llenándola de chispa en su aire fabulado sabiendo crear una atmósfera que crea una burbuja de fascinación en la que uno está deseando que esas dos almas se encuentren y sean felices o, al menos, se acompañen para que sus heridas duelan menos. Un humor absurdo e irónico que abraza lo decadente y que no necesita ser una obra capital en su filmografía ni en contar nada más allá que una pequeña historia que conecta con lo más íntimo de uno creando un halo de esperanza con el contexto de fondo de la Guerra de Ucrania. Una apuesta minimalista, concreta y auténtica a pesar de bañar de cierto aire de irrealidad con guiños cinéfilos y musicales que es puro Kaurismäki, especialmente inspirado en una cinta que no pretende revolucionar pero sí llamar al amor y a la evocación de nuestras pasiones.
Alma Pöysti y Jussi Vatanen conmueven y nos llevan a una historia de amor analógico que, a pesar de desarrollarse en nuestros días por los ecos en la radio y en la televisión de la Guerra de Ucrania, tiene todo el sabor añejo del clasicismo de un “Breve encuentro” (1945) de David Lean en el que se deja campo libre a lo casual, lo espontáneo y lo constructivo. Dos personajes que se conocen en un bar caduco, que van al cine (ven “Los muertos no mueren” de Jim Jarmusch) y que intentan volver a encontrarse mientras van cambiando de trabajos. Ella pasa de ser reponedora en un supermercado o fregadora de platos en un bar a limpiadora de una fábrica mientras él se enfrenta a jefes aprovechados y despóticos primero en un taller y después en una obra.
En “Fallen leaves” no falta un perro (otro de los elementos del finlandés) ni esas canciones antiguas y tristes pero sobre todo personajes patéticos que se sienten derrotados pero que son una clase obrera que resisten que todavía no han perdido el brillo por intentar seguir dando brazadas hacia la orilla que les permita encontrar la paz y lo más parecido posible a la felicidad encontrando el consuelo en ese buen amigo de juergas, esa chica que hace que el mundo se pare o en el sonar de una melodía que dota de vitalidad a pesar de la congoja que también genera.
Un cuento romántico precioso, nostálgico y atemporal en forma y fondo con las claves, estéticas e ironías propias del director y derrochando deleite no sólo en sus momentos musicales sino en permitirse bromear con Robert Bresson, homenajear a Ozu, Fellini, Godard, Huston o Visconti, bien en los carteles de ese viejo cine o bien en evidentes referencias, y cerrar la película sin dejar de rendirse al legado de Chaplin.
Una sencillez que reconforta el alma y que en sólo 81 minutos no innova ni sorprende pero sí que conecta de una manera auténtica y austera con la miseria de los perdedores en su camino (infructuoso o no) hacia la redención. Un mundo de dignidad, solidaridad y amor frente a la precariedad, el abuso y el egoísmo. El cine de Kaurismäki invita a creer, pese a todo, que todavía hay esperanza y eso nos mantiene vivos para seguir abrazando los pequeños grandes momentos escalando sobre las bofetadas de realidad porque frente al cinismo de muchos todavía vale la pena dejarse llevar por lo ilusorio y anteponer los sentimientos y la buena compañía para no sólo sobrellevar las penas sino también ser capaz de encontrar la belleza incluso en las condiciones más duras y desfavorecidas sobre todo si hay alguien al lado aunque sólo sea tendiendo la mano o permitiendo descansar en un hombro amigo.
“Club Zero” (Jessica Hausner) // Sección Oficial
“Club Zero” es una de esas películas que llegan a los certámenes para incomodar y no ha sido una excepción en el caso de una Jessica Hausner que ya compitió con “Little Joe” hace cuatro años pero que ahora cruza mayores líneas llegando a ser subversiva, incómoda e incendiaria. En una sociedad que cada vez pone más el foco en la salud mental la cinta se centra en una nutricionista iluminada (Mia Wasikowska) que se aprovecha de la desilusión y desorientación de unos adolescentes para crear con ellos un culto en el que la regla general es no alimentarse para así encontrar la paz y la purificación de espíritu frente a un mundo consumista y banal. Una cinta que pretende centrarse en una estética rompedora y sugerente pero que no es más que una impostación al no tener cimientos en los que sostenerse ante lo raquítico de un argumento que se queda en lo superficial y en lo endeble.
Una película más fallida y estomagante que provocadora y sugerente no sabiendo más allá de las motivaciones de unos personajes que no son más que arquetípicos. Unos jóvenes dibujados en un par de trazos y unos padres más egocéntricos y preocupados de sí mismos y de mantener las apariencias que de averiguar lo que está ocurriendo realmente a sus hijos, los cuales forman parte de un colegio de élite en el que lo único que se quiere es exprimirles al máximo para llevarlos a lo más alto del escalafón de una sociedad competida. Una apuesta perturbadora y reiterativa que parece girar dando círculos desorientada sin ir a ningún lugar en concreto entre la técnica del “mindfulness” y el llevar al extremo la defensa de lo dietético y lo medioambiental demostrando que cualquier mensaje desvirtuado puede ser el mayor de los peligros cuando se convierte en mantra vital obsesivo e indiscutible.
“Club Zero” es un azote a los “influencers” y a aquellos que parecen tener solución para todo conformando un mantra vital que se sigue a pies juntillas por gente desesperada o bien que se encuentran en momento de inflexión, siendo el ejemplo paradigmático de ello la adolescencia que aquí es subrayada por unos padres endiosados en su estilo de vida y que no saben ir más allá de la fachada de superioridad moral, falta de empatía y desconexión no sólo con la realidad del mundo sino con la que padecen sus hijos. La presión social como acicate que impulsa a un perfeccionismo mal entendido.
Jessica Hausner tiene intenciones de mostrar un aviso para navegantes pero ello termina siendo insuficiente cuando el conjunto es hueco y se centra en una estética más chirriante que llamativa, unos personajes inconsistentes que no son más que títeres y unas escenas tendentes más a escandalizar que en asentar algo constructivo. Algo que se evidencia con la escena en la que una de las chicas se provoca el vómito entre la convicción de su instructora de que cuanto menos pase por el estómago mejor. “Club Zero” pretende ser ilustrativa, visionaria y crítica con nuestro tiempo pero no es más que una sátira desinflada y que sigue una transgresión de boquilla.
“El libro de las soluciones” (Michel Gondry) // Quincena de Realizadores
“El libro de las soluciones” es uno de los trabajos recientes más inspirados de Michel Gondry, director que cada vez ha ido perdiendo más crédito cuando ya hace casi dos décadas de la cinta que le aupó a nivel internacional (“¡Olvídate de mí!”). Su carrera no ha estado a la altura de esas expectativas y eso le llevó a volver a Francia donde ha encadenado una serie de títulos entre lo irregular y lo intrascendente. Salvando las distancias su nuevo trabajo podría hacerle volver a conectar en parte con el público gracias a una película entrañable y muy disfrutable que se centra en un neurótico y destructivo director que intenta ser tomado en serio y encontrar el apoyo y el respaldo para dar rienda suelta a su creatividad y cimentar su carrera a pesar de los continuos enredos que se mete entre los bajos presupuestos y llevando por la calle de la amargura a su fiel equipo que lo soporta entre una mezcla de cariño y admiración por un lado y de ternura y desesperación por otro.
Marc es un cineasta pretencioso y paranoico que pierde el favor de los ejecutivos de su productora que deciden tomar el control de la película porque, textualmente, no se entiende nada. Con la ayuda de tres abnegadas colaboradoras se traslada a la casa de campo de su tía en las Cevenas con el fin de llevar a cabo el montaje final y rodar una serie de escenas adicionales para así mantener la pureza del proyecto que pretende sacar adelante a su manera. Todo en una conjunción de gags en el que hay mucho de redención para un Gondry que llevaba varios años alejado de los largometrajes.
Pierre Niney, casi como un alter-ego del director a la hora de mostrar su desbordante y desaforada creatividad, tiene una vis cómica estupenda dando vida a un personaje tan excesivo en sus manías como frágil en una personalidad tendente de atención y apoyo no siendo más que un niño grande que quiere cumplir su sueño. Una película ingeniosa, divertida y tierna que brilla por su simpatía y encanto con unos gags que en su mayoría rallan a buena altura aunque la cinta vaya de más a menos siendo más interesante todo lo relacionado con el rodaje de su película y las interacciones con su equipo (y ese libro de soluciones con el que intenta guiar sus pasos) que cuando deriva en una comedia romántica entre desencuentros de dos almas solitarias y consideradas raras para los demás.
Un entretenimiento tan extravagante como entrañable que no sólo nos devuelve a la mítica Françoise Lebrun sino que deja dos momentos para recordar como es el de la grabación con la orquesta de la banda sonora (con un Niney magistral en el recurso físico) o el de la aparición de Sting (o Gordon para los amigos). Toda una sorpresa llena de frescura y personalidad sirviendo como autoterapia para el director pero sin olvidar a lo más importante, el público.
Nacho Gonzalo