Cannes 2022: Tom Cruise acapara toda la atención frente a Kirill Serebrennikov

Cannes 2022: Tom Cruise acapara toda la atención frente a Kirill Serebrennikov

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Querido Teo:

Si algo va a demostrar este Festival de Cannes es que todavía quedan estrellas rutilantes aunque ya se encuentren en vías de extinción y ese concepto como tal esté en desuso en favor de currantes de su oficio que sorprenden, emocionan y son alabados por sus trabajos pero no transcienden a la cultura popular simplemente por el mero hecho de que el cine ha ido perdiendo posiciones no en consumo pero sí en notoriedad y transversalidad. Es por ello que Tom Cruise (posiblemente junto a Brad Pitt y Leonardo DiCaprio en el ámbito masculino) sea la última gran estrella con mayúsculas como ha demostrado en la presentación de “Top Gun: Maverick” en un Festival que se ha parado en seco para rendirle pleitesía e incluso terminar brindándole una Palma de Oro de honor por su trayectoria y su defensa de las salas.

Horas antes no ha dudado en afirmar en un encuentro en la sala Debussy que, a pesar del azote pandémico, tenía claro que la secuela tardía de “Top Gun” llegaría a salas y que no ha llegado el día todavía de que veamos una película suya estrenada directamente en plataformas. Por supuesto Thierry Frémaux y Cannes no pueden estar más por la labor de abrazar esa idea, de la que ellos son firmes defensores en un panorama de consumo rápido y comodidad desde el salón de casa dejando de lado el ritual de ir al cine.

Es por ello que Cruise encaja como un guante en el prototipo de glamour comprometido, consecuente y superviviente de una época en la que entre declives y "cancelaciones" es cada vez más complicado mantener una carrera respetable y duradera en el tiempo. Alguien entregado a su trabajo que, a la pregunta de porque rueda él casi todas las escenas de acción aún poniéndose en riesgo, ha contestado durante ese encuentro "nadie le preguntó a Gene Kelly '¿por qué bailas?'".

Tom Cruise ha vuelto a Cannes tres décadas después de “Un horizonte muy lejano” (1992) demostrando que, a pesar del paso de los años, altibajos y devaneos cienciólogos, ha mantenido un estatus que ha podido evidenciarse en cómo se ha volcado la organización del Festival agasajando a una de las pocas estrellas que acudirán a esta edición, surcando los cielos incluso aviones que tras su rastro dejaban los colores de la bandera francesa ambientando el baño de masas del actor que, además, de “Top Gun: Maverick” tiene en cartera dos entregas de “Misión imposible", en principio las que supondrán la despedida de Ethan Hunt para un Tom Cruise que sigue manteniendo el respeto a su público, el que va a las salas como él enfundándose la gorra y camuflándose entre la multitud, y a todos los que contribuyen al negocio del cine. Todo destilando esa envidiable jovialidad a punto de cumplir 60 años. Desde luego, tras su paso por Cannes, sólo ha faltado darle las llaves de la ciudad y, de paso, convertirlo en Presidente de la República.

La competición se ha abierto con un director ruso, disidente frente al régimen de Putin, lo cual le ha granjeado más de un problema durante sus años de carrera, entre ellos arresto domiciliario durante año y medio por acusaciones de malversación. Kirill Serebrennikov compite por tercera vez en Cannes tras "Leto" (2018) y "Petrov's flu" (2021) con "La mujer de Tchaikovsky", un cuidado y medido film que sirve para retratar a una sociedad rusa clasista, patriarcal, represora y asfixiante a través de la figura del célebre compositor del ballet “El lago de los cisnes” y la mujer de éste, estableciendo ambos una relación de conveniencia debido a la homosexualidad de él. Un retrato con ecos de fantasía, divagaciones, pulsiones y estética fantasmal y ambigua que retrata una época, un lugar y una personalidad, emblema de la cultura de un país que con símbolos como este músico fundamenta una imagen de cara al exterior ajena a la cruda realidad por meras cuestiones propagandísticas.

Un drama romántico apagado en sus tonos y de esperable elegancia formal, poco complaciente y atonal en su fondo, centrándose en la interpretación de la actriz Alyona Mikhailova dando vida Antonina Miliukova, joven que lleva a términos enfermizos, para su propia infelicidad, la obsesión por su marido desde que le conoce siendo estudiante de música y posteriormente contrae matrimonio con él en 1877. Pronto los celos y el despecho harán mella en el corazón de una mujer herida que lo ha depositado todo en esa fascinación caprichosa. Todo en una Rusia marcada por la miseria y también por el intento de los artistas de agradar a los poderosos y quedar amparados por ellos y por fiestas llenas de alcohol, bailes y relaciones sociales. Una película acusada de ambiciosa (en duración de 143 minutos y también en intenciones) y excesivamente retórica, con recursos fabulados que deleitan y desconciertan a partes iguales, lo que deja un conjunto emocional frío avivado (eso sí) por el trabajo detrás de las cámaras, y las virguerías plásticas que lleva a cabo el director, así como la labor de su protagonista que sale victoriosa de un estudio de personaje más desdibujado que concreto.

Más destacada en lo visual y en su deleite por el encuadre en una propuesta teatral, con una fotografía de claroscuros y luces y sombras de gran marcado poético aprovechándose de velas y lámparas, que por un poso narrativo en el que la analogía del despojo moral de la identidad de un país a través de lo que hay detrás de uno de sus mitos, en un recorrido por sus pasiones y su dolor, no llega a carburar, la cinta ha convencido sin grandes halagos más cuando esta historia ya se contó en la estimable “La pasión de vivir” (1971) de Ken Russell en la que veíamos a Richard Chamberlain interpretando al compositor y a Glenda Jackson como la doliente esposa. El director ha dejado patente su condena a la invasión de Ucrania aunque también ha lanzado un mensaje a navegantes tendentes a cancelar todo lo ruso reivindicando la tradición cultural de un país que han enarbolado los verdaderos valores de su patria a través de nombres como los de Tchaikovsky, Chéjov o Dostoievsky y a través de la música, la pintura o la literatura.

Una competición en la que también se ha visto “Las ocho montañas” de Felix Van Groeningen y Charlotte Vandermeersch, una de las cintas que se sumó a la competición a última hora incrementando un poco la cuota de mujeres directoras ante el hecho de que la cinta esté dirigida a cuatro manos. Una historia de amistad que contrasta campo y ciudad a través de dos niños que se convierten en mayores y todo el discurrir de una vida que les hace volver siempre a puerto, al de sus raíces y al que pertenecen, por mucho que experimenten con el amor, el dolor y la pérdida. Una cinta (que también se va a las dos horas y media con sus 147 minutos) y que está protagonizada por Luca Marinelli y Alessandro Borghi adaptando la novela de Paolo Cognetti.

Tres décadas de amistad masculina en un ritmo cadencioso, contemplativo, íntimo y poético que se adentra en lo más hondo de los personajes para una cinta existencialista que exige al espectador cierto esfuerzo para ir más allá de una historia exquisita en su planteamiento formal pero áspera a la hora de profundizar en sus sentimientos, al ser una cinta más reflexiva que emocional a la hora de hablar del papel de la montaña y la naturaleza como simbología y escenario de la amistad masculina y de las dudas sobre lo que se espera de uno en la madurez y el nuevo papel que se genera en uno cuando se convierte en padre. Un viaje sensorial sereno e hipnótico, embellecido por el buscado perfeccionismo de sus planos, que demuestra que el transcurrir de la vida puede transcurrir de otra de manera frente a la celeridad de nuestros tiempos.

Nacho Gonzalo

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maria
maria
2 años atrás

no me gusta Tom Cruise ni nada de lo que ha hecho en cine. Pero bien por él si llegó a estrella.

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